Futuro del Trabajo, Argentina a contramano

Por: Julián Hofele

Más de 130 años después de aquel 1° de Mayo de 1886, cuando cientos de miles de trabajadores marcharon para reclamar por la fijación legal de una jornada de 8hs,  las trabajadoras y trabajadores del mundo tenemos por delante un nuevo y complejo desafío: discutir el futuro del empleo. Estamos viviendo la denominada Cuarta Revolución Industrial, motorizada por las TICs (Tecnologías de la Comunicación y la Información). Esta etapa trae nuevas posibilidades en pos de mejorar la vida de las personas, pero a su vez, debería poner en alerta a todos los gobiernos por las consecuencias que acarrean la pérdida de puestos de trabajo.

Si bien la robotización y la informatización de la producción traen aparejada la creación de puestos de trabajo en la industria (desde el desarrollo de aplicaciones y la inteligencia artificial hasta la impresión en 3D) son muchísimos más los que podrían perderse que los generados. De acuerdo a distintos estudios entre uno y dos tercios (42% según OIT) de los puestos de trabajo de todo el mundo están en riesgo a partir de diferentes factores como el avance de la tecnología, el envejecimiento poblacional, la desigualdad creciente, la globalización, la precarización, la  tercerización y el cambio climático, entre otros factores.

En ese sentido, hacia el año 2020, según el Foro Económico Mundial[1]los hombres podrían perder hasta 4 millones de trabajos, creándose alrededor de 1,4 millones (una relación cercana a 1 cada 3) mientras que las mujeres perderían 3 millones, creándose apenas 550.000 (una relación aproximada de 1 cada 5) lo que agudizaría aun más las desigualdades de género en materia laboral, situación que merece especial atención y debate.

Asimismo, para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), organismo tripartito integrado por organizaciones de trabajadores, empleadores y gobiernos de todos los continentes, para el año 2030 la economía mundial deberá crear al menos 600 millones nuevos de puestos de trabajo sólo para ocupar a los 40 millones que año tras año se incorporan al mercado laboral. A su vez, la masa laboral activa deberá contener un creciente nivel de envejecimiento poblacional, ya que los mayores de 65 años pasarán a representar del 8% actual a un 14% de la población mundial[2]. Esto último, que implica una necesidad de mayor erogación de recursos fiscales, podría facilitar también generación de nuevas fuentes de trabajo vinculadas a tareas de cuidado remunerado de adultos mayores.

Este panorama abre múltiples discusiones sobre cómo incorporar las nuevas tecnologías sin destruir ni precarizar fuentes de trabajo. Sistemas de servicios como UBER, con despliegue en distintos puntos del mundo nos obligan a repensar cómo concebimos el empleo, qué entendemos por empresa o empleador y cómo regulamos esa relación de trabajo para que el avance no implique desprotección de las trabajadoras y los trabajadores. Mientras quienes siempre pregonaron la flexibilización laboral se suben al carro de los nuevos empleos para reinstalar en la mesa la desregulación, los que defendemos el trabajo formal, regulado, estable y seguro, como centro ordenador de las relaciones sociales debemos apelar a repensar categorías, pero sin ceder derechos.

La implementación de impuestos que encarezcan la automatización de las tareas en protección de los puestos de trabajo es una de las alternativas que se manejan para cuidar el empleo. Sin embargo el avance de la robotización y la informatización no parece tener freno e impone soluciones más integrales y eficaces como la reducción de la jornada de trabajo. Pensar en una jornada de 6 horas permite no solamente aumentar el tiempo para esparcimiento y consumo (con los efectos sociales y económicos positivos consiguientes) sino también aumentar la productividad y reducir el desempleo mediante la redistribución de los turnos de trabajo. Esto permitiría amortiguar los efectos de la revolución tecnológica sin reducir derechos, más bien, ampliando los derechos de las trabajadoras y los trabajadores.

Así como lo hicieron los mártires de Chicago a fines del Siglo XIX, la actualidad exige de dirigentes sindicales, empresariado y gobiernos a la altura del desafío histórico que vive el mundo del trabajo.

En la Argentina el gobierno está decidido a avanzar en otro sentido. A instancias del ministro de trabajo, Macri decidió anunciar una serie de subsidios con el lema “del asistencialismo al empleo”. Si hubieran encerrado en una oficina a todos los asesores de comunicación del país durante una semana a elegir el slogan más cínico posible, seguramente no hubieran logrado uno tan rotundo como el que deslizaron desde la cartera de Triaca.

Luego de uno de los ciclos políticos más exitosos de la historia Argentina en materia creación de empleo genuino como fue el kirchnerismo, la política de empleo de CAMBIEMOS representó exactamente lo contrario a lo proclamado. De acuerdo al informe publicado por el CETyD[3]la desocupación alcanzó el 9,3% para el segundo trimestre de 2016 como consecuencia, principalmente, de la pérdida de trabajos en el sector industrial y de la construcción. Descendiendo luego en el tercer trimestre como consecuencia del aumento del empleo informal a través de trabajadores monotributistas, y nuevamente en el cuarto trimestre por el denominado efecto “desaliento” referido al cese de la búsqueda de empleo de aquellos que no logran obtenerlo, alcanzando finalmente la cifra de 7,6%.

En ese sentido mientras hacía fines de 2015, con un mercado laboral cercano al pleno empleo, aunque avizorando los limites para enfrentar la informalidad laboral, la discusión parecía estar centrada entre los que podríamos denominar “formalistas” y los teóricos impulsores del concepto de economía popular sobre como Estado y Capital podrían aportar herramientas para reconocer y regular dichas tareas, sin dejar de garantizar derechos. Hoy todo ello parece quedar en un segundo plano frente a una política económica y laboral del gobierno que tiende inevitablemente a generar desocupación creciente o, en el mejor de los casos, puestos de trabajo precarizados.

Mientras los sectores preocupados por el futuro del trabajo piensan cómo hacer para mejorar la calidad del empleo y reducir la desocupación, la Argentina de Macri camina a contramano: dependerá exclusivamente de nosotras y nosotros, sin esquivar los necesarios debates acerca de la creación genuina de puestos de trabajo formales y los pisos de protección de los trabajadores cuya situación dista de ser la ideal, torcer el rumbo de un gobierno que conduce el estado para garantizar el enriquecimiento y los negocios de muy pocos, en desmedro de la producción, el empleo y la justicia social.

*El autor es abogado laboralista y docente de Derecho del Trabajo en la UBA.

Notas

[1]http://www3.weforum.org/docs/WEF_FOJ_Executive_Summary_GenderGap.pdf

[2]http://www.ilo.org/ilc/ILCSessions/104/reports/reports-to-the-conference/WCMS_370408/lang--es/index.htm

[3] www.cetyd.unsam.edu.ar/Boletin/CETyD-boletin-4.pdf

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