Entrevista a Marcelo Leiras: "Macri es un líder antipopulista"

Martín Astarita dialogó con Marcelo Leiras sobre las elecciones legislativas de este domingo 12 de septiembre; de las estrategias de campaña de las principales fuerzas políticas; de la unidad del Frente de Todos y sus perspectivas; del liderazgo de Macri en el espacio opositor y el antipopulismo como fenómeno de época.

Colaboración: Laura Michelis


"Macri es un político cuyo discurso no es especialmente iluminador y, además, un ex-presidente singularmente poco eficaz. Entonces hay que preguntarse por qué conserva relevancia como dirigente, cuál es su virtud política".


Una frase al mejor estilo Marcelo Leiras. Ideas sin artificios innecesarios. Vocabulario preciso, con la contundencia que emana de la reflexión y del estudio, sin renunciar por ello a un incesante afán dialéctico que lo conduce a nuevas preguntas y descubrimientos. Un cientista de la política que, como enseña lo mejor de la tradición de nuestra disciplina, toma partido y expresa sus opiniones y preferencias. 

 

Marcelo Leiras, asesor en el Ministerio del Interior y Director de la Maestría en Administración y Políticas Públicas de la Universidad de San Andrés, posee un extenso currículum. Conversamos con él sobre las elecciones legislativas de este domingo 12 de septiembre; de las estrategias de campaña de las principales fuerzas políticas; de la unidad del Frente de Todos y sus perspectivas; del liderazgo de Macri en el espacio opositor y el antipopulismo como fenómeno de época; de la emergencia de Milei; y de la posibilidad de que la Argentina retome la senda del desarrollo más allá de la grieta. 


¿Qué evaluación haces de la campaña del Frente de Todos? En el inicio el eje fue la pandemia, pero en el último tiempo, con la mejora de los indicadores sanitarios, las demandas económicas tomaron mayor protagonismo. ¿Coincidís?

Hace tiempo que la preocupación principal es la evolución de los precios y la actividad económica. El gobierno prestó atención a la evolución de los indicadores sanitarios porque en el pico de la segunda ola, que fue hace relativamente poco (en junio), existía la posibilidad de que la cantidad de contagios pudiera desbordarse y la atención de los hospitales no fuera suficiente. Entonces, a pesar de que ya en ese momento la preocupación central en la mayoría del electorado pasaba por las cuestiones económicas, el gobierno necesitaba seguir prestando atención a la cuestión sanitaria.

El resguardo y el refuerzo del sistema de salud fueron eficaces y el despliegue de la campaña de vacunación es una de las actividades estatales más ambiciosas y más exitosas que yo haya visto, sobre todo en una circunstancia muy difícil por la escasez internacional de vacunas. El desafío de coordinación es mayúsculo: desde que las vacunas llegan al aeropuerto hasta que se aplican, y creo que la cooperación entre sectores de gobierno, entre niveles de gobierno y entre los propios efectores de salud, tuvo una eficacia que a mí me sorprende y me pone muy contento.


Y en ese marco, ¿crees que la campaña del oficialismo estuvo bien enfocada?

El Frente de Todos trata de responder a las demandas mayoritarias del electorado. El slogan de la campaña lo captura bien: volver a la vida que queremos, o más precisamente, llevar adelante la vida que queremos, porque es importante destacar que veníamos de dos años muy duros, antes de la pandemia, en 2018 y 2019. Ese es un pasado al que nadie quiere retornar. El Gobierno trabaja para poner en marcha un futuro y eso es lo que remarca la campaña. Creo que es un mensaje prudente y sensible a la preocupación, que sigue siendo el ánimo dominante.


Desde hace unos años se observa una competencia bi-coalicional en la Argentina (el peronismo/kirchnerismo y el macrismo/radicalismo concentran la mayoría de los votos). En esta elección, a pesar de ser legislativa, ¿se puede repetir esa tendencia? Aparecen como amenazas la baja participación, el crecimiento de terceras fuerzas...

En primer lugar, una aclaración: la Argentina tiene un formato bi-coalicional en elecciones para cargos nacionales. Ese formato no describe lo que ocurre en las provincias y hay una incongruencia entre la competencia nacional y la competencia para cargos provinciales. Muchas provincias están gobernadas por partidos que no tienen una referencia en otras provincias (Neuquén, Misiones, Río Negro más recientemente). Aún en provincias donde gobierna una agrupación que tiene referencia nacional, como Salta, la organización nacional de Frente de Todos no se replica en la organización partidaria provincial. Entonces, la competencia nacional está organizada en dos polos, que no son dos partidos, son dos coaliciones. La competencia provincial, no.

