Lo que dejaron las elecciones en Bolivia

Tras una abrumadora victoria en unas elecciones tranquilas, el Movimiento al Socialismo se reivindica como el partido más fuerte de Bolivia y vuelve al Palacio Quemado.

Por: Luisina Musacchio


La autora es integrante del Grupo Amauta

Un año después de las polémicas elecciones en Bolivia que concluyeron con el Golpe de Estado hacia Evo Morales, varias renuncias, múltiples heridos, detenidos y fallecidos, y la puesta de banda por parte de los militares a la llamada por algunos “autoproclamada” Jeanine Áñez, los ciudadanos mayores de 18 años del país vecino volvieron a enfrentar las urnas el 18 de octubre en busca de recuperar la democracia.

Más de siete millones de bolivianos se encontraron habilitados para votar, tanto en el interior como en el exterior del país. En unas elecciones con un protagonista impensado, el Covid-19, los votantes debieron elegir por presidente, vicepresidente y parlamentarios respetando estrictas medidas de bioseguridad tales como el uso obligatorio de barbijo, la distancia social de dos metros, entre otras.

Este año, la polarización política en Bolivia se ha acentuado, inevitablemente, aún más que en otros contextos aunque esto no se vio reflejado al momento de elegir por el candidato que ocuparía el lugar en el Palacio Quemado ya que no fueron opciones las que faltaron. Cinco candidatos, hombres, representando cinco partidos totalmente distintos. Los favoritos a ocupar un rol principal en la votación eran el Movimiento al Socialismo (MAS) con Luis Arce a la cabeza y Comunidad Ciudadana (CC) liderada por el ex presidente Carlos Mesa. El resto del escenario electoral se encontraba conformado por: Luis Fernando Camacho representando a Creemos, Chi Hyung Chung por el Frente para la Victoria (FPV) y Feliciano Mamani por el Partido Acción Nacional Boliviano (PAN-BOL).

En un primer momento eran ocho los partidos que se presentarían a elecciones pero en el último mes se han retirado de la carrera electoral María de la Cruz Bayá por el partido de Acción Democrática Nacionalista, dejando vacía la presencia femenina en la carrera hacia la presidencia, y Jorge Quiroga de la alianza Libre 21. La primera en anunciar su renuncia a la candidatura fue la mandataria interina, Jeanine Áñez, a fines de septiembre, para evitar la dispersión del voto “anti-masista” y porque claramente su controvertido gobierno transitorio no había logrado generar el suficiente respaldo político para poder posicionarse y ganarse un lugar principal, de manera democrática, en la política boliviana.

Las encuestas colocaban a Luis Arce por el MAS liderando las votaciones y al candidato Carlos Mesa, por detrás, barajando en muchas de éstas la posibilidad de que el Estado Plurinacional de Bolivia asista por primera vez en la historia a una segunda vuelta electoral. Recordemos que para que esto sea posible ningún candidato debe superar el 50% de los votos y no debe haber una diferencia mayor al 10% entre el primero (que debe estar por encima del 40%) y el segundo.

Finalmente, tras una jornada electoral exitosa y pacífica, los comicios arrojaron los números, los cuales respetaron el orden expuesto en las encuestas pero lejos quedaron las verdaderas distancias entre el primer y segundo candidato de las especulaciones previstas. El candidato Luis Arce, nacido en La Paz y ex Minisitro de Economía y Finanzas Públicas, no dió la posibilidad de asistir a una segunda vuelta ya que superó, de manera sorprendente, el 50% de los votos logrando que el partido del MAS vuelva nuevamente al poder, esta vez sin su líder pero con su capital político de legado y una legitimidad de más de la mitad del electorado en una victoria contundente.

Después de la primer boca de urna que vaticinaba un gran triunfo del partido socialista las felicitaciones y el reconocimiento al nuevo presidente no tardaron en llegar, desde el norte del continente hacia el sur, inclusive la misma Jeanine Áñez, han reconocido la holgada victoria de Arce.

Ahora bien, ambas elecciones en octubre (2019 y 2020) marcan el plazo de un año en el cual Bolivia se vio sumergida en una enorme crisis tanto política como social, sin mencionar los efectos de la pandemia que ha dado vuelta el mundo. Resulta interesante hacerse dos preguntas para tratar de llenar, un poco, el espacio de tiempo que divide una y otra elección.

¿Por qué se ha tardado tanto en realizar las nuevas elecciones? La realidad es que la inesperada situación que produjo el Covid-19 hizo que las elecciones se pospongan no solo una, sino dos veces. En un primer momento estaban destinadas a ser el 3 de mayo del 2020, medio año después de las elecciones anteriores, pero dicha fecha fue aplazada con el motivo de que Bolivia se encontraba en una cuarentena estricta desde el 22 de marzo. La próxima fecha pactada fue el 6 de septiembre pero, esta vez, bajo el justificativo del Tribunal Supremo Electoral de Bolivia de que el pico del virus se produciría a fines de agosto y principios de septiembre volvieron a correr una vez más la fecha y se marcó en el calendario el 18 de octubre como el día definitivo.

El segundo interrogante que surge es ¿Cómo el MAS ha conseguido recuperar de una manera tan abultada el espacio político que le fue arrebatado? Las causas que podrían explicar esta arrolladora victoria son: la gestión de Arce en el pasado como Ministro de Economía y Finanzas Públicas, la mala administración de Jeanine Áñez durante su año en el Palacio Quemado y, como destaca Pablo Stefanoni, la conservación de poder en dos espacios fundamentales para hacer política: en el legislativo, donde el masismo siguió sosteniendo la mayoría de dos tercios, y en las calles, atrayendo el voto no solo de los sectores más populares sino también de una gran cantidad de disidentes que han generado tanto la mandataria interina como el ultraderechista Luis Fernando Camacho.

Son demasiados los sucesos relevantes que han marcado el camino a las elecciones del pasado domingo. Algunos analistas de nuestro país no solo ven el triunfo de Arce como la recuperación de la democracia y la victoria del partido socialista, sino también como una gran noticia para la política exterior argentina que ha ganado un nuevo socio regional al acertar en darle asilo a Evo, no reconocer a Jeanine Áñez como presidenta interina y apoyar la candidatura del electo presidente.

Se puede considerar que el MAS ha recuperado su lugar en la arena política y se encuentra ante el desafío de gobernar un país extremadamente polarizado. Con una Bolivia fragmentada entre quienes lo apoyan y quienes no, el país nuevamente se ha inclinado por el partido que gobernó desde el año 2006 bajo la conducción de Morales, quien ha sentido desgastada su legitimidad luego del atropello al referéndum del año 2016 donde Bolivia optó por su no reelección.

Como sostiene María Esperanza Casullo los gobiernos de izquierda de principio de siglo, tal es el caso de Bolivia y otros países latinoamericanos, han logrado crear y mantener identidades políticas duraderas y populares, más allá de su buena o mala gestión. Dicha identidad política junto a una nueva cara visible del partido han sido dos factores fundamentales, junto a otros ya mencionados, que hoy han llevado al masismo a recuperar lo arrebatado y ganar de manera significativa su cuarta elección.


Sobre la autora 

Luisina Musacchio es Estudiante avanzada de la Lic. en Relaciones Internacionales (UNR). 

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