Alemania y sus desafíos II

Por: Horacio Lenz

La situación política de Alemania continúa deparando sorpresas, ya que este estable país de Europa no ha podido formar Gobierno desde las elecciones realizadas el 24 de septiembre. Los pobres resultados de los dos partidos tradicionales, el CDU y el SPD, impidieron que cualquiera de las dos formaciones lograra una representación en el Bundestag que le diera la posibilidad de formar Gobierno con el resto del abanico partidario, de menor representatividad parlamentaria, pero necesaria para construir mayoría.

La representación escasa de los partidos mayoritarios condicionó su política de alianzas. El partido de la canciller Ángela Merkel, CDU/CSU, tuvo la posibilidad de construir mayoría con Die Grunn 90 (verdes) y el FDP (liberales), que a su vez tienen entre sí profundas diferencias en materia de finanzas europeas, migraciones y medio ambiente. Estas contradicciones entre los partidos potenciales a formar mayoría quedaron expuestas cundo el líder del FPD, Christian Lindner, se retiró de la mesa de negociaciones y bloqueó de ese modo la formación del nuevo Gobierno. A consecuencia de esto y con el pragmatismo que la caracteriza, Merkel volvió a una antigua estrategia de muy buenos resultados para ella: ofrecer un Gobierno de Grosse Colisión (Gran Coalición) a los socialdemócratas del SPD, aliados de ella tanto en el primer como en el último Gobierno parlamentario.

De esta manera, transfirió la responsabilidad política al SPD y originó un debate interno entre la ética de responsabilidad y la supervivencia como partido. Dentro del SPD conviven dos posiciones muy claras y una tercera asomando en el firmamento, que es la de un cambio total dentro del bicentenario partido, encabezada por Olaf Scholz, alcalde de Hamburgo.

La posición continuista con independencia la encabeza el último candidato del SPD, Martin Schütz, que presiona al partido para volver a ser postulado, pero restructurando la posición política hacia propuestas más radicales e intentando erosionar los votos de Die Linke (la izquierda) para presentarse como “el mal menor” contra Merkel. La otra figura que juega su partido es el actual presidente federal de Alemania, Fritz-Walter Steinmeier, que llegó a ese cargo simbólico gracias a Merkel y a la conformación de la gran coalición. Esta deuda con compromiso hace que el presidente federal empuje a su partido hacia la formación de Gobierno de unidad nacional con la canciller,  materializando así una devolución de gentilezas.

La tercera figura, como dijimos, Olaf Scholz, quien tras bambalinas empuja la realización de nuevas elecciones, con un nuevo referente socialdemócrata (SPD): él mismo. Sustenta esta posición en la lógica de que los Gobiernos de unidad CDU/CSU y SPD fueron buenos para Merkel y tal vez para Alemania, pero no para su partido. En cada elección, después de formar parte de la gran coalición, los SPD (socialdemócratas) terminaron con su base electoral erosionada.

La cuarta posición disonante es coincidente de modo trasversal por una gran mayoría de la dirigencia en general: un Gobierno de coalición nacional le da el rol de opositor al AfD (Alternativa por Alemania), acusados de ultraderechistas y hasta de  neonazis. Fueron terceros en la última elección y cuentan con representación parlamentaria en 14 de los 16 Land (Estados Federales) en que se conforma la República Federal Alemana. Nadie quiere entregarle esa posición de privilegio a un partido construido por fuera del sistema. Sería para Alemania muy frustrante que, después de 72 años de terminada la II Guerra Mundial, vuelva como principal contendiente opositor un partido acusado de tener posiciones xenófobas. Acusación de la cual el AfD intenta desembarazarse. Por esa razón han llevado una reorganización interna de tres líneas:

1.Han expulsado de sus filas a minorías islamfóbicas.

2.Se autodefinen como “patriotas” y no como “nacionalistas” 

3.Fortalecieron en sus discursos el respeto por la Constitución del 49 y el Código Penal vigente.

Aun así, la mayoría de los alemanes, UE y el  mundo occidental no los aceptan ni los ven como una organización confiable. En el congreso de partido que se está llevando a cabo en estos momentos en Hannover, la disputa interna entre extremistas y moderados parece sin solución. Un cisma se avecina en esta nueva formación.

En el resto del espectro político, Die Linke (La Izquierda) también atraviesa una dura discusión interna producto de que la carismática líder Sahra Wagenknecht no logra saldar el debate interno dentro de la agrupación, entre los testimonialitas y los históricos cuadros de la DDR (ex República Democrática Alemana), que demandan una estrategia de izquierda amplia para volver al poder.

Los integrantes de Die Grünen 90 (los verdes) empezaron a tener representación parlamentaria hace 30 años y lograron ser actores importantes con el anterior canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder. Liderados por la figura carismática de Joschka Fischer, que les dio un salto al poder y permitió imponer la agenda ambiental en las políticas públicas. El retiro de Schröder, más la decisión política de Merkel de asumir la agenda “verde”, hizo que el partido nacido como una agrupación antisistema hoy sea una variante más de la agenda de desarrollo con cuidado ambiental.  

Ante tanta confusión, el FDP (liberales) ha quedado en una mejor situación relativa. Este tradicional partido de la posguerra, que representó los intereses de la alta burguesía, pero que luego fue acusado de ser solo el portavoz de las corporaciones, hoy ─gracias a la nueva conducción y al liderazgo de Christian Lindner─ cambió su representación conservadora por la de los nuevos emprendedores modernos y progresistas. Fue el partido que duplicó los votos en la última contienda electoral. Se sentó en la mesa de negociación para formar Gobierno con tres premisas básicas:

Negativa al ministro de Finanzas de la UE,

Cambio en la política migratoria,

No clausurar la industria carbonífera como fuente de energía.

Por estos requerimientos, la Coalición “Jamaica”, CDU, DG90 y FDP, murió antes de nacer. Ante estas dificultades, todas las alternativas para darle Gobierno a Alemania están en la mesa de negociación. Las posibilidades van desde un Gobierno de unidad hasta el llamado a nuevas elecciones.

Nadie duda de la dimensión política global de la canciller Merkel y menos de su pragmatismo político para encarrilar dificultades tanto en Alemania como en el resto del continente europeo. Pero la política no solo se nutre de éxitos; también están los factores humanos que proyectan confianza en los pueblos para encarar nuevos desafíos. En estos últimos radican los imponderables de Merkel: gran capacidad para gobernar la Alemania heredera de la guerra fría, pero sin agenda para responder a nuevos desafíos, como son las migraciones y la crisis económica continental. En este ítem le salió su enemigo ideológico y conceptual: Portugal.

El país lusitano salió de una crisis acumulada de más de una década, con políticas heterodoxas no recomendadas por el BCE (Banco Central Europeo) ni por la doctrina Merkel. Portugal es el mojón más importante del fin de las políticas de ajuste que vivió Europa en la última década.

Sería lógico pensar que los procesos políticos tienen tramos históricos, en los cuales los líderes de una época no lo pueden seguir siendo en la etapa siguiente. Nuevas elecciones en Alemania sería lo más óptimo; cambio de líderes sería lo más correcto, porque los nuevos escenarios y los conflictos deben ser resueltos por nuevas doctrinas y liderazgos renovados.

Konrad Adenauer, padre de la moderna Alemania, decía que para enfrentar los nuevos desafíos no había que improvisar, ni con viejas recetas ni con liderazgos furtivos.


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