Dicho eso, la distribución de votos en una elección legislativa muy difícilmente sea tan concentrada como en una elección presidencial, porque no existe precisamente el foco de atención que es la elección presidencial y que tiende a concentrar el voto. Así que yo esperaría que haya una distribución en un conjunto de fuerzas políticas bastante más amplio que en 2019. Y en un contexto en el cual una parte de la población puede sentirse triste, frustrada y preocupada, no me sorprendería que el voto en blanco sea más numeroso que en elecciones anteriores. Y también creo que en alguna gente puede todavía primar la preocupación por los contagios y eso probablemente se manifieste en una reducción de la participación electoral.

En ese contexto, creo que al oficialismo (nacional) le irá bien en la mayoría de los distritos y en el agregado nacional, y en noviembre creo que el resultado puede ser aún mejor si se consolida, como todo parece indicar, la recuperación económica que ya se empieza a percibir.


Durante el macrismo, circuló mucho la tesis de Juan Carlos Torre acerca de una división en las bases sociales del peronismo. En 2019, la unidad del Frente de Todos vino a suturar en cierta forma dicha fragmentación. Desde esa perspectiva, ¿cuáles son los desafíos para el gobierno a fin de mantener la unidad?

Para evaluar esa interpretación, hay que explicitar cuál sería la fuente de la tensión entre los votantes con ingresos relativamente bajos e incorporados al mercado formal del trabajo, por un lado, que -en esa lectura- serían presumiblemente los votantes peronistas que no son kirchneristas; y por otro lado, los votantes trabajadoras y trabajadores informales, que tienen también ingresos bajos, pero que estarían más identificados o mejor expresados en el kirchnerismo.

Creo que efectivamente existe esa tensión. Hay un motivo económico fundamental para esa tensión, es un motivo estructural: cuanto más firme y generosa sea la protección al trabajo formal, resulta más difícil incorporar a las trabajadoras y trabajadores informales al mercado de trabajo. Los partidos populares latinoamericanos en general enfrentan la tensión entre responder a sus votantes incorporados a los mercados formales y responder a sus votantes en el sector informal de la economía (hay un análisis brillante de Germán Feierherd sobre este tema, basada en una comparación del rigor con el que distintos gobiernos de izquierda latinoamericanos aplicaron la regulación laboral).

Esa tensión estructural existe, es importante, y, por otro lado, existió siempre en el peronismo. No es nueva. Creo, además, que hay otras tensiones, respecto de otros sectores, que pueden ser mucho más relevantes en algunos contextos y que entonces diluyen el relieve de esa tensión.


¿Por ejemplo?

Pienso, por ejemplo, en las políticas que reducen el empleo (tanto el formal como el informal), o pienso en las políticas que afectan el poder de compra de los salarios en general (formales e informales), o que impactan sobre el consumo de los hogares a través de las tarifas. Respecto de esas políticas, trabajadores formales e informales están en la misma situación.

Y me parece que esta recuperación económica y este tipo de política económica que el Gobierno del Frente de Todos está llevando adelante responde, con distintas herramientas y en distinta medida también, a ambos sectores, tanto a trabajadores formales como informales. De modo tal que no me parece que esa tensión estructural sea inevitable. No me parece que sea una contradicción que vaya a fracturar ni al Frente de Todos ni a ninguna organización que procure hacer la misma amalgama que está ensayando el Frente de Todos.


Pasemos a la oposición. Macri parecía el gran derrotado en el cierre de listas, se fue del país incluso, pero ahora volvió. Y me parece relevante, sobre todo, que -no se si se debe a su presencia o no- pero los candidatos de Juntos por el Cambio abandonaron toda pretensión por mostrarse moderados, y endurecieron su discurso. 

Macri es un político cuyo discurso no es especialmente iluminador y que es además un ex-presidente singularmente poco eficaz. Entonces hay que preguntarse por qué conserva relevancia como dirigente, cuál es su virtud política. Y yo creo que su virtud política es su capacidad expresiva y su disciplina expresiva, no porque hable bien, sino porque representa bien un sentimiento de muchos de sus votantes. No encuentro mejor etiqueta para ese sentimiento que el antipopulismo (tomo prestado el título de un libro de Ernesto Semán, publicado recientemente: Breve historia del antipopulismo). Macri es el líder anti-populista más disciplinado y más sensible, y que siente más de corazón, probablemente porque lo exprese auténticamente en su persona, el anti-populismo.


