La historia de Laura Conte, la madre del CELS

Fundó el organismo junto a su esposo, Augusto Conte, tras la desaparición de su hijo. Integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Laura es el testimonio vivo de la lucha por los derechos humanos en Argentina.

La historia de Laura Jordán de Conte es, de algún modo, la historia de los derechos humanos en Argentina. Madre de Augusto María Conte, desaparecido el 7 de julio de 1976, y esposa de Augusto Conte MacDonell, fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) junto a Emilio Mignone, Laura dedicó su vida al esclarecimiento de los delitos de lesa humanidad cometidos por civiles y militares durante la última dictadura y al acompañamiento a los familiares de las víctimas.

Su casa, donde recibió a El País Digital, es el reflejo de esa historia. Libros, diarios, revistas, recortes, documentos, fotos, folletos y pancartas se distribuyen entre bibliotecas y escritorios. Entre ellas, sobresale la cara de su esposo y también su firma, que encabeza varios documentos (comunicados, solicitadas, declaraciones, proyectos de ley) que se asoman entre las pilas de papeles. "Creo que Augusto tenía los derechos humanos adentro sin tener la cucarda puesta. Cuando lo conocí, me pareció una persona fuera de lo común. Y después lo mantuve toda la vida sin ningún esfuerzo, siendo la mujer", recuerda Laura. "Él tenía una capacidad social innata, que había heredado de su padre y de su abuelo".

Laura conoció a Augusto por un amigo en común, a mediados de la década el 50. Poco tiempo después, el 4 de junio de 1955, nació su primer hijo, que llevó el mismo nombre de su padre: Augusto María.

Augusto hijo, a quien sus compañeros recuerdan por su rechazo a las injusticias y su talento para jugar al fútbol,  egresó en 1972 del Colegio Nacional Buenos Aires, donde también había estudiado su padre y donde empezó a acercarse a la militancia política. Ese año fue a buscar a Perón a Ezeiza y un año después, en 1973, fue fiscal del Frejuli en las elecciones que llevaron a la presidencia a Héctor Cámpora. "Mi hijo era un chico muy especial. No le iba mal en el colegio, le iba bien de entrada, estudiaba poco en casa, con amigos. Tenía muchos seguidores, era una persona que cuando la conocías te hacías amigo. Tenía facilidad para estar con los demás, pero no sacaba la cabeza, era muy compañero", lo define su madre.

El hijo de Laura militaba en el Ateneo Evita, ubicado en Amenábar y Blanco Encalada del barrio de Belgrano, donde conformó el Movimiento de Inquilinos Peronistas (MIP). También fue militante de la Regional I de la Juventud Peronista en la villa de emergencia del Bajo Belgrano. El 31 de enero de 1974, poco después de empezar la carrera de Economía, Augusto fue detenido por personal de Seguridad Federal. Lo habían encontrado armado en la calle. Poco después de ser liberado, tuvo que decidir entre empezar el servicio militar o exiliarse. Laura prefería lo segundo. "Yo tenía miedo. Mucho miedo. Quisimos mandarlo porque lo estaban siguiendo ya. Sabía que lo iban a agarrar en cualquier momento", cuenta. Su padre incluso le dio 5 mil pesos para que le pagara a un médico a cambio de un certificado trucho que le impidiera hacer la colimba. Pero Augusto, de 20 años, tenía otros planes.

Le dio la plata a un amigo para que se exiliara y empezó el servicio militar obligatorio, según relata Laura, como una manera de contribuir a su agrupación: "Decidió hacerla por militancia. Le dijeron que la hiciera y él era súper comprometido". Lo hizo en Punta Indio, Provincia de Buenos Aires. De esa base aeronaval salió el 7 de julio de 1976 cerca del mediodía. Nunca volvió. Según su madre, "ya en la colimba lo tenían fichado, porque sabían perfectamente que tenía ojos". Augusto, igual que su padre años después, quería saber cómo funcionaba el aparato represivo del Estado desde adentro.

El domingo 11, preocupado por la inexplicable ausencia, Augusto padre viajó a la base aeronaval, donde el superior de su hijo le explicó que los había enviado en comisión a la Capital Federal el 7 de julio a las tres de la tarde, y que debía haber vuelto al día siguiente. El martes 13, los capitanes Medici y Dupeyron le informaron que el joven había sido dado de baja por desertor. Augusto, que era abogado, sabía que no era así y que su hijo había sido secuestrado entre la base de Punta Indio y su casa. Presentó un habeas corpus el 26 de agosto de ese año. El juez se lo rechazó.

Desde entonces, Augusto y Laura se transformaron en dos de los emblemas más importantes de los derechos humanos en la Argentina. Junto a Mignone, fundaron el CELS y poco después Laura fue convocada por Marta Vázquez y Taty Almeida a las rondas que realizaban las madres de los desaparecidos en Plaza de Mayo. Augusto la acompañó siempre y lideró el grupo de hombres que hizo lo mismo con sus mujeres. Así se ganó el mote de "padre de la plaza", título de la biografía que escribió Néstor Vicente.

Laura, que había estudiado Psicología, fundó y se hizo cargo del departamento de Salud Mental del CELS, que atendía a familiares y amigos de víctimas de la dictadura. "Empezó a andar enseguida y atendía a mucha gente. Venían un montón, tenían mucha confianza en el CELS. Incluso se incorporó gente a partir de eso, gente que todavía está", cuenta.

Cuando Laura habla del CELS, lo hace con absoluto cariño y orgullo. Dice que tiene "una aureola de seriedad" que le permitió, sin esquivar los debates, decir siempre lo que quiso. "Sigue siendo el organismo que, cuando sale, todo el mundo lo sigue. Y les escribe a los organismos directamente", enfatiza.

"Emilio tenía la absoluta convicción de que era necesario armarlo. Cuando se enfermó, me pidió que fuera a verlo todos los días, porque quería que el CELS quedara. Durante meses me trajo documentos, textos que había escrito, para que yo siguiera. Era una persona única. Tuvo conmigo mucho respeto y mucho cariño. Antes de irse dejó todo y me dijo que siguiera", detalla hoy Laura, que presidió el organismo tras la muerte de Mignone, entre 1999 y 2001, y aun hoy sigue formando parte del directorio. También sigue colaborando en el área de salud mental, en colaboración con Abuelas de Plaza de Mayo, en la restitución de nietos apropiados. "Lo más difícil es el pasaje a su familia de origen. Todavía tengo pacientes que sufrieron muchísimo eso. Y también hay padres adoptivos que nunca los hicieron sentirse parte de la familia y cargan con ese trauma. Es muy difícil vivir sin saber", explica.

La ardua tarea de reconstruir lo que la dictadura destruyó no hizo mella en la potencia de Laura, a pesar de su edad. Por el contrario, parece ser lo que la mantiene viva, como a tantas otras compañeras suyas. Sin embargo, es consciente de que son los últimos años de Madres y Abuelas y que, tarde o temprano, habrá que pasar la posta. Con una generación ausente, la agrupación H.I.J.O.S será la última relacionada de manera directa con los desaparecidos. Pero Laura confía en el legado de los organismos y en lo conquistado desde el punto de vista institucional y cultural: "Hay un contenido en los lugares, en los libros, en la gente. No sé si es tan fácil que se deje de transmitir. Creo que todo fermenta".

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