La responsabilidad del triunfo

Por: Carlos Leyba

Se anticipa un triunfo destacado del oficialismo, tanto por los porcentajes como por la novedad de algunas derrotas.

Y mucho más se anticipa por los indicios que sugieren los súbitos alineamientos empresariales y los políticos de allende el peronismo; y por qué no, por los chascarrillos marplatenses de algunos dirigentes sindicales.

Todo eso, además de las encuestas, anticipa triunfo. Pero no solo el triunfo de los votos sino —más relevante— el triunfo, aunque siempre transitorio, del discurso y de la iniciativa política.

Sí, concedo, triunfo logrado con los medios abrumadoramente a favor; pero también gracias a la oposición en silencio. No porque no hable. Sino porque no dice nada.

La mayor y principal oposición pasó del relato de la revolución imaginaria al discurso vacío. Podríamos decir que el cristinismo logró vaciar absolutamente todo y hasta el sentido de las palabras.

Cambiemos va por un segundo triunfo que tendrá el carácter líquido de la sociedad en la que vivimos. Por ahora, permanece en ese estado. En ese estado arrastra por su cauce. Pero no se congela (no se consolida) ni en cantidades ni en significado.

Y tampoco se aproxima al grado de ebullición que la haría desaparecer en el aire. Como todos recordamos, la Alianza rápidamente fue un gas de pésimo recuerdo.

Sin embargo, más allá de las estimaciones políticas, la economía de a pie —la de todos los días—, por ahora, no conoce triunfos.

Los triunfos en economía habitualmente se refieren, por ejemplo, al estado de los equilibrios. Es el caso de las cuentas públicas y de las cuentas externas.

Hoy y por largo tiempo, todo indica que tanto las públicas como las externas seguirán en déficit. Y no cualquier déficit sino tal vez los mayores después de muchos años: déficit fiscal y externo para preocuparse.

También en economía los triunfos se miden por las metas de equilibrio. Las que se pretenden alcanzar.

Las dos más reputadas por la fama son la inflación, mejor dicho, la estabilidad de los precios, y el nivel y calidad del empleo.

En ambas metas las cosas no están bien.

La tasa de inflación de septiembre y lo que augura el último trimestre del año —si se realizan los ajustes tarifarios prometidos— no solo estará lejos de las metas del BCRA, sino que estará por encima de las previsiones críticas. En el año no bajará de 23 por ciento  anual. Lo que es malo.

Pero, dada la concepción de la política económica del BCRA, esa tasa anuncia la continuidad de la balacera de la tasa de interés, que volverá a premiar a los que inviertan en Lebac (que ganarán fortuna en dólares) y a castigar a los que necesiten pedir prestado (37 por ciento anual para las pymes). Lo que es peor.

En cuanto al empleo, bien medida la tasa de desocupación no baja, el empleo se precariza y, en última instancia, la fuerza de trabajo en acción, hoy, está por debajo de la de 2015.

Mauricio Macri dijo en la, para su Gobierno, estupenda reunión de IDEA que: "Como decía Perón … cada argentino tiene que generar, por lo menos, lo que consume". San Pablo hace 2000 años señalaba “que el que no trabaja, que no coma”. Una lectura “marxista” diría que es este el fundamento teológico de la teoría de la plus valía.

Pero, sin llegar a tanto, lo que es evidente es que esa máxima de Perón implica el objetivo del “pleno empleo”, y ese objetivo requiere de instrumentos (política y recursos).

La ausencia del pleno empleo denota la ausencia de política y recursos para lograrlo. Inimaginable que alguien no lo desee.

Y finalmente, hablando de los triunfos buscados en la economía, analicemos los motores necesarios para mantener en marcha al sistema.

El motor de resistencia, el que augura futuro, es la inversión; y en particular, la reproductiva, que se refiere a lo que el país invierte en maquinaria y equipo para producir. Aquí estamos mal.

No de ahora, sino de hace largo rato.

Las Cuentas Nacionales incluyen en el rubro inversión la Construcción. Y en este rubro las cosas están bien. Aunque todavía en los niveles de 2015. Pero en Maquinaria y Equipo seguimos estancados.

Reparar este motor es el principal problema de la ingeniería económica argentina. Y —al igual que el período K— este Gobierno carece de objetivos, instrumentos y recursos para la inversión. No los tiene.

Y cree que no debe tenerlos.

En su visión, solo hay que crear las condiciones, el clima de inversión, para que la inversión arribe. No es ni remotamente lo que ocurre en el planeta.

Pero la concepción PRO reniega de la necesidad y conveniencia de esos objetivos e instrumentos. Simplemente, afirma que creado el clima, las inversiones llegarán como consecuencia de la “sabiduría de los mercados”.

