El mercado laboral: donde la pandemia se cruza con la tecnología

OPINIÓN. ¿Qué deparará para el mundo laboral la conjunción de pandemia y tecnología? ¿Qué pautas tenemos para pensar el futuro? ¿Qué cuentas pendientes traemos desde el pasado?

Por Sebastián Fernández Franco  y Juan Manuel Graña


¿Qué deparará para el mundo laboral la conjunción de pandemia y tecnología? ¿Qué pautas tenemos para pensar el futuro? ¿Qué cuentas pendientes traemos desde el pasado? Estos interrogantes son los convocantes del nuevo número de la Revista “Voces en el Fénix” denominado “Futuro del Trabajo”. Allí se vuelcan reflexiones en varios ámbitos. Comienza pensando el proceso general, qué cambios se están produciendo, para concentrarse en lo que efectivamente está ocurriendo en Argentina -observando algunos sectores y organizaciones-. Finalmente, se presentan aportes sobre qué reformas son necesarias y en qué contextos podrían realizarse. La presentación del número se realizará el jueves 2 de julio a las 9.30 con exposiciones de Victoria Basualdo, Julio Neffa, Héctor Palomino y Sonia Roitter (link: https://meet.jit.si/Reuni%C3%B3nPlanF%C3%A9nix).

Ahora, de todas esas posibles formas de pensar este proceso nos interesa concentrarnos aquí en una en particular. La preocupación por el futuro del trabajo no es nueva en la historia del capitalismo y se recupera con cada oleada tecnológica. En este contexto de extrema incertidumbre, la pregunta que muchos/as nos venimos haciendo es cómo la pandemia afectará a los mercados de trabajo. La “Nueva Normalidad” es una nueva puerta de entrada a este debate: la vida se ha virtualizado crecientemente y el trabajo no ha estado al margen de estos cambios. Esta etapa de prueba en la que se encuentran la mayoría de los países y sus empresas parece ofrecernos algunas ideas para pensar la cuestión. Por un lado, con la caída masiva de ingresos en la mayoría de los sectores económicos, suspensiones y despidos, es muy claro que no todos los empleos tienen la misma protección ni pueden realizarse desde casa cuando el contexto así lo requeriría. Las diferencias quedan en evidencia cuando un empleado de la construcción ve interrumpida su actividad mientras que un analista financiero no. Por el otro, la cuarentena –con la restricción de la circulación- pone de relieve que el uso de ciertas tecnologías se ha adelantado; principalmente por dos razones: los robots y algoritmos no necesitan cumplir ningún tipo de distanciamiento social además de que pueden manejarse remotamente.

Por su parte, Argentina se enfrenta al avance del COVID-19 en medio de un proceso de negociación de su deuda debido a una crisis preexistente, con su actividad económica estancada y salarios en retroceso. Por eso, las preocupaciones son dobles. Respecto de la situación laboral, ¿el empleo se recuperará, al menos, al nivel que tenía antes de la pandemia? ¿Con qué salarios? En referencia a las tecnologías, ¿qué tan lejos estamos de cruzarnos con un robot que recorra las calles exigiendo el distanciamiento social? ¿O de un drone que vuele por los aires esparciendo productos desinfectantes? O simplemente, y la relación entre ambas aristas, ¿cuál es la proporción de nuestro empleo que puede digitalizarse?

Puestos que se van y puestos que quedan

Antes de la pandemia, los/as economistas dedicados/as al mercado laboral de los países desarrollados señalaban que tanto las ocupaciones de altas calificaciones –de salarios más altos- como las de bajas calificaciones –de salarios bajos- crecían mientras se destruían relativamente los trabajos de calificaciones medias. Por lo tanto, nos estaríamos moviendo hacia un mercado de trabajo más fragmentado, en el que convivirían más ingenieros/as y trabajadores/as de limpieza, pero menos empleados/as administrativos/as. Así, los empleos que aumentan relativamente son aquellos vinculados a la “resolución de problemas”, adaptación a cambiantes escenarios, capacidades creativas, por un lado, y en interacción interpersonal,  motricidad (muy) fina, por el otro. Por lo cual, se dice que este mercado de trabajo crecientemente polarizado y desigual es resultado en mayor medida de los procesos de  automatización y digitalización que han podido avanzar sobre las ocupaciones de calificaciones medias pero no sobre el resto.

El desarrollo tecnológico permite comprimir porciones crecientes del trabajo (humano) y hace que cambien las tareas laborales necesarias en el mundo del trabajo. Así, con mayor computarización, se han reemplazado más fácilmente los empleos que concentran tareas rutinarias, es decir, a aquellos que pueden ser descriptos en secuencias muy claras, que pueden ser especificados en líneas de códigos, para que ahora los pueda hacer automáticamente una máquina, sea esta física (como un robot) o virtual (como un algoritmo de IA).

Más allá de los interesantes aportes, en ese debate académico comúnmente se encuentran ausentes, al menos, dos factores importantes. En primer lugar, ¿por qué una empresa decide incorporar nuevas tecnologías –sean nuevos sistemas de seguridad para el teletrabajo, equipos médicos de asistencia sanitaria, brazos robóticos industriales, etc.-? Si bien es evidente que existen limitaciones tecnológicas, en el fondo es siempre una decisión orientada a impulsar su proceso de valorización. Así, existe evidencia de que hay tecnologías que están disponibles, pero no se adoptan. Esto nos obliga a centrarnos en cuáles son las condiciones laborales que podrían frenar su entrada. En ese sentido, ¿no existen robots y/o programas que puedan reemplazar a un/a vendedor/a de las grandes cadenas de fast food? ¿O será que es más económico contratar a un trabajador en condiciones precarias?

