Elige tu propia aventura

En esta nota, Julián Axat escribe sobre la reciente publicación del libro “Los mundos que perdimos”, de Juan Aiub (La Plata, 1977).

Hay varios poemas en Subcutáneo (la talita dorada, 2012) que ya prefiguran la novela Los mundos que perdimos (Eme, 2021). Pero hay uno en particular que dice así: … viajo en el tiempo/ (no daré pormenores) /9 de junio /año 77 /mi espera gotea/ hora indicada (…)/ sé que estoy ahí /casi cuatro kilos/ lo dice el libreto/niño envuelto (…) / llamas a la puerta/ que nos digerirá/ y no te detengo/ ¿para qué vine?/ regla violada/jamás con niños/cita envenenada/ final exacto al restaurado espectador: /terminó la función/ decido no salvarte/ me salvo yo/ en el futuro/ todo sigue igual/ ¿Cómo lo sé? (…) Tengo la sensación que había un verso que Juan quitó en las correcciones de alguna de las versiones anteriores de aquel libro (Aiub es un corrector empedernido), y que decía “elige tu propia aventura”.

Elige tu propia aventura, fue la serie de libros de literatura infantil que marcó a gran parte de nuestra generación. Escrita en segunda persona, se caracterizaba principalmente en que el lector es quien toma decisiones sobre la forma de actuar que tienen los personajes y modifica así el transcurrir de la historia: ¿Si quieres ir a tal lado, puedes ir a la página X, si deseas regresar, dirígete a la página Y?

Recuerdo que yo coleccionaba esos libros, y supongo que Juan Aiub también.  En la búsqueda de nuestra identidad, estoy seguro que se coló en algún punto ese tipo de trama. Y de lo que no dudo, es que en los fracasos de nuestra generación está haber elegido la opción incorrecta.

De cualquier forma, en la novela Los mundos que perdimos, está guardado todo el tiempo el espíritu de aquella colección. Y, Manuel, su protagonista, los consume como un poseso y tiene apilados en la mesita de luz. Las posibles reacciones filiales son directamente proporcionales a esos senderos que se bifurcan, con cauces infinitos de preguntas y respuestas de los personajes, al punto que “los mundos que perdimos” se parecen a aquellos que dejamos en el camino acudiendo a la página equivocada, dejando solo un vacío imposible de llenar. Algo parecido al fin, o la muerte prematura.

Así, ¿Si eliges jugar con Lucio Godoy, puedes ir a la página…? (él te dirá que eres adoptado y la peripecia de la novela tendrá sentido hasta llegar a la página 221); ¿Si eliges jugar con otros amigos y no con Lucio Godoy? (la peripecia quedará en un punto muerto y Manuel no será protagonista porque nunca se le despertará la curiosidad de saber de su identidad, es decir, no existirá la novela: Fin).

A diferencia de Elige… en Rayuela, que marcó a las generaciones anterioresel camino no ofrecía opciones en los saltos de página, uno la leía (tradicionalmente) de principio a fin, o la leía en la secuencia numérica que fijaba al inicio Julio Cortázar). Si bien la novela de Juan Aiub sigue el sistema tradicional, invita a pensar “los posibles” mundos dejados atrás, como si el avance fuera -al mismo tiempo- una lectura del retroceso y la pérdida.

Novela de iniciación, novela rompecabezas, novela secreto, novela sobre la/s identidad/es. Un trabajo con la búsqueda de la/s forma/s. Novela enmarcada dentro de otra novela como un juego de cajas chinas o mamuschkas, Los mundos que perdimos como texto dentro del texto. El que falta, escamotea la voz del padre que es y no es. Como el deseo, uno interpreta algunos trazos, apenas borrones, cifrados detrás de cada palabra, y donde el autor no está. O se deja entrever. Así, la desaparición es literal y no solo producto del terror.

Lucidamente, el escritor Juan Fernandez Marauda señala cierto manejo del derrame y los excesos, en su prosa cargada, denuncia lo agresivo de la ausencia. Las palabras y las acciones se acumulan alrededor de los vacíos para ponerlos en evidencia. Por decantación, se revelan las preguntas: ¿Qué hacemos con lo que no está? ¿Dónde buscamos lo que se nos ha robado?

Durante la presentación, creo haber escuchado al mismo Marauda ensayar algunas respuestas posibles a esos interrogantes que escribió en la contratapa. Una podría venir de la mano de aquello que Ricardo Piglia pensaba para el cuento del policial clásico, donde el protagonista intenta descifrar un enigma, y el cuestionamiento es lógico, mental o deductivo. Como lo es Manuel, el protagonista que busca una explicación, en un sistema de reglas dadas, el hijo detective, sale tras las pistas de su verdadera identidad. En cambio Victoria, en el sentido del policial negro, protagonista que se mueve en el imperio de las reglas son inciertas, corrompidas, y el método de búsqueda está dado por el cuerpo, lo subcutáneo, la experiencia con la muerte y la locura.

En el sentido del policial clásico o en el negro, el develamiento de la trama no deja de ser detectivesca, y aquí encaja un nuevo elemento, el homenaje a Roberto Bolaño y a Los Detectives Salvajes, donde el policial es poético o literario (no policial a secas). Y donde cada uno de los testigos habla y da un parte polifónico, pistas en primera persona de ese pasado cargado de misterio y literatura (talleres literarios, grandes poetas o narradores que se cruzaron por el camino, amistades y camarillas de escritores). Es decir, no hay mero policial negro o clásico, sino también policial en referencia a libros, escritores y bibliotecas; pero también alteraciones de las identidades.