¿En qué consistiría ese anti-populismo?

Es la preocupación por la incorporación política de los sectores socialmente subordinados; la preocupación por el desajuste o el desequilibrio que la participación de los sectores subordinados en la arena política puede traer. El libro de Semán lo describe para Argentina, pero creo que es un fenómeno que uno observa en otros lugares también. Por ejemplo, el trumpismo en Estados Unidos suele retratarse como una especie de equívoco de los trabajadores blancos frustrados, que encuentran en las políticas adoptadas tanto por republicanos como demócratas (en las últimas presidencias) poca sensibilidad respecto de su situación, al estancamiento en sus condiciones de vida, a la interrupción de sus perspectivas de ascenso social y de progreso. Entonces, esa gente presuntamente canalizaría su enojo apoyando a un líder que es anti- status quo y desenfadado y que habla como si estuviera tan enojado como ellos.

Lo mismo puede uno decir respecto de personas de clase media o inclusive de clase media baja en Brasil, frustradas por la interrupción del crecimiento económico, por las pobres tasas a las cuales la economía brasileña creció en los últimos años.

En este tipo de lecturas se pierde de vista que tanto en el trumpismo como en el bolsonarismo y en otros movimientos de derecha globales actuales hay una participación mucho más numerosa, mucho más notoria y mucho más decidida, no de sectores pobres sino de sectores ricos, de sectores favorecidos, que encuentran en esas organizaciones un vehículo para expresar su inquietud anti-populista, su preocupación porque los pobres tengan en la arena política la misma participación, la misma influencia, en particular influencia electoral, que el resto de la población. Esos son movimientos antipopulistas, en el sentido en que Semán usa el término. En Argentina ese mismo espíritu lo expresa Macri, evidente aliado de Donald Trump y que recibió numerosísimas muestras públicas de afecto de Bolsonaro y de sus hijos.

No hay ningún misterio en el apoyo a estas figuras. Está toda la evidencia ahí, no hace falta ir a buscar interpretaciones exóticas a ningún otro lado.


La virtud de Macri entonces es representar fielmente ese antipopulismo

Macri es un pésimo orador, no tiene ningún conocimiento de la historia argentina, ninguna capacidad de articular cuál es el sentido de la experiencia común, ha sido un pésimo administrador como presidente, fue muy irresponsable, pero es un muy fiel representante del sentimiento antipopulista y en la medida en que ese sentimiento antipopulista siga vigente -insisto, esto es un fenómeno de época, no sólo argentino-, personas como Macri, y Macri mismo, van a seguir teniendo lugar.


¿Por qué los moderados, las supuestas palomas de Juntos por el Cambio, siempre terminan cediendo ante los halcones, ante el ala más radicalizada tipo Macri?

Yo distinguiría entre lo que nos pasa y lo que podemos mostrarnos que nos está pasando a través de los medios de comunicación disponibles. Los medios de comunicación disponibles son los grandes medios de comunicación y las redes sociales. Ambos ecosistemas mediáticos (quizás son el mismo ecosistema) están muy fragmentados, de modo que ofrecen un retrato de la experiencia común, de lo que nos está pasando en general, parcial y sesgada. En ese contexto, los sectores más radicalizados de la oposición (porque son sólo los de la oposición, no perdamos de vista eso) son los que tienen mayor presencia. Son los que adoptan posiciones más salientes en las redes sociales, son los que provocan los comentarios más escandalosos y entonces los que reciben más atención de los medios que buscan fidelizar a sus audiencias. Y eso les da, creo, un peso en el discurso, en la atención de los medios, superior al de su relevancia electoral y ampliamente superior al de su capacidad política. Con capacidad política me refiero a su capacidad para producir respuestas que sean relevantes para gobernar, para resolver problemas que son colectivos. Entonces, efectivamente los sectores radicalizados tienen una presencia que tiene que ver con el fenómeno que mencionaba antes, con la inquietud de los segmentos privilegiados de la sociedad que observan que su posición jerárquica está amenazada.