En este sentido, sostienen, el triunfo electoral y sus promesas futuras son los vientos que despejarán el firmamento para alumbrar las inversiones.

La prueba del pastel está en comerlo. Veremos.

El segundo motor es el de las exportaciones. Ese motor en abundancia provee de los insumos imprescindibles para que la economía marche sin sobresaltos.

Esa marcha fue sostenida, en la década pasada, por el viento de cola del boom de importaciones chinas. El viento se agotó y la política irracional de la década pasada lo dilapidó.

No hay viento de cola a la vista y, más allá de los entusiasmos que producen recursos naturales, como Vaca Muerta y la minería, no hay en el horizonte impulsos exportadores derivados de la naturaleza.

Otra vez, para que las exportaciones crezcan, las opciones son crear “el clima exportador” u objetivos e instrumentos.

El Gobierno apuesta otra vez al clima y condena con el dedo erguido todo intento de reclamo de instrumentos. Poco importa que el mundo respetable, los países de la OCDE, por ejemplo, se propongan objetivos (UE, metas de exportación de manufacturas) e instrumentos.

Esos ejemplos el PRO no los seguirá. Ellos van por el clima.

Para el Gobierno, la política es climatizar.

Pero lo cierto es que este año nuevamente el Balance Comercial y el de Pagos serán groseramente negativos. Este motor no anda bien porque las exportaciones están estancadas y las importaciones crecen 3 a 1 en relación al PBI.

El tercer motor es el Consumo. No crece. Las razones tienen que ver con todo lo anterior: empleo, inflación, salarios.

Pero el Gobierno, aquí sí, ha puesto un enorme esfuerzo en los últimos meses vía el otorgamiento de créditos. Y ha tenido un impacto. En el último mes hubo una recuperación. Lejos de lo deseable. El macrismo puso todo en el asador y la ANSES ha repartido créditos como nunca.

Veamos algunos números recientes.

En septiembre las ventas crecieron, en volumen, 0,4 por ciento interanual. Claro que septiembre 2016 fue un mes malo y después de tanto empeño. El año podría terminar 1 o 2 por ciento abajo. (La Nación, 12/10/17).

La inflación del mes fue 1,9 por ciento (INDEC) y para FIEL alcanzó a 2,1.

Los trabajadores registrados (MT) en 2017 fueron menos que en 2015. En julio de 2017 la industria, el comercio y la construcción tuvieron niveles menores a los de 2015.

En contraste con esos números, la Bolsa explota (del Merval 25, 16 acciones son de concesionarios).

La confirmación de esos resultados del “clima de negocios“ es que los CEO en la reunión de IDEA 2017 celebraron de pie a María Eugenia Vidal y a Mauricio Macri.

Muy probablemente, Cambiemos logrará el triunfo en los distritos estratégicamente más importantes. No como consecuencia del estado de la economía. Es lo que vimos.

Sino como consecuencia de las expectativas de lo que ocurrirá. Es lo que no vemos ni podemos ver.

En los hechos, la neutralización de los datos no positivos de la economía se debe al triunfo de “la confianza”.

El PRO creyó inicialmente que “la confianza” traería inversiones. Pero, a falta de ellas, “la confianza” trajo votos.

Esos votos no serán la consagración de la primavera de una mayoría electoral (y social) y tampoco de una mayoría programática.

Cambiemos acrecentará su valor de primera minoría. No es poco. Pero el programa PRO —que es quién gobierna—, si es que existe, no es un paquete articulado de propuestas explícitas que convoque siquiera a esa primera minoría. ¿Acaso hay programa?

¿Acaso Cambiemos conforma un torrente de ideas comunes capaz de conformar un rumbo de largo plazo para transformaciones imprescindibles en un país que atraviesa una decadencia multidimensional? Veamos.

En el interior de Cambiemos, la coincidencia fundante es enfrentar las prácticas K. Pero no necesariamente todos sus integrantes se oponen a aquel discurso de la “matriz productiva con inclusión social”. Parte de ese discurso podría integrar el discurso radical o de muchos de los peronistas o experonistas que están en Cambiemos. Pero de ningún modo representa el pensamiento PRO.

En Cambiemos no hay una coincidencia esencial en las políticas públicas. Tanto el radicalismo como Lilita Carrio están ausentes en las definiciones. Y las convergencias parlamentarias han incluido a Cambiemos, pero, además, a muchos sectores de la oposición.

La más densa tradición radical en materia económica no tiene punto de convergencia con los epígonos de la UCEDE, el primer círculo de dirigencia PRO ni con la cultura CEO ni con el marketing de la Jefatura de Gabinete.

