21F: lo que debía ser

Por: Juan Manuel Ottaviano

Días después de las elecciones de medio término, Macri anunció un agresivo paquete de reformas. El esquema de frágiles alianzas que Cambiemos había tejido hacia el sector sindical y social ya no existe. Alguien podría decir que dos de los tres proyectos enviados al Congreso el año pasado fueron aprobados, y eso es un éxito oficial. Pero el naufragio de la reforma laboral, el altísimo costo de la aprobación de la reforma previsional y la persecución contra dirigentes sindicales tuvo su reflejo unitario en la movilización de ayer.

El mapa sindical y social se está rearticulando. Ni el moyanismo ni la CTEP están en el mismo lugar que hace un año. Tampoco la CTA, que estaba partida. Por el contrario, son catalizadores de lo que puede ser un nuevo movimiento que confronte con Mauricio Macri en la segunda etapa de su mandato. El palco de ayer dialoga con la oposición parlamentaria a la reforma previsional.

En el balance social y laboral del Gobierno de Cambiemos que el Centro CIFRA publicó recientemente se observa que el desempleo aumentó más de dos puntos en dos años: del 6.5% al 8.7%. También se constata un cambio en la composición de las ocupaciones en detrimento de los puestos de mayor calidad y el mal desempeño de los asalariados privados, acompañado de creación de empleo traccionado por monotributistas y empleados públicos. Además, arrojó que en noviembre de 2017 el poder adquisitivo de los salarios registrados resultó 4% inferior al del mismo mes de 2015 y las perspectivas son desfavorables.

Desde su conformación, el triunvirato de la CGT hizo equilibrio en esa bajante y luego surfeó un paro nacional que se construyó por debajo. Quienes hacían equilibrio ya no tienen margen. Ya sea porque el Gobierno aceleró reformas flexibilizadoras o porque el saldo de este balance se siente fuerte en fábricas, barrios populares, seccionales sindicales y capas medias de la dirigencia gremial, nada del reacomodamiento visto ayer es imputable a un acuerdo cupular.

Por más que el Ministro de Trabajo diga una y mil veces que su objetivo es la formalización, lleva más de dos años ininterrumpidos en la dirección contraria (el grupo de asalariados no registrados pasó de representar el 32,7% de los asalariados en 2015 al 33,8% en 2017), y esto acarrea consecuencias: ni los asalariados, ni los empleados públicos ni los cooperativistas tienen motivos para prorrogar un cheque en blanco.

Moyano se llevó todo por delante. ¿Hubiera logrado mejores respaldos si “esperaba” al triunvirato? Probablemente no. La movilización puede haber estado teñida por un reclamo sectorial de Camioneros e, incluso, por una defensa personal de su conducción. ¿Alguien puede negarle a Moyano ese derecho? Lo señaló Sergio Palazzo ─primer orador que bien podría picar en punta─ en el día de ayer: “También estamos acá para acompañar a Hugo Moyano”. La amplitud y masividad de la convocatoria y su desarrollo pacífico difuminaron el fantasma de la violencia y la extorsión.

El Gobierno sigue confiando en la mala prensa/imagen de Moyano y de todo el sindicalismo. Promete llevar su prédica de transparencia a las obras sociales, mientras continúa con intervenciones a sindicatos y alienta detenciones de dirigentes. Ayer, el gabinete en pleno esperó hechos de violencia que no ocurrieron. Confía demasiado en los números y desconfía de la política, pero su radicalización está juntando a sectores que estaban separados desde los años 90. Esa estrategia dejó sin herramientas de diálogo a la conducción de la CGT, relegada a una virtualidad incómoda.

Moyano puede ser el peor de todos, pero a los topetazos es el catalizador de un movimiento sindical y social novedoso y dinámico cuya convergencia no se explica por la mera defensa judicial de un dirigente.


* El autor es abogado laboralista y coordinador de La Cartelera de Trabajo

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