Transición en Estados Unidos: el legado de Barack Obama

Tras ocho años de gestión, el líder demócrata deja la presidencia con logros sustanciales, pero también con grandes deudas. Luces y sombras en la economía, una política exterior con vaivenes y una popularidad inédita fueron algunas de las claves de su mandato.



La singularidad de la campaña electoral del año pasado y el sorpresivo triunfo de Donald Trump opacaron el hecho de que, tras dos largos mandatos, Barack Obama dejará la presidencia de los Estados Unidos. El líder demócrata asumió la primera magistratura en el inicio de la crisis financiera y deja el poder en un país atravesado por profundas tensiones sociales. ¿Cuál es el legado del primer presidente afroamericano? ¿Cuáles fueron sus aciertos y errores al frente del Gobierno?

En materia económica, Obama debió lidiar con la peor crisis desde el crack de la Bolsa en 1929: el estallido de la burbuja financiera de 2008 implicó la destrucción de 9 millones de puestos de trabajo y la pérdida de 5 millones de hogares. Ante esta compleja coyuntura, su administración logró una recuperación desigual. Estados Unidos retomó la senda del crecimiento, pero la reactivación económica no se tradujo directamente en bienestar social.


Esa es la gran paradoja de la gestión económica de Obama: el fin de la recesión no mejoró la calidad de vida de los norteamericanos. Desde un enfoque keynesiano, el Presidente lanzó en el inicio de su primer mandato un paquete de U$S 787.000 millones para estimular la economía. El resultado: a diferencia del resto de los países desarrollados, Estados Unidos volvió a crecer con relativa rapidez, aunque a tasas modestas, en torno al 2% anual.




La creación de empleo, visto como una herramienta para reconstruir el mercado interno, es uno de los grandes logros del líder demócrata. En sus ocho años de mandato, se crearon cerca de 12 millones de puestos de trabajo, proceso que permitió reducir la tasa de desempleo de 9,9% en 2009 al 4,7% en la actualidad, ubicándose en el nivel mínimo de la última década.



Sin embargo, la recomposición del mercado laboral fue incompleta. La recuperación no redundó en una mejora en el poder adquisitivo. En 2015, el ingreso mediano de las familias norteamericanas fue de U$S56.500 anuales, una cifra 1,6% más baja que en 2007, ajustada por inflación y 2,7% que en 1999. Es decir, a pesar de la salida de la recesión, los ingresos de los hogares norteamericanos se mantuvieron estancados durante los últimos 15 años. Más allá de su retórica y su voluntad, Obama no pudo revertir la matriz esencialmente desigual de la estructura económica norteamericana. Esta será una de sus grandes asignaturas pendientes.

En el plano social, la principal huella que dejará el líder demócrata es, sin dudas, el ObamaCare, programa que le facilitó el acceso al servicio de salud al 15% más pobre de la población y cuyo espíritu contradice el paradigma liberal imperante en los Estados Unidos. La Ley de Cuidados de la Salud Asequibles o Affordable Care Act posibilitó que 20 millones de personas pasaran a contar con un seguro de salud. La tasa de personas sin cobertura sanitaria bajó de 16% a 8,6%, la mayor reducción desde la década de los ´60.



Para financiar este nuevo sistema de salud, la administración Obama dispuso, a través del Congreso, la generación y el incremento de nuevos impuestos, razón por la cual los republicanos, con Donald Trump a la cabeza, planean echar atrás la reforma durante la nueva presidencia.

En otros aspectos, la agenda progresista del líder demócrata quedó trunca. La reforma inmigratoria -favorable para los indocumentados- fue bloqueada por la Corte Suprema. La cuestión racial recrudeció con la llegada a la presidencia de un descendiente afroamericano. Desde los episodios de Ferguson, Missori, en 2014, se visibilizó el abuso policial hacia la población de color y la histórica brecha entre blancos y negros se profundizó.


En el plano internacional, Barack Obama dejó una huella más definida. Desde su asunción, Estados Unidos abandonó la estrategia de intervención unilateral que había caracterizado al gobierno de su antecesor George W. Bush. En un mundo más multipolar, el líder demócrata comprendió que la mejor manera de preservar el status de superpotencia era a través de una diplomacia ágil y no de un militarismo exacerbado, como exigieron los halcones del Pentágono.


Así, el presidente saliente impulsó el retiro de tropas de Irak, el fin del bloqueo a Cuba y el pacto para el desarme nuclear de Irán, victorias diplomáticas que dan cuenta de un legado en política exterior acorde con el nuevo balance de poder en el mundo. Pero así como obtuvo triunfos, hubo también episodios que empañan la herencia internacionalista de quien recibiera el Premio Nobel de la Paz en 2009: el intempestivo asesinato de Osama Bin Laden en territorio Pakistaní, la participación en la coalición internacional que invadió Libia y eyectó del poder a Muamar Gadafi y la continuidad de Guantánamo como base ilegal de detenidos de máxima seguridad son los hechos más emblemáticos.


Más que por lo que hizo, Obama será recordado por el contexto político en el que le tocó gobernar. Durante sus años en la Casa Blanca, la polarización política aumentó a los niveles más altos en las últimas décadas. En efecto, en esta etapa reciente, los republicanos se volvieron más conservadores, y los demócratas, más liberales o progresistas. Esta polarización ideológica se tradujo en belicosidad partidaria, cuyo punto más álgido fue el “cierre” del Gobierno que el mandatario afroamericano sufrió en 2013. Es probable que Obama no haya provocado esas divisiones, pero lo cierto es que con él en la presidencia, las fisuras se acentuaron.


Al respecto, conviene agregar otra paradoja: a pesar del descontento que existe del ciudadano medio hacia Washington y su clase política, Barack Obama mantuvo niveles aceptables de aprobación presidencial. De hecho, desde que empezó la campaña electoral hace un año, sus números se incrementaron consistentemente. Dejará la Casa Blanca con un 55% de aprobación, un registro alto tras ocho años de desgaste en el poder.



En un tono melancólico, Barack Obama defendió su legado la semana pasada en su discurso de despedida, al consignar que “después de todo, Estados Unidos sigue siendo el país más rico, más poderoso y más respetado de la tierra”. Y advirtió que “nuestra democracia es amenazada cada vez que la damos por garantizada”. Hoy, con el traspaso de los atributos de poder a Donald Trump, Norteamérica comenzó a dar vuelta la página de su historia.