Caramelo y huevo

Por: Carlos Leyba

"Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado". Es la frase del Dr. Vergerus en el famoso film de Igmar Berman El huevo de la serpiente.

Una frase que aplica aquí y ahora porque no una, sino muchas veces vimos cómo se iba conformando el agente del mal.

Lo que está por venir, el futuro provocado, tanto en el plano de la política económica doméstica como en el plano de la política económica puertas afuera, podemos alcanzar a verlo.

Es cierto que está envuelto en una nube de palabras entusiastas capaces de convocar generosas simpatías a pesar de las incomodidades del presente, que no se pueden ocultar.

Pero las palabras entusiastas no son más que eso. Promesas, en principio, infundadas. Lo que exige la experiencia es el análisis del fundamento de las promesas.

En lo que atañe a las promesas de crecimiento y estabilidad, que serían consecuencia de las políticas decididas en lo interno, el análisis de los hechos hasta aquí acontecidos señala que ninguno de los dos objetivos se logró y, respecto de lo inmediato, terminado el normal proceso de rebote y recuperación, nada augura que se materialice el proceso de inversión, que es la condición necesaria para crecer con estabilidad. Eso no está en curso.

El segundo componente del futuro, que hoy ocupa los diarios con grandilocuencia, es el “reingreso de la Argentina en el mundo”.

A nadie cabe duda que la política internacional kirchnerista no generaba espacios para el desarrollo y, además, tejía incertidumbres innecesarias. Sus consecuencias, vale recordarlo, nos costaron créditos insólitamente caros de Venezuela y un tratado de dependencia tecnológica con la República Popular China. La supuesta “rebeldía popular” terminó entregando un pedazo de soberanía territorial por cincuenta años y nos obligó a construir una represa discutible y dos centrales atómicas preocupantes, más la cancelación de la oportunidad de recuperar nuestra industria ferroviaria, etc. Todo, bajo legislación británica. Un papelón.

Pero ahora, con el PRO,  “el reingreso de la Argentina en el mundo” pasa por el Acuerdo de Libre Comercio MERCOSR Unión Europea.

Para decirlo brevemente, se trata de reducir nuestros aranceles para la importación de manufacturas hasta los niveles que actualmente tiene la UE. Según parece, en 10 años y linealmente. Por su parte, la UE se resiste a un escenario similar para nuestras exportaciones tradicionales. Y otras exportaciones jamás podremos realizar a menos que un aluvión de inversiones, un salto homérico en productividad, nos permita no solo igualar, sino superar las condiciones de, por ejemplo, Alemania. Es decir, la UE procura, a través de estos acuerdos, aumentar un 20 por ciento sus exportaciones industriales porque necesita recuperar su capacidad de empleo urbano y necesita trabar sus importaciones primarias por las mismas razones de empleo rural más condiciones de seguridad.

Dicho esto, podemos identificar claramente cómo se está formando lo que nos paraliza y nos  envenena “silenciosamente”: un reptil.

La política macro, en lo doméstico, nos paraliza, y la filosofía del libre comercio “pedagógico” nos envenena.

Claro, todo depende de qué queramos mirar con atención y en profundidad.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y a pesar de que el reptil ya formado puede verse en ambos escenarios, el que se está construyendo dentro y el que requiere mirar hacia fuera, hay un ejército notable de los que no lo quieren ver.

Cierran los ojos para avanzar. Nadie con los ojos abiertos haría lo que estamos haciendo en política económica nacional e internacional.

Nos referimos a la política macro del presente y a la procura del Acuerdo UE en materia externa.

¿Por qué cierran los ojos? ¿Por qué se niegan a ver lo que todavía pueden evitar? Veamos.

El primer escenario es el de la política económica que se construye sobre la base de un financiamiento de la coyuntura por medio de la deuda externa.

El segundo es el de la política internacional que, en estos días de reunión de la OMC, se construye sobre la base del anuncio de la firma del Acuerdo MERCOSUR UNION EUROPEA como expresión superior de la necesidad de abrir la economía nacional para “insertarla en el mundo”.

Mientras la coyuntura interna se administra sobre la base de la deuda externa, el largo plazo se construye sobre la base de la espera de la llegada de la inversión externa para lo cual se abre la economía para así eliminar, dicen, las distorsiones remanentes de una economía estancada.