Por más avanzado que esté el desarrollo de una (nueva) tecnología, es la valorización la que determina su ingreso en producción. Pero el tiempo corre contra el trabajador: mientras la tecnología continúa abaratándose, el salario no puede -ni debe- hacerlo indefinidamente. Entonces, en algún momento, la moneda cae del lado de la automatización y/o digitalización. Así, quienes pierdan sus empleos en manos de las máquinas –los llamados desempleados tecnológicos-, no podrán recuperar los puestos que perdieron: deberán ir por puestos de peores calificaciones o encarar procesos de recalificación.

En segundo lugar, también se corre del centro de la escena las interrelaciones entre los mercados laborales del mundo que, mediadas por las decisiones de localización de las empresas, se han acelerado e intensificado en las últimas décadas. ¿Hasta qué punto se puede sostener que ha sido la automatización lo que ha destruido empleo de calificación intermedia en el mundo desarrollado cuando muchos puestos manufactureros, que cumplen esa condición, se han relocalizado?

Si tomamos el ejemplo de China ambas preguntas tienen una respuesta distinta a la que dice la literatura desarrollada para el norte global. Según datos del Banco Mundial (2016), China no muestra la polarización observada para el mundo desarrollado. Al contrario, crecían las ocupaciones de alta y media calificación con una importante destrucción de las menos calificadas. ¿Será que se responsabiliza a la tecnología de una forma histórica particular de resolver la ecuación innovación-salario? ¿Será que el hecho de que la tecnología exista -o no- es complementario frente al costo salarial al que se compara? Es posible que convenga introducir la tecnología frente a salarios estadounidenses, pero la ecuación no dará necesariamente el mismo resultado si existe la posibilidad de contratar empleados/as bajo normas asiáticas, centroamericanas (o incluso bajo las que genera la flexibilización laboral en el mundo desarrollado). Es más, el proceso de desarrollo chino ha elevado los salarios lo que, por un lado, “empuja” la producción de textiles hacia nuevos países de menores remuneraciones como Bangladesh, Myanmar, etc. y, por el otro, convierte a ese país en el principal comprador de robots industriales del mundo. Esta misma ecuación innovación-salario se observa en los procesos (aún marginales) de reshoring. Esto resulta en que el regreso de las industrias a los países desarrollados no cumple las promesas nacionalistas de pleno-empleo. Al contrario, la vuelta a casa debería ser con plantas más automatizadas.

Es decir, hasta la pandemia, se esperaba un avance de la automatización y digitalización con eje en el empleo de calificación intermedia, estando relativamente salvados los de alta calificación -cuándo no- y dados sus muy menores salarios y peores condiciones de empleo también los de baja calificación. A su vez, el aumento de competencia por esos puestos que demandan menores habilidades reforzó la mayor vulnerabilidad en la que se encontraban. Pensemos que quienes perdieron su trabajo como administrativos, pero no están calificados para conseguir otro como programadores. Parte de esta oferta laboral ha ido a golpear las puertas de las “plataformas” que tanto se ven en Argentina.

En síntesis, la configuración de la producción a escala global es indicativa de cómo estos procesos generales a la valorización de capital afectan a las economías nacionales de manera diferenciada. Al respecto, nos encontramos con mercados de trabajo que reúnen distintas características (niveles salariales y/o derechos laborales) y diferente llegada a las nuevas tecnologías de acuerdo a su posición en el mercado mundial. Así, cuando pensamos en Argentina, nos encontramos con que ni las industrias incorporan tecnología de punta –siguen produciendo con tecnología rezagada- ni sus trabajadores reúnen genéricamente las que serán las demandas de calificaciones del futuro. 

Como mencionamos al comienzo, la pandemia pone de relieve algunas de estas cuestiones generales –del proceso de acumulación- y específicas –de la economía argentina-. Los trabajadores que continúan empleados son los que tienen mayor estabilidad laboral y pudieron –o están en proceso de- digitalizarse, los cuales tienen mejores salarios relativos. También creció el empleo de trabajadores de plataformas en condiciones muy malas. La situación es mucho más crítica para quienes no pudieron virtualizar sus comercios y para quienes no pueden presentarse a trabajar en fábricas u obras, entre otros. En un escenario de salarios en caída –y ya débiles internacionalmente- el futuro del trabajo para la región es poco optimista a menos que se encaren procesos fuertes de protección del empleo y de mayor calificación de su fuerza de trabajo.  

 

Sobre los autores 

Sebastián Fernández Franco es economista e investigador en formación en la Facultad de Ciencias Económicas ( UBA).-

Juan Manuel Graña es Especialista en mercado laboral, distribución del ingreso y desarrollo económico. Sus investigaciones se enfocan en las vinculaciones entre las condiciones productivas de las economías y las características de los mercados de trabajo. Se desempeña como investigador del CONICET en CEPED/IIE/UBA y es profesor de posgrado en la Universidad Nacional de Quilmes y FLACSO, y de grado en la Universidad de Buenos Aires.




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