La resurrección según Lionel Messi

Entonces Messi alza las manos y sonríe, no llora como sus compañeros, se ríe y busca a su familia y amigos. Ese hombre de 35 años es feliz y sabe que hizo feliz a un pueblo entero, y lo celebra como su mejor trofeo.

"Ya está, ya está", dice Lionel Messi luego de su consagración definitiva y absoluta. Alza los brazos y mueve las manos en un gesto que parece un saludo, pero en realidad quiere decir que algo se terminó. Sólo él puede dimensionar ese sentimiento, su procesión fue por dentro. Y mira a la tribuna donde están los suyos. Mira y sonríe, al fin sonríe sabiendo que acaba de lograr lo que soñó toda la vida. ¡Es campeón del mundo! En vísperas de Navidad, el astro rosarino llegó a la cima después de un largo recorrido. Ser el mejor no lo eximió de tener que sortear una serie de obstáculos de todo tipo y eso lo entroniza como un ídolo popular sin precedentes.

"De Grandoli hasta el Mundial de Qatar pasaron casi 30 años", escribió Lionel en un posteo de Instagram certificando que no sólo no olvida sus orígenes, sino que los valora. Un trayecto de tres décadas que el diez  tiene más presente que nunca en el momento más feliz de su vida deportiva. Su apresurado tributo al club de barrio que lo formó cuando era apenas un niño no hace más que confirmar, como si hiciese falta, que nunca sacó los pies de la tierra y que no negocia por nada su ADN argentino. Esa argentinidad que muchas veces fue puesta en tela de juicio por quienes se regodeaban para denostarlo y que ahora callan porque el tiempo suele poner las cosas en su correcto lugar.




"Siempre tuve el sueño de ser Campeón del Mundo y no quería dejar de intentarlo, aún sabiendo que quizá nunca se daría", cuenta Messi en su publicación. Y ese sueño hasta el domingo pasado le había provocado más tristezas y desencantos que alegrías. Tal era el peso de esa mochila que un día renunció. "Esto no es para mí", se lamentó en aquella oportunidad. Y fue, en parte, la reacción de la gente que aclamó por su regreso de todas las formas posibles-tal vez dandosé cuenta muchos por primera vez de su valía- lo que hizo que volviera a lucir la celeste y blanca. Esa camiseta que siempre anheló vestir como ninguna otra, pero que la sinergia no terminaba de ser completa. Es verdad que la obtención de la Copa América en el Maracaná fue una especie de liberación y de reconocimiento, pero aún así rondaba en la atmósfera futbolera una irrevocable sensación de injusticia si él, Lionel Messi, terminaba su colosal carrera sin levantar la Copa del Mundo. 

Pero su mayor logro ya había terminado de consolidarse antes de la final de Qatar y se lo dijo oportunamente la periodista de la TV Pública Sofía Martínez cuando lo entrevistó al terminar uno de los partidos. "Atravesaste la vida de muchos chicos que se ponen tu camiseta y sueñan con ser vos", la cronista puso en palabra lo que muchos sentimos y vemos a diario; la influencia positiva de Lio en la vida de los más pequeños es inconmensurable y compartida también con los más grandes. Todos, o la gran mayoría de nosotros, nos volvemos niños a la hora de hablar de Messi. No es exagerado decir, por estas horas, que se transformó en un mito viviente, un traje que sólo pudo calzarse otro argentino: Diego Armando Maradona. 

Y no hay antinomia ni grieta legítima entre estos dos próceres futbtoleros. Tampoco comparación válida. Sólo nuestra memoria, si cumple con su deber, debe ubicarlos en algún sitio inquebrantable e incorruptible de nuestros corazones. Y permitirles renacer cada vez que algún pibe patee una pelota en un potrero de tierra adentro o cuando volvamos a ver sus imágenes y sintamos por dentro la felicidad plena que nos invadía cuando los veíamos jugar. Porque como lo hizo Diego antes, Lionel Messi logró que nuestro fútbol más genuino resucite una vez más ante los ojos del mundo. 

No lo consiguió sólo, por supuesto, pero fue un factor clave que marcó el camino del equipo. Se convirtió en el hermano mayor de sus compañeros, un líder cercano y sencillo Es inimaginable esta consagración sin él. Entonces Messi alza las manos y sonríe, no llora como sus compañeros, se ríe y busca a su familia y amigos. Ese hombre de 35 años es feliz y sabe que hizo feliz a un pueblo entero, y lo celebra como su mejor trofeo: la resurrección de la alegría popular.

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