El modelo hegemónico, o las mujeres

Por: Lorena Ribot

Escenario n° 1: Personas con batas blancas, cofias, barbijos… Señora acostada, sus piernas están separadas, muestra sus genitales, hay una luz bien clara que permite la observación, la tocan, le duele, está sola, o está acompañada por un señor asustado que casi no habla, o lo hace en voz baja, como para no molestar. Tiene puesto un suero que le recuerda que es una paciente, que puede ocurrir que alguna cosa falle y que deba ser intervenida por un equipo de salud que domina la escena. Espera indicaciones para pujar, para hacer lo que supuestamente no puede hacer sola, porque no sabe, no sabe parir.

Escenario n° 2: Señora en movimiento, que acomoda su cuerpo ante cada contracción que le está avisando que su bebé está por nacer. Las luces están bajas, está acompañada por personas que ella ha elegido para compartir su intimidad, grita, aúlla, se cuelga de alguien, respira… Está confiada en su saber y recibe del entorno el silencio necesario para conectarse con ella misma y el respeto por sus necesidades vitales. Está por parir a su hijo.

No estamos hablando de lugares concretos, pero casi todas y todos los que están leyendo esta nota, recrearán en sus imaginarios, los detalles edilicios de estas escenas y recordarán, relatos o vivencias propias.

Así son de antagónicas, una manera de parir y la otra, en esto radican las enormes diferencias entre quienes ostentan la hegemonía de la atención del parto y entre las que pensamos que el parto es nuestro, de las mujeres. Son dos miradas diferentes que aun no podemos reconciliar a pesar de que hace ya 12 años existe en la Argentina, una ley que declama las obligaciones de los prestadores de salud para con una mujer en que está de parto. (Ley Nacional 25929)

Resulta casi un ejercicio cotidiano, analizar y pensar los discursos hegemónicos a los que estamos expuestas las mujeres, cuando se habla de nuestra sexualidad, sea cual sea el marco en el que se profundice esta temática. 

El parto ES expresión de nuestra sexualidad, responde orgánicamente de la misma manera que lo hace una relación sexual que busca la satisfacción y el placer, las hormonas, las funciones cerebrales, la circulación, la activación muscular, el humor, las emociones, todo se comporta en exacta sincronía. 

No es chamullo, ES. A esto la ciencia lo describe a través de la Fisiología (que describe el comportamiento de los seres vivos). Nosotras, las mujeres, no necesitamos nombrarlo: lo sentimos en el cuerpo y en el alma.

Pero en lo cotidiano, pareciera que siempre hay algo que se súper impone a nosotras mismas y que decide mostrarnos los caminos correctos, basándose en consideraciones datadas en estudios y observaciones, números estadísticas y cifras que nos enmarcan en conjuntos y porcentajes. ¡Cómo gustan los porcentajes, mi dios! (o el que sea que ande por ahí haciéndose una fiesta viéndonos actuar como humanidad)

Parir es un acto involuntario, que se rige por leyes del sistema corporal que llamamos fisiológico,  que produce emociones tan hondas que sólo aquellas personas que atraviesan un parto pueden percibir.

Resulta ser que desde hace algunos años se está cuestionando la manera autoritaria y poco respetuosa de atención a este proceso natural, llevada adelante por algunos equipos de salud y algunas instituciones que han entendido que este proceso vale la pena sacarlo de su hábitat natural (la madre, la mujer que pare) y llevarlo a la residencia del laboratorio que pesa, mide, compara, elabora teorías y conclusiones.

El parto es una de esas facetas de la sexualidad femenina, que es bombardeado con recomendaciones, estadísticas y porcentajes, que lo disfrazan y lo convierten en un “tema de salud”, alejándolo de su esencia vital y sexual. 

Si bien podríamos poner a cada parte de nuestras vidas íntimas y personales bajo una lupa o un microscopio y desde allí, emitir documentos acerca del comportamiento humano en cada uno de sus momentos, no se nos ocurre hacerlo con la mayoría de nuestras acciones íntimas y personales. Pero con los partos, ah! ¡Sí! ahí, nos metemos todos y publicamos estadísticas, de chicos vivos o chicos  muertos, de madres con hemorragias, complicaciones, de si es seguro parir en la casa, de si las ambulancias se quedan paradas en las puertas cuidando como soldados el momento vital, de si estamos en el primer mundo, o en el segundo, tercero o último, de procedimientos e intervenciones que de usarse salvan la vida o la destrozan… hay de todo. Nos encantan los datos y los porcentajes. Y claro, toda discusión al momento de sentar posiciones y de confrontar con el que piensa diferente, se remite a lo que está publicado en algún lugar del mundo…. 

