En defensa de la traducción

Un revuelo mediático desatado en el mes de marzo convulsionó al monástico y rara vez desasosegado mundo de la traducción literaria, que se ha visto transformado de repente en un remolino de polémicas alrededor del racismo y de rencores que circularon online y que han desembocado en una serie de despidos imprevistos.

Un revuelo mediático desatado en el mes de marzo convulsionó al monástico y rara vez desasosegado mundo de la traducción literaria, que se ha visto transformado de repente en un remolino de polémicas alrededor del racismo y de rencores que circularon online y que han desembocado en una serie de despidos imprevistos. La controversia gira entorno a la traducción del poema “The Hill We Climb” (“La colina que escalamos”), de la encantadora joven poeta de performance californiana, Amanda Gorman. Tras haber compuesto y presentado el texto para la investidura del nuevo presidente estadounidense Joseph Biden, Gorman será la primera joven en ser laureada “Poeta Juvenil” en el país del Norte. Su poema se ha anunciado como un llamado a la unidad nacional, buscando restaurar la “autoconfianza” patriótica después del caos provocado por el cesarista Trump, que culminó en los motines en el capitolio tras las protestas que produjo el final de una era. La oda “La Colina Que Escalamos” también se dirigió a la primera vicepresidenta afroamericana, Kamala Harris, como a una encarnación viva del progreso que se ha realizado, en una alusión entusiasmada al retorno del gabinete de la gestión de Obama, cuya administración aún se conmemora, dentro de ciertos sectores de la sociedad “culta” norteamericana, como la época dorada de la política progresista, pese a la continuidad ininterrumpida del conflicto con el mundo árabe y a su claudicación en el enfrentamiento con Wall Street, impune tras la crisis del 2008.

Graduada de Harvard, Gorman a sus 23 años parece estar lanzada a una velocidad meteórica en el campo de la poesía comercial producida por la generación “zillenial”. La primera edición de “La Colina Que Escalamos” alcanzó el primer puesto de la lista “Bestseller” de Amazon y la subsiguiente tirada tendrá el prólogo escrito por nadie menos que Oprah Winfrey –la célebre y billonaria tele-vedette norteamericana– sumado a que los contratos firmados por su agencia de modelos ya especifican tiradas de un millón de copias por cada uno de sus tres futuros libros.

Todo esto ha resultado en una promesa de estatus y de reputación para el traductor a quien le tocara trabajar el texto, tan famoso como sencillo, que ha ungido la asunción de la dupla Biden-Harris. Estos supuestos y la recompensa económica que parecía garantizar la tarea, han motivado una concurrencia visceral y raramente asociada al campo literario actual, que ha encendido una serie de discusiones fervorosas con pocos precedentes dentro del submundo moderadamente apasionado de los traductores literarios. La editorial corporativa Viking Books, luego de varias protestas internas, ordenó al traductor catalán Víctor Obiols abandonar el encargo inicial de traducir  “La Colina Que Escalamos”, puesto que su “perfil” ya no reflejaba los nuevos criterios que la editorial se había propuesto: ahora requerían una traductora joven, militante y afro-catalana. Este caso no fue sino una réplica de lo que ocurrió, por iguales motivos, con respecto a la traducción holandesa del mismo texto y que culminó en la autocensura y el pedido de disculpas de Marieke Lucas Rijneveld, (joven ganadora del premio Booker por su novela La Inquietud de la Noche) luego de que cediera a la presión mediática y en redes sociales.

