Trump y sus derivadas

Por: Horacio Lenz

Con la decisión política del presidente Donald Trump de bombardear con misiles Tomahawk desde una plataforma naval en el Mar Mediterráneo la base área Siria de Shairat, en la provincia de Homs -supuesta responsable de albergar la unidad aérea que ataco el depósito de gas sarín y que tuvo consecuencias devastadoras en la población circundante-, Estados Unidos vuelve a poner un pie en Medio Oriente luego de la retirada táctica que llevo adelante la administración Obama, derivada del fracaso de la política de respaldo a la primavera árabe.

EEUU tuvo un control casi monopólico de esta región conflictiva desde los acuerdos de Camp Davis de 1979, promocionados e impulsado por el entonces presidente James Carter, que culminaron con la firma del tratado de paz entre el presidente Anwar el-Sadat por Egipto y el primer ministro Manajem Beguin por el Estado de Israel.

La caída del comunismo como espacio geopolítico y el desmantelamiento de la URSS contribuyeron a un afianzamiento de la presencia norteamericana en el área, no sin conflictos, pero siendo un actor central en las continuas vertebraciones que generaban paces temporarias. La retirada de otra potencia que equilibraba las fuerzas para el balance de poder regional, derivó en la evolución de fenómenos políticos con acciones militares de carácter político religioso. Así, fueron naciendo una serie de grupos de religión islámica que usaron una interpretación del Corán, y trasformaron esa virtud espiritual en razones políticas de orden terrenal, llevando adelante acciones de perfil militar convencional, como así también acciones de terror en ciudades de toda la región, sin excepción, como en resto del mundo (nuestro país fue víctima).

EEUU, como potencia global, no podía dejar un área vacía de influencia y a sus históricos aliados huérfanos de respaldo. Por eso fue volviendo a la región de manera subrepticia, y la negociación del 5 más 1 fue un hecho central para ese propósito. Si bien el acuerdo era una acción para limitar el desarrollo nuclear de la República Islámica de Irán (chiitas), también ese acontecimiento permitió al país persa ser reconocido por los miembros permanentes de Consejo de Seguridad de la ONU (EEUU, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China) más Alemania, como una potencia regional y una nación con la que se puede acordar temas globales. Es evidente que el acuerdo produjo un gran cimbronazo en los aliados tradicionales e históricos de occidente, como lo son Arabia Saudita (sunitas) e Israel.

Con los bombardeos recientes, EEUU anoticia al gobierno sirio de Bashar al-Assad de que va a volver a la región y reta al presidente ruso Vladimir Putin a una salida negociada de la región, o si no a entrar en un conflicto de baja intensidad de consecuencias impredecibles.

Es muy notorio el divorcio que está teniendo el presidente Trump entre sus posiciones de campaña y sus acciones de gobierno, tanto en la política interna -centralmente con los miembros de su propio Partido Republicano que le objetan sus opiniones sobre el NAFTA- como en la política internacional y sus posiciones en contra del Acuerdo del Transpacífico y del comercio con la Republica Popular China.

El cambio fue rotundo y copernicano. Las políticas internas están siendo conducidas lentamente por los caminos de la negociación tradicional a través de las instituciones de la república, y en la política internacional se derivan acciones que marcan también una vuelta a las tradiciones que diseñaron después de la Segunda Guerra más la impronta china a partir de los acuerdos de Nixon con el líder Mao. Estos acuerdos le permitieron a China consolidarse como potencia regional e impidieron, para beneficio americano, que la ex URSS se pudiera expandir geopolíticamente hacia los mares cálidos y templados de los Océanos Pacifico e Indico. A Rusia le quedaron como espacio de salida marítima el NE del Pacífico, las aguas congeladas del Océano Antártico, y la vía de los estrechos de Bósforo y Dardanelos para sacar la flota asentada en Sebastopol -península de Crimea, en el Mar Negro-, pero pasando de modo inevitable por territorios de soberanía de Turquía -hoy miembro de la OTAN-. Por esta razón, para la Federación Rusa sostener el gobierno sirio es central, ya que en ese espacio geográfico tiene bases con capacidad de control aéreo del área, como así también una base de la armada en Tartus -NO de Siria-, en aguas del Mediterráneo.

Con este escenario y circunstancias, es evidente que EEUU está volviendo a una tradición marcada de los últimos cincuenta años en su política internacional, solo interrumpida por algunos meses de confusión. La base de su política consistió en el control del Océano Pacifico, una alianza con China -no sin conflictos-, una política homogénea en su continente desde Alaska a Tierra del Fuego, el sostenimiento del espacio de aliados europeos hasta la frontera de Ucrania -no incluida- y, como legado del Imperio Británico, el propósito de controlar los mares y océanos que es por donde pasan los grandes flujos comerciales que alimentan y son el insumo básico del capitalismo global.

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