En la mayoría de los casos, lejos de estas consideraciones quedan las necesidades físicas y espirituales de las mujeres en tanto legítimas protagonistas.

 A las mujeres no nos gusta el modelo de atención del parto vigente.

No nos gusta la despersonalización que nos ofrece el sistema de salud, no nos gusta que nos nombren con sobrenombres, “gorda” o “mami” sin nombrarnos, no nos gusta esperar y portarnos bien como muchas veces se nos requiere. 

Nos gusta que se nos trate con respeto, con individualidad, que se tenga en cuenta que el parto nos está atravesando y que en ese momento de extrema vulnerabilidad necesitamos intimidad, silencio, luces bajas, calor, abrazos conocidos, compañía, amor. 

No nos gusta mostrar las vaginas, anos y fluidos ante las luces y miradas extrañas. No nos gusta que se nos trate como a objetos a mirar, medir, analizar, no nos gusta que se nos den órdenes mientras nuestros cuerpos sienten dolor o miedo. 

Si lo hacemos es porque nos han convencido de que si no, nos vamos a morir o se van a morir nuestros hijos. 

Este sistema al que cuestionamos, nos ofrece eso, exactamente: control y normas y la justificación es que si no nos dejamos hacer, pueden pasar cosas terribles. 

Contra este discurso muy arraigado en la sociedad, quedamos desnudas e indefensas, incapaces de resistir, ya que la estrategia del miedo es muy eficaz.

Las mujeres históricamente hemos  buscado intimidad a la hora de parir, contención, apoyo en un ser que amado, abrazo, sostén. He visto con mis propios ojos a alguna médica bajar la luz de la sala de partos, pedir silencio a los demás prestadores y preguntarle a una parturienta “¿qué necesitás?” Pero también he visto a otros que le preguntan a un marido atónito si le gusta cómo le ha dejado la vagina a la mujer luego de realizarle una sutura, luego de practicarle una episiotomía.

Claramente no podemos poner a todos dentro el mismo conjunto, pero lamentablemente, las condiciones de atención y de respeto por las necesidades de las mujeres es mayoritariamente deficitaria, injusta, y violenta.

El modelo de atención del parto a manos de profesionales que priorizan las necesidades propias, se impuso por la fuerza del miedo y la coerción emocional. Y esta, a la vez, impuesta por los intereses económicos de quienes lucran con nuestros cuerpos: farmacéuticas, laboratorios, empresas, tecnologías, capitalismo. Una sociedad tremendamente poderosa, que gobierna tras bambalinas.

El modelo creció, se retroalimentó y se apropió del discurso.

Y las mujeres hemos sido adoctrinadas por este modelo, en esta y en muchas otras facetas de nuestra sexualidad. 

El surgimiento de nuevas mentes y corazones que han desafiado el orden pre establecido, era una crónica anunciada, debía llegar, la contracultura emanada del sistema opresivo, es equiparable a una reacción de defensa social, a un sistema de anticuerpos puesto en marcha. 

Estas nuevas ideas, no son nuevas, sino que tienden a rescatar el saber ancestral de la mujer y devolverle el protagonismo perdido por la irrupción del modelo capitalista/machista.

Las mujeres estamos dispuestas cada día más a defender nuestros territorios, #NiunaMenos es un ejemplo de organización espontánea en respuesta a la violencia física, psicológica, a los asesinatos, feminicidios, a la violencia brutal ejercida por el patriarcado sobre los cuerpos y almas de las mujeres. 

La Violencia Obstétrica es una forma de violencia hacia las mujeres, es una violencia silenciosa, de la que muchas no tienen conciencia, ya que el modelo abona amenazando con la peligrosidad del parir. Y además de ejercerse sobre las mujeres, se ejerce sobre los niños y niñas recién nacidos y sobre las familias. Es una violencia que abarca mucho más que al género femenino.

El sistema de atención hegemónico del parto nos debe cambios y nos debe ponerse a la altura de las circunstancias. 

Nos debe el habernos quitado el parto del ejercicio materno, nos debe el ponerse al servicio, nos debe el propugnar las medidas necesarias para que las condiciones de los nacimientos sean las que deben ser. 

Las que deben ser, no las posibles, que quede bien claro. 

Mientras esto no ocurra, seguirán las discrepancias, las confrontaciones. Y no es justo que mientras eso no ocurra, debamos aceptar sumisamente lo que hay, es evidente que no lo hacemos y que cada vez somos más las que tomamos las riendas de nuestro cabalgar, eligiendo, manifestándonos, y actuando positivamente cada vez que la resistencia al cambio se manifieste en la soberbia de los poderes establecidos.+


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