¿Camino a la cuarta?

Por: Carlos Leyba

La pregunta contiene dos posibles respuestas. La primera, que efectivamente estamos (o no) en camino. Es decir, que hay una marcha en la que el primer obstáculo divisable, que son las elecciones de medio término, será superado. Que el proceso del presente continuará. Eso es que vamos en camino. 

La segunda, el “hacia”, el destino, el rumbo, sería hacia “la cuarta”. Un poco enigmático. 

Pero si refrescamos la memoria, vemos que esta joven democracia, en lo que a la economía se refiere, nació del olímpico fracaso de la gestión de José Martínez de Hoz, cuyo signo de “prestigio”, entre los sectores medios para arriba, fue el “deme dos” en Miami. 

El descomunal atraso cambiario endeudaba al país y empobrecía a la sociedad. ¿El método?: la desindustrialización y su sustitución por la algarabía importadora. Y, como consecuencia, el desempleo y la pobreza. Esa fue “la primera”. 

La “segunda” fue el perfeccionamiento del “método” con el mismo proceso del atraso cambiario más la entrega por monedas del patrimonio público a los que terminaron siendo un grupo de bucaneros. 

A ese proceso se lo llamó privatización, mientras continuaba la sustitución de producción nacional por la importada, aumentaban el desempleo y la pobreza. 

Allí el gran protagonista fue Domingo Cavallo. Él lo asume. Pero casi todos los que lo acompañaron niegan su pertenencia al proceso (muchos en la gestión PRO) y cuando firman notas, en medios prestigiosos, religiosamente ocultan haber sido parte fundamental de ese proceso de cruel empobrecimiento y endeudamiento. 

La “tercera” es el atraso de Axel Kicillof. No fue el único ni el principal, sino el más sorprendente responsable de la saga. Allí ocurrió la continuidad del proceso de desindustrialización estructural, la fuga de capitales por 100 mil millones de dólares, el desparramo de dólares de turistas viajando, consumiendo y comprando en el exterior, más el peor endeudamiento que es el condicionado swap procedente de China. 

Esto implicó hasta la cesión de una porción del territorio, de la soberanía nacional, por 50 años. Tenemos allí un territorio “sagrado”, consentido por el Estado Nacional, no de los mapuches, sino derivado del Acuerdo Estratégico Chino. El Acuerdo es mucho más que endeudamiento, son trenes chinos que obturan el desarrollo de la industria nacional o centrales nucleares que nos condenan al atraso tecnológico, etc. 

Como imagina el lector, “la cuarta” es hacia dónde vamos. Lo decimos en función de los pocos datos que tenemos acerca del “programa”. 

Distingamos “el proceso”, que es lo que está ocurriendo, del “programa”, que es lo que dicen los funcionarios que va a ocurrir en algún momento. No lo han revelado. Pero hay indicios.

 ¿Retraso cambiario? Sí. 

¿Endeudamiento externo? Sí. 

¿Sustitución de industria por importaciones? Más o menos sí. ¿Vocación de apertura hacia la baja de aranceles con retraso cambiario? Sí. 

¿Política industrial a la manera del desarrollo? No. 

¿Espíritu“privatizador” y “desregulador”? Sí. 

Con estos elementos, estamos en condiciones de imaginar que “vamos camino a la cuarta” vez en que el “deme dos” será la cultura dominante de la clase media y que el deterioro del empleo, la desigualdad y la pobreza difícilmente mejoren. 

Bastaría repetir lo que dijo el presidente: “20 años para salir de la pobreza”, complementado con lo que dijo el ministro de hacienda: “20 años de crecimiento al 3 por ciento”, que, según el ministro de Finanzas, serán “décadas” en las que el país “será la estrella de la región”. 

Optimismo oficial en que el camino continúa y —honestamente— un radical pesimismo oficial en los resultados si es que se instala “el programa” que los indicios sugieren. Los resultados, según Nicolás Dujovne, suponen duplicar el PBI por habitante en 40 años y continuar conviviendo con la pobreza, si bien en retroceso, 20 años más. 

