El hambre y la miseria de Brasil en la pandemia

OPINIÓN. Alguna vez Josué de Castro sostuvo que el hambre es la expresión biológica de las enfermedades sociológicas. Esta afirmación refleja el escenario que empieza a tomar forma con el golpe parlamentario de 2016 y que se intensificó con Bolsonaro.

Quien mire hoy a Brasil se asombrará del contraste con su pasado reciente, cuando el país era reconocido internacionalmente como un líder en la lucha contra el hambre. En medio de la pandemia, el país carece de recursos, políticas y personas en el gobierno federal para enfrentar el desafío impuesto por el COVID-19 y una de sus principales consecuencias: el creciente número de personas hambrientas. El Banco Mundial estima que alrededor de 14,7 millones de brasileños, que representan el 7% de la población, pasarán hambre a fines de 2020.

Una estructura para combatir el hambre

Desde su origen colonial, Brasil ha sido un gran exportador de commodites agrícolas. Con la implementación de los complejos agroindustriales desde la década de 1960, el país llegó a la década de 1990 como una agropotencia del comercio internacional y se convirtió en uno de los mayores exportadores de granos, soja, frutas y carnes del mundo. Todo este proceso, sin embargo, ocurrió en paralelo al hambre crónica y a episodios de hambruna. Por ejemplo, el estado de Ceará, en el noreste de Brasil, creó campos de concentración en 1915 y 1937 para evitar que los miserables afectados por la sequía y la hambruna en el interior del estado llegasen a la capital, Fortaleza.

En 2009, José Padilha registró, en el documental Garapa, que el hambre crónica continuó matando familias tanto en el campo como en la capital de Ceará en el siglo XXI. Padilha discutió, entre otras cosas, la insuficiencia del Programa Bolsa Familia como mecanismo para combatir el hambre. Es cierto que esta política no había terminado con el hambre en Brasil y que su alcance tendría que incrementarse y complementarse con otras políticas para poder cumplir esta función. Sin embargo, esa política pública de transferencia condicionada de ingresos, preferiblemente para las madres, fue uno de los instrumentos que contribuyó sin duda a la salida de Brasil del Mapa del Hambre de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) en 2014.

Al llegar al poder en 2003, el presidente Luís Inácio Lula da Silva (Partido de los Trabajadores, PT) estableció que la lucha contra el hambre sería una prioridad. A través del programa Bolsa Familia y, posteriormente, el principio de Hambre Cero, el gobierno de Lula incentivó la creación de varias políticas públicas y tecnologías sociales para abordar el problema no de manera puntual, como un tema entre otros, sino para enfrentar el problema en su difícil complejidad.

En el primer año de su mandato, el Consejo Nacional para la Seguridad Alimentaria y Nutricional (CONSEA) fue reactivado para ayudar a la Presidencia en la formulación e implementación de políticas en el área. El CONSEA estaba compuesto por 40 miembros de la sociedad civil y 20 miembros del gobierno, como una forma de amplificar la voz de los movimientos sociales, líderes civiles y expertos en el tema. En 2006, la Ley Orgánica de Seguridad Alimentaria y Nutricional (LOSAN) fue aprobada por el Congreso y dio origen al Sistema Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (SISAN), cuya misión era garantizar el Derecho Humano a una Alimentación Adecuada. En 2010, el derecho a la alimentación se incluyó en el artículo 6 de la Constitución Federal.

Además de esta estructura institucional, se crearon o fortalecieron algunas políticas públicas y tecnologías sociales, como el Programa de Adquisición de Alimentos (PAA) y el Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE). Ambos prograas conectan, con la coordinación y el financiamiento del gobierno, la producción de agricultores familiares con parte de las necesidades alimentarias de las escuelas y otras instalaciones públicas como hospitales. En el mundo, en general, las poblaciones rurales son las más vulnerables al hambre, y en Brasil no es diferente.

El éxito de las políticas brasileñas para combatir el hambre llamó la atención de organizaciones internacionales, como el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la FAO, y de países desarrollados y en desarrollo. Estos buscaban adquirir conocimiento con las tecnologías sociales brasileñas para traducirlas a sus realidades. Brasil, por su parte, no ha perdido la oportunidad de difundir su modelo y ganar protagonismo internacional a través de su Cooperación Internacional para el Desarrollo y la Cooperación Humanitaria. Por primera vez en la historia, el país se había convertido en un proveedor neto de cooperación internacional, superando la condición de un receptor neto de asistencia extranjera. En ese momento, el Ministerio de Relaciones Exteriores (MRE) era comandado por el experimentado Ministro Celso Amorim, que alcanzó una posición destacada en las negociaciones internacionales con la bandera del Hambre Cero.

No podemos dejar de reconocer que, si por un lado, Brasil ganó prestigio con la Diplomacia de Combate al Hambre, al mismo tiempo el país se fortaleció como Agropotencia en el comercio internacional. La proyección en ambos campos fue fundamental para la elección de José Graziano da Silva y Roberto Azevêdo, ya bajo el gobierno de Dilma Rousseff (PT), para las direcciones generales de la FAO y la Organización Mundial del Comercio (OMC) respectivamente. Cabe señalar que la OMC es reconocida como una organización que tiene como objetivo la liberalización del comercio y, por lo tanto, la menor interferencia del Estado en la economía. Por esta razón, se han hecho muchas interpretaciones sobre la posición de Brasil en temas agroalimentarios: ¿habría incoherencia en la defensa simultánea de la agricultura familiar y las grandes empresas agrícolas? ¿Sería una especie de esquizofrenia resultante de la necesidad de un equilibrio entre las diferentes fuerzas políticas en el sistema de Presidencialismo de Coalición?

