Las mujeres rurales: protagonistas invisibles

OPINIÓN. A las mujeres rurales se les asocia con el campo, con las labores domésticas y de cuidado, y, por ende, con el trabajo no remunerado, mucho menos valorado, por supuesto, que el trabajo fuera de casa, usualmente remunerado y adelantado por los hombres.

*Por: Lida Forigua y Lorena Ortiz


¿Qué es lo primero que piensas cuándo te hablan de mujer rural? Quizás ¿una mujer con ropas ajadas revolviendo una olla de comida? ¿una mujer cultivando el campo? ¿una mujer atendiendo a su familia? Pues bien, no te equivocas, estas y otras realidades son las que viven las mujeres rurales de Latinoamérica (LA). A las mujeres rurales se les asocia con el campo, con las labores domésticas y de cuidado, y, por ende, con el trabajo no remunerado, mucho menos valorado, por supuesto, que el trabajo fuera de casa, usualmente remunerado y adelantado por los hombres.

Según cifras de la FAO (2017), alrededor de un 21% de la población de LA reside en zonas rurales, correspondiente a unos 129 millones de personas, de estas, alrededor de la mitad son mujeres. Mujeres diversas, tanto en etnias, territorios, organización social, como en las actividades que desarrollan: son agricultoras, recolectoras, pescadoras o asalariadas, y también se desempeñan en actividades no agrícolas que tienen lugar en el mundo rural, como las artesanías. Se observa en toda la región, la creciente participación de las mujeres en la defensa de sus territorios, la conservación de los bosques y la biodiversidad, así como una gran responsabilidad relacionada con la transmisión de conocimientos entre generaciones.

Sin embargo, a pesar de la importante contribución de las mujeres rurales, al cuidado del hogar, a la seguridad alimentaria y a la conservación ambiental, estas mujeres están lejos de tener unas condiciones de vida dignas e igualitarias, en relación con los hombres. En cuanto a problemáticas, las mujeres rurales latinoamericanas, comparten elementos comunes, como la sobrecarga laboral, relacionada con la división del trabajo, dónde tácitamente se define que las mujeres son las encargadas del hogar, el cuidado de hijos, hijas, mayores, entre otros; la baja participación en espacios de decisión, la poca autonomía económica,  el limitado acceso a tierras, semillas y recursos, así como la invisibilización y limitada remuneración del trabajo que desarrollan fuera del hogar.

Abordar la realidad de las mujeres rurales implica reconocer la hostil desigualdad de género que las atraviesa. Dentro de los contextos rurales, los roles sociales se encuentran potencialmente enmarcados a partir de la condición sexual de la persona, una de las manifestaciones de esto, es el encasillamiento que se le otorga a las mujeres dentro del ámbito de la familia y el hogar, donde es responsabilidad de ellas ser cuidadoras y amas de casa. En la mayoría de los casos están subordinadas al jefe del hogar, quien es el tomador de decisiones al interior del núcleo familiar y es quien las representa dentro de su comunidad.

Teniendo en cuenta las cargas de trabajo del hogar, cuándo una mujer rural decide o logra tener un trabajo remunerado fuera de su casa, las jornadas de trabajo se intensifican y son tan extensas, qué impiden un pleno ejercicio de sus derechos de participación en espacios de discusión que les atañen, igualmente, tienen grandes dificultades al momento de acceder a la tierra, o a créditos para impulsar sus labores productivas.

Con este artículo, se pretende resignificar y reconocer la importancia de las mujeres rurales como gestoras de transformaciones sociales, políticas, económicas y ambientales necesarias para el desarrollo equitativo y sostenible del campo, implica generar procesos de autoconciencia masculina, en donde no se conciba al poder que se le ha otorgado históricamente a los hombres como un valor sino como una herramienta a la hora de dar tratamiento a las desigualdades de género. Como lo menciona Coral Herrera, es necesario derrumbar estas masculinidades tradicionales, las cuales han venido dictando por siglos el actuar del hombre como un ser viril hegemónico, fuerte, de emociones contenidas, proveedor del hogar en donde sus decisiones son incuestionables.

Es necesario trabajar por nuevas masculinades dentro de lo rural, donde se construyan relaciones equitativas, desnaturalizando los roles de género impuestos, replantearnos este mundo rural desde una perspectiva de género, donde las mujeres puedan ser quienes construyan su propia historia de vida, reivindiquen el respeto a decidir sobre sus propios cuerpos, concibiéndolas no como colaboradoras en la construcción de historias de sus territorios sino como protagonistas.

Para esto, además de la consciencia individual es preciso que los países de LA y del mundo, adopten políticas igualitarias, que permitan el acceso de las mujeres a la tierra, a la educación, al trabajo. Igualmente, reconocer no solo las contribuciones del trabajo doméstico y de cuidado, como actividades que aportan a la economía de los países, sino indagar sobre las condiciones de vida de las mujeres, quienes son en su mayoría quienes desarrollan este tipo de trabajo.


Sobre las autoras:

Lida Forigua – Socióloga Colombiana, Magister en Políticas de Desarrollo. 

Lorena Ortiz – Bióloga Colombiana, Magister en Desarrollo Regional y Planificación del Territorio. 

 

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