¿Cómo hacer policial en la argentina después de la dictadura? escuché también decir a Marauda en la presentación, recordando la pregunta de Ricardo Piglia, y Juan Sasturain que le respondía publicando Manual de Perdedores. Carlos Gamerro (El secreto y las voces) propuso un desafío aún más complejo: ¿Cómo hacer policial después de la dictadura y encima que el detective sea hijo de desaparecidos?  

Algo de toda esto se infiere de la escritura de Los mundos…, especialmente la cuestión sobre la duda de la identidad: la dada, la hallada, la deseada o la meramente impostada. ¿El padre o la madre se descubren o rescatan a través de la literatura?

Una generación cuya pregunta base es acerca de la duda sobre su identidad, está hecha para la indagación constante, una proyección del detective de la identidad que se mueve en un eterno policial que, en realidad, es su vida. Como dice el spot de Abuelas: “si naciste entre 1976/1983, y dudas de tu identidad, acércate a Abuelas”. Esa decir, podrías llegar a ser hijo de desparecidos.  

¿Si quieres ser hijo del verdugo, puedes ir a la página X, si deseas ser el hijo de la víctima regresa a la página Y? Podría decir Elige tu propia aventura, cuyos protagonistas sean Hijos desobedientes. Parricidas. Profanadores. Hamletianos. Mutantes. Los hijos siempre vuelvan a pagar o cobrarse deudas de sangre, escribe JuanPero en la novela, su padre no es el padre y el hijo no parece ser hijo. Las identidades difusas que viajan y buscan definirse en el camino,

Con Aiub siempre recordamos el caso de aquel personaje que pasó por HIJOS, y embaucó a varios diciendo que sus padres estaban desaparecidos. Ya era tarde, se pudo demostrar que no tenía a los padres desaparecidos, pero ya se había hecho pasar por abogado para cobrar indemnizaciones de otros compañeros. Una estafa de identidad.

Muchos años antes, en plena dictadura, Alfredo Astiz hizo algo mucho más sinestro, se había infiltrado entre los organismos de derechos humanos, haciéndose pasar por un hermano de un desaparecido ("Gustavo Niño"), y eso provocó la desaparición de Azucena Villaflor.

Hay una novela de Javier Cercas: El impostor, aquel personaje que llegó a presidir un organismo de víctimas del holocausto en España, hasta que logró ser descubierto y se demostró que nunca había estado en Auschwitz, ni era sobreviviente. No había lastimado a nadie, en todo caso mintió y todos le creyeron, pero había realizado grandes aportes a la causa de las víctimas del Holocausto.

Hay un guiño a estos asuntos en la novela de Aiub. Su personaje cavila, busca, rechazada su muestra de ADN por el Banco de datos genéticos, pero no fabula ni busca imponerse la identidad, aunque juegue por momentos a ser/desear un Hijo: él debía ser el hijo de una madre desaparecida y su familia lo estaba buscando hacía décadas (…). 

Creo que la novela de Juan fue madurada durante muchos años, tuvo la forma de poema, boceto de cuento, tentativa de novela, borrador de novela, posteos. Proceso de largo aliento y decantación. Idas y vueltas. Correcciones y más correcciones. Como él mismo dice “cúmulo de textos dispersos que, de repente y como una reacción violenta, entendí que estaban conectados y que solo funcionarías juntos”. Todas esas marcas se notan en algún punto y la hacen una novela una maquinaria compleja, que te atrapa de entrada y –lo más importante- se lee de un tirón.

Como gran lector de Javier Marías (durante años escuché de su fascinación por Mañana en la batalla piensa en mí), la prosa de Aiub se carga de descripciones o comparaciones que, por momentos parecen inútiles, guardan la función de llenar huecos, o tienen directa relación con los hechos.

Lo importante es que “respire” –decía el “Manucho” Mugica Laínez que Juan se inventa para juzgar Los mundos que perdimos dentro de Los mundos que perdimos–. “Hay literatura desde las entrañas o no la hay. Esa es la única cuestión”. Y esa sentencia, es el test que la novela de Juan Aiub supera con creces.


Juan Aiub, nació en La Plata en 1977, es ingeniero químico. Entre 2007 y 2015 codirigió la colección de poesía Los detectives salvajes (Editorial Libros de la Talita Dorada), en ella publicó su poemario Subcutáneo (2012) y participó en la antología La Plata Spoon River (2014). Los mundos que perdimos, es su primera novela.

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Así escribe

Había demasiados en libertad y yo debía escoger a uno, un ancianito frágil que tuviera el destierro propio de un viejo hijo de puta. Necesitaba a alguien que al ausentarse no llamara la atención. El tipo de persona solitaria cuya muerte solo es descubierta por el hedor que emana del departamento olvidado que habita.  Si no tiene hijos mejor. Lo hijos siempre vuelven a pagar o cobrar deudas de sangre, aunque guarden en silencio que partan sus mayores proveedores del daño, sosteniendo la esperanza de que al menos dejan algo valioso como herencia. Finalmente me decidí, elegí uno de la larga lista de casos muy bien documentados. Era ideal: realmente frágil, tenía sesenta y cuatro años, no era tan viejo, pero había sufrido hacía poco una enfermedad renal que lo había dejado muy débil. Si no conociera su historia y solo tomase su imagen quebrantable, lo hubiera ayudado a cruzar la calle o cargar la bolsa del supermercado, le hubiese cedido mi asiento en el tren, hubiera sentido pena por él como suelo sentirla por la vejez temiendo su llegada (…)

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Título: Los mundos que perdimos

Año: 2021

Editorial: EME

El libro se consigue acá: https://emeeditorial.com.ar/libro/los-mundos-que-perdimos/

 

 

Sobre el autor: Julián Axat es escritor y abogado.

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