Políticos intratables sueltos

Por: Carlos Leyba

Hay insistencia, por parte de los intelectuales ligados al oficialismo, en negar la condición de liberal a la gestión PRO. De ese modo, conforman una “pareja cultural” contradictoria  con sus homólogos de la deshojada “Carta Abierta”. 

La “Carta”también está integrada por intelectuales ligados al kirchnerismo en el poder, que afirmaban que el proceso K era progresista y transformador. Ambos conjuntos de “articulistas” se equivocan. Unos al afirmar que no son lo que son y otros por afirmar que son lo que realmente no son. Veamos.

El kirchnerismo no fue ni transformador ni progresista. Los resultados lo evidencian. No ha habido, con los K, ni transformación económica ni progreso social.

El PRO, básicamente, está inspirado en convicciones liberales. Cree que el gran regulador es el mercado. Por ejemplo, tiene el embeleco de creer que la tasa de interés regula la inflación, y que la reducción de ésta genera el crecimiento. La gran discusión de política económica de los últimos días, en el seno del gobierno, ha sido “el nivel de la tasa de interés”: la gran herramienta.

Vamos a Carta Abierta. La estructura real de la economía argentina, en los 12 años K, continuo la tendencia a la primarización de las exportaciones que es lo que pone en blanco y negro al proceso de desindustrialización y lo que produce el déficit comercial estructural. Ese es el fundamento de la economía para la deuda que, llamada al retorno desde el default, ya que desde entonces nada estructural se modificó, finalmente, llegó.

Además, en los años K se profundizó la dependencia de la asistencia social, para subsistir, de una proporción creciente de los ciudadanos. El trabajo productivo fue sustituido por la asistencia del Estado. La política se dedicó a fabricar consumidores no productores. Dependencia versus autonomía. Si no se produce, se importa. Otro aporte a la economía de la deuda a sobrevenir.

Con los datos estadísticos, que cualquiera puede corroborar, se confirma que no ha habido un proceso de transformación sino de confirmación de la estructura heredada. Estructura disparada por la Dictadura y perfeccionada por el menemismo.

Los datos estadísticos, que cualquiera puede corroborar, confirman que las políticas K no resultaron progresistas sino profundamente regresivas: 12 años de pobreza estructural han cambiado radicalmente la estructura social argentina.

Una economía estancada y una sociedad más conflictiva es el legado del kirchnerismo al que no pueden rescatar, y ya ni siquiera lo tratan de hacer, la tropa de “articulistas” K. De hecho, hoy se concentran en la crítica del presente, que es una prorroga, mal llevada por cierto, del pasado reciente.

No menos notable y sorprendente es la necesidad de negación por parte de los “articulistas” PRO, que insisten en que su economía no es liberal. O que el gradualismo, en lugar de ponerlo en marcha, lo amortigua.

Por cierto que ser liberal no es lo mismo que ser neoliberal. Aclaremos. La esencia del “neoliberalismo” la sintetizan dos frases. Margaret Thatcher afirmó “la sociedad no existe”. No hay tal cosa como el Bien Común. Ronald Regan declaró “el Estado no es la solución sino el problema”.

No hay tal cosa como el Bien Común, entonces, la parte del Estado ocupada del bienestar colectivo queda derogada; lo que subsista de ella es sólo una carga. Margaret puso la doctrina y Ronald la aplicación. Retirar el Estado es contribuir a solucionar los problemas. ¿Ejemplos?

¿Por qué utilizar al Estado (la Justicia) para administrar la adopción de niños huérfanos o abandonados? La solución neoliberal (minimizando el papel del Estado) es “el mercado”. ¿Cómo? Simple. Un remate. El niño será adoptado por el que comprometa mas recursos. Y por ese mínimo proceso administrativo el Estado, además, obtendrá recursos. 

De la misma manera puede ocurrir con la seguridad. ¿Quién está más interesado en que no haya robos ni crímenes o accidentes? Claramente, las compañías de seguro. La conclusión de mercado es obvia. La seguridad debe ser entregada a las compañías de seguro. Todos asegurados. Cálculos actuariales.

Los ejemplos no son pura imaginación. En los tiempos de auge del neoliberalismo, donde se procuraba pensar fuera del marco del Bien Común y diluir al Estado, estas ideas se promovían. La memoria selectiva de algunos neoliberales lo ha olvidado. Ambos ejemplos desenmascaran la radical ausencia de ética del neoliberalismo. 

“El plan es ética en acción”, Paul Ricoeur. La definición del filósofo eminente pone en evidencia la ausencia ética del neoliberalismo y la flacura ética de su versión primera, el liberalismo económico en todas sus manifestaciones.