Pero si “el camino” depende de estas elecciones, el pronóstico para el Gobierno es bueno. Arrimará al 40 por ciento del electorado. Y será la primera minoría, no “la mayoría”. Eso permite gobernar, lo que es bueno, pero no genera certidumbres, lo que es malo. Las mayorías siempre son necesarias. O se obtienen, y este no es el caso, o se negocian, y por ahora, este no parece ser el caso. Lo que no se puede obtener, se debe negociar. Eso es la política. Y lo que no se entiende es por qué este Gobierno PRO persiste en el error de ser “gobernado” por un gurú comercial que los ha convencido de que gracias a él ganan y no se alcanzan a dar cuenta de que han ganado y ganan gracias a CFK y su capacidad para destruir. Volveremos sobre esto. 

Veamos. La cuestión de Santiago Maldonado, cada vez que la trata de aclarar, el Gobierno la oscurece un poquito más. 

Pero igual, la opinión pública tiende a onda favorable camino a la elección. 

Las encuestas, que señalan el pésimo manejo de la desaparición de Maldonado, informan que este desastre no le ha quitado uno solo de los votos favorables al Gobierno. 

Los ingeniosos argumentos estadísticos destinados a sostener que la economía ya se está “reactivando” también alimentan el entusiasmo de los votantes de Cambiemos. 

El escenario electoralmente favorable al oficialismo obligó a Cristina Kirchner a cambiar de estrategia. 

Primero, fue el  paso de la teatralización “evangelista”, acompañando a los sufrientes. Fue inaugural. Pero lo verdaderamente “revolucionario” en el plano de la comunicación fue el ofrecer una entrevista no condicionada a un periodista profesional. CFK reconoció la necesidad (o la conveniencia) de la intermediación, lo que equivale a confirmar la existencia de una barrera gigantesca entre ella y dos tercios de la sociedad. Necesitó de la mediación periodística para romperla. Una revolución en el estilo K.

Analizar preguntas y respuestas de esa entrevista exige un cierto reposo. 

Pero lo que ha resultado claro, a primera mirada, es que Cristina logró condicionar la entrevista “no condicionada”. 

Comprensible. CFK sigue siendo una notable polemista del vacío. La “revolución comunicacional” de quien jamás siendo presidenta admitió una pregunta comprometida arriesgaba el ser “desnudada” en público, que le fuera arrebatada la coraza de engaño que construyó. No le fue arrebatada y, en consecuencia, para ella fue un triunfo. 

Monseñor Justo Laguna, preguntado sobre CFK, mencionó solo que “Ella habla de corrido”. Habla en continuado.

Pero el don de la palabra no está necesariamente acompañado del don del sentido. CFK es una actriz. Y el don de sentido requiere que quien se expresa debe poseer un compromiso radical con la verdad y con el otro. Este no es el caso. 

Recordemos, por ejemplo, que en Harvard —una entrevista— mencionó que su fortuna provenía de haber sido una “abogada exitosa”. 

Recordemos también que, si lo fue, lo fue unos pocos años en Río Gallegos, 30 mil habitantes y absoluta mayoría de empleados públicos. Podemos imaginar de qué rendimiento económico de los juicios hablamos. Poco amor a la verdad, como lo acredita la evolución de su fortuna como funcionaria. 

¿Y en la política? Aliada política de Domingo Cavallo, sostuvo la “racionalidad” de sus políticas. Acompañó a Carlos Menem en todas las boletas electorales porque se trataba del “mejor presidente de los argentinos”. Habló maravillas de los Esquenazi, a los que su marido —por su habilidad para las “empresas reguladas”— les consiguió un porcentaje de YPF y el control de la empresa sin poner un peso, y esa gestión —como las anteriores de Repsol— terminaron en lo que ya sabemos.

Recuerdos para poner en claro que la habilidad para la entrevista no transforma la mentira en verdad, sino a las palabras en fabulosa hipocresía. 

El periodista no pudo, ninguno podría, poner en caja a quien abusa de la palabra como engaño. La actriz finge ser un personaje que no es. 

El resultado de esta y de todas las entrevistas no modificará el entusiasmo de sus fieles. Nadie la dejará demudada. Pero difícilmente le sume votos. 

