La inflación, sus causas y los economistas


Desde hace algunas décadas Argentina es uno de los países con mayor tasa de inflación del mundo, habiendo alcanzado en 2019 más de 50 puntos, el guarismo más alto desde el inicio de la Convertibilidad en 1991, pero aún lejos de los niveles que azotaron a toda América Latina en los años ochenta. Así, en Argentina no solo hay mucha inflación sino que se habla mucho de inflación. Mientras algunos agoreros vienen pronosticando una hiperinflación desde hace años o incluso afirmando que vivimos en una eterna híper postergada artificialmente, quizás jugando con la falta de memoria histórica de quienes no habían nacido en 1989 o quienes, como quien escribe, éramos muy pequeños como para recordarlo, los economistas serios pertenecientes a distintas escuelas, con diferentes miradas y perspectivas, vienen discutiendo al respecto desde hace muchísimo tiempo. En ese sentido, lo primero que cabe destacar es que no hay explicaciones simples sobre la inflación, no necesariamente hay un único motivo y tampoco es imperioso que las causas sean las mismas en todo tiempo y lugar.

Al respecto, el Banco Central acaba de publicar una nueva entrada en su blog “Central de Ideas”, donde intenta abordar esta problemática. Se puede acceder al texto aquí.

El argumento central de la nota es que la inflación es expresión del conflicto por la distribución del ingreso y uno de los resultados principales es que entre 2004 y 2019 la evolución de los precios núcleo (es decir, exceptuando los precios directamente administrados, tales como combustibles o servicios públicos) en el largo plazo puede explicarse en un 20% por la evolución del tipo de cambio y un 80% por la evolución de los salarios nominales. Es decir, los precios suben si sube el dólar y también suben si suben los salarios. Entendiendo que tanto la relación entre salarios y precios (salario real) como la relación entre tipo de cambio y precios (tipo de cambio real) son variables que hacen a la distribución del ingreso, se sugiere que la inflación responde al conflicto distributivo.

A su vez, se expone una relación entre precios y agregados monetarios tendiente a revisar la causalidad entre inflación y cantidad de dinero que rige como máxima indiscutible para los economistas monetaristas. En la nota mencionada, los economistas del BCRA sostienen que una correlación entre emisión e inflación no indica necesariamente que la emisión sea la causa de la inflación, sino que la causalidad puede ser inversa. Lo que sostienen los autores del artículo es que si efectivamente existen situaciones en las que hay un exceso de oferta real de dinero (es decir, hay más pesos en los portafolios privados que los que los dueños de esas carteras desean), los canales para que eso se convierta en inflación pueden ser dos: a) un exceso de demanda de bienes por encima de las capacidades de producción, que configuren un aumento en el precio de los bienes, lo que no suele ocurrir en Argentina y b) más frecuentemente, un aumento de la demanda de dólares que presione sobre el tipo de cambio y, entonces sí, incida sobre los precios.

La hipótesis de la inflación como resultado del conflicto distributivo tiene muchas décadas y estuvo muy de moda en los años ochenta. Supo articular muy bien, en el caso argentino, con las premisas de la inflación estructural y cambiaria, desarrolladas por Julio Olivera o Marcelo Diamand desde los años sesenta, quienes explicaban, cada uno a su manera, que la inflación en este país tenía su origen en los desequilibrios de una estructura productiva caracterizada por un sector dinámico internacionalmente, poco demandante de mano de obra, productor de bienes que son simultáneamente de consumo popular y de exportación [1], y por ende genera divisas (el agro) y por uno no dinámico, muy demandante de mano de obra, que vende solo en el mercado interno y que consume divisas en la importación de insumos (la industria). Es decir, el conflicto distributivo no es solo entre trabajadores y empresarios sino también entre sectores económicos.

 

¿Cómo funcionaría el mecanismo? Procedemos con un ejemplo muy simplificado. Supongamos, como está aconteciendo en estos mismos días, una suba en el precio internacional del maíz. El maíz no solo se exporta, sino que se consume localmente, tanto en la industria alimenticia como en forma de insumo para la ganadería [2], la cual puede exportarse o no. Si la tonelada de maíz sube de precio en dólares, aumentará su precio en pesos, con lo que subirán los costos de los productores de pollo, y por ende, seguramente, el precio del pollo [3]. Ante este aumento, es posible que los trabajadores (independientemente del sector productivo al que pertenecen) reclamen mayores salarios para poder  adquirir la misma cantidad de pollo que antes, ahora más caro. El resultado de ese reclamo no está resuelto de antemano: su éxito dependerá de los aspectos políticos de la negociación colectiva. Si consiguen aumentos, subirán los costos de producción de todos los sectores; y es posible que esos aumentos se trasladen a precios, pues los capitalistas tampoco querrán ver disminuida su rentabilidad, iniciándose así una espiral entre precios y salarios.