En síntesis, mientras la problemática coyuntura se administra, se navega, se atraviesa a base de deuda externa; estos acuerdos internacionales –(al incorporar reglas de los países desarrollados) nos proveerán ─dicen─ de inversiones externas que nos permitirán crecer, exportar y dejar de pedir recursos financieros para alimentar la coyuntura.

Simple el modelo PRO, en la versión del largo plazo, depende de la creación de las condiciones para la llegada del capital externo; y la llegada del capital externo resolverá ─dicen─ la inversión y el crecimiento.

Y esa entrada de capital terminará con la necesidad del financiamiento externo. Colorín colorado.

No hacemos nada relevante. Solo firmamos. Y la solución solución viene de afuera.  

Entonces, en el marco de la reunión de la OMC, el Gobierno argentino aspira a firmar el Acuerdo MERCOSUR Unión Europea, lo que, a su criterio, desatará el proceso inversor extranjero y comeremos perdices. ¿Será así?

¿O no? Por lo pronto, Miguel Acevedo, el presidente de la UIA, fuego amigo, dijo: “Cancillería no nos convocó y parece que Gustavo Lopetegui está muy ocupado para atendernos”. La frase confirma que el Gobierno maneja este acuerdo en el más absoluto de los secretos y sin atender los intereses nacionales, ni de los empresarios ni de los trabajadores. La idea sembrada es que, con excepción de los actuales funcionarios, todos los demás son “prebendarios” y la política exterior adoptada será la manera de poner en caja esos “intereses espurios”, ya que los intereses de los empresarios de la UE o de los importadores locales, definitivamente para el Gobierno, no lo son. Esta, la del Gobierno, firmando lo que oculta, es una lucha de los buenos (el PRO) contra los malos, todos los demás.

¿Por qué el Gobierno goza en estos días de tan buena reputación, de apoyo en los sectores altos y medios? ¿Por qué, a pesar que “un tercio de la población sigue siendo pobre” (La Nación, 11/12/2017), el Gobierno goza de tanto apoyo y de tanta expectativa?

Vale la pena recordar el pasado. Caramelos Media Hora era una marca honesta. Esos caramelos endulzaban la boca de los niños durante un rato. No prometía nada más. Nadie pretendía vender un caramelo, lo que endulzaba la boca, de duración eterna; se sabía que el dulzor sería inexorablemente breve.

Es bueno recordar que aún el sueño de los niños respecto de un caramelo conoce lo inexorable de su brevedad.

Sin embargo, en nuestro país hace largo rato que, cada tanto, se prometen momentos dulces para, al menos, una parte importante de la sociedad sugiriendo que son de ahora y para siempre. En esos momentos, la promesa de los que mandan al resto de la sociedad, que replican los medios de comunicación alineados que, en general, han perdido la vocación de ser los que alimentan el sentido crítico, es que “esta vez sí” los tiempos dulces van a durar.

Que el caramelo no se disolverá y que, además de dulce, será eterno. Pasó muchas veces. Y a pesar de eso, no estamos vacunados.

Los dueños de la marca Media Hora exageraban, pero señalaban que, en poco tiempo, el caramelo solo sería un recuerdo. Con poco daño y pocas consecuencias. No dirá lo mismo un nutricionista. Vale pensar en eso.

Existen los momentos dulces, cómo que no; y en los últimos años han sido varios. Algunos emblemáticos.

Todos los períodos dulces son fácilmente identificables con el desbalance de la cuenta de turismo: lo dulce es que los argentinos viajen más al exterior para vacacionar e ir de compras y mucho más que el movimiento inverso. Esos momentos dulces están asociados al apoyo político que brindan ciertos sectores de la sociedad que no son solamente los de altos ingresos.

En este año 2017 estamos gastando neto 9 mil millones de dólares en turismo hacia el exterior. Eso señala que estamos viviendo tiempos de país consumidor. País que consume más que lo que produce. Que importa más que lo que exporta.

Nuestro saldo de la balanza comercial es fuertemente negativo y nuestra balanza de comercio de bienes industriales es negativa en 35 mil millones de dólares. Tiempos de caramelo que difícilmente duren más de media hora.

