Todo lo sólido se desvanece en el aire

Por: Juan von Zeschau

Como se intuía, Joaquín De la Torre ingresó al ejecutivo de Vidal para cumplir el rol de hacer cuña en el peronismo bonaerense, cooptar, convencer, atraer. Es un “compañero” operador de la gobernadora, la ventanilla de entrada tanto para los peronistas dialoguistas como para los opositores. Es la Malinche de Cortés. Es, también, y como contracara, otro paso hacia la peronización de Vidal, que se intuye instrumental, aunque puede no serlo. El ejecutivo provincial ya había sufrido su primer mestizaje con la incorporación de renovadores en puestos claves, sobre todo, en el Banco Provincia.

La primera visita de De la Torre fue al terruño de Ismael Passaglia, intendente de San Nicolás. Era lógico; la ambulancia del flamante Ministro de Producción pasa a buscar primero a los compañeros vacilantes. Asegurada la cabeza de playa de San Nicolás, la gobernación desembarcó días más tarde con funcionarios de primera línea: la Ministra de Salud provincial y el titular de Arba. El coordinador de este tipo de operaciones de seducción parece ser Manuel Mosca, vicepresidente de la Cámara de Diputados de la Provincia, y hombre de extrema confianza de Vidal. Él fue quien ablandó a Passaglia. También, hace de nexo con intendentes peronistas miembros del Grupo Esmeralda, como “Bali” Bucca, de Bolívar. Por último, Mosca es quien parece representar a Cambiemos en intendencias hostiles, ligadas al FPV. Hace pocos días, Manuel Mosca participó en un acto junto al intendente Patricio Mussi, por motivo de la entrega de apoyo económico a treinta instituciones de Berazategui.

Por ahora, no obstante, la pata peronista de Cambiemos es una entelequia. Ningún otro intendente pasó a integrar el selecto grupo de desleales que conforma Hernán Bertellys de Azul, Carlos Berterret de Coronel Pringles y el propio De La Torre.

Desde ya, es llamativo que Vidal replique una práctica de la “vieja política”. La de armar su propio “aparato”. Si en el plano superestructural se pone el disfraz de la gobernadora que lucha contra la corrupción, contra los Operativos Talonario y las mafias enquistadas en el conurbano, por lo bajo, en la estructura de poder territorial, la estrategia es otra, una muy conocida: armar con los intendentes.

Ese plan tiene un obstáculo importante. Si la gobernadora decide fortalecer su frente territorial, puede entrar en colisión con una iniciativa del propio Macri. El presidente quiere impulsar la Boleta Única Electrónica (BUE), en el marco de una reforma electoral que -razona la gente de Vidal- privilegiaría las chances de Massa en el distrito. El Frente Renovador no puede asegurar una cobertura total durante la fiscalización. Al mismo tiempo, en caso de que Massa sea candidato (algo probable pero no cerrado), su figura tiene mayor arrastre electoral que los posibles candidatos de Cambiemos, más tibios, con un physique du role que no se adecúa a territorio bonaerense. Ni Lilita Carrió, ni Jorge Macri, ni Esteban Bullrich o Carolina Stanley, parecen ser, al día de hoy, las mejores propuestas electorales para enfrentar a pesos pesados como Sergio Massa, Daniel Scioli, o la misma Cristina Kirchner. Habrá que ver qué es lo que prima, la reforma electoral o una buena performance en la PBA.

Es probable que, quizás, el dilema esté mal planteado. Según fuentes consultadas, Vidal apoyaría la reforma electoral, pero la BUE se aplicaría inicialmente solo en siete provincias durante 2017, entre las que no está incluida la Provincia de Buenos Aires. Tal vez, la gobernadora alegue falta de condiciones necesarias, mafias que le ponen palos en la rueda, apele a la leyenda negra de los barones del conurbano o los punteros de la “vieja política”, ese largo etcétera que representa, en síntesis (y para el relato PRO), la pesada herencia K.

La perspectiva de Vidal beneficia, no obstante, a muchos de sus adversarios. Si de acumulación territorial se trata, el Grupo Esmeralda de Insaurralde, Katopodis y Zabaleta puede ser un núcleo que sume fuerzas de cara a 2017. El intendentismo gremial de Esmeralda coincide en un punto fundamental. Quiere armar dentro del PJ, anclarse en ese espacio político intermedio y difuso que parece levantarse entre la Plaza de la Resistencia camporista y los globos amarillos de Cambiemos. Esa geografía política es bautizada de diferentes maneras: Pejotismo, Tercera Posición, Ancha Avenida del Medio, Peronismo Dialoguista, Oposición Racional... Desde ya, es un coto de caza compartido con Sergio Massa, los intendentes de Esmeralda pulsean contra él, cruzan golpes en el mismo ring, apelan al mismo elector. Quizás, cuentan con una ventaja clave. Los intendentes son maratonistas, saben esperar, tienen aire para hacerlo, los amparan y protegen sus estructuras de gestión. Massa es un corredor de cien metros, solitario, apto para los sprints, para los zarpazos de último momento. En una carrera tan larga, de más de un año, corre el riesgo de desinflarse, se desperfila fácilmente con sus declaraciones ambivalentes, pierde el eje, genera desconfianza. Ya le ocurrió con anterioridad.

En caso de descartar a Massa, las aspiraciones electorales del Grupo Esmeralda tendrían, no obstante, un límite. Siguen huérfanos de candidato. Algunos jefes comunales lo esperan a Randazzo, otros tienen buena relación con Julián Domínguez, una minoría todavía mantiene la fe en que Daniel Scioli juegue por fuera del Frente Ciudadano. Por último, aunque improbable, siempre existe la opción de que un Katopodis, un Insaurralde o un Grey levanten el bastón de mariscal, encabezando ellos mismos la renovación dirigencial en la provincia.

Más allá de las cuestiones electoralistas, uno de los aspectos más interesantes del Grupo Esmeralda es que arroja lazos hacia otros sectores, en un intento de huir del vecinalismo que caracteriza y encorseta a la política municipal. El encuentro entre Katopodis y Bossio no fue casual. El acto del 6 de septiembre en el NH, tampoco. No solo participarían los miembros del Grupo Esmeralda, sino también los gobernadores de Entre Ríos, Tierra del Fuego, La Rioja, Tucumán, Chaco y San Juan, además del peronismo parlamentario, representado por Diego Bossio y Miguel Ángel Pichetto.

La elección de la fecha -el 6 de septiembre- es un dato relevante. Encierra, en primer lugar, una amenaza a Cambiemos. Veintinueve años atrás, Cafiero vencía al radical Juan Manuel Casella en los comicios de la provincia de Buenos Aires. Es, además, un mensaje para el kirchnerismo de paladar negro. Cafiero encabezó la Renovación Peronista en los años ochenta, la que modificó las estructuras y el balance de poder interno del Partido Justicialista. La recientemente apodada "Segunda Renovación Peronista" posee, asimismo, un denominador común que parece excluir al kirchnerismo más radical. Está conducida por referentes que ganaron en sus distritos y que, por ese motivo, tienen responsabilidades de gestión. En ese esquema, no hay lugar para los librepensadores, los discursos de barricada contra Cambiemos o las posiciones irreductibles de los Moreno, las Hebe y los D`Elía. Tanto los gobernadores como los intendentes responden a sus electores. Y ellos les piden políticas públicas con urgencia.  

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