 

Sin embargo, conforme avance esta espiral empezará a quedar rezagado el tipo de cambio real, se abaratarán relativamente las importaciones, algunas exportaciones dejarán de ser rentables -seguramente no las principales, pero sí las de economías regionales-, empeorará el saldo turístico -habrá más argentinos viajando al exterior y menos extranjeros visitando la Argentina- y, a menos que las reservas internacionales puedan afrontar una salida de divisas, se depreciará la moneda para equilibrar las cuentas externas. Es más, la misma fragilidad externa puede contribuir a que se formen expectativas de devaluación y que no solo por el balance comercial, sino también por decisiones de cartera, se termine imponiendo una depreciación de la moneda. Este aumento del dólar significará tanto un aumento de costos para quienes producen con insumos importados -o de los artículos finales importados en sí- como un aumento del valor en pesos de los alimentos exportables, con lo que el conflicto distributivo inercial anterior, que quizás no había llegado a terminarse, se reforzará. Es decir, más allá de que la inercia del conflicto distributivo entre salarios y precios pueda tender a estabilizarse en el mediano plazo, los efectos de esa inercia sobre el sector externo, dadas las particularidades de la economía argentina y su desequilibrio estructural, llevan a potenciar a la propia inercia y a que el movimiento se retroalimente permanentemente.

Supongamos ahora que, en vez de iniciar el ejercicio con un aumento del precio del maíz, comenzamos con una corrida cambiaria, como tantas veces hemos sufrido en este país, ocasionada por la razón que sea (por ejemplo, por un aumento de la tasa de interés de los países centrales). En este caso, habrá una intención de alterar la composición de los portafolios por parte del sector privado, aumentará la demanda de dólares y, de nuevo, si las reservas no pueden aguantar, tendremos una depreciación del tipo de cambio que iniciará el mismo proceso inercial que describimos antes.

Supongamos ahora que no hay ninguna corrida, sino que lo que sucede es que la economía viene creciendo moderadamente. Una de las características salientes de la estructura económica argentina es que las importaciones son mucho más sensibles al aumento de la actividad que las exportaciones. Es decir, cuando la economía crece, empeora el balance comercial. Aquí pueden pasar dos cosas: si la producción empieza a encontrar cuellos de botella sectoriales -o, en el extremo, si llegamos al pleno empleo de los recursos- puede haber episodios de aumento de los precios por exceso de demanda; más habitual es que antes de que esto suceda haya un déficit comercial que fuerce a una depreciación de la moneda. Ya sea que comencemos por un salto de precios por razones internas (exceso de demanda de bienes) o por un déficit comercial, el ciclo inercial vuelve a arrancar.

Así como mencionamos cuatro posibles shocks iniciales (aumento de los precios de materias primas, corrida cambiaria, cuellos de botella o déficit comercial, todos asociados a los desequilibrios de la estructura productiva), podríamos pensar en muchísimos ejemplos más, o en combinaciones entre ellos. Es más, los últimos que mencionamos refieren al funcionamiento normal de la economía, sin ningún exabrupto especial, con lo que podríamos entender que rigen siempre y se complementan con los que sí tienen un origen exógeno. Como la inercia se retroalimenta y no necesariamente tiende a apaciguarse, podemos pensar que las perturbaciones externas impactan cuando todavía estamos en la espiral de la perturbación anterior, con lo que en los hechos la búsqueda de causas últimas se vuelve una entelequia. En todos los casos, las características estructurales de la economía argentina hacen que el conflicto distributivo, expresado tanto en el salario real como en el tipo de cambio real, configure una dinámica inflacionaria sin límites predefinidos.

