Malos tiempos para parir: coronavirus y violencia obstétrica

"Que los tiempos de pandemia sean de oportunidad, no solo de crisis, para reflexionar sobre la necesidad de los derechos reproductivos como justicia de género", sugiere la profesora de Filosofía Moral de la Universidad de Granada, España.

“El parto es una cuestión de poder” (Casilda Rodrigáñez Bustos).


No queremos parir solas es el lema empleado para una petición de firmas en Change.org, siguiendo el modelo precedente de un caso análogo en Nueva York, dirigida a los servicios de obstetricia de hospitales en España para evitar que ninguna mujer se vea obligada a afrontar el proceso de un parto hospitalario sin el debido acompañamiento, a raíz de la crisis de la COVID-19.

Veamos otro titular, este del pasado 4 de abril de un diario español de tirada nacional: “Las matronas denuncian a la Generalitat Valenciana tras querer imponer que las embarazadas den a luz solas”. En efecto, el nuevo protocolo elaborado en dicho mes por la Consejería de Sanidad de la Comunitat Valenciana prescribía la interrupción del acompañamiento de la mujer gestante en dilatación y paritorios. Como mucho, la parturienta podía tener una tableta o un móvil para mantener comunicación con la persona de su elección, en general la pareja.

A raíz de tales disposiciones, se multiplicaron movilizaciones públicas en grupos diversos como el Consejo de Enfermería, la Associació de Comares, El Parto es Nuestro o la Asociación Española de Matronas, a las que se sumó la denuncia por atentar contra los derechos humanos, las propias leyes y, sobre todo, la evidencia científica publicada. Todo ello sucedió en un ambiente ya caldeado por una condena precursora y recientísima de la ONU a España por violencia obstétrica contra una madre y su bebé, que motivó también una recomendación específica de la OMS a este país por sus escandalosas cifras en este tipo de violencia de género.

Por otro lado, la asombrosa celeridad y la efectividad de las asociaciones cívicas y científicas indujeron resultados sorpresivamente rápidos: apenas cuatro días después, la Generalitat Valenciana se retractó sobre las disposiciones más severas y, no mucho después, la Junta de Andalucía publicó un protocolo –entre otros similares- más acorde con las recomendaciones obstétricas y con los reclamos ciudadanos.

Numeroses autores han señalado las consecuencias negativas que las medidas derivadas de la distancia social y el confinamiento están implicando en mujeres y menores desde una perspectiva de género, así como el impacto específico en general de la COVID-19 en las mujeres, concretamente en relación con los cuidados perinatales y la obstetricia. Buekens et al (2020) destacan tales efectos adversos ligados al abandono de comportamientos de cuidado en el hogar (preventivos de tantas enfermedades) o el incremento de las depresiones posparto y otras afectaciones psicológicas relacionadas, apelando también directamente a las consecuencias deletéreas de las restricciones vinculadas a la atención al parto y su negativo impacto psicológico para las mujeres aisladas.

Y es que se considera probada la inexistencia de una mayor susceptibilidad a su infección en gestantes, así como de la transmisión vertical de SARS-CoV-2 de la madre al bebé, quien presenta un riesgo muy bajo de ser dañado por la infección; a mayor abundamiento, se ha contrastado la ausencia de SARSCoV-2 en muestras de leche materna, líquido amniótico y sangre de cordón umbilical de recién nacidos de madres con COVID-19. En la misma línea, la Inter-Agency Working Group for Reproductive Health in Crises indica, en diferentes guías para la salud sexual-reproductiva elaboradas en relación con la COVID-19 y bajo los auspicios de la evidencia científica, que las disposiciones de protección en momentos de parto y puerperio nunca deberían suponer un aumento de la violencia obstétrica. Así, se debiera vigilar especialmente el incremento de cesáreas evitables o la limitación de la práctica “piel con piel” (un derecho humano también avalado científicamente) a través de separaciones innecesarias; también la falta de apoyo en el puerperio, que afecta crucialmente a la salud materno-infantil, sobre todo en relación con la lactancia humana, en sí misma una medida de salud pública fundamental a medio y largo plazo, entre otras implicaciones ahora inabordables.