Sin entrar en este debate, el hecho es que, en medio de la contradicción, parecía haber una manera de superar el hambre. Es decir, las políticas públicas y las tecnologías sociales, asociadas con un buen desempeño económico, contribuyeron efectivamente a la Seguridad Alimentaria y Nutricional de la población.

El desmantelamiento de la estructura

Estas estructuras, políticas públicas y tecnologías sociales comenzaron a desmantelarse con el golpe parlamentario que resultó en la destitución de Dilma Rousseff (PT) y el ascenso de su vicepresidente, Michel Temer (Movimiento Democrático Brasileiro, MDB). Simbólicamente, en su primer día en el cargo como presidente interino, Temer redujo el Ministerio de Desarrollo Agrario (MDA) al status de Secretaría. En julio, formalizó la exclusión del MDA de la Cámara de Comercio Exterior, CAMEX, que es un espacio institucional estratégico en el proceso de formulación de la política comercial internacional. El MDA era el Ministerio que daba voz a los campesinos, oponiéndose, por lo tanto, al Ministerio de Agricultura, Ganadería y Abastecimiento, que es el lugar del gran agronegocio. En el área de Relaciones Internacionales, Temer extinguió también la Coordinación General de Acciones para Combatir el Hambre del Ministerio de Relaciones Exteriores en 2016.

Al asumir la presidencia en 2019, Jair Bolsonaro determinó, en enero, la extinción del CONSEA. Hubo resistencia de la sociedad civil organizada y de parlamentarios, pero en septiembre el CONSEA fue eliminado. La medida fue la realización práctica de su discurso de campaña, ampliamente favorable al gran agronegocio y extremadamente crítico de las políticas que favorecían la agricultura familiar, los Sin-Tierra y la preservación del medio ambiente. Su controvertido e inexperto Ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, tuiteó que el Ministerio de Relaciones Exteriores ya no sería el lugar del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST). En resumen, estas acciones tenían como objetivo desmantelar las estructuras para combatir el Hambre y reprimir la proyección internacional de ideas, políticas e instrumentos que la comunidad internacional había considerado exitosa.

Mientras tanto, a nivel interno, el mal desempeño económico del país entre 2015 y 2018 había aumentado del 4.5% al 6.5% de la población brasileña por debajo de la línea de la pobreza extrema. Al mismo tiempo, los derechos laborales y sociales fueron flexibilizados, lo que hizo más vulnerables a los empleados formales, aumentando la proporción de la población que vive en la economía informal. Bajo el argumento de la crisis fiscal y defendiendo la supremacía del mercado sobre las políticas sociales, Temer y Bolsonaro redujeron el presupuesto para programas destinados a combatir el hambre, como el Bolsa Familia, el Programa de Adquisición de Alimentos y el Programa de Cisternas, cuyo objetivo es crear estructuras domésticas para el almacenamiento del agua de lluvia en regiones de sequía.

En este contexto, la crisis del hambre, que ya estaba presente en Brasil, se ha visto agravada por la pandemia del COVID-19, no solo debido a la retracción económica intensificada por las cuarentenas y las enfermedades, sino también porque el Estado Federal está deliberadamente desestructurado para enfrentar la inseguridad alimentaria y nutricional sistémica. Las medidas de ayuda social en el contexto de la pandemia son tardías, tímidas y descoordinadas con las otras esferas de gobierno.

Para dar un ejemplo más: el Ministerio de Desarrollo Social y Combate al Hambre (MDS) se debilitó de Temer a Bolsonaro, y la agenda para combatir el Hambre terminó siendo atribuida a una Secretaría que cayó en el ostracismo. El desmantelamiento de la estructura institucional tiene implicaciones prácticas, en términos de políticas públicas y tecnologías sociales, además de simbólicas. La bandera del Hambre Cero fue retirada, y el mástil vacío se mantuvo presente dejando en claro que no es una prioridad en este gobierno.

El hambre inspiró a algunos de los más grandes artistas brasileños, como las pinturas de Cândido Portinari (1903-1962) y los romances de Graciliano Ramos (1892-1953). También inspiró el trabajo de Josué de Castro (1908-1973) quien, en 1946, escribió el clásico libro Geografía del Hambre. Uno de los corolarios más famosos de Josué de Castro es que el hambre es la expresión biológica de las enfermedades sociológicas. Esta afirmación refleja claramente el escenario que empieza a tomar forma con el golpe parlamentario de 2016 y que se ha intensificado con la miseria humana que caracteriza al gobierno de Jair Bolsonaro.


Sobre el autor: Thiago Lima es profesor del Departamento de Relaciones Internacionales y del Programa de Posgrado en Gestión Pública y Cooperación Internacional (PGPCI)-UFPB, Brasil. Coordinador del Grupo de Investigación sobre el Hambre y las Relaciones Internacionales.

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