El Covid-19 y la agudización de la fragmentación regional

OPINIÓN. La pandemia evidencia la situación de fragmentación, endeudamiento y conflictividad social prexistente, y agudiza la crisis sanitaria, social y económica. La pregunta que surge es si esos nuevos tiempos permitirán un re ascenso de América Latina como bloque o si seguiremos debatiéndonos entre la subordinación a EE.UU. o una nueva subordinación a China.


Por Amanda Barrenengoa

(Integrante del Grupo Geopolítica y Economía desde el Sur Global). 


¿qué orden surgirá luego de la crisis?

En el año 2010 el periódico londinense The Economist publicaba en la portada de un informe especial la imagen invertida del mapa de América Latina con el título “El patio trasero de nadie, el ascenso de América Latina”. Esta mostraba a Tierra del Fuego en la cima y EE. UU. y Canadá en el sur, y al decir del ex Canciller brasileño Celso Amorim, aquello era un símbolo de lo que estaba sucediendo en la primera década del siglo XXI. La región latinoamericana se perfilaba como un actor de relevancia en un mapa internacional que transitaba grandes cambios a partir del ascenso de China, algo que inquietaba a los grandes actores del capitalismo global y sobre todo a Estados Unidos.




Como parte de los procesos de integración y nuevo regionalismo que inauguró este siglo, la región de América del Sur desarrolló instrumentos propios de concertación política como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Fruto de numerosas reuniones y cumbres que involucraron presidentes y funcionarios de un amplio espectro político regional, consiguió en pocos años niveles de autonomía tan relevantes como efímeros en el tiempo.

La actual pandemia vino a revelar en la región, muchos de los problemas que ya existían previamente: la fragmentación regional, la subordinación a actores extrarregionales, la financierización de nuestras economías, la desigualdad estructural que atraviesa nuestras sociedades en el acceso a derechos sociales básicos como la salud, la alimentación, la vivienda y el trabajo; entre muchos otros que quedaron al descubierto con mayor brutalidad. También quedó en evidencia la desigual respuesta por parte de los Estados suramericanos ante esta situación. De existir mayores niveles de integración regional que permitieran una actuación como bloque, habría posibilidades para planificar una política sanitaria en común. En un mundo que transita una crisis económica, social y sanitaria sin precedentes, vemos el trabajo articulado entre gobiernos, instituciones públicas y privadas, organismos internacionales, organizaciones sociales, sindicatos, trabajadores, etc. Sin embargo, en lo que atañe a nuestra región, poco se ha visto en materia de cooperación entre Estados para contrarrestar los efectos del COVID-19.

Los procesos de integración que tuvieron a América del Sur y América Latina como ámbitos de desarrollo de distintas estrategias de regionalismo, buscaron diseñar propuestas de acción conjunta para contrarrestar los efectos de las políticas neoliberales en la región. La concepción emergente buscó superar las tradicionales agendas de integración económica y comercial haciendo confluir áreas clave como la energía, la infraestructura, la salud, la inclusión ciudadana, la defensa y seguridad, la tecnología y la educación. Bajo la consideración de la salud como derecho fundamental se diseñaron mecanismos y planes para democratizar el acceso a la misma. Junto con la UNASUR, el Consejo Suramericano de Salud creó el Instituto Suramericano de Gobierno en Salud (ISAGS), con sede en Río de Janeiro, que suspendió sus actividades el 30 de junio de 2019. Algunas de las líneas de trabajo que formaron parte de sus ejes estratégicos se orientaban a la compra conjunta de medicamentos y a la elaboración de sistemas universales de salud.

Lejos de tratarse de un bloque homogéneo, y más allá de la imagen ideologizada que se ha intentado construir, UNASUR ha sido un organismo atravesado por dinámicas conflictivas y contradictorias desde las primeras reuniones de presidentes suramericanos en el año 2000. No obstante, esto no impidió alcanzar importantes grados de consenso y posturas en común para la defensa de las democracias. A su vez, otro de los logros que este bloque consiguió fue hacer converger en un mismo ámbito a presidentes con posiciones políticas opuestas, como Álvaro Uribe y Hugo Chávez. La UNASUR resultó un ámbito facilitador para la recomposición del rol político estratégico de los Estados Nación, en momentos de reestructuración del poder de los mismos. En este sentido, vale destacar también la creación del Consejo de Defensa Suramericano, entre otras herramientas institucionales. Este Consejo posibilitó diseñar una estrategia de defensa desde la propia región. Ejemplo de esto fue la rápida actuación de la UNASUR ante el Golpe de Estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012), el intento de golpe en Ecuador (2010), en el conflicto por las FARC entre Venezuela y Colombia (2010), y ante la presencia de las bases militares norteamericanas en este último (2009), por nombrar algunos hechos significativos. En todas estas situaciones quedó de manifiesto la capacidad de los Estados suramericanos de resolver los conflictos y crisis de manera autónoma, sin la intervención de la OEA ni de otros actores como EE.UU. Para la región, estas acciones marcaron una impronta clara en torno a la consolidación de la democracia y la defensa de la soberanía que los Estados -en conjunto- consiguieron.

A su vez, estas políticas se inscribieron en un escenario internacional en el que emergieron relaciones de integración y cooperación con otras zonas del mundo en lo que se denominó Cooperación Sur- Sur, acercando actores y países emergentes entre sí. A esto se incorporó el ascenso de China y propuestas como el BRICS, en las cuales se buscó participar desde la región. Por lo cual, situamos estas transformaciones en un escenario que mostraba nuevos actores en un orden multipolar que amenazaba con desequilibrar la histórica supremacía norteamericana. El rechazo al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en el año 2005, significó un hito fundante de un ciclo en el que fue posible configurar agendas de desarrollo y consenso político institucional sin la intervención de actores extranjeros y haciendo prevalecer los intereses regionales. Esto se sostuvo desde coaliciones de gobierno y fuerzas sociales que a nivel nacional buscaron cristalizar desde el Estado, agendas alternativas al neoliberalismo desde proyectos de desarrollo con inclusión social.