Las controversias contemporáneas alrededor de las discusiones entre el racismo y el antirracismo, se ven hoy por hoy usurpadas por el centrismo liberal, cuando empresas como Amazon y TikTok han comenzado a enarbolar las banderas contra el racismo como una estrategia más de sus relaciones públicas. Paradójicamente y a pesar de la explotación de obreros de mayoría negra en sus fábricas y de la guerra propagandística lanzada desde el sector de los managers contra el sindicalismo naciente, ahora estas firmas promulgan slogans en solidaridad con las víctimas de la discriminación. Ese mismo antirracismo corporativo al estilo Amazon ha influido en los debates culturales que llevaron a la resignación a los traductores en Holanda y en Cataluña, acusados de haber abusado de un “privilegio de blanco” cuando aceptaron la tarea de traducir a una celebridad afroamericana. Militantes que participaron del debate dentro de las comunidades literarias, universitarias y hasta de la industria del modelaje en Ámsterdam, fueron respaldados por comentaristas de periódicos como The New York Times y Washington Post, en su idea acerca de la importancia que poseería la simetría racial o de género entre el traductor y el autor traducido, como si éste fuera un criterio esencial que determinara la resonancia y el reflejo de una traducción bien construida. En esta línea y sin demasiados preámbulos, la Institución más relevante que nuclea a la comunidad de traductores norteamericanos, ALTA, (Asociación Norteamericana de Traductores Literarios), por sus siglas en inglés, publicó una declaración en clave apologética, en tanto que revisaba los sucesos en cuestión como si formaran parte de una lucha por la igualdad y la justicia social. Conforme a éste estado de opinión actualmente en boga, la filiación étnica de Rijneveld y Obiols los descalifica como traductores competentes: siendo blancos – dicta esta nueva lógica– ya no pueden corresponder con una fiel traducción a una “poética negra y femenina”. Según el parecer de los detractores de Obiols y Rijneveld, el color de su piel indica, automáticamente, que un privilegio ha sido usurpado vampíricamente a la comunidad de traductores literarios que provienen de las etnias marginadas en Holanda y en Cataluña.

Tales argumentos presuponen que los traductores afrodescendientes en Holanda sueñan con traducir a Gorman, a pesar de que nadie los ha consultado al respecto. Pero además, cabría preguntarse: ¿la comunidad de traductores afrodescendientes en Holanda, por ejemplo, realmente se aferra a ese tipo de corrección política? ¿Hacen parte del pensamiento que se quiere erigir como único? Investigando esto desde más cerca vemos que no: cuando se publicó en Holanda una edición revisionista de la Divina Comedia, de Dante Alighieri, con la sutil modificación de que el profeta Mohamed brillaba ahora por su respetable ausencia en el núcleo del infierno cristiano, varios traductores de origen norafricano inmediatamente denunciaron la violación que se había producido al original y la falta que significaba la “corrección”, al código ético de la traducción.

Estos fenómenos parecen formar parte de una nueva “etnopolítica”. En años recientes, ideológos gurú norteamericanos como Robin DiAngelo (autora en 2018 de “La Fragilidad Blanca: porque resulta tan difícil para los blancos hablar del racismo”) e Ibram X Kendi (autor de “Cómo Ser Un Antiracista” en 2019) han encabezado las listas de “más vendidos” y sus obras ya se han convertido en parte del nuevo canon del management y de los departamentos de recursos humanos. Kendi y Di Angelo, autodenominados “guías espirituales”, ofrecen a los ejecutivos blancos una suerte de panacea basada en los métodos de la gestión empresarial del siglo XXI con la finalidad de “curar” la enfermedad del racismo y, de este modo, vender asesoramientos y talleres a empresas multinacionales. Estas propuestas resultan, por ejemplo, en la reciente donación de 10 millones de dólares que realizó el CEO de la ciberempresa Twitter, Jack Dorsey, para la construcción de un centro de investigaciones antirracistas que será encabezada por el mismo Kendi. Las consignas propagadas por DiAngelo y Kendi, resultan contra-intuitivas: sugieren que el racismo en los blancos es inerradicable, pero que se puede suprimir justamente haciendo revivir el esencialismo racial. Sostienen que las experiencias raciales de los blancos y los negros existen como dos mundos paralelos, placas tectónicas incomunicables. que resultan en un desafío que requiere una cantidad de nuevos departamentos de recursos humanos, especialistas, clases, talleres, y asesoramientos privados para poder facilitar la dura tarea de negociar y comunicar entre razas. Todo esto recuerda, es claro, a los antropólogos coloniales de los imperios europeos de antaño (aquellos que el intelectual palestino Edward Said había descrito en su obra como “orientalistas”) quienes instruyeron a los conquistadores en el arte de hacer gestos culturales para pacificar y negociar treguas entre las distintas tribus locales en los terrenos ganados para la explotación imperial.