Y en esas circunstancias, ¿hay espacio para los moderados? Hace poco Sergio Massa planteaba para el momento post-electoral discutir cinco puntos con la oposición, ponerse de acuerdo y hacer políticas de largo plazo. ¿Es factible una propuesta de esa naturaleza si prevalece el espíritu radicalizado de la oposición?

Yo no sé si es moderación lo que los segmentos no radicalizados del electorado están esperando. Creo que lo que esos segmentos esperan son respuestas a los dilemas que enfrenta la sociedad argentina, el más importante de los cuales es el lentísimo crecimiento o el decrecimiento económico de los últimos diez años. Esa respuesta quizás no es una respuesta moderada, muy probablemente en muchos frentes tenga que ser una respuesta audaz, pero sí es una respuesta de gobierno, una respuesta que se hace cargo de los problemas colectivos.

Y es una respuesta que muy probablemente necesite de acuerdos partidarios bastante amplios. Percibo que hay demandas de una solución de este tipo en la opinión especializada, incluyendo el consenso de los analistas políticos. Encuentro también posiciones muy semejantes en buena parte de la dirigencia política, diría toda la dirigencia política, excepto la derecha radicalizada de la oposición y algunos miembros menos responsables de la oposición (pienso, por ejemplo, en el exgobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, que me parece un dirigente que no está a la altura de la historia del partido que integra). Pero en el resto de la dirigencia política creo que hay un afán de buscar algo por este otro lado, que insisto, no es necesariamente moderado pero sí es distinto de la mera expresión de enojo y de hartazgo y de ira que ha sido el discurso de la derecha de Juntos por el Cambio desde 2018 o antes incluso.


¿Qué te sugiere la emergencia de Milei? 

En primer lugar destacaría que se trata de una persona particularmente desenfadada para hablar, en un sentido infantil. No es un personaje urticante del cine punk de los ‘80, ni es un personaje urticante del cine de vanguardia de los ‘60. Es un señor que se peina raro y dice malas palabras. Me parece que eso sería más interesante en el patio de recreo de un jardín de infantes o en una escuela primaria que en algún otro lado. Pero bueno, hay algo bastante infantil en nuestra conversación pública recientemente. Por ejemplo, una candidata dijo garchar y hubo gente que se pasó hablando de eso durante días. La verdad es que el estado de nuestro foco de atención es bastante lamentable. Un síntoma de eso es un personaje como Milei, rústico desde todo punto de vista.

Ahora, lo que uno podría preguntarse más allá de su rusticidad, es si expresa algo interesante. Y yo creo que sí. Me parece que con todo lo ridícula que es, la preocupación global con el comunismo está expresando algo. Nada completamente descabellado puede repetirse con tanta regularidad en tantos lugares. Entonces ese fantasma, que es claramente un fantasma, como si fuera la sombra de un cuerpo que no existe, está simbolizando las preocupaciones de grupos de gente de muchos lugares que se mezcla la renuencia a abandonar situaciones de privilegio.

Es importante considerar que vivimos en un momento social, un momento ético podríamos decir, muy singular. El avance del movimiento de mujeres es muy potente. Si bien ha tenido en el pasado distintas olas, creo que nunca vimos un movimiento de mujeres tan avanzado como este, en particular, tan eficaz capilarmente. No es una eficacia en la alta cultura, una eficacia en los medios de comunicación. Es una eficacia en las familias, en los lugares de trabajo.

A eso se le suma que tenemos una exigencia de respeto de la diversidad étnica también sin precedentes. Por ejemplo, Canadá está discutiendo la relación con sus primeras naciones (como se les llama en Canadá a los pueblos originarios) en un contexto muy urticante. Ha habido incendios de iglesias, etc. Entonces, aparece la responsabilidad histórica y la necesidad de reparar a esos pueblos originarios. Recordemos que estos son crímenes que tienen 300, 400 años. El cambio que está ocurriendo ahí es significativo. Lo mismo, creo yo, con el avance de la defensa de la población negra en los Estados Unidos, que no tiene precedente. El año pasado EEUU estuvo paralizado por marchas en todas las grandes ciudades del país, combatiendo la vergonzante discriminación contra los negros por parte de la fuerza de seguridad del Estado norteamericano. Es en este contexto donde uno observa la inquietud de personas que seguramente se sienten beneficiarios del orden ético anterior y que ven que cuando eso se derrumba se les caen muchas cosas.


Una reacción.

