Mapas estratégicos

Por: Carlos Leyba

G.C. Chesterton decía, en su Historia de Inglaterra, que si “corto de vista” es un juicio negativo acerca de alguien, “largo de vista” debería ser lo contrario. Veamos que nos inspira este enorme sabio ante nuestra Historia de frustraciones y lo que han llevado a cabo la sucesión de cortos de vista que nos han gobernado.

En política económica es muy malo ser “corto de vista”: porque quien es de vista corta sólo se ve lo que tiene encima de sus narices; lo que está a un centímetro.

Como todos sabemos no es precisamente lo que tenemos delante lo que nos sorprende y lo que tenemos delante pocas veces es lo que nos derrota.

Lo que nos sorprende y lo que habitualmente nos derrota, es aquello que “no vimos venir”. Lo que se nos torna urgente que es como decir que es lo que no tiene remedio … fácil.

No ver venir algunas cosas fundamentales en la vida económica es casi es como irlas a buscar…sin saberlo.

Seguir esta línea de razonamiento nos llevaría a comprender que en esa ignorancia de lo que se acumula y que sin embargo negamos, hemos construido nuestras principales desgracias.

Por ejemplo ¿no vimos venir la acumulación del ejército de la pobreza?¿no vimos venir que la continua erosión del consumo de masas nos llevaba al estancamiento y a la crisis externa?¿no vimos venir que cuando se reduce la base del consumo de masas se agiganta relativamente el consumo sofisticado y crecen las importaciones que contienen, después de la desindustrialización, la mayor parte de los bienes de mayor gama?

Lo que no vemos venir, lo que no tenemos como escenario probable, es el alud – todo lo “negado” que de pronto se desmorona - que se acumula lejos de nuestra mirada inmediata, corta, familiar. Los problemas se tornan urgentes y en esas condiciones las soluciones son tardías y caras.

Los cortos de vista económicos son cortos para mirar el pasado (lo que se acumula y luego será alud) y cortos para mirar el futuro (lo que inexorablemente condiciona el presente a los ojos de los demás).

Esto último es lo que los economistas llamamos “los escenarios” que condicionan las expectativas; y que determinan todas las decisiones que no son de extrema necesidad.

Lo inmediato no se alimenta de expectativas sino de necesidades.

Pero el futuro, que es donde vamos a vivir, se alimenta de eso que llamamos expectativas que están gobernadas por miles de factores que es difícil condicionar pero que es imprescindible tener en cuenta.

Construir los escenarios posibles es una tarea fundamental para el pensamiento estratégico.

Para lograrlo hay que partir de la base que el Estado debe satisfacer su necesidad de nutrirse, para sus decisiones, de una inteligencia estratégica que no consiste en espiar las pequeñas cosas (AFI) sino en analizar las tendencias que pueden generar un pantano más adelante e impedir seguir el camino trazado.

Por lo dicho, en política económica ser “largo de vista” es condición necesaria para no errar al viscachazo. Pero no es suficiente. Una buena previsión no asegura nada. Pero sin mirada larga es imposible empezar el viaje.

El presente se agita en miradas de corto plazo y disputas del minuto. La grieta, siendo inútil, ni siquiera es útil por los temas que la enardecen. El presente reclama terminar la grieta y elevar el nivel del debate. La grieta, que es desacuerdo, se repara con Acuerdo y el Acuerdo sólo se sostiene con ideas acerca del futuro. Vamos al presente

La idea del Acuerdo está a la orden del día. Hemos comentado en estas notas muchas veces su necesidad, las experiencias previas, las alternativas.

Hasta hace poco, para muchos,  era un planteo “romántico”, para otros inútil. Hoy aparece como inevitable.

El muro gigantesco de la realidad ha generado la conciencia de que para traspasarlo hace falta mucho más que una parcialidad por grande que esa sea.

Todos los sectores (empresarios, trabajadores) y todas las corrientes (políticas, religiosas) hoy bailan en derredor de esa melodía.

Una melodía que aún no tiene letra. Pero en el coro se anotan todos. Los dirigentes sindicales, los dirigentes empresarios, muchos políticos.

La palabra Consenso ha ganado la pantalla y hasta el periodismo liberal militante, que es notable mayoría en los grandes medios, empieza a tratarla con respeto, que no es amor.

Es bueno. Hoy es un contenedor vacío que está lejos del centro de las decisiones. Pero que invita a ser traído y que todos sabemos que para que tenga valor debe ser llenado.