Los nuevos publicistas como Ibram X Kendi y Robin DiAngelo, parecen vender un producto para la neurosis de la clase media (similar a como se vendía el rap en los años ‘90 a un público mayormente blanco y angloprotestante) que los exime de la necesidad de encarar las complejidades que conlleva la coexistencia multiétnica moderna. Los portavoces de esta vanguardia mediática aparecen con frecuencia en todos los canales de los medios corporativos, como es el caso de MSNBC. Uno de ellos, Ta Nehisi Coates, ex autor de historietas de superhéroes, ha desarrollado toda una carrera de intelectual público denunciando al New Deal y a la economía proteccionista como irremediablemente racistas. Este Horacio de la administración Obama no ahorró la gentileza de denostar al político populista Bernie Sanders, acusándolo de ser racista sin considerar siquiera si las políticas propugnadas por Sanders, como ser elevar el sueldo mínimo o garantizar la cobertura médica y la universidad pública, resultarían beneficiosas para las minorías de negros y de latinos. Comentaristas del circuito de Coates venden una redención espiritual, sustituyendo la transformación revolucionaria con sus temidas implicaciones socio-económicas. A mil leguas de los militantes anticoloniales y anticapitalistas más “tradicionales” de izquierda, estos nuevos sacerdotes y sacerdotisas prometen sanar a sus clientes -y al propio capitalismo estadounidense- del doloroso trauma del racismo (presentado como una versión del pecado original católico) que ha convulsionado tanto al país el año pasado luego del homicidio policial de George Floyd, el vendedor ambulante asesinado por un policía en Minneapolis; tragedia que hizo recordar a los linchamientos infames de las provincias sureñas.

Este movimiento de especialistas publicitarios que ha pertenecido siempre a ámbitos radicalmente distintos de los que transitaba, por ejemplo, George Floyd, ejerce su influencia en firmas de relaciones públicas y en las universidades de los Estados Unidos y Europa, donde existe hoy por hoy alta demanda para una concientización simplificada del propio legado colonial. Lo que desde el sangriento ocaso del colonialismo ha sido o bien ninguneado, o bien reivindicado, hoy por hoy se quiere reconocer tal vez con pena, pero solo después de diluirlo al formato Diet Coke.

La nueva teoría racial estadounidense, se declara por el anti mestizaje; insiste en que esta posible modalidad cultural (tal como existe al Sur de la frontera) representa una idea ingenua, un mito dañino que consideran, curiosamente, como un tendencia eminentemente racista- ignorando, entre otras cosas, la numerosa presencia de población latina en el país del Norte. En estos discursos, el mestizaje se presenta como un idilio imposible de realizar.

 La vicepresidenta, Kamala Harris, recientemente nombró lo que según ella son las fuentes principales de la inmigración: “huyen del racismo, del cambio climático, de la corrupción de esos países, y de la intolerancia hacia los lgtbq+” resumió, ignorando las causas económicas de la inmigración y los golpes de Estado. La única alternativa al racismo, según las ideas dominantes, no es el mestizaje del Caribe o de Latinoamérica, sino la convivencia estéril y estrictamente regularizada por la tecnología y por los expertos en antirracismo contratados por firmas y empresas. La trama de conflictos que ha significado la traducción de Amanda Gorman en Europa debe ser entendida dentro de este espectro cultural.

¿Qué consecuencias podría conllevar la importación de la polémica norteamericana y del mencionado estado de opinión al resto del mundo, especialmente a las ex colonias del Caribe y al resto de las letras periféricas?

