Infancias y Pandemias
OPINIÓN. ¿Cuál es el lugar de las infancias en el contexto de las medidas de contención de la pandemia por la COVID-19? Hacia una comprensión de la invisibilidad del confinamiento como problema público.
¿Cuál es el lugar de las infancias en el contexto de las medidas de contención de la pandemia por la COVID-19? Las siguientes reflexiones si bien se basan en el caso argentino, pueden considerarse válidas para otras latitudes, dado que en diversas partes del mundo se han tomado políticas similares.
En Argentina, la medida de aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) ha sido tomada en forma muy temprana en relación con la cantidad de casos, pero tal vez oportuna si se contemplan los efectos de ralentización de la curva de contagios en el inicio de la pandemia. El gobierno nacional en coordinación con los gobiernos provinciales ha instrumentado una serie de mejoras en el sistema de salud durante la primera fase estricta de la cuarentena. La medida sanitaria permitió la inversión y preparación de los insumos que necesita el sector para funcionar de forma más acorde con los requerimientos de equipamiento, camas y personal de salud para atender casos graves ante una eventual disparada en el número de casos positivos. Situación que se está poniendo a prueba en estos últimos dos meses de crecimiento exponencial de los casos.
No obstante, a más de seis meses de la primera medida de aislamiento social preventivo y obligatorio los niños y las niñas no se han convertido en actores sociales de peso. Esto es, la contradicción irreconciliable entre las necesidades infantiles y la medida de confinamiento no parece haber tenido suficiente consideración por parte de la sociedad. Los niños y las niñas constituyen un grupo particularmente vulnerable al encierro y al aislamiento en tanto se encuentran en pleno proceso de desarrollo físico, psíquico y social. El aire libre, el movimiento y el contacto social son necesidades fisiológicas en la primera infancia, (más allá de las diferencias de clase, género y tipo de configuración familiar que conforman el heterogéneo mundo de las infancias), impedirlos debería haber causado tanto una mayor preocupación por parte de la sociedad como una resolución política y sanitaria desde el comienzo de las medidas de aislamiento.
A lo largo de este tiempo, el tema del confinamiento ha tenido distintos matices conforme a las etapas de mayor apertura de actividades según las resoluciones políticas que se tomaron desde el 20 de marzo. Asimismo, los gobiernos provinciales y municipales han tenido su propia valoración respecto a la implementación de normas de apertura de la circulación social acorde a la problemática epidemiológica singular a cada provincia. Sin embargo y más allá de que progresivamente las calles y espacios verdes fueron rodeándose de niños y niñas, éstos, no han sido actores sociales de peso.
La sociología de los problemas públicos describe condiciones específicas para que un problema social se transforme en un problema público. Es decir, no todas las situaciones que las personas experimentan como dolorosas se vuelven asuntos de gestión pública afirma Joseph Gusfield, uno de los sociólogos pioneros en este campo. En ese sentido, el confinamiento en la infancia no se volvió un asunto de imperiosa solución en la gestión de la pandemia por la COVID-19, es decir, no se tornó en un problema que debe preocupar a la sociedad y respecto del cual deben actuar los funcionarios públicos.
Así como Gusfield se pregunta cómo es que determinado tema adquiere estatus público y se transforma en algo en lo cual alguien tendría que intervenir, en este caso nos preguntamos lo contrario ¿Qué pasó que el confinamiento infantil no entró de lleno en la agenda pública?
A continuación desarrollo estas ideas no sin antes aclarar que las mismas no buscan hacer una crítica de la política sanitaria ni de las decisiones de los actores políticos sino que ponen el foco en las creencias acerca de la infancia que subyacen a las prácticas sociales, de las que las decisiones políticas tomadas en el contexto de la pandemia no son ajenas.
Primer punto: la invisibilidad de la infancia
En las representaciones sociales hegemónicas de la infancia los niños y las niñas son definidos a partir de una caracterización negativa respecto a los atributos que se valoran como positivos en las sociedades occidentales tales como la madurez, el raciocinio, el control de los impulsos y las emociones, entre otros. En consecuencia, la niñez es vista como una etapa de adquisición y formación de la futura persona y no posee una valoración en pie de igualdad con la adultez. Los niños y las niñas, pese a los esfuerzos y discusiones en el campo legal por ubicarlos como sujetos de derechos, no son concebidos como tales en las representaciones cotidianas que forman el andamiaje cultural de nuestras prácticas sociales. Nuestras sociedades aún se basan en modelos violentos de crianza y construcción de la autoridad, ya no mediante la violencia física como forma legítima de trato, pero sí mediante los gritos, la imposición, el castigo y diversas formas de comunicación violenta que se encuentran naturalizadas.
