Escribir y defender

Por Ramiro Dos Santos Freire


“Diario de un defensor de pibes chorros” es un libro que da cuenta de la experiencia de Julián Axat como defensor público de menores en La Plata entre los años 2008 y 2014, un rol que lo obligó a enfrentar y combatir las injusticias y arbitrariedades que el sistema policial y judicial impone sobre la vida de los niños, niñas y adolescentes. Esta obra expresa su compromiso con los derechos humanos, y a la vez, su fe en la literatura como instrumento de lucha.

En este recorrido, muchas veces debió enfrentar presiones de la propia corporación judicial, y de todo un sistema dispuesto para la preservación del statu quo. Ante ello, esta obra evidencia y refleja un compromiso, el de asumir el rol de abogado defensor hasta las últimas consecuencias, de ir mucho más allá de la mera defensa técnica jurídica, para llegar a un involucramiento personal con cada caso.

Como suele suceder con los buenos libros, es un texto difícil de encasillar. Se basa en hechos reales de casos concretos en los que intervino el autor, que los describe desde distintos géneros y perspectivas. Hay narración y hay análisis sociológico. Hay  entrevistas, crónicas y ensayo fotográfico. Hay también notas de un diario personal. Estamos antes un escritor que siempre está buscando la mejor forma posible dentro de la literatura para ponerle palabras a las historias que narra. Y en esta multiplicidad de perspectivas, siempre se vislumbra un esfuerzo de poesía, en tanto que finalmente, pareciera que sólo el lenguaje poético parece apto para afrontar y abordar la crudeza de la realidad.

Y entonces, surge la experiencia de una lectura intensa. Es un libro con un ritmo narrativo ágil, veloz, donde las tramas de los diferentes relatos se suceden y entrelazan. Al mismo tiempo, uno siente la necesidad de detenerse, de tomar aire, porque son relatos duros, potentes, conmovedores. Entonces uno va y viene entre los distintos capítulos, relee, y va entrando en las diferentes historias.





En estas historias que va relatando, siempre hay un esfuerzo para recuperar un pedazo de vida de cada uno de los pibes o pibas que tuvo que defender. Recordar sus nombres, sus sueños, sus anhelos, sus palabras, la singularidad de cada uno para enfrentar su propia vida.

Este es un libro sobre literatura, derecho penal, criminología y política criminal, sociología jurídica, etnografía judicial y el pequeño mundo de los tribunales platenses.

Además, para quien quiera verlo, el libro también es una denuncia sobre la violencia institucional, un problema estructural de violencia policial y violencia judicial que se ensaña y se ejerce mayormente sobre los pibes de las clases populares. Una violencia que tiene raíces muy antiguas, en prácticas que vienen desde las dictaduras y desde del fondo de la historia argentina.

En el libro hay capítulos sobre torturas en comisarías, casos de gatillo fácil, asesinatos de menores disfrazados de enfrentamientos, causas armadas con pruebas plantadas. También sobre el reclutamiento de niños que son obligados a delinquir por organizaciones criminales o por la propia policía. Todo ello muchas veces con la indiferencia o complacencia del sistema judicial, salvando excepciones importantes que el autor destaca.  El libro despliega cada caso con información y detalles precisos, y ante todo, recuperando el nombre y la palabra de cada uno de los pibes afectados.

El libro también habla de la organización judicial. El símbolo del Poder Judicial no sería la balanza, sino el laberinto, laberinto donde siempre pierden los más pobres o marginados.

El libro es un ensayo sobre criminología, un análisis de los nudos que existen entre el poder policial, el poder judicial y el poder político. Estos lazos se exponen en forma directa en el capítulo llamado “Las manos atadas del gobernador”, sobre el habeas corpus presentado contra un sistema ilegal de detención de menores en comisarías de la Provincia de Buenos Aires.

Es una crítica al punitivismo irracional, como se muestra en el capítulo sobre la botella de vino, donde dos jóvenes son sometidos a un proceso por haber roto una botella en un supermercado chino.

Es un alegato en contra de la estigmatización permanente y brutal que se hace sobre los menores. Por ejemplo, cuando los medios de comunicación les ponen motes o apodos ofensivos, o los denigran de distintas maneras. Denuncia también el lombrosianismo que aún existe en el sistema penal.

Hay distintos capítulos sobre detenciones ilegales y sobre asesinatos de niños a manos de la policía (como los casos de Sebastián Nicora, o de Axel Lucero, y muchos más).

Expresa como el sistema policial y judicial permanentemente deshumaniza y estigmatiza a los pibes. Esta negación de la humanidad es lo que luego justifica cualquier atropello o violencia ejercida contra ellos. Es una operación en dos tiempos, deshumanizar y luego violentar, e incluso matar.

Entonces, vemos aparecer toda una sucesión de prácticas de maltrato, provocaciones, humillaciones, detenciones sin causa, requisas agraviantes, golpizas. Tal vez una pregunta clave, como sugiere Didier Fassin en su libro Castigar, es por qué, en el fondo, estás prácticas parecen ser tan bien toleradas por la sociedad.

El libro también habla del dolor, el dolor de los chicos, el dolor de sus madres. Madres que acompañan a sus hijos, que buscan justicia, aún ante la misma Justicia en la que no creen.