El PRO quiere menos Estado. No la desaparición del Estado de la escena. Pero procura una orientación del mismo bastante alejada del Estado de Bienestar. No lo cree posible. Pero tampoco sufre la “imposibilidad” del Estado promoviendo el bienestar porque no lo cree necesario. El mercado puede hacerlo mejor. La misión de la política económica PRO es liberar a las fuerzas del mercado.

Pero los PRO tampoco derogan la idea del Bien Común. Sí creen que el mercado, librado a su energía propia, es el que generará más Bien Común que el Estado en acción. O, como diría Ricoeur, el mercado supera al Plan. Esa creencia religiosa en el “Mercado” es lo que los hace liberales, tal vez, como el avaro de Moliere “sin saberlo”.

Es iluminadora al respecto la creencia del “equipo” en la “apertura económica” (solita ella) como mecanismo de “creación dinámica de competitividad”. Cuesta creer que no reflexionen en las condiciones de la demanda, exportación e inversión, respecto de la “competitividad”; ni en las condiciones de la oferta que las satisfacen. 

Nada de todo aquello que, como herramientas, provee el pensamiento económico tanto como los ejemplos prácticos de los países que han alcanzado los niveles de productividad y diversificación que procuran la posibilidad del bienestar colectivo.

¿Por qué se empeñan en negar el carácter liberal de su pensamiento? Podría ser irrelevante saber porqué, pero la confusión genera un problema. ¿ Cuál es ese problema? Veamos.

Negar una identidad no es afirmar la propia. Decir “no soy liberal” no aporta nada. En todo caso, confunde a la espera de “otra cosa” por venir. El PRO no afirma su identidad. Niega una. En mi opinión, no la afirma porque no la tienen.

La identidad en política, y el PRO hace política aunque crea que no es necesario hacerla, se define en función de un programa. Un programa requiere tener objetivos y sobretodo herramientas. Naturalmente la existencia tiene valor si es explicita.

El PRO no define objetivos ni herramientas más allá de generalidades que no admiten discusión. Y es en ese sentido que no tiene identidad. ¿Es importante?

Una identidad no es una marca. Una marca puede vaciarse de contenido. Una identidad supone objetivos y herramientas que, juntos, forman un programa y la fidelidad a él conforma una identidad.

Podemos decir que uno de los problemas de la precariedad de los debates en nuestro país se debe a tener profesionales de la política que carecen de programas y, por lo tanto, de identidad. Son como semáforos del Río de la Plata que cambiaran de lugar con el menor soplo y en esas condiciones todos los navegantes habrían de encallar.  

No forman partidos y sin las “partes” – que son los partidos – no hay “todo”. Los profesionales de la política son como navegantes solitarios sin brújula, sin vela, sin remos y que, además, no saben - ni les preocupa saberlo – donde quieren ir y donde nos quieren llevar. “Políticos sueltos”.

Es cierto, “ser liberales” asumidos y predicando conforma una identidad. En el mundo en que vivimos, esa identidad política deja todo el acontecer al arbitrio de las fuerzas del mercado. 

Hoy las fuerzas del mercado son trasnacionales y concentradas y – en el marco de la identidad liberal a cargo de la política – modelan a las economías que no las interfieren. Y las modelan en función de intereses que ninguna relación tienen con quienes habitan el territorio. Y digo territorio porque en esas condiciones, y en el límite extremo, se deja de ser Nación. Nación es tener un proyecto de vida en común (José Ortega y Gasset). Y si es común es un proyecto propio. La modelación en función de las trasnacionales es un proyecto, por definición, ajeno.

La consideración cabe para el pasado, ya que la improvisación, el paso a paso de Néstor, no resultó muy diferente al “gradualismo y al reformismo permanente” que es, en rigor, un oximoron. Volvamos a las definiciones.

Pueden compartirse objetivos y, sin embargo, pueden proponerse herramientas distintas para conseguirlos. No hay programa sin objetivos y herramientas explícitas.

Miremos nuestro pasado inmediato. Cuando decimos “peronismo” después de la muerte del General, ¿hablamos de una marca o de una identidad?, ¿los “peronistas” se han propuesto objetivos y herramientas comunes? Repasemos.

María Estela Martínez parió el “rodrigazo”, el antecedente más siniestro del neoliberalismo en la Argentina. Fue ejecutado por la secta “Los Caballeros del Fuego”, integrada por José López Rega, Celestino Rodrigo, Ricardo Zinn y Pedro Pou.

