El caso “A.D.”
Julián Axat nos trae la cuarta entrega de sus aguafuertes semanales: "Memorias de un defensor de pibes chorros”. Esta vez, la crónica de A.D., un niño de13 años que en 2012 estaba en situación de calle y que la mamá desesperada rogaba ayuda, pero nadie la escuchaba.
“Mírame, madre, y por tu amor no llores”
José Martí
Esa tarde decidí visitarlo en la Clínica Psiquiátrica San Pablo, ubicada en calle 69 entre 21 y 22. Quería conocerlo bien. Conversar un poco, entrar en confianza... Le pregunté a su mamá qué era lo que le gustaba. Me dijo que le enloquecían los autos. Entonces se me ocurrió regalarle un Escalectric, el juguete que a mí me fascinaba cuando era pibe.
Pelo oscuro bien rapadito, ojos marrones, labios algo gruesos. En esa franja entre niño y adolescente a punto de dar el estirón. Me miraba azorado como preguntándose ¿y éste de dónde salió?
En el momento que abrió la caja se puso a encastrar las pistas. Lo ayudé y así montamos el “8”; y ya los autos subían y bajaban por el circuito de la cinta de Möbius. No recuerdo cuanto tiempo estuvimos apretando el joystick, pero a los médicos del otro lado de la habitación ya no les hacía mucha gracia mi presencia. Chocamos los puños y me fui.
–¿Y vos de qué cuadro sos?–le pregunté al salir.
–¡De Estudiantes de La Plata!–me dijo eufórico.
–¡Yo también!
–¡Aguante el pincha! –y chocamos puños de nuevo.
Sentí que entre todo lo oscuro que lo rodeaba, en esa complicidad, A.D había encontrado un brevísimo momento de alegría.
*
Corría el año 2012, y el caso A.D. era el caso del “menor” de 13 años del que hablaban los diarios de la capital bonaerense. A.D se llamaba, en realidad, Alejandro Díaz, y por entonces la ley impedía utilizar su nombre real para designarlo.
Su mamá, Romina González, una mujer de 30 años,con cinco hijos, sin laburo y que vivía de changas en los márgenes de La Plata, pedía ayuda desesperada, pero no había respuestas. Nadie la escuchaba.
Por entonces acudió a los medios locales y esas dos letras con un punto en el medio, que preservaban la identidad de su hijo, comenzaron a repetirse en las páginas de todos los diarios.
La única respuesta era el encierro en una jaula en la que depositaban a Alejandro por un tiempo, para después liberarlo o –simplemente– se escapaba. Pero tarde o temprano salía y volvía a consumir drogas, cometía algún robo, y nuevamente adentro.
Este circuito infinito lo había atravesado muchísimas veces, y el Estado insistía siempre en la misma receta. Hasta que un día Alejandro desapareció, una, dos, tres veces.
Cuando se producían esas desapariciones, Romina siempre temía lo peor: encontrar a su hijo muerto en algún descampado, como poco antes había aparecido el pibe de “la banda de la frazada”, Rodrigo Simonetti. Su cuerpo hallado en un callejón de Tolosa, semidesnudo y con la cabeza destrozada. Al enterarse de esa noticia, Romina pensó que el cuerpo podía ser el de su hijo. En realidad fue ese hecho el que la asustó y dio comienzo a su peregrinación buscando ayuda por todos lados.
Aquella vez tardaron varios días en encontrar a Alejandro. Estaba bastante empastillado y agresivo. Entonces la justicia de familia y el servicio de protección dieron con un remedio peor que la enfermedad. Una suerte de “gulag manicomial” llamado “Ferromed” ubicado en un descampado de la localidad de Junín, donde el gobierno de la provincia solía llevar a los pibes pobres en situación de grave consumo, por lo general menores de 16 años no punibles, considerados inmanejables y peligrosos.
A ese lugar inhóspito lo fuimos a buscar a mediados-fines de 2012. Y a partir de allí comenzó esta historia.
Una tarde recibí en mi despacho de tribunales a dos reconocidas abogadas del ámbito local: las doctoras Eloisa Weisburd y Mariana Mostajo. Ambas venían siguiendo el caso A.D y no estaban para nada de acuerdo con el modo en que el Juzgado de Familia y el servicio zonal venían manejando la situación, siempre convalidantes del circuito de internaciones.
Las abogadas querían asumir el patrocinio de Romina González, y me pedían colaboración con la representación del niño. Entonces decidimos interponer un amparo conjunto ante la justicia contenciosa y –a la vez– incidir en el expediente de familia recusando a la jueza, para luego exigir a la Provincia, dar cumplimiento a las leyes del nuevo paradigma de salud mental y niñez.
