¡Es un sentimiento!
Esta barra de muchachos disfruta el fútbol como cualquier grupo de amigos o amigas que juega en un campeonato interescolar o en su club de barrio, conserva nuestro ADN más profundo y ese es su mejor triunfo.
“Aunque quede ridículo que lo diga (con simplicidad), uno siempre anda buscando los orígenes: ¡nuestra identidad!” (Osvaldo Soriano).
Somos finalistas de la Copa del Mundo otra vez y el éxtasis que experimentamos en estas semanas se extenderá, al menos, hasta el domingo. Con Lionel Messi como estandarte, la Selección le ganó con autoridad a Modric y companía y ahora espera por Francia o Marruecos, pero ya habrá tiempo de pensar en eso: respiremos y disfrutemos la alegría popular.
Como pocas cosas en nuestro país, el sentimiento que despierta la Selección en los mundiales nos une por completo, o casi, porque siempre hay quienes están al acecho dispuestos a lanzar sus bocanadas tóxicas, pero estos tienen un ínfimo lugar ante el consenso futbolero de la gente y hoy, más que nunca, deben quedarse callados. Este equipo genera algo especial en nosotros, este grupo de jugadores nos hace sentir, con toda la fuerza y la pasión que esta palabra implica. Este equipo, señores y señoras, tiene épica, la que siempre nuestra sociedad busca.
El camino que transitó ayer el seleccionado no fue tan sinuoso como el del viernes pasado ante Países Bajos. Desde un comienzo se posicionó en campo propio esperando su momento, que llegó de forma voraz: contragolpe y falta a Julián Álvarez, penal y gol de Messi y otra aparición del ex 9 de River que emulando al Matador Kempes se llevó de prepo la pelota hasta abajo del arco mientras los croatas caían desparramados como soldaditos de plomo. Dos a cero en 45 minutos, mejor imposible, pero había todavía más.
Para el segundo tiempo, el diez se guardó otra obra de arte para subirse de una vez y para siempre a un altar impoluto e incuestionable, donde sólo hay muy pocos, con la poca energía que le quedaba sacó a pasear al bravo de Gvardiol sobre la punta derecha, el joven defensor intentaba seguirlo como un chico que corre en la plaza al amigo que mejor juega, y después Lío tuvo la lucidez suficiente para ejecutar una asistencia para Julián, que con un pase a la red selló también su destino de estrella y desató nuestra locura.
¡Finalistas! Estamos a un paso de la gloria total, el domingo será la última batalla y la queremos ganar, por supuesto. Sin embargo, más allá del resultado, hay una sensación de agradecimiento hacia estos jugadores y cuerpo técnico que nos infla el pecho. Nada podrá borrar lo que este equipo ya logró, porque cuando el sentimiento del pueblo es genuino se vuelve indestructible.
Cómo no sentirse identificados con esta barra de muchachos que está ante el desafío de sus vidas y con hidalguía sigue adelante sin dejar de lado el compromiso y la lucha por llegar a la cima, y al mismo tiempo disfruta el fútbol como cualquier grupo de amigos o amigas que juega en un campeonato interescolar o en su club de barrio, conserva nuestra identidad y nuestro ADN más profundo: la resilencia y la amistad. Es una extensión de nosotros y nosotras, y de lo que siempre soñamos ser y ese es su mejor triunfo. “Los ideales son la única forma de saber que estamos vivos”, dijo alguna vez el gordo Soriano, y este equipo no los negocia.
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