Entre la salida y los problemas

Por: Carlos Leyba

Una semana difícil para el gobierno. Difícil para todos los argentinos. Tres ejes: el primero es la conducta del tipo de cambio ante el desarme de Lebacs y sus consecuencias monetarias; el segundo es el acuerdo con la oposición respecto del Presupuesto; y el tercero es la renovación del acuerdo con el FMI. Tres desafíos de corto plazo en los que el gobierno se concentra.

Vencen 400 mil millones de pesos en Lebacs. Cualquiera sea el desarme o el método de absorción de esos fondos líquidos, se trata de una nueva presión sobre el tipo de cambio. Tipo de cambio que, para el gobierno, está por encima de los valores “razonables”.

A pesar de las tasas de interés, imposibles de armonizar con el crecimiento y la normalización de la economía, impuestas por la conducción del BCRA con absoluta ignorancia de la suerte de la economía real, el dólar sigue siendo la opción de preservación de valor y el natural destino de los fondos líquidos.

Por lo dicho el gobierno teme que la cotización del mercado cambiario lo obligue a utilizar más reservas para contenerlo. Por estas razones y otras a continuación, estamos entrando a una semana difícil.  

En segundo lugar, el gobierno espera, de parte de sectores de la oposición, nuevas y más sólidas señales de acompañamiento en la sanción de la ley de presupuesto en la que el gobierno centraliza su compromiso para con el FMI de lograr un déficit primario igual a cero para 2019.

Para el gobierno esta meta “déficit primario cero”, se ha convertido en la razón programática por excelencia a la que se han de subordinar todos los objetivos. Y tan esencial es actualmente al proyecto PRO que, para Mauricio Macri, el equilibrio primario de las finanzas públicas nacionaleses “el rumbo”.

El tiempo, o como se han ido estructurando las cosas, ha reducido (o sintetizado) las ambiciones políticas. Ya no se trata de pobreza cero, ni de exterminio del narcotráfico, ni de la unidad de los argentinos. El déficit cero, según la lógica de interpretación de la visión PRO, es la condición necesaria para que esos tres objetivos iniciales (pobreza, narcotráfico, unidad) puedan perseguirse.

En esta etapa desangelada del PRO, el equilibrio de la recaudación y los gastos es el gran objetivo y todo debe someterse a ello.

Para lograrlo han reintroducido - aunque de una manera brutal, inconsistente, insensata – las retenciones a las exportaciones; examinan la posibilidad de nuevos o mayores tributos al patrimonio; desplazan algunos gastos nacionales hacia jurisdicciones provinciales; eliminan participaciones provinciales en algunos tributos; eliminan subsidios; etc. Es decir, se suman ingresos, se trasladan gastos, suben tarifas,etc.

Es necesario aclarar que el déficit primario, es la consecuencia del funcionamiento de una estructura productiva que lo genera. Veamos.

Particularmente, en el caso argentino, desde 1993 y hasta la crisis de 2002, el Gasto Primario del sector público nacional y provincial sumados nunca superó el 25, 6 por ciento del PBI. Esa participación comenzó a subir a partir de la crisis llegando al 42,2 por ciento en 2016. La gestión de Mauricio Macrialcanzó el mayor valor.

Hasta 2003 el gasto del sector público nacional en relación al PBI, nunca superó el 11 por ciento y los gastos primarios provinciales nunca habían superado el 14 por ciento del PBI.

En 2016 el gasto público nacional equivalía al 22,7 por ciento del PBI -se duplicó - y el provincial el equivalente al 19,5 por ciento del PBI.

¿Qué nos están diciendo esas cifras? 

Primero, que el peso adquirido por el sector público en relación al PBI, hace muy difícil su financiamiento vía impuestos. Es, entonces, lógica la tensión que el sector público genera.

Segundo, que el peso del sector público está relacionado a una disminución absoluta y relativa de la dinámica de expansión del PBI en la economía.

Y tercero, que el gasto público comienza a crecer de una manera extraordinaria a partir de una crisis económica que implicó la predominancia del estancamiento productivo y altas tasas de capacidad ociosa en el aparato productivo urbano, crecimiento de las importaciones en la matriz productiva, reducción de las inversiones reproductivas y aumento vertiginoso de la fuga del excedente productivo.

El resultado de estos fenómenos es el aumento del desempleo por ausencia de ofertas de empleo privado y el aumento de la pobreza como consecuencia de predominio de ofertas laborales precarias.

Este crecimiento del gasto público está asociado al incremento de empleo público (que para algunos economistas llega a casi 2 millones de nuevos empleos públicos desde la crisis de 2002) que es compensatorio de la ausencia de oferta laboral privada; y al incremento de distintos pagos de transferencia destinados a paliar la situación de vulnerabilidad de millones de personas. La crisis financiera del Estado refleja la crisis social derivada de la crisis de crecimiento de la economía. Un mal diagnóstico nos asegura la continuación de la enfermedad.

En esos pagos de transferencia, como en gran parte del empleo público de compensación, se encuentran situaciones difícilmente justificables. Esas situaciones deben ser investigadas. Es público y notorio la existencia de jubilaciones que carecen de toda justificación social; como también es notoria la existencia de pagos por incapacidad que, debidamente analizados, no corresponden.  

Dicho esto, resulta evidente que el déficit – además de las cuestiones de corrupción, falta de prioridades, ausencia de programas, pésima administración de los recursos públicos – es una consecuencia de la deformación de la estructura productiva.

Y por lo tanto suponer que una política de saneamiento fiscal primario puede llevarse a cabo sin considerar al mismo tiempo que las clarificaciones de pagos que deben realizarse, las políticas que ataquen el déficit estructural que genera el déficit fiscal, es un intento vano que sólo provocará impactos recesivos propios de las políticas de ajuste que nunca deben sustituir a las políticas de transformación estructural.