Respecto a la lactancia humana, dada su relación íntima con la esfera perinatal, el bienestar materno-infantil y el parto, conviene considerar que les expertes han significado cómo las disrupciones en la lactancia durante la pandemia incrementan el riesgo de les bebés de sufrir enfermedades agravadas. Desde la Virtual Collaborative Network of Human Milk Banks and Associations se ha reseñado la importancia de mantener la provisión segura de leche humana a través de la donación a los bancos, dada su mayor relevancia por el contexto pandémico. Se incide además en que el SARS-CoV-2 no se transmite por la leche humana y que la lactancia resulta más necesaria que nunca, sobre todo en grandes prematures y bebés con anomalías congénitas o trastornos neurológicos. Por todo ello, la OMS (2020) ha elaborado documentación específica para asesorar acerca de la lactancia en la presente pandemia.

Sobre la conveniencia de la separación de la madre y la criatura neonata, el análisis de Teti et al (2020) apunta a la necesidad de una autonomía decisional informada en madre y/o progenitores. Las decisiones unilaterales de separación, a tenor de las negativas consecuencias de diverso tipo que implican, se desaconsejan absolutamente. La pauta se orienta a reservar las separaciones para casos graves indicados, siempre y cuando la madre acepte esta medida en última instancia, amparándose su decisión última en todo momento y apoyándola de modo práctico para hacerla viable (por ejemplo en relación con la lactancia, tanto si es en diferido, en caso de separación, como si es directa).

Si atendemos por ejemplo a las diez negligencias médicas más comunes durante el parto, según la abogada experta en violencia obstétrica Francisca Fernández Guillén, vemos que la mayoría tienen que ver con las prisas y la anticipación; así, males típicos de Occidente, de la globalización neoliberal, del patriarcado; la hiperproducción, la hipercompetitividad; lo fungible y la obsolescencia programada para poder seguir “creciendo” (la crematística eterna)… hasta un punto de enfermedad social, ecológica, ecosistémica, planetaria.

Hay pues un alcance muy ulterior en las reflexiones sobre cómo parimos –cómo nacemos, cómo nos nacen-. Nacemos como vivimos, afirma Francisco Saraceno, el partero pionero de Argentina, primer hombre licenciado en obstetricia en este país (quien tuvo además que interponer un recurso constitucional para que se le permitiera acceder a estos estudios por causa de su género, y tras soñar desde niño con esta vocación). Estas reflexiones tienen que ver con cómo entendemos el mundo y nuestras relaciones; nuestros cuerpos y nuestros derechos, en función de cómo concebimos el ecosistema y la vida global.

Regresando al paradigma de la violencia gineco-obstétrica como marco donde suceden de modo habitual las violaciones de derechos humanos básicos que mencionamos, se ha de recordar que Argentina es un país muy relevante en su reconocimiento. Iniciativas como el Observatorio de Violencia Obstétrica (obligatorio mencionar aquí al potentísimo Colectivo Las Casildas, al que pertenece Saraceno) o centros como el de la Maternidad de Moreno “Estela de Carloto”, constituyen ejemplos radicales para el mundo en la lucha contra esta lacra, esta forma de violencia de género sancionada por la propia ciencia, mostrando además experiencias sobre la posibilidad del camino en otro sentido, en la vía del respeto a las mujeres, sus criaturas y sus familias, y el reconocimiento de la alteridad intrínseca como condición humana radical frente al individualismo y el sueño de una independencia perfecta, imposible en la vida orgánica como la conocemos.

Que los tiempos de pandemia sean de oportunidad, no solo de crisis, para reflexionar sobre la necesidad de los derechos reproductivos como justicia de género (y nunca como lujo) y, más allá aún, sobre la urgencia de repensar una ética global que integre humanos y no humanos, ecosistema y sociedad; cultura y naturaleza, al fin, superando definitivamente esa platónica dualidad que hoy más que nunca se revela como deletérea ficción.


Sobre la autora: Ester Massó Guijarro es profesora de filosofía moral en la Universidad de Granada (España). Colectivos FiloLab & ESPACyOS & PETRA & CNT-AIT Granada.

 

Agradecimientos 

Agradezco de modo especial al colectivo “Las Casildas” y a su fundadora, Julieta Saulo, ser fuente de inspiración de estas reflexiones, su trabajo pionero y su calurosa bienvenida en la Argentina. Gracias también al colectivo ESPACyOS (“Ética salubrista para la Acción, el Cuidado y la Observación Social) por ser magma creativo para estos pensamientos alentados en confinamiento y, muy especialmente, dentro de aquél, a Rosana Triviño, por compartir causas de carne y letra. A todes, gracias.

                                                 

Nota: estas reflexiones forman parte de un proyecto de investigación y publicación más amplio sobre ética y pandemia, en conjunto con el colectivo ESPACyOS.

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