El Covid-19 en las prisiones: novedad y catalización

Por Mauro Benente - Santiago Ferrando Kozick


La pandemia del Covid-19, y las medidas para evitar la propagación del virus, han impactado de modo directo, aunque no uniforme, en todos los estratos sociales. La extraordinaria incertidumbre que nos atraviesa se refleja y se reitera en los diferentes diagnósticos y proyecciones, donde se nota un movimiento de apelación a la novedad absoluta y radical del acontecimiento de la pandemia y el aislamiento, seguida por un elenco de categorías nada nuevas para describirlo y delimitarlo conceptualmente.

Judith Butler ha sugerido que el aislamiento pone de relieve la novedad de nuestra interdependencia global, Byung-Chul Han avizora la generalización de un estado policial con vigilancia digital al estilo chino, Paul Preciado plantea que las racionalidades de gobierno ya no estarán apoyadas en las identidades sexuales y racionales, y Slavoj Žižek proyecta –o sueña- un futuro donde las lógicas competitivas del capital sean reemplazadas por las matrices solidarias de lo común. En mayor o en menor medidas encontramos referencias a la novedad de la situación, y a lo novedosa que será la salida de la crisis generada por la pandemia.

Esta constante apelación a la novedad, que por momentos resulta tan contagiosa como el Covid-19, también se sitúa sobre aspectos menos públicos, más oscuros y opacos de nuestra vida en común, como son las prisiones. Sobre el sistema carcelario, el Covid-19 también ha traído nuevas problemáticas, nuevas incertidumbres y nuevos desafíos.

El primer reto ha sido, y sigue siendo, que el Covid-19 no ingrese en las prisiones. Para ello, en la mayoría de los sistemas penitenciarios del mundo, se han tomado medidas que maximizan el aislamiento de las personas privadas de libertad: se han suspendido las visitas de familiares y las salidas transitorias. Asimismo, dada la imposibilidad de contacto físico de los detenidos y las detenidas con el mundo exterior, varios gobiernos han habilitado el uso de teléfonos celulares. Además, la administración penitenciaria italiana distribuyó 1600 smartphones, y el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires habilitó que presos y presas blanqueen la tenencia previa de teléfonos celulares, permitiéndoles, aunque con restricciones, el acceso a internet. Asimismo, la mayoría de los países adoptaron medidas de protección ante posibles contagios en presos y presas, y en trabajadores y trabajadoras los servicios penitenciarios: desde la suspensión de las actividades cotidianas al interior de los establecimientos, hasta el caso suizo que habilitó una antigua prisión para este tipo de casos.

Por otro lado, con la finalidad de evitar que el ingreso del Covid-19 torne incontrolable la situación al interior de las prisiones, diferentes poderes de distintos Estados, adoptaron medidas para que se reduzca la (sobre)población en las cárceles. Además, se procuró que las personas que están dentro de los grupos de riesgo -adultos y adultas mayores, madres embarazadas, y personas con enfermedades graves- abandonen la prisión y cumplan su pena en detención domiciliaria. Por ejemplo, el Presidente de Italia, mediante decreto, habilitó que las penas de prisión de hasta 18 meses, aun cuando ese tiempo fuese residual de una condena mayor, se conviertan en detención domiciliaria. Por su parte, el Gobierno de Bélgica extendió los permisos de libertad y, el parlamento austriaco sancionó una ley que permite suspender la ejecución de las penas de prisión cuando la persona condenada no sea peligrosa y la pena de prisión no exceda los tres años.

Las decisiones para alivianar la vida dentro de la prisión, para evitar una dramática e incontrolable propagación del Covid-19, y para disminuir la población carcelaria, se explican por la existencia de condiciones que agudizan ostensible y extremadamente la precariedad de la vida. Ya antes de propagación del Covid-19, el color de la vida al interior de buena parte de los sistemas penitenciarios del mundo se encontraba teñido de malas condiciones sanitarias, deficiente acceso a medicamentos, escasez de personal médico, hacinamiento en espacios comunes y dormitorios. Ya antes de la pandemia, la situación de buena parte de los sistemas carcelarios era dramática.

¿Por qué es importante destacar que el drama carcelario es anterior a la pandemia del Covid-19? Porque nos permite destacar que el drama del Covid-19 en las prisiones, también puede leerse como el Covid-19 en el drama de las prisiones. Pero también porque nos habilita a preguntarnos si cierta gramática de la novedad, no debería ser suplantada, o al menos suplementada, por la catalización. Los catalizadores producen catálisis, que son procesos de aceleración, de incrementos de velocidad de las reacciones químicas. Con ciertos paralelismos podríamos pensar que más que -o además de- novedades, el Covid-19 suscita en las prisiones -aunque no solo en ellas- procesos de aceleración de las condiciones estructurales de precariedad. O más bien, al igual que opera un catalizador, el Covid-19 genera una aceleración en los resultados que provocan estas condiciones de precariedad. Si ellas, en definitiva, tenían el destino de impactar sobre la salud y la vida misma de las personas privadas de libertad, el Covid-19 acelera ese impacto, consigue que los resultados más dramáticos tarden menos en llegar.

Hoy, en mayor o en menor medida, los distintos gobiernos están adoptando medidas para mitigar el drama coyuntural del Covid-19. Son los Estados, y no los mercados, los que están amortiguando las condiciones que catalizan la precariedad de la vida. Mañana debemos comprometernos en la tarea de mitigar los dramas ya no coyunturales, sino estructurales. Uno de ellos es el capitalismo. Otro son las cárceles.


Una versión más extensa de este trabajo será publicada en: https://latam.lejister.com/index.php?option=covid-19

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