¿O hay quién cree que esta vez durará mucho más? Sí. Por ejemplo, tenemos un convencido en el diario La Nación, un especialista en encuestas de consumo, Guillermo Oliveto, que se animó y publicó una nota con el título  Argentina 2025: ¿y si esta vez sale bien?”.

Un horizonte de 8 años y la idea de que vamos bien.

La nota realiza, más allá de algunas inexactitudes, proyecciones decididamente optimistas basadas en lo que él entiende como la existencia de un programa, dice: Si extendemos la proyección de un ciclo expansivo hasta 2025, […]  nuestra economía podría crecer un 32% acumulado. Ese crecimiento, de acuerdo con los planes presentados y en ejecución, vendría acompañado de una revolución de la infraestructura, […] desburocratización del comercio e impulso al desarrollo empresario tanto para el mercado interno como para las exportaciones.”

La respuesta se la dejamos al columnista del mismo diario Joaquín Morales Sola: La economía podría entrar en un ciclo de menor crecimiento si el Gobierno no hace rápidamente algunos cambios en su política. La inflación superará este año en, por lo menos, siete puntos el nivel previsto en el presupuesto. Las economías regionales se están apagando lentamente por obra de un dólar subvaluado. El déficit obliga a un endeudamiento cada vez mayor, que, a su vez, tira hacia abajo el precio del dólar y hace inviables las exportaciones y facilita las importaciones”.

La voz crítica en el vocero menos esperado, Morales Solá, se suma a las preocupaciones de los ortodoxos Miguel Ángel Broda, Juan Carlos de Pablo, Daniel Artana y, obviamente, a la de todos los heterodoxos.

Es que son muchos los preocupados con esta compulsa comercial en la que somos perdedores.

Pero también son muchos los que imaginan que esto puede durar. A punto tal que hay consultores y hombres de gobierno que estiman que en 6 años, con este tipo de cambio, las ganancias de productividad que brindaran las reformas nos harán competitivos. ¿?

Según las encuestas de opinión, los que imaginan que puede durar son muchos y están en franco crecimiento. Hasta diría que muchos creen que un signo de salud es que el dólar baje. ¿Cuántas veces se puede tropezar con al misma piedra?

Con menos tozudez, el ministro Nicolás Dujovne ha dicho que no es cierto que el dólar se ha retrasado frente al crecimiento de los precios.

Para Dujovne, no es un signo de fortaleza del “modelo” que el dólar se atrase. Lo que él afirma es que no se atrasa. Para Broda, dicho en el programa de Morales Solá, la cotización del dólar en la serie histórica no baja de 22 pesos.

Pero el mercado cambiario lo pone debajo de 18 porque hay pedal financiero de jolgorio y endeudamiento público derivado de un déficit fiscal récord.

Pero, como sabemos, hay ministros que niegan la inflación, otros que niegan la pobreza, hay otros que niegan el desempleo; pero hay una pila de ministros que han negado el atraso del tipo de cambio. “Nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Hoy estamos ahí.

Pero volviendo a Oliveto, nadie puede negar que el presente goza de una importante expectativa de futuro. Todas las encuestas lo dicen.

Uno podría decir: “comunicación lograda”. Pero tampoco es la primera vez que ha habido comunicación lograda. Es que hay otra razón.  

Cada vez que el dulce llegó a la boca, muchos argentinos honestamente imaginaron que duraría mucho más de “media hora”, porque “ahora sí” la cosa estaba encaminada.

Finalmente ─decían─ han llegado las decisiones “sensatas” que marcan el buen camino.

Vale la pena repetir cuándo y cómo ocurrieron esas cosas, porque solamente empujando, una y otra vez, puede que las barreras mentales se derrumben. Ciegos, barreras, resistencia a la verdad.

Quiero recordar que en casi todos los casos que hemos experimentado “el ahora sí” a lo largo de los años, ideológicamente hay un patrón muy repetido: “debemos realizar una apertura necesaria porque solo ella logrará disciplinar a los perturbadores”.

Le advierto que estamos en tiempos de futuros disciplinamientos.

Los disiciplinamientos han tenido que ver siempre con “la apertura” externa (financiera y comercial) y con condiciones internas de atraso cambiario. Vale decir “error” de libro de texto.

¿Porque el futuro envenenado se cierne sobre nosotros?