No hay una visión global común entre los socios. Y tampoco la hay en la mayoría de sus votantes.

La inmensa mayoría vota a Cambiemos como “efecto Flit” para el cristinismo y el kirchnerismo. Hoy esa “corriente” concita tanto rechazo o más que el menemismo en 2003. 

Sus votantes no votan un programa que Cambiemos no propone. Y sí rechazan cualquier retorno de CFK.

La estrategia electoral de agigantar la grieta ha rendido electoralmente. Y mucho. Pero —todos lo sabemos— también inhabilita pasos necesarios en la maduración democrática. Cosecha más votos el rechazo que un programa.

Programa que, por otra parte, Cambiemos no expone.

Pero, atención, ningún sector de la oposición lo hace:

“La Argentina es hoy (y hace décadas) un país con recursos, pero sin ideas … al menos propias”. Téngase en cuenta que, en ausencia de proyecto propio, la historia llena ese vacío siempre con un proyecto que será, lamentablemente, ajeno.

La construcción de la represa de Santa Cruz, que es resultado de la presión china —que condiciona nuestra relación a la realización de esa obra que no es prioritaria para el país—, es un ejemplo de proyecto ajeno. Recursos mal asignados.

La falta de visión programática —imprescindible para construir una Nación inclusiva— se expresa en “el timbreo” PRO.

Dice María Eugenia Vidal en campaña —alguien que, de lejos, es lo mejor del Gobierno—: “Escuchándote es como nacen las propuestas”.

Es decir, afirma que el Gobierno no tiene propuestas ni visión. Sale a escuchar las propuestas de los ciudadanos.

Para el PRO, que es un gobierno de gerentes, la política no es “tener ideas claras de lo que hay que hacer desde el Estado para construir una Nación” y proponerlas y lograr consenso. No.

Para el PRO, la política es realizar lo que escucha después del timbreo o de una encuesta.

Es una visión municipal, una lista de supermercado de la política. ¿Cómo no va a terminar realizando un proyecto ajeno?

Llevada al extremo, esa concepción reduce al Gobierno a una federación de municipios bien administrados.

Esa visión municipalista, basada en la demanda de los vecinos,  es la misma con la que Carlos Menem transformó al peronismo y a la política nacional.

Me explico: la vieja “columna vertebral”, el movimiento obrero organizado, representaba el compromiso del peronismo con la producción nacional, el trabajo productivo y, en consecuencia, con la inversión.

El “desarrollismo” fue una deriva de aquello.

A partir de Menem (cuyo programa económico fue la apertura comercial externa, el proyecto ajeno), aquella columna fue sustituida por una “columna vertebral formada por los intendentes del conurbano”.

El compromiso de los intendentes no es con “la producción, el trabajo, la inversión”, sino con la satisfacción territorial de las necesidades inmediatas de sus votantes (que, por la apertura y la concentración, se quedaron sin trabajo y en la pobreza, el proyecto ajeno).

En ese proceso, la producción nacional y el pleno empleo fueron substituidos, en tanto objetivos, por subsidios y planes que generan adhesión electoral transferible.

Esa sustitución de “columnas” fue devastadora para la identidad económica original del peronismo.

Naturalmente, lo más grave es que, después de 12 años de kirchnerismo, esa substitución fue devastadora para el aparato productivo y para la financiación del Estado. Hoy el Estado está quebrado por la ausencia de inversión y la explosión del gasto social compensatorio. La inversión, su proceso continuo, es la fuente originaria del potencial de equilibrio fiscal: genera recursos y, sobre todo, neutraliza la demanda de gasto social compensatorio.

Insólitamente, esa sustitución de “columnas” hizo de la erosión de la productividad de la economía, de la sociedad y de la democracia una virtud. En realidad, eso es una perversidad.

Esa sustitución explica que el PRO exponga como un mérito que “este Gobierno es el que más ayuda social ha dispuesto en su Presupuesto”. La inmensa mayoría de la Villa 31 vota PRO.

Ese “mérito” es ignorar que la cantidad de ayuda social es proporcional al fracaso de la productividad de la economía, de la sociedad y de la democracia.

Nadie critica la solidaridad, que es imprescindible para mantener la paz social. Pero la necesidad de solidaridad surge del hecho que la economía no genera paz, sino conflicto. El “te escucho” es otra versión de lo mismo.

Un ejemplo nos sirve para aclarar. El BND de Brasil fondea —con aportes previsionales— el desarrollo de proyectos transformadores. Aquí y ahora, la ANSES —que acumula aportes previsionales— ha colocado préstamos para consumo a los sectores con menos acceso al sistema bancario. Promueve el consumo y mejora el ánimo de la sociedad.

