La bomba biológica

Por: Ricardo Rouvier

Foto Télam: Fernando Gens


La pandemia que hoy sacude al mundo constituye una de esas sorpresas que desnuda la vulnerabilidad de los seres humanos. Vivimos como ganadores de la eternidad y gambeteando la finitud trágica, pero este tsunami biológico nos pone nuevamente en un lugar de modestia y resignación, como lo hacen las guerras cuando pasan por la esquina de tu vida. Pero, lo diferente de una conflagración bélica es que esto no tiene nada de humano, pero sí de la madre naturaleza que transciende. Pecho bueno y pecho malo, como decía la psicoanalista inglesa Melanie Klein.

Es la propia naturaleza en la espesura de su jardín que refugia la existencia parasitaria del coronavirus, porque el virus no tiene célula y debe tomar una y vivir en ella para reproducirse y generar el daño gratuitamente, así porque sí. Es una afrenta a la divina razón que aparezcan estas entidades siniestras. Justamente como hijos del iluminismo cartesiano es que consideramos como la anti-razón esta irrupción. Es el demonio oculto y silencioso de una naturaleza que parece querer contragolpear a un hombre que hace siglos que intenta sojuzgarla. Cambio climático, desequilibrio ecológico, ecosistemas que revientan, pero está la confianza de que el hombre pueda controlarlo todo; y en estas condiciones, estas virtudes de Hércules aparecen en el imaginario colectivo. Siempre la ciencia es parte de la religión civil de las sociedades modernas. Por eso es muy acertada la creación de un comité científico para asesorar al Gobierno; revalorizada si uno ve lo que hacen con el conocimiento científico mandatarios como Trump y Bolsonaro.

Este fenómeno que viene de afuera del mundo social traba el mecanismo que hace funcionar el dispositivo de producir y acumular, provocando consecuencias económicas, sociales y políticas. El capitalismo está casi paralizado. Justamente, un sistema cuya dinámica interna impide la discontinuidad. El virus opera como una acción contra-hegemónica ciega, que no selecciona, que barre con todo y que no instala otra verdad, sino que confirma una negada por el sujeto. La existencia está a tiro de un lavado de manos o de un barbijo. El virus parece democrático porque no discrimina, pero no lo es porque una vez instalado, marca las diferencias entre los que tienen capacidad de ahorro de los que no lo tienen, los que tienen buenas prepagas de los que quedan depositados en hospitales públicos o tinglados armados al efecto. Esto provoca muerte, pero también paralización productiva que, con el tiempo produce desocupación, destrucción de puestos de trabajo, enfermedades diversas y muertes tempranas.  

Esta situación disparó muchos textos, buenos textos, palabras autorizadas y profecías provenientes tanto del espiritualismo como del materialismo. De esta manera, la pluma se atrevió a diseñar arquitecturas de las postpandemia. Somos más modestos, enarbolamos la bandera del No Saber.  Eso no quiere decir que no tengamos nuestras sospechas, pero por ahora no tienen la estatura de hipótesis (es muy válido que hablen los filósofos o los ensayistas pero hay puntos oscuros en su narrativa). Este se debe, además de nuestras limitaciones, a que todavía los cristales no han terminado de caer de los estantes; el terremoto no cesó, e inclusive se esperan números más grandes. Hay muchas preguntas sin respuestas efectivas: ¿cómo queda la estructura productiva y comercial dominante?; ¿Y los mercados?; ¿Y la situación financiera de los países, varios de los cuales no podrán afrontar sus deudas?; ¿Cómo quedarán las monedas (por el momento el dólar se está consolidando.); cuál será el nivel de daño en las potencias y su relación con los países dependientes?; ¿Cómo quedará la República Popular China (culpable o inocente de Wugan)?; ¿Cómo será el futuro de la globalización?; ¿Y el poder de los Estados Nacionales? Todos estos interrogantes se organizan según las posiciones, las ideologías, las fuerzas. Los empresarios muestran mayor preocupación por la billetera, frente a un gobierno que eligió la emergencia sanitaria. Pero son elecciones que no admiten la exclusión. Sobresalen los mensajeros más comprometidos con los intereses de los anunciantes que con la vida misma (la TV ha llegado al paroxismo gracias a lo siniestro), enfatizando que el Gobierno se equivoca en no poner en marcha la máquina productiva. Una vez que se pongan en marcha las actividades dirán que es tarde. Algunos han hecho de la oposición al peronismo o al populismo una suerte de destino profesional, pero cada tanto reprueban alguna materia.  

El Gobierno Nacional eligió primero, ante el incendio, sacar a los habitantes de la casa. Y luego ver los daños y reconstruir la vivienda, para que los habitantes no queden a la intemperie. Faltaba decir que, para colmo, la vivienda está empeñada. O sea, que no sólo hay bomberos en el barrio, también están los acreedores con un papel en la mano y una daga en la otra. Hay que pagar, qué duda cabe, pero en un coro de deudores seremos uno más, y no el único mal alumno. Pocas veces, pero no la única, enfrentamos un cruce de caminos, en este caso un cruce de sólidas formaciones. Sabíamos que ambos trenes, el de la salud y el de la economía, corrían en paralelo, con velocidades cambiantes y que se iban a cruzar. Esto subraya la preferencia humanística del Gobierno, sabiendo los avatares futuros de la economía. Enrique Pichon Rivière, padre de la Psicología Social en nuestro país, hablaba de situaciones dilemáticas en las que cualquier opción que se tome configura una pérdida. La primera cuarentena estuvo dominada por la cuestión sanitaria, aunque a medida que pasaban los días, las voces de lo productivo crecieron y siguen creciendo.

Según datos de la OMS, a la fecha, hay alrededor de 3 millones de infectados sobre 7.700.000.000 de población mundial, con un poco más de 203.000 fallecidos. Esto da un promedio de un 0,038% de infectados  y de 0,0026 % de letalidad. En nuestro país el promedio de infectados sobre el total poblacional argentino es de 0,0088% con un mortalidad de 0,00044% unas 200 personas sobre 3.900 contagiados.  Los resultados, por ahora, muestran un panorama más aliviado que otros.

Preocupado por el flujo de dinero que no aparece en las calles vacías, es que el Gobierno, como otros, imprime dinero para reestablecer el salario, la cadena de pagos y para disminuir o aliviar el impacto del choque.  Para enfrentar el tsunami biológico, hay un Poder Ejecutivo que conduce escuchando, dialogando, que repara errores. Al Presidente, lo muestran las encuestas, la opinión pública le ha asignado una popularidad enorme. Es un gobierno racional, que elabora respuestas, y es lo mejor que puede ofrecer la crisis argentina. Es lo mejor y lo único.

Entramos en momentos en que cada problema tiene su camino y se entrecruzan cada vez más sensiblemente. No se puede mantener un tiempo muy prolongado la cuarentena, es decir la paralización económica, y asegurar un sistema sanitario suficiente, mientras miramos la evolución de la curva y el riesgo país. Ahora hay que articular la salida progresiva del aislamiento y la recuperación económica. La operación es muy delicada, seguro que no satisfará a todos, pero se trata de achicar el miedo, no prolongar el aislamiento duro, y poner en marcha la rueda de la economía. En la cola nos espera conocer, en pocas semanas, si se formaliza el default o se lo evita. En este panorama muy complejo se eleva la única herramienta para desarmar la bomba: la política.  


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