Desaceleración y giro hacia el norte

La sostenibilidad de los procesos de integración en el tiempo reflejó una dinámica que terminó resultando muy frágil en términos institucionales. En 2014 ocurrió la última reunión de Jefes y Jefas de Estado de la UNASUR, a lo que siguieron la falta de consenso para nombrar un funcionario que ocupase la Secretaría General y el paulatino desgranamiento de sus miembros a partir de los cambios de gobierno. Esto fue expresión de una situación de cambios por los que transitó la región, empezando por los efectos de la crisis financiera global y su impacto en las economías regionales. 


 

En paralelo, la situación política al interior de los Estados fue perfilando la reconfiguración del mapa regional: en 2016 Dilma Rousseff es destituida y reemplazada por Michel Temer y luego Jair Bolsonaro (2018), esto acompañado por los triunfos electorales de Mauricio Macri en Argentina (2015), Lenín Moreno en Ecuador (2017) e Iván Duque en Colombia (2018), junto con la crisis en Venezuela inducida por la política exterior estadounidense. En este contexto, la institucionalidad de la UNASUR fue deteriorada al mismo tiempo que se tejían nuevas alianzas regionales desde las agendas de los gobiernos entrantes, que priorizaron los vínculos con actores globales. Esto se tradujo en acuerdos políticos que buscaron el realineamiento con EE. UU. en detrimento de la integración regional y la Cooperación Sur-Sur, como el Grupo de Lima, lo cual impactó en la reorientación del MERCOSUR, el fortalecimiento de la Alianza del Pacífico, el lanzamiento de nuevos tratados de libre comercio y la suspensión de la UNASUR y la CELAC. El acercamiento a EE. UU. por parte de la mayoría de los Estados se observó en todos estos planos, junto con el retorno del monitoreo a la seguridad regional, la militarización y la instalación de bases militares en los países de la región, con las ya conocidas políticas de endeudamiento y apertura comercial. En 2019 los presidentes de Brasil, Chile, Argentina, Colombia, Perú, Paraguay, Guyana y Ecuador convocaron el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), un ámbito de cooperación “sin ideologías”. Se intentaba deslegitimar a la UNASUR y conformar un área de integración económico-comercial favorable a los mercados internacionales, algo notable en el acuerdo MERCOSUR- UE. Asimismo, la región latinoamericana se erigió en un ámbito de disputa entre EE. UU. y China.


Agudización de la crisis por COVID- 19

En la antesala a la pandemia, la región transitaba tiempos de contradicciones. Las protestas en Chile y otros países de la región, los cambios de gobierno en Argentina luego de la derrota de Macri y la asunción de Alberto Fernández, y en Uruguay con el triunfo de una coalición de derecha liderada por Luis Lacalle Pou. Por su parte, Brasil se enfrenta a una situación de crisis política inédita generada por el gobierno de Jair Bolsonaro. Sumado a esto, el violento golpe de Estado en Bolivia con la complicidad de la OEA y las próximas elecciones de septiembre indican un escenario institucional signado por las irregularidades y sin certezas respecto de cómo será el curso de los próximos meses. Estas contradicciones dejan entrever las dificultades para consensuar agendas de integración regional y negociar posiciones comunes entre países vecinos. En cuanto a las perspectivas a mediano plazo, la región no está exenta de los pronósticos de caída generalizados que incluyen también a las economías con mayor desarrollo. Según estimaciones del BID, se prevé que en el marco de una caída del PBI mundial del 5,2%, la proyección de caída en su conjunto para la región sea del 7,2%.

En este marco, la pandemia evidencia la situación de fragmentación, endeudamiento y conflictividad social prexistente, y agudiza la crisis sanitaria, social y económica. Al mismo tiempo pone de manifiesto la potencialidad que un organismo como la UNASUR podría tener para articular una respuesta como región. No existen fórmulas mágicas para la reconstrucción del mundo post pandemia, pero podemos ensayar algunas ideas que nos aproximen a pensar cuál puede ser el lugar de la región en el restablecimiento de un orden internacional que ya transitaba una crisis estructural profunda.

La pregunta que surge es si esos nuevos tiempos permitirán un re ascenso de América Latina como bloque o si seguiremos debatiéndonos entre la subordinación a EE.UU. o una nueva subordinación a China. ¿Será posible en ese marco participar como un actor más en el sistema internacional e idear acciones conjuntas para el diálogo con otros actores como China, la UE o EE. UU.? ¿Podrán los representantes gubernamentales hacer prevalecer los intereses regionales y nacionales en las instancias de negociación? A su vez, no hay integración suramericana posible sin la alianza estratégica entre Brasil y Argentina y sin el fortalecimiento del MERCOSUR en una asociación estratégica con China. En este sentido, ¿cómo quedará el mapa regional post COVID- 19 en un orden internacional en vías de ser reconfigurado a partir de parámetros que tendrán que ser reinventados en un mundo sustancialmente diferente del que quedó atrás? Por último, cabe preguntarse qué lugar habrá en este nuevo orden para los Estados latinoamericanos, para las estrategias de integración regional y para las políticas que se enfoquen en el impulso a esquemas de crecimiento y desarrollo que sean sustentables, que amplíen nuestros márgenes de autonomía y democracia y que permitan reducir las desigualdades estructurales.


Sobre la Autora

Amanda Barrenengoa es Doctora en Ciencias Sociales, Docente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)  y becaria post doctoral del CONICET.

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