El cieguito volador

Por: Juan Francisco Gentile

Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos. Ese verso escrito por Luca Prodan en 1987 sintetizaba la cosmovisión de un sector de la población identificado con la vigorosa contracultura under de esa década, signada por la fría postdictadura y la caída de los grandes relatos. Estaban cansados del asco que daba tu sociedad luego del idilio de la primavera democrática. Aunque no tenga demasiado margen para el cansancio y muestre orgullo por el comportamiento social, con esa línea rockera podría Alberto Fernández responderle a quienes cada vez con mayor agresividad se oponen a la estrategia del gobierno argentino frente a esta pandemia, que ocupó la vida toda, y que algunos meses atrás no estaba en los radares de casi nadie, a pesar de las sucesivas alertas de muchas organizaciones que toman seriamente la cuestión ambiental, que plantean hace años los peligros de la intervención depredadora en los ecosistemas. Dado vuelta estás vos, porque los contraejemplos son una distopía trágica hecha realidad. Ya se dijo mucho, aunque pareciera que no lo suficiente: Estados Unidos y Brasil, por citar los dos ejemplos continentales más gráficos, con personajes mesiánicos y delirantes al frente de sus gobiernos, que subestimaron los riesgos sanitarios en aras de las ganancias de los grandes grupos económicos, no tienen espacio para enterrar los muertos, que cuentan por miles a diario. Sus indicadores económicos no están mejor, lo cual demuestra que la resonante y mentada contradicción salud y economía no es tal: con virus activo y muchas muertes no hay economía que funcione. Para nadie.

Se cumplen 80 días desde el momento en que, con apenas tres casos confirmados de Covid-19 en el país, el gobierno nacional decretó la cuarentena. Casi tres meses después y con 20.000 casos más, emerge con fuerza algo que en muchos aspectos siempre estuvo: la existencia de dos Argentinas. El Área Metropolitana de Buenos Aires, por un lado, y la casi totalidad de las provincias, por otro. Esto se vio reflejado en las medidas anunciadas: mientras el AMBA sigue en asilamiento, el 85 % del territorio nacional vuelve al distanciamiento social, con apertura de actividades y vida social. Cuando une porteñe ve una foto de familiares o amigues que, en alguna ciudad o pueblo provincial, se reúnen en bares o casas en torno a asados, no puede evitar sentir algo de envidia y añoranza. Para la clase media urbana porteña, sin la vida social y cultural, sin sus festivales en las calles, sus bares, teatros, y cines, estar en la ciudad pierde buena parte de su sentido. Otro mundo corre por abajo y es el de los sectores medios-bajos y bajos, para quienes habitar la ciudad es con suerte apenas algo más que pasarla mal, desde siempre. El modo de vida en los grandes centros urbanos, especialmente en Buenos Aires y en el Conurbano, con su transporte atestado sistemáticamente y la vivienda inaccesible para casi todes, está en crisis. No se trata de contraponer un idilio pastoril. Ninguna vida es fácil (no contamos aquí las pocas que llegan con todo resuelto); todos los lugares tienen sus miserias. Pero viajar dos horas de ida y dos horas de vuelta en condiciones pésimas para trabajar ocho horas por un salario que apenas alcanza para sostener lo mínimo, hay un trecho demasiado largo. Desandarlo no es simple. Nueva Roma, te cura o te mata.

Un rasgo característico de esta crisis lo marcan los niveles de acuerdo político y social en torno a las medidas y la conducción de Alberto Fernández. El gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof, el jefe de gobierno de la ciudad Horacio Rodríguez Larreta, los gobernadores de distintos signos partidarios. Allí parece no haber demasiadas (ni demasiados) fisuras. Los ruidos llegan desde los márgenes, donde la resonancia es grande: grupos de intelectuales abroquelados en torno a un antiperonismo visceral; la ex ministra de trabajo de la Alianza y de seguridad de Macri, defensora de miembros de las fuerzas de seguridad asesinos de manifestantes; sectores del poder económico concentrado, que en medio de la crisis despiden trabajadores al tiempo que toman los programas oficiales de apoyo para el pago de salarios y operan desde diarios, radios y pantallas, y algunos etcéteras. Quienes gobiernan, y enfrentan la posibilidad de más muertes ante un virus todavía desconocido, apoyan. La mayoría de la sociedad, aunque con cansancio y una lenta y esperable erosión, también.  En este punto es necesario que la dirigencia sostenga un alto grado de empatía con el amplio y diverso universo popular.

Es importante poner en relieve la solidez del sistema político argentino. Hay una discursividad trabajada de modo persistente a través de los años, desde los medios de comunicación masiva y las narrativas de las ficciones costumbristas, también desde algunos espacios políticos, tendiente a asociar lo argentino con algo berreta, trucho, chantapufi, de segunda. "La picardía argentina", "así somos los argentinos", "¿qué querés? esto es Argentina". No es la intención de esta columna hacer chovinismo, sino llamar la atención sobre este fenómeno: si abrimos los sitios de los grandes medios nacionales, somos un desastre; pero si comparamos con la región, y sopesamos el estado actual de nuestra democracia, que va camino a los 40 años ininterrumpidos, con alternancia en sus gobiernos, representación fuerte e institucional de las oposiciones, alto grado de movilización contenida en sindicatos y organizaciones sociales, y funcionamiento pleno de los parlamentos (el Poder Judicial, en este sentido, está más atrasado y gobernado en buena medida por prácticas oscuras), lo que se ve es un país fuerte. De igual manera,  es necesario hoy más que nunca, porque la crisis es también oportunidad, iluminar las desigualdades, normalmente ocultas en las penumbras de un sistema social y económico que se sostiene erguido sobre la exclusión de las mayorías.  “Tenemos que ir hacia un capitalismo donde todos ganen”, dijo el presidente. Ojalá sea eso posible. La gran deuda, claro, no es con BlackRock ni el fondo, sino con las personas de carne y hueso que viven lejos del círculo rojo. La pobreza, el hambre, la carencia habitacional, la falta de oportunidades, los aspectos más urgentes de una sociedad profundamente desigual, que hoy confía en su gobierno y espera más y mejores respuestas, a pesar de las invitaciones constantes a la desesperanza.

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