El futuro: lugar de Encuentro

Por: Carlos Leyba

Las manos en el suelo, un pie firme en el punto de partida, la otra pierna extendida hacia atrás y la mirada lanzada hacia delante. Todo a la vez. Esa es la imagen con la que José Ortega y Gasset nos sugiere pensar el futuro. La figura del atleta en el momento previo a lanzarse a la carrera.

En contacto con el pasado, apoyados en el presente y proyectados al futuro para lanzarnos hacia él con una meta posible. Una meta posible que es “el ideal histórico concreto” que proponía J.Maritain.

La Argentina contemporánea no se ha ejercitado para el futuro. El largo plazo ha estado y está, fuera de la agenda. Cuando no hay consciencia firme del futuro sólo existe circularidad. La consecuencia de no hacer hoy pensando el futuro es el eterno retorno al lugar del que siempre queremos salir y al que parece estuviéramos amarrados. La Patria de las oportunidades y de las promesas incumplidas. ¿Ha sido siempre así?

Hemos y estamos, dominados por el “paso a paso”, las “ingenierías astutas”, herramientas repentinas, sorprendentes y breves que son así por no haber no sido pensadas en dimensión de largo plazo.

Cumpliendo la norma de lo mas probable, esas ocurrencias fracasan y generan un enorme paso atrás, inclusive después de haber celebrado un “milagro” que al poco tiempo se desvaneció.

Esa es la experiencia – en casi todos los planos de la vida social, de la educación a la vivienda, del sistema de transporte a la energía, de la salud a la economía, de la seguridad a la administración de justicia – de los últimos 40 años.

Todo lo hecho intentó resolver el problema en la superficie. Ni siquiera un minuto ocupado en escrutar la causa del problema que, no diagnosticado en profundidad,  inexorablemente se volverá a repetir. El largo plazo estuvo enfermizamente fuera de agenda. Y por ahora lo sigue estando. Sin duda en toda la política, tanto la del oficialismo como la de la oposición.

Agenda significa aquello que hay que hacer. Y hace largo tiempo que la idea de futuro ha desaparecido del inventario de las cosas por hacer. Las consecuencias de esa desaparición son demoledoras.

En su lugar el pasado ha absorbido muchas energías. El trabajo intelectual de los argentinos, la obra publicada, está concentrado en el pasado. En el inventario se destacan los años 70 del siglo pasado. No cabe duda que esos años nos han marcado y que han disparado, desde hace muchos años, la sucesión de presentes que hemos vivido. Una tarea necesaria. Cierto.

Lo grave es que no hay obras que ahonden sobre el futuro. Nada sobre el futuro deseado, la prospectiva o sobre la previsión del futuro; ni tampoco sobre las vías de cabalgarlo, sea para conducir las tendencias, sea para acomodarlas a lo que deseamos. No hay un futuro pensado por los intelectuales, menos por el Estado o por la clase política. Nada sobre el futuro demográfico, el diseño territorial, la preparación de la estructura productiva. La Argentina del futuro no está pensada.

Tengamos claros que la única manera inteligente de comprender el presente es hacerlo desde la mirada retrospectiva del futuro deseado.

¿Cuál es la razón para la preferencia por el pasado en lugar del futuro como ámbito de reflexión?

De lo que no hay duda es que no hay manera de generar el Encuentro que postula Francisco, o el consenso en términos políticos, a partir del pasado. La única vía de entendimiento, de comprensión, de Encuentro posible es a partir de la agenda del futuro. Su inexistencia imposibilita el Encuentro.

La mejor manera de comprender nuestro desencuentro es la ausencia de pensamiento sobre el futuro. Es que, como decía Ortega, la Nación es un proyecto de vida en común. Y no tener ese proyecto es justamente esta ausencia de Nación que nos agota. Así de claro.

La molicie intelectual que nos invade también atenta contra la comprensión del presente. Somos un país de traductores y eso nos hace tardíos. Llegamos tarde a la comprensión de las corrientes de pensamiento dominantes en el planeta y sólo las decodificamos, en términos de nuestros intereses, cuando ya están en curso de desaparición.

Pero también nos inhabilita a la comprensión del presente la obsesión, en cada momento, por un objetivo y un instrumento. F. Sturzenegger repite la obsesión obliterante cuando pone a la baja de la inflación como objetivo único y la tasa de interés como herramienta excluyente. Repite, en la estrategia obsesiva, a JA Martínez de Hoz (reservas pero prestadas) a D. Cavallo (estabilidad financiada por deuda) o a los Kirchner (consumo a costa de agotamiento de stock).

A cada uno de esos “objetivos” – en definitiva mezquinos - fueron sometidas el resto de las variables ignorando que la economía es un sistema y no hay en ella soluciones lineales. Molicie intelectual o simplemente ignorancia.

Resultas de ello estamos en un proceso de decadencia de larga data. La decadencias es un concepto que requiere de una etapa previa, suficientemente larga, en la que se haya vivido el progreso multidimensional. No hay decadencia sin progreso previo.

Hay consenso en que 1975 marca el quiebre de una etapa de progreso de 30 años. En los últimos 40 hubo esporádicos y breves períodos de crecimiento del PBI por habitante y los hubo “desmesurados” pero todos “efímeros”.

Vivimos una etapa de progreso de 30 años que se inició en 1944. Industria consolidada, no registraba deuda externa gravitante y la pobreza castigaba al 4 por ciento de la población y el pleno empleo era una vía abierta de salida. Ese período de progreso se quebró en 1975.