Carlos Pagni, el columnista político de La Nación, dice: “Para muchos funcionarios, [...] un acuerdo en el que Europa no conceda nada sería mejor que el encapsulamiento actual” y afirma que Macri aclara: “Si en 10 años los empresarios no pueden competir, entonces, este país está perdido”.  

Doy fe de que, al menos, uno de los principales negociadores repite esa frase públicamente. Y que el acuerdo se firmará aunque sea desequilibrado para la Argentina.

Repasemos nuestros períodos “dulces” que permitieron la imaginación de un futuro mejor sin ningún programa, sin objetivos, sin instrumentos y sin recursos destinados a lograrlo. Veamos.

Con J. A. Martínez de Hoz, en el primer cielo ─digo “cielo” como estado de gracia─ del deme dos, se repetía que la Argentina vivía un milagro económico y que la prueba de ese milagro era que “ahora sí” podíamos mirar hacia delante; y había señales de que el “mundo” confiaba en nosotros: nos prestaban sin desmayo.

Todos recordaran la “recepción internacional” de la Argentina en esos años coronados por la designación ─en el centro del poder mundial─ de “General Majestuoso” para el impresentable Leopoldo Fortunato Galtieri. Los elogios internacionales no deberían ser creídos con tanta facilidad.

Todos los que superan los 60 años pueden recordar esos años de consumo importado. Y también recordar cómo se fueron vaciando, al mismo tiempo que aumentaba la deuda, los suburbios industriales de familias trabajadoras y vaciándose las plantas industriales, mientras crecían las condiciones sociales de marginalidad. El caramelo no duró. Por definición, no puede durar. Pero algunos sectores actúan como si sí.

Pocos años después, con Domingo Cavallo, mucho más profesional, el deme dos fue más consistente. Para entonces, el que se vació a mayor velocidad fue el patrimonio del Estado.

Cavallo estuvo “obligado” a dar en pago todo lo que se había acumulado durante años y, por cierto, mal administrado, también durante años.

Era la liquidación de las joyas de la abuela.  La razón era para paliar la deuda externa en dólares que había comenzado con el Joe y que ahora alcanzaba ridículos genesíacos.

Todos los que tienen más de 50 años lo vivieron.

Y también vivieron el derrumbe con el cierre y tapeado de los bancos, que fueron los lugares sagrados de aquel festival de deuda y déficit comercial, con su secuela de desempleo y pobreza. Siempre con el mantra de la “apertura” como telón de fondo.

Cuando nos atragantamos con  el segundo caramelo, que duraba porque era de madera, la cara de terror se compadecía con 50 por ciento de personas en la pobreza y 22 por ciento de desempleo.

En esos años fuimos más que premiados por el “mundo”. Carlos Menem fue tal vez el único presidente que habló en una reunión del FMI, nos hicieron miembros del G20, nos recibieron con la idea de que habíamos llegado y habíamos ingresado al Primer Mundo.

La intensidad de la caída fue proporcional a la ilusión montada a partir de la misma frase que repite Oliveto: “Ahora sí”. Viene a cuento el paseo “triunfal” de la funcionaria de la ONU Susana Malcorra, ahora en el centro de la OMC, y ofreciéndole al presidente Macri un escenario muy parecido al de Menem en Washington, ¿recuerda?

En el último tramo, en la década soplada K (creció por el soplo del viento y lo acumulado se lo soplaron) y publicitada como década ganada, también coincidió en el déficit comercial de la industria, la promoción del turismo de consumo al exterior y la fuga de capitales, 100 mil millones de dólares en la década.

El discurso cambia, pero la “economía dura no cambia”, lo estructural permanece a lo largo de los años y hace cada vez más difícil recuperar un ritmo que alguna vez tuvimos. Si hacemos lo mismo y no hacemos lo necesario, ¿por qué habría otro resultado?

Repasemos. Los economistas profesionales tenemos un cierto consenso basado en los números. Veamos.

Entre 1900 y 1944, en 44 años, la Argentina experimentó un crecimiento de 69 por ciento en el PBI por habitante; entre 1944 y 1974, creció lo mismo (69 por ciento), pero solo en 30 años; y en los últimos 43 años, de 1974 a 2017, creció solo 35 por ciento de PBI por habitante.

En este último período, que empieza en el 1974 y termina hoy, el PBI por habitante creció la mitad que lo que logró en los primeros 44 años del siglo y la mitad de lo que creció en los 30 años gloriosos del Estado de Bienestar y la sustitución de importaciones.