¿Qué sucede con la política económica? Pues bien, lo mismo que en los ejemplos anteriores. Si un aumento del gasto público o un déficit fiscal sostenido redundan en un exceso de oferta de pesos -puesto que, por ejemplo, se los financia con emisión monetaria, o incluso con bonos en pesos- si nos acercamos a cuellos de botella o pleno empleo puede haber inflación por exceso de demanda, pero antes de eso es habitual que nos encontremos con un exceso de demanda de dólares y que, otra vez, si las reservas no pueden sostener esa demanda adicional y sobreviene una depreciación de la moneda, se inicie de nuevo el mismo ciclo que detallamos antes. En este sentido, ¿pueden el gasto público o el déficit fiscal causar inflación? Por supuesto que sí, pero es necesario que explicitemos los canales: puede hacerlo si nos chocamos con cuellos de botella sectoriales o, más probablemente, si se convalida una devaluación de la moneda.

¿Esto quiere decir que la inflación es inevitable en la economía argentina? Más por optimismo de la voluntad que de la razón habría que decir que no, puesto que cada uno de los pasos de los ciclos inerciales, que responden a diferentes manifestaciones del conflicto distributivo, está mediado por relaciones de poder. Es decir, cada eslabón del circuito puede magnificar, amortiguar o incluso terminar con la cadena, dependiendo de cómo se exprese el propio conflicto distributivo. Al fin y al cabo, la existencia de puja distributiva e inflación inercial no significa que a largo plazo el salario real y el tipo de cambio real sean constantes: hay ganadores y perdedores. Es decir, a contramano de lo que sostienen generalmente la ortodoxia -y parte de la heterodoxia-, la determinación de la distribución del ingreso en el largo plazo depende de la negociación colectiva, de la puja distributiva y, en líneas generales, de la política.

Cuando se cita a los años noventa como un ejemplo “exitoso” de lucha contra la inflación, cabe mencionar, desde el esquema que presentamos, los aspectos que permitieron frenarla: 1) en primer lugar, la eliminación de la negociación colectiva, que frenó la inercia por el lado de los salarios -y estuvo acompañada por un creciente aumento de la desocupación y de la informalidad, que obviamente limitaron las posibilidades de los sindicatos de pelear por reivindicaciones de cualquier tipo- y 2) adicionalmente, el ingreso de divisas, primero por las privatizaciones y luego por la deuda externa, que facilitó el sostenenimiento del tipo de cambio apreciado durante mucho tiempo, manteniendo elevado el salario real de quienes pudieron mantener su trabajo formal. La inflación desapareció, es cierto, pero la consecuencia fue un desastre económico y social que derivó, en 2001, en la imposibilidad de pagar la deuda externa contraída precisamente para sostener ese esquema sin inflación. La misma deuda que permitió evitar la inflación se convirtió en una enorme carga para las posibilidades de despegue de la economía argentina al poco tiempo. Si en los noventa este ciclo tardó diez años en explotar, durante el último gobierno de Macri lo hizo en tan solo dos.


Volviendo entonces a las relaciones de poder, cabe citar un interesantísimo debate acerca de la relación entre inflación y concentración oligopólica en la Argentina, que tuvo lugar en el año 2013. Este comenzó con un artículo de Pablo Manzanelli y Martín Schorr, investigadores de FLACSO, en la Revista Realidad Económica (http://publicacioneseconomia.flacso.org.ar/images/pdf/1.116.pdf), quienes mostraron que la inflación argentina se aceleraba en nodos de las cadenas de valorización que tenían la capacidad de formar precios gracias a su concentrado poder de mercado. Luego el debate se mudó al suplemento Cash de Página 12, donde participaron Claudio Scaletta (http://www.iade.org.ar/noticias/oligopolios-e-inflacion), Eduardo Crespo y Alejandro Fiorito (https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-6677-2013-03-17.html), los autores originales (http://www.iade.org.ar/noticias/inflacion-oligopolica-ii) y hasta, desde una mirada marxista, Rolando Astarita (http://www.aldorso.com.ar/06-ABR-13_Astarita.htm). Sintéticamente, las críticas de Scaletta, Crespo y Fiorito referían a que el grado de monopolio puede explicar los márgenes de ganancia, pero no la tasa de inflación, mientras que Astarita cuestionaba la no identificación de la variación de los grados de monopolio y la variabilidad intersectorial de los mismos.