Una manera de “te escucho” o de la demanda presente de la sociedad. Consumo, lo mismo que CFK, cultura electoral, cultura municipal, satisfacción: “te escucho”.

¿Cuál es la responsabilidad de la política?

¿Qué necesita el país, más allá de las demandas individuales?

El empleo registrado está 2 por ciento por debajo del de 2015. ¿Y el incremento de la población? ¿Cuál es la medida de la necesidad de empleo? Y ¿cuál la medida de las inversiones no realizadas?

Después del blanqueo, 400 mil millones de dólares de argentinos moran en el exterior.

En 2017 el déficit externo sumará 27 MM, equivalente a 5 por ciento del PBI. Solo el déficit de comercio exterior industrial superará los 40 MM de dólares.

Si no resolvemos estos problemas (cuyas consecuencias todos conocemos), ¿cómo podremos realmente satisfacer las demandas individuales?

Algunas de las reflexiones de R. Thaler, por las que obtuvo el llamado Premio Nobel de Economía, apuntan a que, a menudo, se toman las decisiones más fáciles en lugar de las más adecuadas y que, además, tenemos un “defecto de fábrica”, que es el “sesgo del presente”.

Este sesgo ha venido devorando, desde hace años, nuestro largo plazo y nos entrega este presente con un 30 por ciento de pobres, o un PBI por habitante que, entre 2004 y 2016, creció al 1,8 por ciento anual, lo que implica que, a esta velocidad, duplicaremos nuestro nivel de vida en 40 años. La herencia ha sido brutal. Es cierto.

Pero ¿qué planificamos con consenso para el futuro para salir de esto?

Si seguimos invirtiendo el 16 por ciento del PBI como en 2016, ese panorama se prorrogará sine die. En 2016 China invirtió el 43 por ciento del PBI.

Para crecer hay que invertir.

El ejemplo, la algarabía crediticia de ANSES es puro “sesgo del presente” con el que se ganan elecciones, pero se pierde desarrollo.

Del mismo modo, se pierde el desarrollo cuando permitimos que el precio futuro de las energías renovables, para las que naturalmente somos un oasis, esté determinado por las tasas de interés que pagamos por estar penalizados, entre otras cosas, por ser un país que no “tiene industria que exporta”.

La energía cara (producto de la tasa de interés) nos impedirá tener industria exportadora.

Ese es el círculo vicioso de la ausencia de visión de desarrollo, o —en definitiva— del gobierno de la tasa de interés y la ausencia de los precios sombra que pueden surgir de acuerdos de largo plazo.

J. Bradford Delong (El País, 8/10/17) utilizó la metáfora de la autopista para definir el consenso en políticas de largo plazo. Para acceder a la autopista hay que pagar peaje y, al hacerlo, no se podrá hacer un giro ni salirse de la ruta.

A la autopista del desarrollo se accede pagando el peaje del consenso donde todos ceden. Nadie debe imponer y, menos, una primera minoría sin programa explícito.

Es cierto que, además de las urnas, en el ejercicio real del poder cuentan los factores reales: los países socios, imprescindibles o no; los dueños de la tecnología y de la innovación, sustituibles o no; el capital financiero.

Y aquí, en nuestro país, el incrementado peso dramático de la “nueva oligarquía de los concesionarios”, que desde los 90, con Menem, viene condicionando a todos los Gobiernos (en los últimos años, vacíos de programa).

Esa oligarquía de recién llegados lo hace para conformar una economía en la que solo rige la “barrera natural” propia de las actividades de los concesionarios (energía, bancos, servicios) que se ufanan de un dólar improductivo. Con ese dólar, exportan sus utilidades, pero no se protege dinámicamente la productividad industrial.

Necesitamos una mayoría programática para gobernar con proyecto propio, para encaminar la duplicación de la tasa de inversión. Eso es lo que nos permitirá incrementar la productividad, terminar con la pobreza y encaminarnos a una sociedad mas igualitaria.

Esa es la misión de la democracia y, para ello, hay que reconducir y gobernar a la “oligarquía de los concesionarios” y no dejarnos gobernar por quienes se aprovechan de la ausencia de esa mayoría programática.

La prioridad política es construir esa mayoría.

Todo triunfo es una oportunidad. Y Cambiemos debe, entonces, prepararse para cambiar y nutrirse de la moral del Encuentro que predica Francisco.

La realidad heredada es durísima, pero los pasos dados hasta ahora no han generado resultados en términos de inversión reproductiva, que es el único camino de construcción.

Para lograrlo, hace falta un programa de largo plazo y eso es imposible sin vocación de consenso.

Los socios del PRO en Cambiemos tienen la responsabilidad principal de procurarlo. Difícilmente sea una iniciativa PRO.

Diarios Argentinos