La figura del abogado del niño, para entonces era una deuda pendiente, pero estas comprometidas abogadas estaban ya –en cierta forma– demostrando su absoluta necesidad. También la necesidad de ver implementado el sistema de protección integral, como la ley de salud mental (26.657) votada en 2010 para evitar manejos degradantes, como los intentados hasta entonces con A.D.
Durante la primera audiencia ante el juez Luis Arias, Romina González se plantó: “Quiero que alguien lo escuche, que no lo traten como a un animal, que salga ya de Ferromed. Desde que está ahí internado no lo puedo ver, acariciar, está lejos, sólo; esa no es la forma de tratar a un niño…”. Recuerdo el rostro de piedra de un funcionario de Niñez que se presentó en la audiencia a declamar excusas y luego denuncié por abandono de persona. Al poco tiempo debió renunciar.
Inmediatamente el Juez Arias, conmovido por la situación, dispuso el traslado de Alejandro al Hospital de Niños de La Plata, y ordenó que la internación sea bajo los parámetros de la ley de salud mental. Es decir, sin encierro en una jaula. Ni tampoco atado a la cama, ni empastillado, ni colocado chaleco químico o de fuerza, etc. Todas las prácticas que solían aplicarle a A.D, cada vez que era sometido a una internación por orden de la justicia de familia.
La medida se cumplió llevando a Alejandro al Hospital de Niños, pero la Provincia no preparó el espacio ni contempló los cuidados necesarios que dispuso el juez en su sentencia. De modo que, la cama que le fue asignada fue en una sala de “infectología” del Hospital, acomodada a las apuradas y en forma artesanal.
Es decir, una suerte de invitación para que Alejandro se vuelva a escapar. Cosa que sucedió a los pocos días. Como una burla, la lección que la burocracia quería darnos, por intentar cambiar el estado de las cosas.
*
Entonces redoblamos la apuesta.
Recuerdo que Alejandro tardó bastante en aparecer luego de escaparse del Hospital de Niños. Creo que pocos días después llegó a la casa de Romina, estaba bastante mal, y la justicia de Familia dispuso –nuevamente– su internación compulsiva; esta vez, en la Clínica privada San Pablo, conveniada con la Provincia.
Fue allí donde lo conocí y visité llevándole el “Escalectric”que lo puso contento, al menos por un tiempo. Ahora que lo pienso mejor, quizá en la figura del “8” de la pista de ese “Escalectric”, estaba oculta la metáfora del circuito infernal en el que lo tenían atrapado.
Cuando digo que redoblamos la apuesta, es porque junto al Juez Arias y las abogadas Weisburd y Mostajo, y la propia Romina, tomamos el caso “A.D” como caso testigo, y en el expediente convocamos a audiencia pública al Estado de la Provincia de Buenos Aires y a organizaciones de la sociedad civil, para abordar las políticas de implementación de la Ley de Salud Mental.
La audiencia se celebró en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Concurrió muchísima gente, fue un hecho de trascendencia, aquí se puede acceder al momento en el que Romina toma la palabra frente a las autoridades de la provincia. Momento de impotencia y descarga. Momento de la voz, en el que ella siente que logró alcanzar un lugar.
*
Con el tiempo Alejandro fue saliendo de la adicción y sus escapadas. Hay una hermosa nota de La Pulseada que lo retrata un año después de todos estos episodios: Fueron pequeños actos y gestos de gente que se acercó a Romina y la ayudó en su cotidiano. Un marco simbólico para que ella pueda contener a su hijo en libertad. Pero la incondicionalidad y la fuerza de esa madre, creo fue lo más importante. Como levantarse, volver a caer y levantarse de nuevo. Siempre así, con el mismo amor. Con el mismo coraje ante la miseria del mundo.
Pasó bastante tiempo después de todo esto. A nivel institucional, es poco lo que ha cambiado. Los casos como los de Alejandro, salvo algunas excepciones, siguen siendo tratados a través de métodos y dispositivos similares.
La internación en comunidades terapéuticas (eufemismo de cárceles privadas para recuperación), como Ferromed (que luego de todo esto fue desmantelada) o tantas otros “gulags manicomiales” perdidos en algún lugar del conurbano; dan cuenta que la provincia (como también otras provincias) siguen en deuda con la ley Nacional de Salud Mental 26.657.
A raíz de mi nota “La banda de la frazada” volví a tomar contacto con Romina, y me contó que Alejandro tiene ya 22 años. Sigue con su obsesión por los autos. Hizo cursos de cocina y música. Me contó que tiene un hijo pequeño, al que le puso de nombre “Noha”. De su deseo y esperanza de salir pronto de la Unidad 45, donde está preso hace un tiempo, y de reencontrarse con Noha para abrazarlo. Tal como se abrazaban con Romina cada vez que se volvían a reencontrar.
Sobre el autor: Julián Axat es abogado y poeta.
Imagen: Revista Pulseada.
Comentarios