Dilemas de la industria argentina: ¿destino posible o utopía nacionalista?

¿Sigue siendo la industrialización un objetivo necesario para el desarrollo o es una reivindicación anacrónica y nostálgica? ¿Cuán industrializada está hoy la Argentina? ¿Cuál es la tendencia global?


La apuesta por un país industrializado es un lugar común de buena parte de la dirigencia política argentina. En la última campaña electoral, los tres principales candidatos presidenciales ponderaron el desarrollismo -un núcleo de ideas un tanto evaporado con el paso de los años- y la figura de Arturo Frondizi. Al menos en elecciones, apoyar a la industria suma.

El sueño de la industrialización está muy arraigado en la memoria histórica. La Argentina se destacó y diferenció del resto de Latinoamérica por el desarrollo prematuro de su sector manufacturero. Este proceso comenzó en la década de 1930, tras la crisis financiera mundial; se profundizó durante el peronismo, que puso al trabajo industrial en el centro de su programa político y económico; y continuó con el radical Arturo Frondizi, que pensó en el desarrollismo como la etapa superior de la industrialización (es decir, el paso de la industria liviana a la pesada). Más acá en el tiempo, tras los efectos nocivos de la última dictadura militar y el neoliberalismo, el kirchnerismo impulsó la reconstrucción del sector industrial.

 En pleno siglo XXI, no queda claro el lugar que debe ocupar la industria en la estrategia de desarrollo argentino. ¿Sigue siendo la industrialización un objetivo necesario para el desarrollo o es una reivindicación anacrónica y nostálgica? ¿Cuán industrializada está hoy la Argentina? ¿Cuál es la tendencia global?





Históricamente,la industrialización fue una bandera defendida por actores interesados por el fortalecimiento del mercado interno: los sindicatos, las pymes, el empresariado nacional. Las ventajas de contar con un sector industrial moderno y competitivo son múltiples:







Como se advierte, la suerte de la industria en la Argentina ha estado atada a los grandes ciclos políticos que imperaron en el país. El sector ganó participación en la economía nacional hasta explicar más del 50% del valor agregado en 1975-1976. La última dictadura militar abandonó el paradigma industrializador y dio inicio a un modelo de valorización financiera y liberalización de la economía, profundizado en la década de los '90 por Carlos Menem, cuyo saldo fue el retroceso del complejo de producción nacional y la precarización del entramado social y laboral. Entre 1977 y 2002, el PBI industrial per cápita se desplomó un 40%.

Tras la crisis del 2001, y en el marco del boom de las commodities que permitió transferir recursos de un sector a otro, el kirchnerismo impulsó la recuperación de la industria argentina durante sus primeros años de gobierno. La reconstrucción del sector tuvo motivaciones simbólicas y también prácticas (por ser un sector mano de obra intensiva, la industria fue vista como un medio eficiente para reducir los altísimos niveles de desempleo heredados). La expansión industrial fue pronunciada hasta la crisis financiera del 2008, luego se desaceleró y desde 2011-2012 se contrajo.









Cíclicamente, períodos de expansión y crecimiento económico son seguidos de una etapa recesiva y de ajuste. En los momentos de desaceleración económica (como el que se experimenta desde 2011), se advierten con más nitidez los límites del sector industrial argentino:




La Argentina enfrenta recurrentemente problemas de restricción externa (es decir, la carencia de dólares para seguir financiando el crecimiento) que son explicados parcialmente por la naturaleza de la expansión industrial. Ocurre que el sector es, dado su nivel de desarrollo, deficitario en divisas: cuanto más crece, más divisas requiere para la importación de bienes de capital e insumos. Un ejemplo: en 2014 (un año malo para la industria), las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) arrojaron un déficit de U$S30.000 millones en los últimos años.




La industria argentina presenta un nivel bajo de competitividad, razón por la cual el sector exige un alto nivel de protección por parte del Estado. Ante cualquier intento de liberalización económica, la industria nacional corre peligro de subsistencia. Esto se debe a que el costo laboral es mucho más alto que el de las economías del sudeste asiático y el nivel de productividad (la capacidad de producción por unidad de trabajo) mucho más bajo que el de las economías desarrolladas.




La extranjerización económica es un problema, porque el interés de las empresas extranjeras suele estar desalineado del desarrollo nacional. La industria argentina presenta, en efecto, altos niveles de extranjerización: las empresas con capitales foráneos explican alrededor del 50% de las exportaciones industriales de la Argentina.





El sector enfrenta severos desafíos. La combinación de apertura de importaciones y retracción del consumo derivaron en una caída en la producción industrial. El primer semestre fue para el sector muy negativo: la producción disminuyó alrededor de 4% y el empleo industrial cayó 2,1%.




En las últimas décadas se consolidó una tendencia mundial de disminución de la producción y el trabajo industrial y aumento de los servicios. Países y ciudades organizadas en torno al sector manufacturero se reconvirtieron al sector servicios y finanzas o quedaron atrapadas en el atraso económico. Un claro ejemplo de reconversión productiva es Gran Bretaña, que atravesó uno de los más pronunciados declives industriales de Europa. Cuando Margaret Tatcher accedió al gobierno, la manufactura explicaba el 30% del ingreso nacional y proveía 6,8 millones de empleos industriales. En 2011, la industria representaba el 11% de la economía y empleaba a 2,5 millones de personas. Londres reforzó su importancia como plaza financiera y de servicios; el centro y norte del país, otrora motores de la industria, se vieron sumidos en una crisis profunda.

Entre las causas de la desindustrialización, se incluye a la deslocalización laboral, la tercerización y el avance tecnológico. Por un lado, la precarización expulsa trabajos de centros industriales del mundo desarrollado para situarlos a bajo costo en zonas periféricas. Por el otro, la tecnificación provoca que las máquinas tengan cada vez más capacidad para reemplazar el trabajo humano.





Como señalan los datos del Banco Mundial, la tendencia global sugiere que los países se recuestan cada vez más en el sector de los servicios y menos en el manufacturero. La des-industrialización ocurre ahora y ocurre en casi todas partes del mapa, generando ganadores y perdedores. Algunos países superan este desafío sin ver disparados sus niveles de desempleo; otros sufren las consecuencias negativas de las transformaciones productivas que trae la globalización.

Estados Unidos, por ejemplo, logró compensar su caída en la producción manufacturera por el dinamismo de las industrias del software y las nuevas tecnologías. General Motors, empresa ícono del mundo fordista e industrial, empleaba en la década de 1970 600 mil personas. En la actualidad, aunque fabrica más automóviles que nunca, cuenta con 215 mil empleados, poco más de un tercio de lo que supo tener. Mientras que el sector manufacturero expulsa mano de obra, los servicios no paran de crecer. Entre las grandes compañías del mundo digital, Apple emplea directamente 110 mil individuos, Google 61 mil y Facebook 12 mil. Esta reconversión de los perfiles laborales exige, evidentemente, más inversión en conocimiento y capacitación de los recursos humanos.





La Argentina todavía no definió qué lugar debe ocupar la industria en su estructura productiva. Antes bien, el sector manufacturero baila al compás de los distintos proyectos políticos. Por las medidas tomadas en estos nueve meses de gobierno, la administración de Macri parece querer reorientar el perfil productivo del país, atenuando el componente industrial y acentuando el sector servicios. El desmantelamiento del entramado industrial, si no se aplican políticas compensatorias que incentiven nuevos sectores productivos, tiene efectos negativos para el nivel de empleo y el mercado interno. Es una historia conocida para la Argentina. Mientras tanto, los dilemas que presenta la industria nacional no se terminan de resolver.