Caso Báez Sosa: la masculinidad, el ritual de la violencia y la pasión punitivista

El juicio por el crimen del joven conmociona a la opinión pública y expone la vigencia de un sistema de dominación y sometimiento ligado a la masculinidad que legitima la violencia, y a su vez salen a la luz las voces que piensan que la máxima condena para los responsables es la única solución posible.

El juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa moviliza a la opinión pública en las primeras semanas del año. A lo largo de las audiencias que se llevan adelante en la ciudad de Dolores, gran parte de la sociedad vibra, se emociona y retoma con beligerancia el pedido de justicia por el joven brutalmente asesinado el 18 de enero de 2020, que implica un castigo "ejemplar", es decir la máxima pena posible, para los ocho rugbiers acusados. Los medios despliegan una extensa cobertura que, como tantas veces, tiene tintes amarillistas y ayudan así a desatar las siempre latentes pasiones punitivistas y al mismo tiempo obstruyen la posibilidad de reflexionar sobre los rituales de violencia que nos rodean en nuestra cotidianeidad.  ¿Qué hay más allá de la siempre inmediatez y el oportunismo que muestran las pantallas? ¿Hay lugar para la reflexión en medio de un necesario reclamo de justicia por Fernando y tantos otros?







Los rituales de violencia

Más allá de las cruentas especificidades de este caso, individualizar y aislar el accionar de los responsables del asesinato no ayuda a profundizar el análisis sobre los rituales de violencia que se vieron reflejados al extremo en este crimen y que a su vez lo exceden, y se transforman en un matiz estructural de nuestra cultura que encuentra en algunos ámbitos el consenso necesario para su supervivencia y retroalimentación.  

“La violencia es contextual, situacional, lo sabemos. Lo que la convierte en legítima, en un marco posible”, sostiene el doctor en Comunicación Juan Branz, quien investigó sobre el problema de las masculinidades en el deporte. En su trabajo, que constó de ocho años de labor, este autor señala que “el espacio del rugby en Argentina es un espacio de promoción de la civilidad como forma de percibir, nombrar y actuar en el mundo”. En ese sentido, descarta que dentro del rugby la violencia como método se de a través de la irracionalidad y la barbarie, sino como un esquema consciente y racional.

Desde esta postura, Branz remarca que estas prácticas se producen asiduamente porque para quienes las ejecutan “perpetrar al otro mediante violencias (simbólica y física) es la celebración de la propia masculinidad que no acepta otro modo de vincularse con otro varón”. Hoy cuando se habla de masculinidad se lo relaciona con el poder y con sociedades jerarquizadas, sometidas y desiguales, considera el investigador.

El rol ordenador que tienen los medios masivos en los procesos discursivos que rigen en la opinión pública sitúan a este tipo de sucesos escindidos de sus contextos, los delimitan en un asilamiento que tiende más a la espectacularización y repetición incansable de imágenes que dan cuenta de la violencia utilizada que a la revisión de prácticas hegemónicas que se vinculan con una masculinidad que se concretiza a través de la ejecución de un lenguaje y actos violentos.




Las pasiones punitivistas    

“No toco el dolor del papá, la mamá y todos los que aman a Fernando, sino que discuto con lo que se propone hacer a partir de ese dolor u otros dolores”, afirma Claudia Cesaroni, abogada y Magíster en Criminología. La autora de libros como La vida como castigo y Contra el punitivismo encendió el debate al manifestar públicamente su oposición a la utilización de la pena de prisión perpetúa para los responsables de este caso y otros similares.  

“En el devenir de una vida que te apliquen prisión perpetua a los 60 o 70 años es totalmente distinto a que te lo apliquen a los 20. Eso también hay que tenerlo en cuenta. Nadie debería cumplir una pena más extensa que su propia vida. No es lo mismo recibir una pena de prisión perpetua cuando salís de la adolescencia y no vivís la vida productiva, ya sea trabajar, estudiar, tener hijos, que recibir una pena de prisión perpetua a los 50 o 60 años”, argumentó la especialista en declaraciones a Página 12. Esta postura le valió a Cesaroni miles de insultos y desaprobaciones, pero estas reacciones violentas no amedrentaron a la fundadora del Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos (Cepoc), quien desde hace años sigue sosteniendo su posición. “Un crimen, sobre todo cometido por varias personas contra una, es una acción brutal de parte de quienes los cometen. Una vez sucedido, desatar una carnicería mediática y judicial sobre los autores, sobre todo si son jóvenes, es brutal y repugnante. Nadie merece una pena de 50 años”, reafirmó en sus redes sociales.

Para la abogada, en el caso Fernando Báez Sosa se sobreactúan las visiones más conservadoras y punitivistas de la sociedad. A través del discurso de la acusación, se apela a la construcción de lo monstruoso y con eso se agita lo punitorio como una solución indiscutible. ¿Cuánto ayuda este abordaje, como el que cuestiona Cesaroni, a la prevención de estas prácticas violentas? Poco y nada.

La erradicación de la ritualización de la violencia en nuestra sociedad no se hará efectiva con la sola la ejecución de la máxima pena para los responsables del asesinato de Fernando Báez Sosa y con la premisa del castigo como única solución en este y otros casos similares. Este tipo de prácticas brutales, como las que cometió el grupo de jóvenes, están inmersas en las costuras de nuestra sociedad, trascienden sectores sociales y no cesarán con una condena judicial “ejemplar” ni con la condena social unánime. 

Las víctimas y sus familiares tienen el total derecho a que se investiguen este tipo de delitos y a que sus responsables sean juzgados, no hay alguna duda de eso, pero hay que repensar cuál es el límite dispuesto a transgredir: ¿el exterminio de los victimarios? Acallar las voces que destilan odio y alzar aquellas que aporten a una respetuosa reflexión y posterior acción en torno a un serio abordaje de las violencias ayudará sin lugar a dudas a disminuir estos rituales que se reproducen con fuerza.


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