Esta visión de la infancia los relega a un rol completamente pasivo, más objeto que de sujetos: objeto de educación, cuidado, protección, disciplinamiento o abandono, abuso y explotación. El signo de la acción ejercida sobre ellos puede ser positivo o negativo, pero en ambos casos el lugar asignado a los mismos, es el de meros receptores de las acciones de los otros, por supuesto adultos, tal como nos explica la antropóloga argentina Andrea Szulc, representando la perspectiva de los estudios sociales de la infancia. En cualquier caso la participación social de los niños y las niñas en las decisiones sobre sus propias vidas queda por fuera de su alcance.
En definitiva, la naturalización del maltrato y/ o destrato a los niños y a las niñas, producto de siglos de aceptación social del mismo, puede pensarse como la base para la normalidad con la que se vivió el tema del confinamiento. Simplemente, no entró en agenda pública como una prioridad porque los niños y las niñas son sólo visibles cuando sus necesidades son brutales: están en situación de pobreza, de maltrato y/o abandono, entre otras cuestiones extremas. La no definición del confinamiento como una estrategia de prevención incompatible con el desarrollo saludable de los niños y las niñas, se mantuvo a lo largo de estos meses, más allá de que las salidas al aire libre fueron objeto de diferentes regulaciones durante este tiempo. Sí, los niños y las niñas salieron a la calle, muchas veces incluso por fuera de la normativa, pero este hecho no empaña la ausencia de definición del confinamiento como problema.
Segundo punto: falta de representatividad e imágenes sociales negativas
En lo que va de la pandemia en Argentina, hubo promulgaciones públicas respecto al problema del confinamiento en la infancia, tanto por parte de actores gubernamentales (Ministerio de Salud) como otros organismos que se ocupan de la infancia (UNICEF, ASAP). En todos los casos se señalaron sus efectos negativos así como distintas maneras de mitigar su impacto pero en general ninguna confrontó con la cuestión y el tema del confinamiento infantil no se definió socialmente como un problema a solucionar. Si bien las necesidades de la infancia fueron tenidas en cuenta, no con la suficiente fuerza y visibilidad como para ingresar en la agenda pública. La escasa conciencia de lo vital que resultan en la infancia las salidas al aire libre y la permanencia de los vínculos sociales, se articula con la incapacidad de agencia infantil y nula representación directa en las esferas institucionales.
Es destacable cómo ha sido más visible y ha alcanzado una definición más sofisticada como problema público el derecho de los runners, que las plazas valladas y los niños y niñas maltratados por fuerzas policiales o empleados de supermercados que negaron su entrada. Dicha diferencia da cuenta de las enseñanzas de Gusfield, en tanto la definición de un problema social como problema público no es intrínseco a sí mismo sino que depende de múltiples variables y actores, entre los cuáles se destaca la movilización social, el rol de expertos que definen una situación como problemática, el interjuego de intereses políticos, etc. Por ello a lo largo de estos meses, el impedimento de los runners de realizar actividad física tuvo mayor notoriedad pública que el derecho de los niños y las niñas a salir a la calle correr y jugar en las plazas y/o espacios verdes.
Este hecho se vincula en parte con las históricas imágenes y creencias sobre la infancia, por un lado la peligrosidad de los niños y las niñas como seres incontrolables y que no poseen capacidades racionales para regular su comportamiento acorde con las medidas de prevención, y por el otro lado, la figura del heroísmo que siembra la idea de que los niños y las niños son flexibles y se adaptan a todo. Ambas representaciones que aparecieron en los medios de comunicación a lo largo de estos meses, erosionan un real entendimiento de las subjetividades infantiles. No es imposible para los niños y niñas mayores de cuatro o cinco años cumplir con las medidas de distanciamiento social por ejemplo, (otra cosa es interrogarnos por el costo subjetivo que ello puede tener en personas que están creciendo) y hasta quizás las cumplan con mayor efectividad que muchos adultos, como tampoco es cierto que su capacidad de adaptación sea extraordinaria, como si los cambios negativos no les dejaran secuela, o acaso eso fuera motivo valedero para descuidar sus derechos y necesidades.
Palabras finales
En suma, frente a la pregunta de por qué el confinamiento infantil no se constituyó en un problema público, cabe reflexionar en la histórica invisibilidad de los problemas de los niños y niñas en tanto sujetos sumado a una débil definición de la prioridad de este tema por los organismos que representan los intereses de la infancia en el espacio público. Tomar nota de ello puede ser una manera de concientizar los modos de construcción de la agenda pública en sociedades adultocéntricas y quizás discutir nuevas agendas con el protagonismo de las infancias.
Sobre la autora
María Jimena Mantilla es doctora en Ciencias Sociales, investigadora adjunta del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG). Actualmente investiga temas de maternidades y crianza.
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