La Trilogía Involuntaria
RESEÑA. Nadia Scolnic reseña la trilogía del escritor uruguayo, Mario Levrero, compuesta por La ciudad (1966), El lugar (1969) y París (1979). Además, lee un fragmento del libro.
La Trilogía Involuntaria está compuesta por La ciudad (1966), El lugar (1969) y París (1979), las tres primeras novelas de Levrero. Empiezo por el principio.
La trama parece sencilla: un hombre llega a una casa deshabitada por años, cerrada y desabastecida, necesita comprar provisiones. Cree recordar un almacén cerca. La noche cae y la lluvia lo deja empapado. Ningún farol se enciende y en poco tiempo la oscuridad total lo deja perdido y apenas le es posible reconocer algunas imágenes difusas. Logra vislumbrar un viejo camión y sube. Pasa la noche haciendo muchos kilómetros y llega no sabemos dónde. A nosotros, los lectores, nos taparon los ojos.
Leo esta novela con la sensación de ser llevada a través de la búsqueda de alguien. Por eso la articulación de todas las escenas nunca son en sí mismas, sino que remiten a otra; una más adelante, una que falta o alguna que quedó atrás. Un protagonista ubicado en ningún lugar preciso. Siempre unos kilómetros más, un escalón de menos, una mujer que está y no, un espacio al que no se sabe ni cómo se llegó. Semejante a la lógica del deseo. Que si se quiere pisar sobre seguro, más vale ni acercarse, porque siempre es fallido. Pero parece que Levrero habla de verdades. Kafka se lo enseñó. O por lo menos leo su intención de demostrar que no existen. Que es un lugar más seguro, está claro, pero tan ficticio como el mundo presentado por este autor.
Semejante andamiaje no puede menos que producirnos angustia. Cuánto más inestable todo, más desesperante. Pero somos valientes, o lo intentamos, porque a medida que pasamos las páginas, anhelamos que algo finalmente cuadre. Que alguna clase de certeza aparezca. Pero no. Y para ese entonces, nuestras sensaciones ya están trastocadas. Podríamos desistir, pero nuestro personaje no lo hace, nosotros menos. Estamos igual de perdidos, pero seguimos caminando. Porque caminando dicen que se aclaran las ideas, o se llega a algún lado. Pero eso supondría la existencia previa de una salida. ¿Dónde está? ¿Fugarse a dónde?.
La ciudad en la que estamos es pura potencia. O promesa futura. Giménez lo ratifica: “No tenga usted la menor duda de que esta ciudad cambiará de la noche a la mañana, cuando la Empresa lo crea conveniente, cuando vea que ha llegado el momento preciso”. Se ve la sujeción, la dependencia a algo que no se sabe si efectivamente ocurrirá; sin embargo lo natural es esperar. Pero nuestro protagonista, al que no le conocemos el nombre, se resiste a ese orden. De ahí la necesidad de irse a cada rato. Esa perpetua huida, envuelta en una atmósfera onírica y fantasmagórica, es hacia adentro. Por eso sueña tanto. Quizás en ese no espacio, ajeno a las leyes con las que nos regimos, pueda encontrar alguna pista.
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