Desde 1975 la Argentina inició un proceso de decadencia del que aún no hemos salido. Si trazamos una línea del PBI por habitante desde 1944 hasta 1975 vamos a constatar que, por ejemplo, durante esos 30 años la economía progresó al mismo ritmo que la de los Estados Unidos. La frontera tecnológica todavía no era un abismo. Era una sociedad que progresaba.

El derrumbe provocado en 1975 está presente en nuestros días. La violencia y el genocidio son, por cierto, los signos fundamentales de la decadencia de los valores, el respeto a la vida, la violación organizada de los derechos humanos.

Pero además de todo eso hay un dato estremecedor para clausurar cualquier disenso por  discrepancia política o ideológica. Hoy y como consecuencia de un proceso acumulativo, la mitad de los niños menores de 14 años son pobres.

La pobreza acumulativa que se apila después de tres generaciones es, esencialmente, la mutilación del futuro. Para los millones que la padecen y para el conjunto de la sociedad que la ha tolerado. Es una encerrona. La mitad de los jóvenes del SXXI argentino han nacido en la pobreza, son hijos y tal vez nietos de la pobreza.  Ese es el indicador indiscutible de que hace 40 años estamos en un proceso de decadencia del tejido social. La pobreza no es un accidente.

¿Cómo calificaríamos a una sociedad que ha visto, día tras día, el incremento de la pobreza de sus habitantes?

En 40 años pasamos de 800 mil pobres a 13 millones. Y también en 20 años acumulamos una fuga del excedente producido por los argentinos que alcanza – según estimaciones de distintas fuentes – a casi 400 mil millones de dólares. Más de 200 mil millones según los organismos oficiales.  Los dos fenómenos van paralelos.

El incremento de los capitales fugados es paralelo al incremento del número de excluidos. Y hay dos razones que los asocian. El capital fuga, entre otras razones, porque el incremento de la pobreza es un alerta de la ausencia de futuro. Y la fuga es la mutilación del futuro colectivo porque hace que no todo el excedente social se aplique al proceso productivo: una filtración destructiva. Genera la pobreza. Un círculo vicioso que no se arregla con deuda externa ni con términos del intercambio favorables.

La pobreza no es un fenómeno PRO. El núcleo duro de la pobreza, con la desindustrialización, el desempleo y el endeudamiento, lo generó la dictadura pero lo multiplicó el menemismo y lo alimentó el estancamiento de la industria y del empleo formal que se consolidó en la “década ganada”. La negación estadística de la pobreza, disparada por Guillermo Moreno y llevada al paroxismo por Axel Kicillof, es la peor enfermedad del kirchnerismo que, al menos, el PRO ha revertido.

Hoy la radiografía es correcta pero el mal sigue siendo grave. Pero la mentira y la hipocresía que impiden curarlo han finalizado. Eso es bueno.

Lo malo, para la pobreza ahora identificada, es la errada concepción – si es que la hubiera – de la política económica. Un marasmo de contradicciones, repeticiones e improvisaciones, que sorprenden después de tantas experiencias fracasadas.

No lo están haciendo bien y las cosas están mal. Y no lo perciben. Los que gobiernan están autobloqueados para el presente. No es nuevo. Pero es un mal presagio.

No solamente la información la han retornado a su función de veracidad, también es cierto que este gobierno ha abierto instancias que apuntan al futuro y al Encuentro.

Sobre el futuro el Presidente integró un Consejo ad honorem de personas calificadas,  aunque algunas han sido  responsables de las mas nefastas experiencias de estos 40 años. No es un  buen augurio. Pero disponerse a escuchar acerca del futuro es un paso adelante y nuevo. El kirchnerismo se negó, durante una década, a escuchar hasta los propios ruidos que provocaban sus pasos equivocados que anunciaban el derrumbe de la estantería.

Sobre el Encuentro está, al menos, la “Mesa de diálogo para los sectores del trabajo y el empresariado”. La CGT será portadora de una agenda sobre el futuro. La misma agenda que hace años el poder se niega a abrir. Es la agenda del trabajo y la producción.  Tal vez la abran. También es un  paso.

La separación entre “intelectuales” por un lado y “fuerzas productivas” por el otro, el Consejo por un lado y la Mesa por el otro, pone en evidencia el gobierno de un pensamiento fracturado. La realidad es una sola y como tal debe ser pensada.  

No son “Carta Abierta”, pero repiten lo conceptual y profundamente reaccionario de sus errores: los “intelectuales” por un lado y las realidades materiales por el otro. Se ahogaron en una revolución de bañadera.

Por ahora el futuro y el Encuentro deberán esperar en una sala acondicionada para ellos.  

Esas dos instituciones creadas ad hoc, el Consejo y la Mesa, no obstante nos hablan de una sensibilidad mínima del gobierno que vale la pena rescatar.

No es menos cierto que esa sensibilidad nada aporta para alimentar la espera en un presente muy poco propicio.

El gobierno devoró su primer año. No ha sabido conducir la economía para resolver los gigantescos problemas heredados. Y en parte esa es la consecuencia de no haber sido capaces de pensar un rumbo, un futuro y de no haber practicado de verdad la cultura del Encuentro para consensuarlo. Repitió lo que hace cuarenta años se repite. Y es difícil que no resulte el mismo resultado.

Ahora abre estas dos instancias. Escasas de ambiciones. Carentes de recursos. Un año más tarde de lo necesario y cuando el presente empeoró. Pero es algo. Porque el único lugar posible del Encuentro es el futuro. El pasado divide de una manera irreparable.

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