Sin tomar partido por ninguna de las posturas, sino tratando de incorporar a la concentración como una variable que refiere a relaciones de poder, podríamos preguntarnos si la intervención política tendiente a reducir el poder de las grandes empresas puede llevar a una baja paulatina en los márgenes de ganancia (por ejemplo, como se intentó entre 2013 y 2015, escrutando sus balances desde la participación de representantes del Estado en los directorios a partir de las acciones de esas empresas en ANSES, o incluso estableciendo acuerdos de segmentación de productos u otras estrategias de controles de precios, que quien escribe, junto con Fabián Fanego, describió y analizó aquí: http://biblioteca.unm.edu.ar/documentos/repositorio/13450.pdf) y, por consiguiente, a una reducción de la velocidad del ajuste inflacionario que se cristalice en subas del salario real. Del mismo modo, dado que un elemento clave de la inercia inflacionaria en el país es la restricción externa, cabe preguntar el rol que juegan las distintas regulaciones sobre el mercado de cambios, incluyendo discusiones como: a) cuáles son las mejores medidas para minimizar la demanda de dólares por motivos de cartera, b) qué políticas de endeudamiento externo -o de ingreso de divisas en general- son adecuadas para asegurar la estabilidad de largo plazo de la balanza de pagos, c) en el caso de que estemos en presencia de restricciones cambiarias, como las hay hoy en día, cuál es el rol de los tipos de cambio paralelos en los precios internos (es decir, si la suba del dólar blue genera un aumento de precios internos o no), d) cómo se interviene sobre las expectativas de devaluación, e) cuáles son las herramientas de política económica que podrían permitir intervenir sobre el sector externo (aranceles, retenciones, etc.), y otras.

En síntesis, si partimos de una descripción de los desequilibrios de la estructura económica, que es compleja y cambiante, e incorporamos análisis sobre las relaciones de poder que operan en cada eslabón de los circuitos comerciales y productivos y en cada instancia de los múltiples conflictos distributivos, podemos encontrar explicaciones a la persistente inflación argentina. ¿Son respuestas fáciles y simples? Claramente no. ¿Son las causas siempre las mismas? Tampoco. Los conceptos de conflicto distributivo, estructura económica y relaciones de poder son lo suficientemente amplios como para albergar diferentes explicaciones puntuales para cada momento del tiempo.

Del mismo modo, si nos movemos al debate político y pensamos en las medidas a tomar, habrá economistas que prioricen bajar el gasto o limitar los aumentos salariales, otros propondrán subir las retenciones o entregar subsidios, algunos sugerirán intervenir las empresas, regular distintas actividades o proveer bienes públicos y otros pensarán solamente en frenar la emisión monetaria. Desde este humilde lugar solo cabe reclamar que abandonemos las explicaciones simplistas, que detallemos los canales de transmisión y que prestemos atención a los aspectos estructurales de nuestra economía, muchas veces ignorados por la tentación de replicar esquemas importados y con pretensión de universalidad sin especificar matices. ¿Esto quiere decir que podremos llegar a ponernos todos de acuerdo? Claramente no. Si el conflicto distributivo es una característica saliente de las economías, en el que habrá ganadores y perdedores, ese mismo conflicto también se expresa entre los economistas. Si nos fijamos qué sectores se verían beneficiados (a propósito, o sin querer) al aplicarse medidas propuestas por cada uno de nosotros, entenderemos que las ideas económicas también son parte del propio conflicto distributivo. 



[1]Cabe resaltar que el hecho de que históricamente los principales productos de exportación de Argentina sean al mismo tiempo los elementos centrales de la canasta popular (trigo y carne) configura una especificidad que no es compartida por todos los demás países de la región y puede explicar, en parte, la divergencia entre la Argentina y sus vecinos. 

[2]     Según datos de la última campaña 19-20, se planificó destinar un 65% de la producción de maíz a la exportación, un 29% al consumo de animales y el 6% a la industria local. Fuente: https://www.agrositio.com.ar/noticia/214536-las-restricciones-a-la-exportacion-de-granos-y-su-impacto-sobre-la-produccion

 [3]     El pollo también se exporta, pero, a diferencia del maíz, su producción se destina mayoritariamente al mercado local. Por ejemplo, en la primera mitad de 2020 las exportaciones de pollo no superaron el 10% de la producción total. Fuente: https://avicultura.info/produccion-carne-ave-crece-argentina-2020/ 

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