Los Pandora Papers y la restricción externa


En los últimos días salió a la luz una filtración masiva de documentos que dan cuenta de las inmensas fortunas escondidas en guaridas fiscales (paraísos es una confusión en la traducción del inglés entre heavens y havens). Entre los doce millones de documentos filtrados aparecen los nombres de 2.521 argentinos, lo que pone al país en el tercer lugar en el ranking por nacionalidades, detrás de Rusia y el Reino Unido. Se suma a una serie de filtraciones que se vienen produciendo en los últimos años, cuyo caso más resonante para la Argentina fue el de los Panama Papers en 2015.

Se trata de entramados de empresas, consultoras y estudios jurídicos dedicados a la operatoria de esconder fortunas en países caracterizados por su baja o nula presión fiscal y su reticencia a escrutar la información financiera. El dinero que se oculta en esas guaridas es, desde ya, dinero que se esconde de los organismos tributarios de los países en los que están radicadas las personas implicadas y las empresas que dirigen. Es decir, más allá de la legalidad o ilegalidad de estos mecanismos, se trata de prácticas nocivas que reducen la recaudación impositiva.

Hace algunas semanas circuló un informe que daba cuenta de la enorme cantidad de dólares en manos de residentes y ciudadanos argentinos. Según datos oficiales de Estados Unidos, un 10 por ciento de los billetes de dólares (que no es lo mismo que la cantidad de dólares totales) están en manos de argentinos: 200.000 millones, aproximadamente medio producto bruto interno anual. Los activos totales de argentinos en el exterior, también según datos oficiales, ahora locales, totalizan aproximadamente 400.000 millones, un producto bruto interno anual entero.

Es decir, hay estimaciones sobre cuántos dólares han sacado los argentinos del sistema financiero local, pero no hay demasiada información acerca de su ubicación o forma de atesoramiento. Las guaridas fiscales precisamente protegen ese dinero y evitan que sus propietarios carguen con los tributos al patrimonio que les corresponderían.

Frente a esta información, hay quienes sostienen que se cae el argumento de la restricción externa como factor explicativo de las contradicciones, los vaivenes y los desequilibrios de la economía argentina: si hay tantos dólares en manos de argentinos, es que los dólares sobran, no que faltan. Sin embargo, este planteo incurre en algunos problemas, los cuales son abordados en esta nota.

En primer lugar, en términos metodológicos, no debemos confundir stocks con flujos. Los dólares en manos de argentinos pero guardados en el exterior son un stock, una cantidad concreta. La restricción externa se explica en términos de flujos, es decir de cantidades en determinado período de tiempo. Se trata de la insuficiencia de los dólares de las exportaciones (flujo) para hacer frente a las importaciones (otro flujo) necesarias para la actividad productiva, potenciada por la formación de activos externos (otro flujo más) como método de ahorro y atesoramiento.

En la Argentina, los principales sectores generadores de empleo son deficitarios en divisas: necesitan importar insumos pero no son mayormente exportadores, por ejemplo la industria. Por el contrario, los principales generadores de divisas, como el agro, generan poco empleo. En tanto la industria crece cuando la economía lo hace, el crecimiento trae aparejado un aumento de las importaciones y, en tanto las exportaciones son relativamente insensibles al desempeño de la economía doméstica, esto conlleva un empeoramiento de la balanza comercial. Así, los procesos de crecimiento se suelen ver interrumpidos por la falta de dólares antes de toparse con límites físicos de producción o cuellos de botella. Si a esto le agregamos la salida de dólares por motivos de cartera o formación de activos externos, el déficit externo aparece incluso antes.

Sin embargo, el principal problema del planteo anteriormente mencionado es, precisamente, la causalidad entre ambos fenómenos: no es que la restricción externa no existe porque hay dólares atesorados, sino que el atesoramiento de dólares es una de las principales manifestaciones de la falta de divisas.

En otras palabras, si una parte importante del stock de dólares atesorados tiene su origen en procesos locales de acumulación y fuga, estos últimos expresan la restricción externa. Si no existieran, es decir, si las ganancias no se dolarizaran, la demanda de dólares sería mucho menor y la restricción externa se relajaría.

Muchas veces estos procesos locales de acumulación y fuga tienen entre sus puntos salientes el endeudamiento público en moneda extranjera. Ante el déficit externo, los gobiernos salen a endeudarse para cubrirlo sin tener que devaluar y esos dólares vuelven a salir del sistema como atesoramiento o cambio de composición de cartera. Esto es, por ejemplo, lo que ocurrió con el último préstamo del Fondo Monetario Internacional, por 45.000 millones de dólares, entre 2018 y 2019. Prácticamente la totalidad de esos fondos se fugó en menos de un año en manos de argentinos y extranjeros. En el caso de los argentinos, eso acrecentó ese PBI en manos de residentes guardado fuera del país. Y a cambio de eso los vencimientos de la deuda no solo condicionan al Estado sino al país en general.

Es decir, el problema económico central de este dinero fugado no es fiscal. No se trata solo de encontrar esos dólares para que los patrimonios paguen el impuesto a los bienes personales que corresponde, pues este tributo, como todos, se paga en pesos. El problema no es el stock de dólares. El problema es la fuga como flujo: la salida permanente de divisas por motivos de cartera, que endurece las dificultades del sector externo ante la escasez de dólares.

Los economistas ortodoxos asumen que esto se debe a incentivos inadecuados. Si el país ofreciera los correctos, esos dólares volverían. Eso estuvo presente en el gobierno de Macri, que incluso impulsó con éxito un blanqueo de capitales que no necesitaba repatriación. Esas señales amistosas serían el motor de la lluvia de inversiones. El problema, justamente, es que las inversiones que llegaron fueron especulativas y de corto plazo, generando un relajamiento temporal de la restricción externa, que volvió agravada muy rápidamente una vez que esos fondos quisieron salir. Y, precisamente, uno de los atractivos fundamentales de ese mecanismo fue la libre salida.

De fondo nos queda la pregunta central: por qué la economía argentina genera estas lógicas inestables que la llevan, no siendo un país particularmente rico ni tampoco especialmente desigual (en relación a algunos vecinos, por ejemplo) a estar en el tercer lugar de los Pandora Papers. Hay muchas respuestas posibles, que van desde lo cultural (la tendencia a ahorrar en dólares desde la última dictadura) hasta lo institucional (la falta de un sistema financiero local sólido) o lo político (la comunidad de intereses entre las élites económicas y algunos espacios políticos), atravesando argumentos económicos (como la tendencia a la pérdida de valor de la moneda doméstica) que en general caen en problemas de circularidad, a menos que confiemos en alguna fantasía monetarista insostenible.

Lo cierto es que la compra de dólares es un fenómeno bastante masivo en Argentina, que no se limita solo a multimillonarios, pero las diferencias en los montos son escandalosas, y a las guaridas fiscales solo acceden unos pocos (que no son tan pocos). Entonces, si bien podemos referirnos a causas estructurales que refieren al atesoramiento de grandes segmentos de la población, omitir una segmentación interna, como suele hacer la ortodoxia al referirse sin distinciones a la desvalorización del peso como causa, es problemático.

 En síntesis, la restricción externa existe, pero opera sobre estructuras domésticas que son económicas y políticas. Sin discusión de las matrices de poder que facilitan la fuga de capitales, la dolarización de las carteras y el escondite de los patrimonios, no será posible revertir en el largo plazo los condicionantes decisivos de la economía argentina, como la recurrente falta de dólares.

Diarios Argentinos