La ecología: entre problemas reales y estrategias erradas

RESEÑA. Con un título que puede sonar entre rimbombante y exagerado, en Golpe de Estado Climático el filosófo francés Mark Alizart se ocupa de pensar con cierta sensatez por qué la ecología en conjunto aún fracasa en sus propósitos.


Quizás lo único bueno que produjo la pandemia de coronavirus fue hacernos más conscientes de las situaciones catastróficas que ponen en riesgo nuestra existencia. Por ejemplo, los incendios recientes en la Patagonia reflotaron -una vez más- la necesidad de pensar no solo en cuáles son los factores locales que podrían haberlos desencadenado, sino en la causante global que muchas veces los produce: el cambio climático. Sin embargo, reflexionar en serio sobre este tema puede llevar a darnos cuenta de lo ineficientes, insuficientes o absurdas que son las estrategias que tenemos más a mano. Las redes sociales se colmaron durante algunos días de personas indignadas que reclamaban con emojis y fotos acciones urgentes. En el mejor de los casos, se ofrecían donaciones para los damnificados o se planeaban movilizaciones con escaso éxito. En el peor, muchos influencers encontraban (en la excusa de apoyar una buena causa) otra oportunidad para vender sus servicios dudosos. ¿Motiva algo más que un “like” un avatar con un eslogan contra la contaminación ambiental? ¿Es un desnudo performático una forma eficiente de invitar a pensar en cómo combatir los incendios? ¿Convoca a la meditación formal un podcast sobre la megaminería de una astróloga que promueve su libro sobre los signos en Instagram? Como dice el filósofo coreano Byung Chul Han, “el neoliberalismo explota la moral de muchas maneras. Los valores morales se consumen como signos de distinción. Son apuntalados a la cuenta del ego, lo cual hace que aumente la autovaloración. Incrementan la autoestima narcisista. A través de los valores uno no entra en relación con la comunidad, sino que solo se refiere a su propio ego”. Tomarse el atrevimiento de pensar que este tipo de acciones no cambian nada es más sincero que apoyar causas "nobles" sin correr ningún riesgo y cuyo fin real es otro más egoísta.

 

¿En un aparente callejón sin salida?

 

Con un título que puede sonar entre rimbombante y exagerado, en Golpe de Estado Climático el filosófo francés Mark Alizart se ocupa de pensar con cierta sensatez por qué la ecología en conjunto aún fracasa en sus propósitos. Hace más de cuarenta años que la mayoría conoce la gravedad del calentamiento global, la extinción de la biodiversidad, la contaminación que causan los pesticidas o los derivados del petróleo como el plástico, pero la inercia de los sistemas económicos y políticos del capitalismo se sostiene en la costumbre de seguir sacando ganancias a corto plazo. Luchar de verdad contra los estragos que ocasionamos en el clima supondría ceder partes a otros mercados no tan desarrollados de energías cuya contaminación es menor o nula. Obligarse a hacer la transición de las industrias fósiles a otras renovables y tratar de encontrar sustitutos para todos los derivados sin ninguna garantía de éxito. En términos geopolíticos, las consecuencias imprevisibles y peligrosas de prescindir de las alianzas con Medio Oriente. Aunque Alizart no lo mencione explícitamente, hacer algo pondría en peligro no solo las ganancias o el crecimiento ecónomico, sino también el empleo de millones de personas. Una nueva crisis económica sería inevitable. El traspaso no podría ser más que lento, pero lamentablemente el tiempo tampoco sobra.

No obstante, no hacer nada y proponer adaptarse a la crisis tiene beneficios concretos para unos pocos. Permite seguir recolectando ganancias hasta último momento sin los costos de hacer una transición y sin hacerse cargo de la catástrofe inevitable que supondrá el agotamiento total de recursos y el desastre climático generado. “La palabra adaptación no es sacada del vocabulario del darwinismo social por casualidad. Tiene el interés de presentar la crisis ecológica como un fenómeno natural, como una ola de extinción entre otras, como la que golpeó a los dinosaurios. Esta crisis verá sobrevivir a los más fuertes a medida que la sociedad será liberada de sus elementos más débiles sin que haya que conmoverse particularmente por ello” (…) “Cuando un tercio de la humanidad haya muerto de hambre, de sed, de calor, ahogada o baleada, la presión sobre los ecosistemas habrá bajado de manera tan sustancial que el business probablemente podrá retomarse as usual”.

 

El frente único

 

Partiendo de las ideas de Trotski contra el fascismo y de la aplicación triunfante de esas ideas en el ejemplo de Act Up (un grupo fundado en 1987 para llamar la atención sobre la pandemia de sida, con el objeto de conseguir legislaciones favorables, promover la investigación científica y la asistencia a los enfermos, para alcanzar el fin de la enfermedad), Alizart propone crear un frente único que, en primer lugar, rompa con la idea de que la crisis ecológica afecta a todo el mundo sin distinción. Se debe nombrar a sus verdaderas víctimas, los jóvenes más que los jubilados y los pobres mucho más que los ricos. Los países subdesarrollados antes que los desarrollados. Esta separación debería engendrar alguna clase de solidarización más efectiva. En segundo lugar, presionar para que se investiguen y desarrollen herramientas que inviertan el proceso de destrucción. Empero, y a pesar del esfuerzo y las buenas intenciones del autor, resulta ingenuo suponer que si -hasta ahora- ninguna política en el mundo contra algo tan urgente como el hambre y el desempleo creciente logró torcer el rumbo o generó la suficiente solidaridad ¿cómo o por qué lo lograría un frente único ante una amenaza que todavía no se vislumbra del todo? Habrá que seguir pensando.

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