Sin dudarlo, si los primeros 44 años del siglo pasado fueron los de la producción agraria como impulsor del progreso y los segundos 30 años fueron los de la producción industrial como impulsor del progreso y la inclusión social, estos últimos 43 años ─en los que se instaló un modelo de apertura sin desarrollo e intentos de crecimiento sin industria─ han sido los de una regresión económica y social única en el planeta.

Una cifra lo demuestra todo: entre 1974 y el día de hoy, el número, la cantidad de argentinos que sobreviven bajo las condiciones de pobreza ha crecido a la tasa acumulativa del 7, 1 por ciento anual: tasas chinas para la reproducción de la pobreza.

El resultado contundente es que la mitad de los menores de 14 años han nacido en la pobreza y, por lo tanto, de aquí a 2025, la mitad de los jóvenes de 22 años habrá nacido en la pobreza. La última encuesta de la UCA, que pone a 13,5 millones de argentinos en ese estadio de exclusión, confirma que, hasta aquí, el PRO no ha tenido resultados más allá de seguir brindando, como Cristina, los bolsones de subsistencia.

La pobreza es una limitante extraordinaria para la formación, información y educación, con los actuales métodos de enseñanza. Lo que podemos llamar la escuela burguesa puede dar resultado para los hijos del hogar de esa condición. Ni remotamente para los hogares castigados de la mayor parte de esos niños nacidos en la pobreza.

La prueba es el declive permanente de los resultados educativos cuando los examinamos comparadamente con otros y con nuestra propia historia. Nuestra calidad educativa declina a la misma velocidad que aumenta la pobreza. Es sorprendente que los “expertos” insistan en la, indudable por otra parte, necesidad de mejorar a los docentes. Pero si bien eso es necesario, ¿es suficiente? Una recorrida por la vida cotidiana de la pobreza pondría en evidencia que lo necesario es insuficiente. ¿Cuáles son las condiciones necesarias para aprender?

Frente a estas realidades, la situación de quiebre social, el probable despiste de un avión que no ha alcanzado a tomar vuelo y el destino diseñado para competir de “igual a igual” con el trabajo europeo, cabe preguntarse, ¿cuál es la Argentina necesaria?

Si la opción es una Argentina de consumidores (como hasta ahora) o una de productores (que hace décadas que no conjugamos).

No cabe duda que para salir de la decadencia en la que estamos, la del país de productores es la única vía. Y eso no está en el horizonte porque no hay un plan mayúsculo para lograrlo. Lo espontáneo, lo fácil, lo remanido, es alentar el proyecto del país deficitario comercialmente que es el país deudor.

El Gobierno argentino se propone firmar el Acuerdo de Libre Comercio Mercosur Unión Europea, que implica que, “en 10 años, el 95 por ciento de los bienes se podrían intercambiar sin barreras arancelarias”. Así lo resume Pagni en su nota.   

De lo poco que ha trascendido, es un acuerdo desequilibrado a favor de la UE. Hasta el extremo de que la procura de acceso a la UE de, por ejemplo, la carne y al biodiesel ─dos de las grandes causas comerciales para firmar─ están en franco retroceso, al punto que el negociador oficial ha llegado a decir: “Estamos dispuestos a desbovinizar” el acuerdo.

La propuesta de reducir los aranceles industriales linealmente en 10 años para ponerlos en el nivel europeo sintetiza una simplificación que ilustra el rumbo.

Ninguno de los funcionarios argentinos comprometidos con este acuerdo ni remotamente imagina que el país decida, en estos 10 años, diseñar instrumentos para acelerar la reducción de la distancia tecnológica, de capital, de financiamiento, que hoy implica la imposibilidad de competir con esas economías que no sea en materia de explotaciones basadas en recursos naturales y sin valor agregado. Durante décadas no hemos invertido para crecer, hemos agigantado la distancia tecnológica y hemos visto reducir la potencia de nuestra fuerza de trabajo. No es de ayer. Son años y el capital envejecido es una manera de evidenciar lo que hemos dejado de invertir, que es exactamente el capital que se ha fugado. Ese capital, a pesar del blanqueo, sigue afuera durmiendo lejos. El blanqueo no resolvió el problema. Lo dejó de lado.