Hubo que esperar hasta 2017, antes de que apareciera la primera traducción del Omeros del poeta nobel caribeño Derek Walcott del inglés al holandés. Sucede que el traductor, Han van der Vegt, es un hombre blanco ¿Le agradeceremos su tarea de años con acusaciones de robo y apropiación cultural? ¿Nos las ingeniaríamos para colocarlo dentro del marco del racismo estructural?

Habría que interrogarnos, por ejemplo, qué consecuencias conlleva el hecho de que no exista una traducción al español del manifiesto “Nosotros, Esclavos de Surinam” (“Wij

Slaven van Suriname”), escrito en holandés por Anton de Kom, surinamés que peleó por la independencia de este país sudamericano, en relación al anonimato casi absoluto en que permanece Surinam para el resto de países de latinoamérica, aunque, paradójicamente, sea un país fronterizo con Brasil. Su manifiesto guerrillero, “Nosotros Esclavos de Surinam” pertenece al mismo género que el más conocido, “Los Damnificados de la Tierra”, del martinico Frantz Fanon -ambos clásicos del anticolonialismo-. La único forma de paliar esta situación– que también continúa un vasto legado colonial– sería difundiendo la libertad de traducción, en lugar de coartar toda posibilidad de ello.

¿Será la traducción otra forma del mestizaje, que ahora se encuentra cuestionada por un movimiento que se le opone? Resulta iluminador sobre todo el ejemplo de los escraches en contra de Zoe Saldana, la actriz de ascendencia puertorriqueña que fuera linchada en las redes en el año 2016 cuando se anunció que interpretaría el rol de la gran cantante de jazz Nina Simone, en una película biográfica. No tardaron los cibermilitantes en lanzar una campaña difamatoria y cruel, con repercusiones mediáticas, acusando a Saldana de ser una impostora, una mestiza “insuficientemente afroamericana” como para aceptar el prestigioso rol de interpretar a Nina Simone. Fue tal la presión que ejerció este bloque de opinión que Saldana recientemente ha tenido que pedir disculpas por haber aceptado el papel.

Si el arte de la traducción literaria resulta ser una especie de mestizaje, las vanguardias actuales deben rechazar el estéril separatismo de género, sexo o raza, y unir las disciplinas artísticas para lograr imaginar un futuro de vinculación racial real. Ejemplos virtuosos de esta tendencia han sido los movimientos tropicales en Brasil, como el grupo “antropófago”, la poesía concreta, el surrealismo “sudaka”, entre otros. Resulta casi irónico que aquellos que supuestamente abogan por un discurso “decolonial” terminen por imponer valores norteamericanos a contextos disímiles con una finalidad evidentemente pedagógica.

Reaccionando a estos eventos, el novelista congolés Alain Mabanckou se ha manifestado en contra del racismo progresista que motivó los escraches a Obiols y a Rijneveld. Remarcó que “la literatura no debería convertirse en el dominio de ninguna raza”, citando las importantísimas contribuciones que han hecho traductores blancos al acercar al público europeo o americano algunas de las obras claves de la literatura negra y africana, como es el caso del prefacio escrito por André Breton al Cuaderno de un retorno al país natal del poeta revolucionario Aimé Césaire (de la isla Martinique) o la traducción al francés hecha a la obra maestra del nigeriano Amos Tutuola, El Bebedor de Vino de Palma, por un traductor blanco, una vez que fuera editada en Inglaterra por T.S. Eliot cuando éste tenía influencia en la editorial Faber & Faber.

En conclusión, la exportación de esta pedagogía norteamericana conserva los rasgos del proselitismo socio-político que contradictoriamente acaba por asemejarla a la lógica cultural del colonialismo que buscaba exorcizar. Resulta sumamente preocupante la posibilidad de que los países periféricos se transformen en meras sucursales de importación de estas ideas que están a la orden del día y se pretenden hegemónicas.

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