Las dos Reformas

OPINIÓN. El concepto “Reforma Universitaria de 1918” no tiene sentido unívoco. Bajo esos mismos vocablos se vivencian dos categorías históricas de opuesta significación, aunque las celebraciones en curso sólo hagan referencia mediática a una de ellas.

El concepto “Reforma Universitaria de 1918” no tiene sentido unívoco. Bajo esos mismos vocablos se vivencian dos categorías históricas de opuesta significación, aunque las celebraciones en curso sólo hagan referencia mediática a una de ellas: la que podríamos llamar la “Reforma oficial” o Reforma liberal. Es preciso diferenciar una de la otra para restablecer la verdad sobre esta decisiva etapa de nuestro país y de América Latina.

   La Reforma de 1918 nació como expresión del crecimiento de las clases medias argentinas y latinoamericanas en general. Entre nosotros, esta pequeñoburguesía ya había conseguido una cierta inserción en la economía nacional y habían arribado al poder político en 1916 con el triunfo del radicalismo yrigoyenista. Faltaba aún democratizar la universidad elitista y reaccionaria de aquella época. De esa fatigosa tarea se ocupó la juventud estudiantil de Córdoba, pronto seguida por la de Santa Fe, Buenos Aires, La Plata  y Tucumán. Ellas levantaron como estandarte una serie  de consignas de democratización, autogobierno y modernización de las Altas Casas de Estudios, pero apoyadas en el programa de la Unidad Latinoamericana inconclusa, de la Liberación Nacional y la Democracia Social, pues comprendían que en una nación sometida no podía haber una educación moderna y libre. La “servidumbre del pensamiento”, que dijera Saúl Taborda, era inevitable en esas condiciones semicoloniales.

   Pero esos sueños generosos duraron poco. La Reforma Universitaria, a poco andar, se hizo liberal y antinacional. Las clases medias, que la habían impulsado y cobijado, se integraron pacíficamente al sistema agroexportador de la órbita inglesa  -que nadie cuestionaba a fondo porque aún funcionaba seriamente- y en esa medida, obtenidas gran parte de sus pretensiones pedagógico-institucionales en las Universidades, se dieron por satisfechas, se hicieron liberales y conservadoras: el radicalismo se hizo alvearista, el marxismo se transformó en stalinista y el socialismo en repettuno. La FUA se hizo “fubista”, según la caracterización de don Arturo Jauretche.

   La lucha por las grandes banderas primigenias del 18, especialmente la de construir la Gran Patria Latinoamericana, pasó al olvido, vegetando sólo como aspecto utópico de la Reforma. El aspecto político-práctico subsistente consistió en preparar la destitución militar de Yrigoyen en 1930, el impulso a la “Unión Democrática” antiperonista en 1946 y el aporte de sus “comandos civiles” al golpe de Estado de 1955 contra el gobierno constitucional. Por su parte, la “Revolución Libertadora” recompensó la colaboración del partido reformista concediéndole todas sus reivindicaciones, excepto el gobierno paritario (la casta profesoral no era zonsa).

   Así se estableció oficialmente la “Universidad Reformista” liberal que llega hasta hoy, desconociendo que durante la administración del Gral. Perón se hicieron realidad varios objetivos largamente perseguidos por la Reforma: el aumento y la democratización de la matrícula universitaria, la creación de la UTN, la supresión de los aranceles, la gratuidad absoluta de la enseñanza, los exámenes mensuales y la representación estudiantil directa (con voz aunque sin voto).

   Pero debajo de la gruesa costra que desnaturalizó los destinos del “Gran Barullo del  XVIII”, se mantenían aún tibias la cenizas de la auténtica Reforma Nacional, aquella que hablaba a los “hombres libres de Sudamérica” y que en el  1° Congreso de la FUA reivindicaba su continuidad con los caudillos federales y abominaba del servilismo cultural. Esa misma que guiaba  a aquella gloriosa Federación Universitaria de Córdoba (FUC) que, desoyendo los cantos de sirena de los fubistas porteños y sus mentores liberales, se negó a plegarse al golpe de Uriburu en el ´30; que con los universitario de FORJA se declaró neutralista en la guerra interimperialista de 1939-45; que en el Seminario Reformista de Tucumán de 1962 se autocriticó de sus errores contra el movimiento nacional yrigoyenista y peronista; que bajo el liderazgo del recordado Abraham Kozak en los años Sesenta dió - aunque perdió- la buena batalla contra los sectores antinacionales y ultraizquierdistas enquistados en las Federaciones; que en los años 60/70 luchó codo a codo con los muchachos del Integralismo filoperonista en defensa de las conquistas estudiantiles que la oligarquía profesoral iba recortando poco a poco; y que en 1970 alcanzó la dirección de la FUA para sumarla a la gran corriente popular que dió por tierra con la dictadura de Onganía-Lanusse y llevó nuevamente al poder al General Perón.

  En las circunstancias, los reformistas nacionales -los veteranos y los que se inician- deben aceptar sin dudas todos aquellos desarrollos científicos, didácticos, económicos, técnicos, sociales y políticos que hace cien años eran inimaginables, pero asumiendo siempre que ellos deben concretarse bajo la dirección de un Estado decididamente intervencionista y eficaz, que mantenga a raya a los depredadores de nuestra Patria y que puje por la definitiva constitución de la Gran Nación Latinoamericana.

  Sin una Patria para todos no tiene sentido producir médicos, investigadores, economistas, creadores, artistas, cientistas sociales, poetas, narradores y especialistas en las diversas ramas del saber. Ellos deberán emigrar -por necesidad o por ilusión antinacional inculcada- a los grandes centros académicos de Europa o los Estados Unidos o vegetar sin recursos, sin ingresos dignos y sin esperanzas en nuestros propios países devastados por el dominio inmisericorde del capitalismo salvaje.

    Sólo una verdadera y profunda conciencia nacional latinoamericana nos proporcionará el pasaporte al futuro, porque seremos lo que debemos ser -una Patria Grande, Justa, Libre y Soberana- o no seremos nada.


Sobre el autor

Roberto Ferrero es Presidente de la Junta Provincial de Historia de Córdoba (MV) e Investigador Invitado del Instituto Interdiciplinario de Estudios e Investigaciones de América Latina (INDEAL) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires.

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