Uno se pregunta si estos funcionarios están en su sano juicio.

¿Cómo podríamos, en 10 años ─haciendo lo mismo, en materia de política industrial, que hicieron Martínez de Hoz, Cavallo, Kirchner─, siquiera mantener el empleo y la producción local?

¿Alguien imagina que el PRO y, agrego, los que fueron menemistas, kirchneristas o cristinistas serían capaces de montar la política industrial y de desarrollo que no hicieron cuando el viento estaba a favor? No.  

Todos los oficialistas coinciden en que el presidente apela al acuerdo de apertura con la UE para disciplinar al empresariado “prebendario” (sic).

En buen romance, “disciplinar” equivale a desplazar con una oferta que, en precios y calidad, es difícilmente emulable localmente.

Como decía Miguel A. Broda, que de proteccionista no tiene un gramo, “es más barato ida y vuelta Paris-NY que Buenos Aires – Punta”, y en esas condiciones lo que queda de la industria no resiste una hora a una mayor apertura.

Con esta macroeconomía de exterminio del aparato productivo (tasa de interés y atraso cambiario) que no logra doblegar la inflación e incrementa el verdadero déficit fiscal (incluye el cuasifiscal), es imposible lograr efecto benéfico alguno de una apertura comercial. Estamos frente a un presente que no resuelve el desempleo estructural ni la pobreza y ante un futuro de apertura que amenaza el trabajo actual y agudiza el conflicto social.

¿Cuál es el antídoto al exterminio?

La respuesta oficial es que con el acuerdo vienen las inversiones, esta es la expresión más prometedora de este Gobierno. Hay quien lo cree.

Las inversiones no llegaron con Barak Obama, que sí estuvo en la Argentina en los primeros días PRO, ni van a llegar tampoco con el Acuerdo MERCOSUR UE, por más que miles de funcionarios y empresarios del mundo bloqueen Puerto Madero con el asombro que produce la Reina del Plata. Palabras de cortesía.

Simple.  Como decía el sabio Kenneth Boulding, el poder se ejerce con el abrazo, el garrote o la zanahoria. Lo que nadie tiene dudas es que las inversiones, aquí o en donde sea, solo llegan donde se ofrecen zanahorias. Y por aquí solo hay sudor y lágrimas.

Lo asombroso es que con zanahoria no haría falta entregar lo que tenemos, vía un acuerdo, para, según ellos, volver a construir lo que vamos a destruir.

Y sin zanahoria, el acuerdo es abrir la puerta a una máquina de comer inocentes que creen que un caramelo puede durar más de media hora.

La gran contradicción de estas políticas, que no son nuevas, es que se entretiene con el “caramelo” del consumo de bienes importados que, además de durar poco, son malos para la salud de la economía y cierran los ojos a la realidad del huevo de la serpiente de la apertura que, sin las herramientas internas para hacerlas de verdad un elemento de progreso colectivo, se convierte en el tsunami que ya vimos.

Nadie sensatamente se opone al comercio. Tampoco a la competencia. Pero nadie sensatamente encara esa tarea sin contar con las herramientas para hacerlo bien parado. Las inversiones son la condición para el comercio. Y el viceversa es sencillamente imposible.

La incitación al país consumidor, que implica el sistemático atraso cambiario, es una contradicción fundamental con cualquier proyecto competitivo.

La ausencia de herramientas de desarrollo implica renunciar a la diversificación productiva.

El acuerdo que se procura en estos días, en estas condiciones, es una consagración de la especialización de nuestra economía en una exclusivamente primaria. Y lo peor de esa opción injustificable es que Europa, en los días que corren, está en camino de proteger cada vez más su producción primaria.

Lo dicen todas las voces de la política europea. Y nuestros negociadores aceptan el desequilibrio, la desbovinización y, como dice Pagni, creen que “un acuerdo en el que Europa no conceda nada sería mejor que el encapsulamiento actual”. 

Ante funcionarios empalagados por el caramelo del consumo importado y  ciegos para no ver el huevo de la serpiente, constatamos una vez más que el camino del infierno está pavimentado de buenas intenciones. Recemos. No parece quedar otra. Porque la oposición hasta ahora sigue merodeando la cultura municipal de la política, buena para juntar votos, pero horrible para conducir una Nación.

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