¡Hijos No!

Por: Walter Ghedin

Cada vez son más las parejas que deciden no tener hijos. Y hasta tienen un nombre: Dinks (Double Income No Kids) por sus siglas en inglés. Este estilo de vida que implica “decir no” a un condicionante cultural y social requiere ante todo de un acuerdo entre las partes. Los verdaderos dinks son aquellos que naturalizan el deseo de no tener hijos y organizan su vida con total libertad; sin pensar, o hacerse problemas por una asignatura (la de ser padres) que aún está pendiente. Para ellos el deseo de no ser padres tiene la misma fuerza que para aquellos que deciden serlo. Tampoco los Dinks se jactan de la vida que llevan ni muestran como baluartes los beneficios de la vida sin hijos, simplemente desarrollan una forma de interacción vincular que prescinde de las complejidades de una “familia tipo”. Son ellos dos, apoyándose mutuamente, creando juntos un estilo de vida basado en el respeto por las actividades individuales, el crecimiento profesional, los eventos sociales, los viajes, o el disfrutar los sobrinos o los hijos de amigos. Decía antes que los verdaderos Dinks son aquellas parejas que acuerdan no tener hijos y ambos dos están convencidos en la decisión tomada. Según mi opinión, quedarían afuera de este modo de vida aquellas parejas en las cuales uno de ellos acata la decisión del otro de no tener hijos. Por lo general, en estos casos, cuando una de las partes (generalmente la mujer) renuncia al deseo de no tener hijos por presión del otro, el conflicto estará presente volviendo más vulnerable el vínculo, más aún cuando se tengan hijos de relaciones anteriores.

¿Todas las mujeres quieren ser madres?

Con seguridad, no. Muchas de ellas han relegado la maternidad en pos de otros beneficios como sostener la autonomía, desarrollarse profesionalmente, disfrutar de la pareja. La fuerza que lleva a una mujer a ser mamá no es un “instinto”, es un deseo que arraiga en la construcción misma del género.  Desde la más tierna infancia las mujeres se ven sometidas a una serie de mensajes familiares y sociales en general que alientan los deseos y los comportamientos. Y lo que se ha internalizado por la acción del influjo externo pareciera ser parte indiscutible de la naturaleza misma. Y son pocas las que se atreven a preguntarse si están respondiendo a un deseo propio o están dando respuesta a normativas sociales y culturales. Son estas mujeres, las que aprendieron a indagar en su interior el origen de sus deseos, las que pueden decidir si serán madres en algún momento o no lo serán. Pareciera que a pesar de los cambios en los sistemas de agrupamiento de parentesco, la mera idea de lo imperativo e inexorable del régimen clásico de vida en familia, les genera rechazo. El sólo hecho de pensar en la crianza, los acontecimientos ligados al rol de madre y las obligaciones a asumir durante una veintena de años, son motivos suficientes para la oposición. En realidad, asusta más el contexto que rodea a la maternidad, que la maternidad misma. La mujer que cumple con el deseo de ser madre sabe que debe someterse a una serie de obligaciones y  espera que las mismas ratifiquen la decisión tomada. Muchas siguen el camino de la maternidad sin preguntarse demasiado en las consecuencias que tendrá sobre sus vidas; es probable que las preguntas aparezcan cuando los hijos hayan crecido y puedan mirar hacia atrás y evaluar lo que han ganado y lo que han perdido. Una mirada interna necesaria aunque las ganancias se cuenten por doquier. Las mujeres que desplazan la maternidad no quieren quedar entrampadas ni en un rol social ni en una estructura que no tiene muchos matices. No rechazan el deseo, se oponen a ser parte de un sistema de relaciones y circunstancias predecibles que coartan la libertad. Pensemos en las responsabilidades del cuidado de un hijo: alimentación, afecto, seguridad, cuidado, atención, educación, adaptación de las actividades y de la vida hogareña a las exigencias de la crianza, etc.

Sabemos también que existe un número considerable de mujeres que decide su maternidad tardíamente y buscan con ansiedad un hombre que, aunque no represente en lo más mínimo los ideales de pareja o amante, les pueda aportar “la semilla” que falta para completar la concepción. Estas mismas mujeres, duchas en el arte de “cortarse solas” seguirán con la misma tesitura de vida, sólo que ahora establecerán una sólida alianza con su hijo, símbolo máximo del logro individual.

¿Todos los hombres quieren ser padres?

Para los hombres decidir no ser padres no tiene la misma consecuencia que en las mujeres. La maternidad es una normativa cultural que asienta en la construcción del género femenino, cosa que no ocurre en el masculino. Para el imaginario social las mujeres “ya tienen el instinto”, en cambio los hombres pueden o no tener el deseo. Es más, la paternidad se construye en la medida que se hacen evidentes los signos del embarazo y se puede observar el crecimiento del bebé. El hombre necesita el dato objetivo que pone en evidencia la presencia del hijo, en cambio, en la mujer, el deseo de ser madre asienta en la subjetividad, mucho antes de la concreción del hecho. Por tal motivo, a las mujeres, predeterminadas por las normativas de género, les será más difícil renunciar al deseo de ser madres y recibirán, de una manera u otra, el cuestionamiento social.

Qué lleva a tomar la decisión de vivir sin hijos

Hay decisiones que son momentáneas y responden a etapas de la pareja,  a la espera de tiempos mejores. No obstante, existen otras que dejan librado al tiempo y las circunstancias la aparición del deseo, si aparece bien, si no aparece también. En estas uniones la urgencia por el paso del tiempo y el deterioro de la fertilidad no es problema. Si se llega a esa etapa de la vida sin hijos no habrá cuestionamientos, ni reproches, solo aceptación de un acto congruente: no existió deseo y no se forzaron acciones para cumplir con un “deber ser”.

Un alto porcentaje de parejas Dinks son jóvenes de clase media o alta, con buenos trabajos o son profesionales. Es frecuente que los dos estén en pleno desarrollo y aspiren a mayor crecimiento y estatus. Tienen capacidad de ahorro, disfrutan del tiempo libre, de la vida social, de las salidas, de las vacaciones, etc. Por lo general están muy incluidos en otros grupos familiares (hermanos, amigos, etc.). Cumplen maravillosamente sus roles de tíos y padrinos.

Deseo, moda o egoísmo

Se ha tildado a los Dinks de responder a una moda o de egoísmo, de pensar solo en ellos, de ser parte activa de una sociedad cada vez más individualista. Yo no creo que sea así. El individualismo pasa por el detrimento de valores humanos esenciales como la solidaridad, la libertad y el respeto por la vida ajena. Las sociedades tienen que empezar a entender que el deseo es inherente a la construcción misma de todo sujeto y puede no responder a lo esperado. La esencia del deseo es la singularidad, por lo tanto podemos tomar decisiones personales que no respondan a los parámetros culturales y sociales.


*Médico psiquiatra. Sexólogo

Diarios Argentinos