Un sistema donde se ha olvidado la justicia, y pareciera que el centro del sistema es el castigo, el infligir dolor, el disciplinamiento. Y donde los jóvenes pobres siempre están condenados de antemano.

También es un libro donde el autor rinde cuentas sobre el trabajo realizado como funcionario judicial, algo que cabe destacar, en cuanto que esto no es común en el Poder Judicial.  

Hay una reflexión sobre el rol del defensor oficial, cual ha de ser la ética de un defensor, que muchas veces se ve en encrucijadas o dilemas complejos. El defensor se debe a sus defendidos, no al sistema, no a la sociedad.

Pero mucho más allá de ello, Axat se enfrenta a la tarea de dar voz a estos pibes, sabiendo que de por sí es imposible. Este es el problema, uno no puedo realmente hablar por los otros, porque son voces insustituibles, pero si puede intentar acercarse lo más posible, representar, abogar, escuchar y hacer que los pibes sean escuchados.

Esta encrucijada aparece ya en la cita de Primo Levi que abre el libro, “…Nada queda de él: todo el testimonio de su existencia son estas palabras mías”.

Entonces, la pregunta es como hablar, como abogar en el mejor sentido de la palabra, hablar en defensa de los demás.

Es notable en este sentido, el  capítulo en el que explica que, contrariamente al lugar común, para los pibes acusados es mejor hablar en los procesos judiciales, dar su testimonio, porque si no su silencio en los hechos se toma como indicio de culpabilidad.

El libro trabaja sobre una constante reflexión acerca del lenguaje. El lenguaje opaco de la justicia, inaccesible para quienes no sean abogados. Un lenguaje oscuro que encubre la injusticia.

A su vez, como recuperar el lenguaje, la voz de los pibes, como darles voz, hacer que los escuchen. El capítulo “La bala en las palabras” muestra con la mayor crudeza la pérdida de la voz. Es el caso del niño que dejó de hablar porque le habían puesto la punta de una pistola dentro de la boca mientras los trasladaban en el patrullero.

¿Como enfrentar esto? Por ejemplo, en el capítulo “El lenguaje maldito”, Axat nos habla de un pibe al que le enseño un método para escribir poesías del poeta norteamericano Charles Reznicoff, entresacando y recortando palabras de un expediente judicial. Y de esta manera, transformar un frío legajo judicial en una creación poética.

Cuando un verdadero escritor argentino escribe, dialoga con la tradición de la literatura nacional. Acá en este libro está la devoción por Roberto Arlt, las aguafuertes, el lenguaje popular, la calle, la capacidad de describir toda la sociedad a partir de una anécdota o historia, la voluntad de indagar en las capas profundas de la vida social.

Está Borges, con los laberintos judiciales donde no existe un hilo para recorrerlos y donde habitan monstruos agazapados. También, por supuesto, está Kafka con las esperas interminables frente al poder de la ley.

Sobre todo, creo que está Rodolfo Walsh, la investigación y narración de historias reales, la non fiction, el compromiso de la literatura con la verdad llevada hasta sus últimas consecuencias.

En Operación Masacre, al comienzo, Walsh está en La Plata, en el club de ajedrez, y sale a la calle a ver la realidad. Acá también, en La Plata, hay un defensor que decide salir de su despacho para ver la realidad. Para verla, y después volver al escritorio y escribirla.

Este paralelismo con Walsh se torna literal, en capítulos que hablan casos de menores que son fusilados por la policía. Entonces, claramente hay un diálogo con la tradición argentina de reflexión sobre el vínculo entre literatura y política.

El libro no permite caer en un pesimismo estéril, y rescata experiencias de trabajo con los menores. Por ejemplo en el capítulo “La fórmula del respeto” cuenta como a través de la práctica del rugby los pibes detenidos aprenden a compartir el juego y el deporte, a entrenar y formar equipos, a ser compañeros, a respetar y hacerse respetar.

También el libro rescata aquellos momentos luminosos de la justicia, aquéllas veces en que aparecen jueces o fiscales que trabajan bien y están comprometidos con su función y con la justicia verdadera.

El libro también es una invitación para reflexionar sobre la necesidad de la reforma del sistema judicial. Un sistema de justicia que no sea la reproducción de privilegios, sino que sea más democrático, cercano a las necesidades del pueblo, que rinda cuentas, que respete los derechos de los excluidos, que atienda los problemas de la gente común.

Se habla de la necesidad de poner en valor la idea de acceso a la justicia, de debido proceso legal, de respeto por las garantías. También, la importancia de hablar de la democratización de la Justicia. Y para disputar el ámbito académico, para que libros como este se enseñen en las Facultades de Derecho.

Antes escribimos que era una obra difícil de etiquetar o clasificar, pero sí estamos seguros de que es un libro necesario. Y es un libro que dialoga con sus precursores en la literatura argentina, y podemos esperar que a su vez nazcan nuevos libros que sigan este mismo camino.

Para finalizar, es usual preguntarse en estos casos cual es el mejor capítulo del libro, y cada lector elegirá según su criterio. Hay de sociología, de política criminal, de historias policiales, juzgados y cárceles. A nuestro entender, el más inolvidable es un capítulo sobre astronomía.


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