La porteñidad espeluznante

Hace algunos días el escritor Juan José Sebreli dijo: “Me considero porteño y no argentino”. “No puedo sentirme compatriota -explicó- de un formoseño, por lo tanto estoy más cercano de un montevideano. Ni digamos del norte o del sur, para mí no existen”.

Hace algunos días el escritor Juan José Sebreli dijo: “Me considero porteño y no argentino”. “No puedo sentirme compatriota -explicó- de un formoseño, por lo tanto estoy más cercano de un montevideano. Ni digamos del norte o del sur, para mí no existen”. 

De algún modo ya se sabía, pero Sebreli reafirmó la manera en que una parte de la población porteña se autopercibe: no habitan un país sino una ciudad.

En su hipérbole Sebreli llega a decir que los porteños son el “chivo expiatorio” del kirchnerismo, “casi como los judíos en la Alemania nazi”. Esto provocó el rechazo del Museo del Holocausto y del Centro Ana Frank, y luego Sebreli dijo no recordar haber dicho esa frase, pero fue más allá: “Si el kirchnerismo sigue y toma completamente la Ciudad de Buenos Aires bajo su poder, yo sería un exilado, no digo que estaría en un campo de concentración nazi, pero sí que sería un exilado interior, como lo he sido siempre que gobernó el peronismo” (Clarín, 4-01-2121).

Lo dicho: nada nuevo en Sebreli, vocero de la victimización de una urbe poderosa, operador intelectual de los privilegiados, por mucho que se diga “liberal de izquierda”: no es de izquierda, y punto. Fue de izquierda durante un rato, mientras colaboró con la revista Contorno, pero eso fue hace mucho. Ahora es un señor de Recoleta apreciado por el vecinaje de ese barrio.

Nada nuevo, tampoco, para una parte de la porteñidad que se siente “distinta” y merecedora de mejor suerte. Por ejemplo, de un punto de coparticipación. 

Como sea, este modo de Sebreli de situar su mapa emocional -ni hablemos de “ideas”- no es nuevo, y tiene antecedentes sangrientos, con episodios de guerra civil que culminaron en 1880, con la federalización de Buenos Aires. Esto había sido resistido por un centralismo porteño que tuvo en Mitre, Carlos Casares y Carlos Tejedor a sus voceros y líderes. Querían retener la ciudad como territorio bonaerense, sin compartir con las provincias -el “interior”- sus privilegios aduaneros y todo cuanto derive de la actividad del entonces único puerto de aguas profundas. El conflicto se dirimió a tiros y cañonazos en 1880, con derrota para el centralismo porteño. Hubo centenares de muertos. Buenos Aires fue confirmada como capital de la república y separada de la provincia, que tuvo a partir de1882 su propia capital, La Plata.

¿Cuánto de ese viejo rencor sobrevive en el “porteñismo”, expresión aldeana como pocas? La misma proporción en que se mantiene el poder económico en la Reina del Plata. Queda dicho: cierto tipo de porteño no se siente próximo a un formoseño. Salvo que haya que joder a algún gobernador peronista. Ahí sí, “pobres los formoseños”.

Es el mismo lugar de enunciación de Pablo Sirvén en el diario fundado justamente por el porteñista Mitre: la figura de “conurbano africanizado” ofende por partida doble tanto al conurbano como al continente africano, zonas ajenas a un concepto “civilizatorio” que en el siglo 19 tomó a Rosas y a los caudillos como fuentes del mal absoluto, y hoy dice algo parecido sobre el peronismo, aunque sin el talento de, por ejemplo, Borges y Bioy cuando escribieron “La fiesta del monstruo”.

Mientras tanto, tiene una vigencia estremecedora la visión de Juan Bautista Alberdi: “La superioridad, el ascendiente de Buenos Aires, no está en su civilización, sino en la simple posesión material de seis millones de pesos anuales pertenecientes a todos los argentinos”. (“Grandes y pequeños hombres del Plata”, Editorial Plus Ultra, pág. 283).

Al momento de escribir estas líneas. el gobierno porteño no habló aún de vacunación. El mismo gobierno porteño que suele quejarse de los bonaerenses que se atienden en el hospital de Clínicas. ¿Cuánto falta para que muchos porteños de a pie pidan vacunarse en el conurbano, lo más cercano de la provincia?

La situación no deja mucho espacio para cierta clásica arrogancia, con canchereos rencorosos del tipo "critican a Buenos Aires pero todos quieren vivir acá", como pudo leerse en las redes. Esa arrogancia pierde anclaje cada día, a medida que queda al descubierto el resultado de votar durante tanto tiempo a quienes solo generan perjuicios a la población. Arrogancia que suele replicarse en el símil aldeano de cada ciudad argentina como un modo de enmascarar un viejo deseo inconfesable: ser como Buenos Aires. Un deseo no deseable para nadie en estos días. 

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