Puede que el gobierno alcance el consenso de los gobernadores para el apoyo a la política de déficit cero y puede que las Cámaras voten esa ley. Es difícil que no se sancione un Presupuesto 2019.

Convengamos que las estimaciones, que dan lugar a las columnas de gastos e ingresos, no son la materia en la que mejor le va al gobierno. Ni la tasa de inflación ni el tipo de cambio estimados constituyen parámetros sólidos que puedan hacer de este Presupuesto algo preciso.

Pero lo que es cierto es que ese consenso presupuestario habilita al gobierno a la continuidad de las negociaciones con el FMI quien hoy representa la garantía del cumplimiento del gobierno de sus obligaciones financieras.

Dicho de manera directa, sin el acuerdo del FMI la sombra del default se convierte en un animal devorador de carne y hueso.

Cualquiera que sea la opinión que se tenga acerca del papel del FMI en la historia argentina hay un espacio de certidumbre: sin acuerdo con el FMI y la consiguiente provisión de más y más rápidos desembolsos, el default es un riesgo. Y con el FMI el riesgo se aleja.

Ahora bien,el acuerdo con el FMI ¿es toda la política posible? Lamentablemente el gobierno parece entender que sí. No ofrece otra visión. Déficit cero, fondos, nos alejamos del default de Macri. Más bien que es insuficiente.

Dijimos que los días difíciles que comienzan esta semana tienen tres ejes, el primero es la conducta del tipo de cambio ante el desarme de Lebacs y sus consecuencias monetarias; el segundo es el acuerdo con la oposición respecto del Presupuesto; y el tercero es la renovación del acuerdo con el FMI. Son los tres desafíos de corto plazo en los que, al menos, el gobierno se concentra.

Imaginemos, es lo mejor que nos puede pasar, un escenario benévolo: el dólar no pasa de 41 y no hay ventas del BCRA; triunfa el acuerdismo presupuestario con la oposición y la misión de Guillermo Moreno – el boicot al acuerdo FMI – fracasa; y tercero el FMI concede dinero, plazos y maneras.

¿Cuál es la consecuencia? ¿Aumenta el nivel de actividad? ¿Aumentan las exportaciones industriales? ¿Baja la inflación? ¿Aumenta el empleo? ¿Baja la pobreza?

No hay nada ni en las cuestiones presupuestarias ni en el acuerdo con el FMI que tenga vinculación directa con ninguno de esos objetivos mínimos de una economía en la que el PBI por habitante es igual al de hace una década (estancamiento, atraso); de una economía en la que las exportaciones atrasan; que ha logrado el mayor nivel de inflación en años y que además bate los record de pobreza.

No hay ni habrá nada porque el gobierno (y los economistas del FMI por formación) entienden que nada se debe hacer que sustituya la “sabiduría del mercado”.

Mauricio y sus leales, se enorgullecen de ser los dirigentes más marketfriendly de la América Latina y por lo tanto – lo hemos repetido tantas veces – entienden que no es necesario generar un espacio económico en el que existan incentivos para invertir y exportar; que no es necesario disponer de financiamiento blando y a largo plazo para las inversiones que no explotan de manera directa las ventajas de la naturaleza.

Poco importa su experiencia personal y familiar en cuanto a cómo se lograron sus patrimonios e inversiones, Mauricio dice creer – y por qué dudar – que el viento, el sol, el turismo y el litio son los elementos agentes del crecimiento de la Argentina sumados a Vaca Muerta, el agro y la minería.

Esas actividades (vaya si Vaca Muerta no recibe zanahorias de las grandes) tienen la zanahoria de la madre naturaleza y esa es una ventaja competitiva unida a una tradición productiva que todos bien conocemos. Pero no pueden resolver, aquí y ahora, los dos principales problemas de la economía y la sociedad argentinas.

Nos faltan dólares porque la industria (y la actividad económica urbana) es dramáticamente deficitaria. Y ni el agro ni los recursos naturales están razonablemente en condiciones de suplir esa deficiencia en cantidad y tiempo como para que la crisis social urbana haga inútil la buena nueva.

Es que la deficiencia urbana se puede ver en el anverso y reverso de la realidad. El anverso es la falta de dólares por la estructura productiva y comercial. Y el reverso es la falta de empleo, de empleo de calidad y de empleo formal y propio del Estado de Bienestar. Fíjese cómo el déficit externo y el fiscal están asociados. Mientras que el déficit externo acusa lo que no producimos y las personas que no empleamos de manera productiva; el déficit fiscal nos acusa que esos empleos que no generamos obligan a compensaciones sociales que, por falta de contribuciones, nos llevan al déficit.  

El PRO mira la realidad sin verla. No tiene una teoría que permita ver la realidad. Y entonces la pospone. Viven en la posrealidad. Creen que “establecidas las reglas el mercado procurará todo aquello que no procuramos”. La realidad del presente no importa. Importa la pos realidad. Algo que, por definición, nunca se verifica. Los discursos de pastor evangélico no se diferencian en nada de las palabras de su contrincante Daniel Scioli, con fe, con entusiasmo. Como dijo Eduardo Duhalde “estamos condenados al éxito”, es decir “a la salida” para nunca entrar a resolver los problemas.

No es el mercado cambiario, ni el déficit cero, ni el acuerdo con el FMI, es cómo lograr que el excedente se invierta productivamente en el país. Se fugan 3 mil millones de dólares por mes que se agregan a los 400 mil millones que duermen afuera.

Más que buscar una salida hay que entrar a los problemas. De eso se trata.

Diarios Argentinos