Exacto. Me parece que tanto Vox en España, como el trumpismo en los Estados Unidos…


Que viene después de Obama, no casualmente.

Exactamente. Y otros movimientos análogos representan lo mismo. Acá Milei trata de enganchar con eso, pero como decía antes, a mi me parece que esas preocupaciones Macri las expresa de un modo más claro, de un modo que aparenta ser más eficaz, que tiene más consecuencias. Teniendo en cuenta eso, me sorprendería que Milei obtenga una cosecha electoral muy alta. Aunque el aparente retiro del macrismo de los primeros lugares de las listas de la oposición parece abrirle un margen.


Hay otro elemento, que es el gran espacio del que dispuso Milei en los medios masivos de comunicación, realmente impresionante.

Efectivamente, es una persona que aparece con mucha frecuencia, que ha conseguido mucho reconocimiento, mucha popularidad. El reconocimiento es un capital muy valioso en sociedades como las nuestras, donde la atención está muy dispersa. Una persona que aparece en muchos lugares y que puede ser reconocible se convierte casi inmediatamente en un capital político muy alto. Pero todo eso está claramente desproporcionado respecto de las capacidades políticas del personaje, que es más bien un personaje caricaturesco, antes que alguien que merezca ser tomado en serio como representante.


Hay una interpretación bastante extendida de que el problema de la Argentina es la grieta. Vos hablabas de los últimos 10 años de falta de crecimiento, o un crecimiento débil, y al buscar las causas de ese estancamiento, suele recurrirse a la figura de la grieta. Algunos también reeditan el concepto de empate hegemónico. ¿Cuál es tu visión?

Si la grieta se refiere a la distancia entre grupos de personas que tienen una identificación positiva fuerte con el partido al que votan, y una identificación negativa muy fuerte con un partido al que no votan, definitivamente no, no me parece que la grieta sea una causa. Es más probable que sea una consecuencia, un producto, de una situación que efectivamente en muchos aspectos está trabada.

A mí me gusta el diagnóstico historiográfico que subraya 1975 como el momento de comienzo de los desarreglos macroeconómicos argentinos.


Romero (Luis Alberto), entre otros.

Sí, y es la lectura de Pablo Gerchunoff, que es el autor de la versión que a mi me resulta más persuasiva. Uno encuentra variantes de su interpretación también en los trabajos, por ejemplo, de Martín Rapetti, que no casualmente ha escrito también con Pablo Gerchunoff sobre eso.

Yo diría que esos problemas estructurales estallaron en 1975. Se podían reconocer antes, probablemente durante todo el siglo XX, y son característicos del incompleto desarrollo capitalista argentino, pero hacen eclosión en 1975.

Ahora, nuestra cultura tiende a fascinarse con las paradojas de la historia argentina, o con leer a la historia argentina en clave paradojal. Hay muchos ejemplos de eso: la idea del empate hegemónico que usaba Juan Carlos Portantiero; los trabajos de Marcelo Diamand; el juego imposible del que hablaba Guillermo O'Donnnell.

Tenemos una tendencia a fascinarnos con esa lectura paradojal. No es sorprendente que así sea, porque, efectivamente, el desarrollo económico del siglo XX, muy especialmente del último cuarto del siglo XX, es decepcionante respecto de las expectativas que se habían generado en la primera mitad del siglo XX.

Creo que esa fascinación con las paradojas es un defecto. No hay ningún buen motivo para darle privilegio a las interpretaciones paradojales, ni a suponer que estamos en un callejón sin salida, que eso sería una paradoja.

También me convencen argumentos como algunos que expuso hace poco Gerchunoff y que tratan de subrayar las lecturas positivas, no en el sentido de optimistas, sino en el sentido de tratar de encontrar la punta al ovillo, que la tiene. Porque la historia es plástica, es maleable y es política. Existe la posibilidad de construir un camino distinto al que hemos venido recorriendo, en particular cuando se extiende el reconocimiento, primero, de la dificultad del problema, cosa que no es trivial, y luego de los factores que contribuyen a sostenerlo en el tiempo. Si hemos ganado alguna lucidez respecto de la raíz macroeconómica y estructural del problema y hemos ganado lucidez también respecto de la utilidad de la política como herramienta para resolverlo, confío, entonces, en que podamos salir de nuestro berretín paradojal y empezar a pensar esto de otro modo.