La “revolución” mediática de CFK —al igual que el kirchnerismo en todo su periplo— será una revolución imaginaria. Será lo mismo que haya dado las entrevistas o no, porque en ningún momento ni la verdad ni el respeto al otro estarán en sus palabras. 

La máxima de sus expresiones fue la que refirió a José López —el que tiró los millones de dólares al “no convento”— y la pinta de cuerpo entero: “Creo que lo odié como pocas cosas odié en mi vida”. No le preguntaron por qué lo odió. 

¿Usted qué piensa? ¿Lo odió por haber robado o por haberlo puesto en evidencia?

Todo está en el escenario. Los hechos imprevisibles, como la desgraciada situación de Santiago Maldonado o la repentina vocación de dar entrevistas de CFK, no cambian —desde lo político— el escenario. 

Cambiemos se ha fortalecido. Y las respuestas de Sergio Massa, Florencio Randazzo y, sobre todo, de Miguel Ángel Pichetto, ante la apelación de CFK a la unidad a los opositores al programa de Mauricio Macri, han generado condiciones para considerar que los votos de CFK mucho no van a aumentar. 

Y lo poco que sumen no provendrá de una alianza peronista en ciernes, sino de algunos sectores marginales de izquierda como vehículo de condena y potencial desestabilización del Gobierno. 

La consecuencia de estas sumas y restas confirmarán  —si todo sigue así— lo que las PASO anunciaron la noche del cómputo manipulado. Aquella mentira se transformará en verdad: un caso raro, si no único, de posverdad convertida en verdad. Originalidades argentinas.

Conclusión: a esta altura, cuando se lanza la campaña, Cambiemos ganaría en la provincia de Buenos Aires y, dada la probable repetición de los resultados en el resto del país, el partido de Gobierno se alzaría con las elecciones y constituirá una primera minoría de cerca del 40 por ciento del electorado, con presencia importante en todo el territorio nacional y, según algunos, con algunas pinceladas policlasistas. 

Estos hechos muy probables constituirían para los mentores del “programa modernizador y de reformas” del PRO, ahora sí, el nacimiento del Partido político necesario para conducir “el proceso” hasta culminar en la ejecución del “programa”. 

Pero hasta aquí, el proceso, no el programa que solo imaginamos, tiene poco de innovador o modernizador. Y las sugerencias del “programa”, por lo que hemos visto, saben a viejo: cuarta versión.

Aclaremos que el proceso es lo que estamos viendo ahora (no estamos sugiriendo que sea kafkiano, pero...). 

El programa es lo que se anuncia que se anunciará, aunque ya tenemos indicios.

Por ahora, estamos en el proceso. Reitero que para los mentores del “programa”, el proceso es la clave para llegar a ejecutar el programa. El éxito del proceso es la condición para la puesta en marcha del programa. 

Pues bien, los mentores creen que en estas elecciones se parirá “el Partido”  del proceso que dará a luz el programa.  

Veamos el estado del proceso. El embate central del proceso está en la lucha contra la inflación. Los objetivos son enormemente ambiciosos. Pero no se alcanzarán ni los de este año y, probablemente, tampoco los de 2018. 

Y eso a pesar de que, para alcanzar esos objetivos, se lleva a cabo una política implacable basada en absorber la emisión monetaria generada por el financiamiento en dólares del Tesoro.

Se lo hace mediante la emisión de deuda del Banco Central que, para ser colocada, obliga a la entidad monetaria a ofrecer tasas de interés reales descomunales en términos de las expectativas de inflación del BCRA (¿creen o no?). 

Gracias a este método de elegantes metas de inflación, que establecen que el Tesoro se endeude en dólares y no con emisión del Central, este igual emite pesos para comprar los dólares que el Tesoro pide prestado. 

De este circunloquio erudito resulta que, pesos y dólares más o menos, las reservas en dólares del BCRA son idénticamente iguales al stock de Letras del BCRA, con lo que el activo bruto resulta igual al pasivo. Cuidado.

Aunque como muchos de esos dólares son de los depositantes de las entidades bancarias, entre otros conceptos, la situación patrimonial es “un poquito” más complicada.