Zinn fue mano derecha de Franco Macri, de María Julia Alzogaray y sus privatizaciones menemistas baratas, y participó de la fundación del CEMA – hoy Universidad cuna del liberalismo– a través de Pedro Pou,quien fue parte del equipo de Carlos Menem.

Otros miembros de ese “equipo”, por ejemplo la mano derecha de Domingo Cavallo, formaron parte de la Alianza integrada por el FREPASO, en el que se destacaban dirigentes surgidos del peronismo. Agotada la Alianza, algunos de ellos militaron en el gobierno K. ¿No lo altera su manera de bogar?

¿Cuál es la identidad, definida por programa, objetivos y herramientas, del peronismo, si éste fue la marca con la que se vendió el menemismo y el kirchnerismo?

Por abandono explícito de programa, la contradicción es abandono, se convirtió, al menos por ahora, en una marca sin contenido. ¿Acaso no se reivindican peronistas los que están en todos lados?

De manera temprana, el PRO se está convirtiendo en marca. ¿Cuál es el contenido en términos de programa, objetivos y herramientas? Aclaremos que sin programa es imposible resolver problemas. Y mucho menos transformar y progresar. Que tenemos problemas, que necesitamos transformar (productividad) y progresar (pobreza), no hay dudas. ¿Cómo lo haremos?.

Hagámonos algunas preguntas al respecto. ¿Qué objetivos de exportaciones y de inversiones tiene el PRO?¿cuáles son las herramientas para lograr unas y otras?; ¿Qué objetivos de desarrollo territorial y demográfico tiene el PRO? ¿cuáles son las herramientas?; ¿Qué objetivos educativos, de empleo, de distribución del ingreso? ¿cuáles son las herramientas PRO?; ¿Objetivos de pobreza? ¿herramientas?; ¿Objetivos de consenso como dilución de la grieta?¿qué herramientas?. Y así podemos interrogarnos acerca de la agenda y encontraremos sólo palabras y pocas cosas. Algún ruido y ninguna nuez.

En todos los órdenes, la ausencia de explicitación de objetivos y el relegar las herramientas a la mera acción de desregulación de mercados, define una orientación liberal. Ellos, lo digan o no, creen – por sus actos lo sabemos - que, parodiando a Alfonso El Sabio, hay cuestiones que “el mercado ha resuelto” y otras “que el mercado resolverá”. Eso es la esencia del liberalismo que, en este mundo y con apertura, es la fuente de un proyecto ajeno.

Las cosas que el mercado “ha resuelto”, si hay algunas, no las ha resuelto aquí en nuestra Patria;y las que resolverá aquí son, al menos, una incógnita, para ser generosos.

Por ejemplo hasta aquí, según el gobierno, el tipo de cambio lo determina el mercado y nada cabe hacer para “corregir” esa definición del mercado; y si esa definición primariza las exportaciones y determina un colosal déficit comercial de la industria, no importa. ¿Ese es “el objetivo”?

Y si las inversiones reproductivas no ocurrenes porque “el mercado” no ha dado las señales suficientes. Y nada debemos hacer por afuera del mercado para que lleguen. El resultado es que no tenemos inversiones. ¿Ese es “el objetivo”?

De la misma manera, en materia territorial y demográfica no hay objetivos y ninguna herramienta. Si uno mira la acción del Jefe de la CABA podría decir que, si el mismo es parte del gobierno, esas herramientas – ciertamente de poco peso -  reman en sentido contrario.

Pero, además, nada hay en materia de inversiones y de empleo productivo que aporten en esa dirección. ¿Hay acaso alguna herramienta más allá de las evidentemente negativas señales de mercado?, ¿Invertir en qué?

De la misma manera en materia educativa nada hay que nos señale la existencia de herramientas específicas para atender la particularidad sistémica del 50 por ciento de menores de 14 en estado de pobreza. Nada para generar la posibilidad que no sea el Estado o la asistencia social lo que genere oportunidades de salario. Nada en pos de distribución progresiva, pobreza y grieta son caras de la misma ausencia. No se queje las mismas omisiones con palabras distintas nos legó el kirchnerismo, no en dos, sino en doce años y doce años con condiciones externas irrepetibles.

La ausencia de forjar una identidad y no una marca, un programa y no generalidades, está en la base del problema. La consecuencia política de esas ausencias de “esta parte” es que nada incentiva a la “otra parte”. Sin partes no hay todo. Esta ausencia es en cierto modo lo que nos hace una sociedad incomprensible. Y que los “intratables políticos sueltos” sean nada más que un entretenimiento cotidiano.

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