¿Hegemonía cultural macrista? ¿De qué hablas, Willis?

Por: Mariano Fraschini

Los resultados electorales obtenidos por la alianza gobernante en las PASO y los que auguran los sondeos para las de octubre (que son los que valen) dio lugar a que, en el interior de la opinión pública y en el mundo intelectual, se comience a hablar de la existencia  de una “hegemonía cultural”. Es decir, el Gobierno, a pesar de los sinsabores económicos y de los escasos frutos cosechados luego de un año y medio de aplicación de una política neoliberal, está ganando la “hegemonía cultural” (de acá en más, HC). Desde allí que las explicaciones esgrimidas por una parte de la comunidad intelectual cercana a ideas progresistas explote el concepto de “HC” para dar cuenta de la performance electoral de la coalición gobernante. La explicación sería, en lo concreto, que el macrismo, a pesar de no haber logrado éxitos en la arena económica, logró ganar la batalla cultural, con centro de gravedad en la variable “aspiracional”, y despertar con ello una nueva matriz ideológica, sostenida en la glorificación de la iniciativa privada, el “emprendedorismo” y la cruzada frente a los populismos “realmente existentes”.

El objetivo de esta nota será intentar dos cosas: en primer lugar, definir el concepto de hegemonía cultural (con la clara intención de interrogarnos sobre si todos estamos hablando el mismo idioma) y, en segundo término, responder sobre si el macrismo estaría ganando dicha batalla en el plano cultural.

Empecemos con un poco (muy poco) de teoría. La idea es alcanzar una definición mínima de que entendemos por HC. Para ello, debemos comenzar con el concepto de hegemonía política, el cual estuvo desde sus inicios asociado a la idea de dominio, de poder de hecho. No se trata de un concepto jurídico, más bien es profundamente político. Es en el interior del marxismo en donde esta categoría es utilizada para dar cuenta de la dominación ejercida por la burguesía (y sus aliados) en la sociedad. Y la hegemonía cultural, ¿cómo se cuela en esta historia? Aquí debemos incluir a Antonio Gramsci. Es a partir de este filósofo italiano (o, al menos, por la difusión de su pensamiento) que la hegemonía cultural cobra un lugar preponderante. Para Gramsci, el logro de la hegemonía en una sociedad no descansa en el puro dominio político, sino que debe incluir al cultural. Es más, este segundo resulta decisivo para alcanzar el primero. En ese sentido, la hegemonía en una comunidad no implica solo la formación de una voluntad colectiva capaz de crear un nuevo aparato estatal y de transformar la sociedad (lo que clásicamente denominamos el dominio político), sino también la elaboración y la difusión y, por lo tanto, la puesta en marcha de una “nueva concepción del mundo”. Es decir, la hegemonía no remite solo al dominio político, sino también al cultural, entendido este como dirección espiritual y moral. En consecuencia, quien obtiene esa HC en una sociedad es el que logra acreditarse como guía legítimo y se constituye en clase dirigente (además de dominante) obteniendo el consenso de la mayoría de la población. Para decirlo de un tirón, la HC se despliega cuando un sector social (en general, el dueño de los medios de producción y sus intelectuales orgánicos, que sirven de voceros) puede convencer por coacción, pero sobre todo, consenso (ahí la clave) al resto de la sociedad que sus intereses particulares resultan ser  el verdadero interés general de la comunidad.

Entonces, ¿estamos en condiciones de afirmar que la Alianza Cambiemos está ganando la batalla cultural? La hegemonía cultural  ¿no se aloja más en el sistema capitalista que en una modalidad de intervención política dentro de él? En ese marco, ¿el kirchnerismo detentó dicha hegemonía durante doce años y la perdió el 10 de diciembre de 2015? ¿La hegemonía, entonces, es hija de un resultado electoral y se mide por años? ¿De qué se habla cuando se dice que el macrismo ganó la HC?

Miremos más de cerca. Algunos estudios de opinión (de mayor rigor que las encuestas preelectorales, ya que se trata de preguntas que salen de la coyuntura y se afincan en un terreno más personal y menos lábil que un momento electoral) sirven como base para observar qué opinión tiene la sociedad argentina en temas tales como el rol del Estado en la economía, la importancia de los valores de libertad e igualdad, etc. En ese sentido, los datos que la mayoría de estos estudios ofrecen certifican que la sociedad argentina tiene concepciones políticas, económicas, ideológicas y culturales muy distintas a la coalición de Gobierno que arribó hace un año y diez meses a la Casa Rosada. Observemos. Una investigación de orientaciones ideológicas realizada por Flacso- Ibarómetro marca que un porcentaje mayoritario de la sociedad argentina (61,8%) está de acuerdo con la intervención del Estado en la economía antes que dejarla en manos del mercado; asimismo, el 61,4% apoya los juicios contra los responsables de las violaciones a los derechos humanos en la última dictadura militar, prefiere aliarse con los países latinoamericanos (53,6%) antes que con los del primer mundo (23,7%), entre el par igualdad y libertad prefiere que un Gobierno busque el primero (53,6%) en detrimento del segundo (18,7%) y apoya el matrimonio igualitarios y el aborto en valores cercanos al 50%. Es cierto que algunos de estos datos han sufrido, en los últimos años, sensibles cambios, pero reflejan un sentir de la sociedad que no necesariamente implica censura hacia las políticas promovidas por el macrismo, pero expresan concepciones ideológica que no se evaporan en el tiempo. 