Pero —un“comentario menor”— esta estrategia “profesional” garantiza un dólar nominalmente estable o para abajo, mientras los precios —sea por lo que sea— suben.

Todo se puede traducir como se desee, pero para los “mentores”, este dólar planchado, a causa de la deuda pública monetizada en dólares, es una señal de estabilidad para los mercados: el dólar no se mueve o baja. 

Un dólar que no es el que Julio Olivera imaginaba como el de equilibrio con pleno empleo. 

Ni tampoco el dólar que imagina que sea razonable el futuro inversor en bienes transables. Usted me entiende. Es el dólar ideal para la oligarquía de los concesionarios. 

El proceso continua y hace falta el Partido que lo sostenga hasta que llegue la hora del programa. Eso dicen los mentores.

Hay dos procesos complementarios en relación al embate central de la lucha contra la inflación. 

El primero es la reducción del déficit fiscal. Aquí los resultados de la elección, estiman los mentores del programa, se convierten en la herramienta central. 

Cambiemos fortalecido, dicen, con el empuje de las victorias (cuya contraparte es la debilidad de las derrotas) imaginan que podrá doblegar las demandas de los gobernadores y convertir esos disciplinamientos en votos parlamentarios para limitar los desbarajustes fiscales provinciales, municipales y propios. No será fácil. 

Cualquiera sea la estructura de los presupuestos de las distintas jurisdicciones, todos sabemos que las demandas de inversión y gasto público están radicalmente insatisfechas. Ese es el primer signo de atraso de nuestra sociedad: la demanda de bienes públicos está radicalmente insatisfecha.

Todo el sector público es ineficiente en el gasto y, además, sus gastos no están ordenados en función de la jerarquía del bienestar público de largo plazo. 

Las fuentes de financiamiento tributarias (con una economía en negro enorme) están limitadas y las fuentes de financiamiento financieras tienden a materializarse en moneda dura. 

Síntesis: puede aplacarse el déficit público a costo de aumentarse el déficit de bienestar.  

Usted sabe, una cosa es el equilibrio de la Nación —cosa de estadistas— y otra el equilibro del Estado —cosa de contadores, sin ánimo de ofender—. 

¿Un Partido para arbitrar este dilema?

Y finalmente, el tercer complemento del proceso: la reactivación de la economía con todos sus condimentos. 

La economía dejó de caer, es verdad, pero todavía no se reactivó. Todos los indicadores nos dicen que los niveles de actividad todavía están por debajo de 2015, cuando empezó la caída en picada. 

No hay tal cosa como éxitos en inflación, ni en las cuentas públicas ni en la economía real. La promesa oficialista de los gerundios no se rinde. Y está bien. 

Pero en estas condiciones, el Partido del proceso (esta etapa de Cambiemos) todavía no mutó en el Partido del programa de “las reformas y la modernización”. 

¿La reforma y la modernización son una extensión, por ejemplo, del programa de Carlos Menem? Lo dicen los indicios. Ya sabemos cómo terminó. 

Por otro lado, la derrota de CFK es una buena noticia para quienes, desde la sensatez y la profesionalidad, predican las políticas de desarrollo y reindustrialización de la Argentina. Liberados del lastre espantoso del kirchnerismo, se abren posibilidades para construir un Partido de la producción capaz de integrar el trabajo y la empresa, el territorio nacional y el conjunto de la sociedad. 

Desgraciadamente, el programa que anuncia Cambiemos (esas reformas y modernizaciones) parecen requerir seis años (dicen los mentores) de revaluación cambiaria y apertura. Y no pasan por el desarrollo y la industrialización como eje central de la política económica. 

Un ejemplo de las consecuencias de los programas y de las políticas de transformación del PRO es que la empresa BGH adhirió al programa de reforma y modernización, por lo cual dejó de producir y ahora va a importar. 

¿Bienvenidos a “la cuarta” etapa del deme dos (Martínez de Hoz, Cavallo, Kicillof y “el equipo”)? 

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. 

¿Cómo se llama al político y economista que prepara por cuarta vez la misma crisis?

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