La grieta es una manifestación muy menor de todos estos problemas, que son muy antiguos y bastante mas profundos y creo que puede convertirse en un aspecto simplemente de nuestra realidad política con el que podemos convivir bien en la medida que empecemos a dar respuestas a esos problemas que afectan a la grandes mayorías de argentinas y argentinos y respecto de los cuales una enorme mayoría estamos esperando soluciones y tratando de contribuir a producirlas.


Es una mirada optimista. Te pregunto si ese consenso, esa lectura compartida no ocurre más a nivel de la intelectualidad y no tanto en la dirigencia política.

Yo escucho dirigentes políticos de distintos espacios coincidir no necesariamente en el diagnóstico pero sí en la necesidad de buscar una respuesta política al problema macroeconómico argentino, desde hace varios años. Son dirigentes de distintas generaciones y de distintos espacios políticos. Ceo que es una sensación generalizada. No me atrevería a llamarlo consenso, porque quizás los términos del problema no son los mismos para todo el mundo, pero sí es una sensación generalizada.

Y hay una cosa más importante aquí: hay confianza generalizada en que se pueden llevar adelante los acuerdos necesarios para sostenerla. No solo escuche cosas de este tipo entre dirigentes políticos, también entre empresarios y dirigentes sociales. Creo que existen condiciones para poder explorar una salida política a nuestros problemas macroeconómicos.

Naturalmente no tenemos nada ganado, pero tampoco estamos condenados al pantano. De la paradoja se sale y en el medio de la paradoja tuvimos momentos mejores y momentos peores. Repito, más que fascinarnos con los límites del laberinto en el que presuntamente estaríamos condenados, hay que mirar, mantener los ojos abiertos, la calma, el espíritu abierto, también escuchar, los oídos abiertos, y buscar la salida. Eso me parece una posición más interesante que las otras.


Para finalizar, como politólogo, también como funcionario del Ministerio del Interior, ¿cómo funciona nuestro sistema político? ¿Qué aspectos habría que mejorar?

El régimen electoral argentino tiene áreas que podrían mejorarse mucho. Pero diría dos cosas. En primer lugar, el sistema partidario argentino no está atravesando un mal momento. Las diferencias internas se arreglan en elecciones internas. No hay violencia política. Hay dos grandes coaliciones que estructuran la competencia por los principales cargos nacionales. A la luz de la experiencia de la región y del mundo, el sistema partidario argentino está atravesando un momento razonable, quizás no brillante, pero no me parece que esté especialmente mal.

Dicho eso, si uno va a considerar reformas, debe hacerlo con el mayor de los cuidados, porque en el afán de corregir algunas cosas uno puede desarreglar otra cosa que está funcionando mejor. Desde ese punto de vista, por ejemplo, la opción de las PASO en 2009 para mí ha sido un éxito muy importante. Uno de los propósitos que tenía era estructurar la competencia interna dentro de los partidos y evitar la fragmentación partidaria. En la escala nacional lo ha conseguido. Entonces me parece que hay que valorar ese progreso, hay que considerar reformas electorales posteriores con muchísima prudencia, y hay que recorrer con esa prudencia el camino que señalaron las PASO en 2009: orden de la oferta partidaria y claridad para las y los votantes respecto de lo que están votando.

En ese contexto, lo que se discute más frecuentemente es el instrumento de votación. La discusión sobre el instrumento tiene un peso en nuestro país desproporcionado respecto de su relevancia, porque el reemplazo de la boletas partidarias por una boleta única en papel, en rigor, es compatible con muy diversas soluciones, algunas de las cuales son mejores que otras. Por ejemplo, uno podría reemplazar las boletas partidarias por una sola boleta para todas las categorías en papel, como es en Córdoba, o podría reemplazarlo por varias boletas para distintas categorías, como en Santa Fe, o podría reemplazarlo inclusive por algunas otras alternativas que uno podría considerar. Cada una de esas cosas tiene ventajas y desventajas.

En síntesis, el sistema partidario argentino no está urgido de reformas. Hay reformas que podrían realizarse y que lo mejorarían, pero deben considerarse con mucha prudencia y debemos evitar coparnos mucho con algunas cosas que parecen un solución mágica (antes era voto electrónico, ahora es boleta única). Para los regímenes electorales, la clave está en los detalles y esos detalles hay que considerarlos con mucho cuidado y pensar reformas que sean de verdad un avance respecto de lo que ya tenemos, que en lo fundamental está bien aunque podría estar mejor.


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