En ese marco, y en línea con lo anterior, una investigación reciente de Latinobarómetro indica que solo el 22% de la población se identifica con la ideología de derecha, un 68% cree que el de Macri es un Gobierno que "gobierna para unos cuantos  grupos poderosos en su propio beneficio” frente a un 22% que cree que la hace “para todo el pueblo argentino”; un 20% cree que con estas políticas el país está progresando y solo el 19% está satisfecho por el devenir económico; por último, muestra el informe, la sociedad argentina se encuentra primera en el ranking que menos “justifica la evasión de impuestos” entre los 18 países latinoamericanos evaluados.

Estos estudios sirven para certificar que la sociedad argentina no se inclina sin más hacia un neoliberalismo económico y cultural, ni tampoco adhiere a valores que lo alejan de la igualdad ni que fomenten jerarquías sociales determinadas a priori por el status económico. Tampoco decimos con esto que los argentinos y las argentinas abrazan valores igualitarios, comunitarios, cercanos al fomento de una sociedad sin jerarquías y sin desigualdades sociales. Los doce años de kirchnerismo (que sucedieron y antecedieron a esquemas neoliberales) evidencian que la hegemonía cultural no se aloja congénitamente en los valores que expresa la hoy coalición de Gobierno. En todo caso, podemos indicar que en Argentina hay una clara hegemonía cultural que no es la de un Gobierno de turno, sino del propio sistema capitalista y de su sucedánea democracia liberal. Este triunfo indiscutido de la democracia liberal y de los valores de acumulación capitalistas, con sus patrones culturales y simbólicos a cuesta, no deja de correlacionar con las alternativas al interior del propio sistema de mayor y menor intervención del Estado en la economía dentro de este esquema político, productivo, social y cultural legitimado desde el retorno de la democracia en 1983.

La experiencia argentina muestra evidentes diferencias con los casos chileno, colombiano y peruano, por marcar tres ejemplos paradigmáticos del triunfo hegemónico del neoliberalismo. En estos países, el triunfo cultural del neoliberalismo es incuestionable y solo compiten electoralmente en su interior facciones que abrevan desde una mayor o menor lejanía en ese universo simbólico. Señalar a priori que nuestro país se dirige hacia una ecuación similar resulta, de momento, temerario. En ese sentido, el enamoramiento intelectual y académico hacia las opciones triunfadoras en la arena electoral llevó a algunos analistas a destacar el elemento fundacional del PRO (como expresión de una nueva derecha), como así también la de una supuesta hegemonía cultural lograda a partir de sus victorias en las urnas. ¿No existirá una confusión en la propia definición de HC que algunos intelectuales, analistas y académicos le adjudican haber ganado al Gobierno? ¿No habrá un cierto apresuramiento por adjudicar, a escasos dos años de gobierno, una HC que suele lograrse en décadas? ¿Será que la coalición política oficialista, al seducir por sus victorias electorales, se le intente presentar con credenciales novedosas y de contenidos fundacionales? ¿No estaremos confundiendo “potencia electoral” con hegemonía cultural?

De la forma en que la sociedad expresa sus opciones electorales, escasamente podemos desprender la existencia de patrones culturales hegemónicos. Los doce años de kirchnerismo (su propia existencia y el consenso obtenido) deberían inhibir al universo intelectual progresista de hablar de una hegemonía cultural macrista. ¿La sociedad argentina se abrazó a los patrones culturales neoliberales, luego de haber adherido durante más de una década a los “populistas”? Si, como expresamos en forma precedente, el neoliberalismo y el populismo argentino adhieren a un sistema de valores democrático liberales, ¿qué sentido tiene hablar de hegemonía cultural de una de sus dos variantes? ¿Qué tan profundo fue el cambio cultural en la fase populista que la sociedad viró sin grandes conflictos hacia los neoliberales? O con anterioridad, ¿qué tan penetrantes fueron los valores culturales de los noventa que fueron abandonados sin más ante las políticas “neokeynesianas” kirchneristas? Jugar con el concepto de hegemonía cultural para adjudicárselo a una de las variantes de la disputa política partidaria suena a “subirle” el piso al Gobierno de turno. El macrismo hoy no expresa una nueva hegemonía cultural. Siguiendo una investigación de Ignacio Ramírez para Bastión Digital, que asegura que el 42% de los que aprueban al Gobierno lo hacen porque “representa una alternativa al kirchnerismo” como principal motivo, muy por encima del 26% que alude a las medidas o políticas de gestión adoptadas a la hora de explicar su “oficialismo”, nos inhiben de hablar de una fuerza arrolladora que en su seno expresa un cambio cultural. Volver a las fuentes del pensamiento teórico nos evita confundir peras con edificios. Potencia electoral en el interior de un sistema de valores e ideologías que ya lleva décadas legitimado no es sinónimo de cambio cultural. En los hechos significa, como mucho, un gran apoyo medido en votos y en cargos públicos. Hoy el macrismo (y la Alianza Cambiemos) es eso.   No es poco, claro que no lo es.

*Mariano Fraschini es editor del sitio http://artepolitica.com/.

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