El largo de vista sabe que hay que mirar el pasado. Que desde que se comenzó a vivir en democracia hemos vivido sin Acuerdo. En 1975, con el “rodrigazo” se rompió el acuerdo básico que regía desde el fin de la SGM.

Poner el ojo en el futuro para tratar que el Acuerdo no sea una fotografía, que se agote en el acto, debe ser un mapa. Un mapa estratégico.

¿Estamos en condiciones de diseñarlo? ¿Estamos en condiciones de debatir y evaluar las rutas para atravesar los pantanos, los ríos, los desiertos, las montañas, los accidentes que la topografía del futuro habrá de plantearnos? ¿Quién, cuándo, cómo? Estamos flojos de cartógrafos.  

Hay muchas razones para que un Acuerdo entre el Estado y los sectores económicos y sociales, la producción y el trabajo, sea la manera de escapar a la puerta giratoria a la que hemos estado condenados desde hace muchos años. Los años en los que creció vertiginosamente el número de pobres son los años en los que el PBI por habitante creció por detrás de nuestras necesidades y no sólo de nuestras aspiraciones, y por detrás de los países vecinos y por detrás de nuestra propia historia. Demasiado para que lo encamine una parcialidad. Veamos.

Hay razones económicas, vinculadas al corto plazo, para exigir un Acuerdo. No sólo desde adentro. Sino también para los que nos miran desde afuera.

La economía argentina padece una enfermedad de difícil tratamiento: la estanflación.

Se arrastra desde hace años porque ha predominado la tozudez ideológica de políticas económicas de un solo objetivo que excluyen la práctica del “Acuerdo”. El acuerdo implica reconocer la necesidad de satisfacer más de un objetivo a la vez.

Parece obvio. Pero no lo es.

Gobiernos anteriores agotaron los stocks y los que hoy gobiernan paralizaron la economía. Ninguno logró contener la inflación ni generar un sendero de crecimiento.

Estamos tentados de decir que a los que gobernaron los dominó el pensamiento incompleto.

Fernando Navajas, economista de FIEL – la cuna de muchos ortodoxos – días pasados en el programa de TV de Ernesto Tenembaum, expuso con claridad lo que todos sabemos, que el equipo de Mauricio Macri era un equipo de “hombres de las finanzas”: economistas incompletos, buenos para vender y comprar papeles, exitosos en lo personal.

Pero eso no es “la economía” y definitivamente no la entienden porque “están incompletos”.

Los que los precedieron no le iban en zaga: más allá que tampoco “le pegaron” a la cuestión real, su descuido de los aspectos financieros convirtió la derrota electoral en una “solución”: con lo que dejaron en 2015 si seguían por la misma senda “incompleta” estaríamos tan estrellados como lo estamos hoy.

Los “incompletos”, de un lado y de otro, tienen en común una adicción incontrolable a que las soluciones son exógenas.

Y apelan a ellas a veces conscientemente y a veces sin saberlo. Hay en estos días una publicidad política que pone en evidencia que algunos no sabían que la solución disfrutada era exógena y se convencieron que era propia.    

Es que todo lo exógeno tiene intrínseca fragilidad: un motor inesperado; una espectacular mejora en los términos del intercambio o como se recita ahora una “nueva Pampa húmeda” que, para existir, exige un tributo colosal.

Lo exógeno es breve, incontrolable y caro. Hasta ahora no resolvió ninguno de nuestros problemas.

Nuestra economía está estancada hace décadas y sufre inflación de alta intensidad.

Frente a ello la política económica keynesiana es garantía para salir del estancamiento. Pero sólo si el proceso inflacionario no es dominante. No es nuestro caso.

Tenemos capacidad ociosa y, sin embargo, la inercia del proceso inflacionario, con una exclusiva política keynesiana, consumiría la mayor parte de las acciones destinadas a promover la demanda de consumo.

El alto nivel de inflación bloquea el keynesianismo excluyente que es recomendado cuando hay excedentes de capacidad.

Pero si la idea predominante es la de aplicar la política de ajuste destinada a combatir la inflación, lo que implica que habría sido diagnosticada como hija de un “exceso de demanda”, el resultado será fatal

La actividad económica seguiría declinando y la inercia inflacionaria continuaría vigorosamente.

La consecuencia es obvia: ni keynesianismo ni ortodoxia funcionan en estanflación.

La estanflación, para superarla, exige de una política de ingresos concertada que contenga el proceso inflacionario y habilite, al mismo tiempo, la reactivación de la economía real.

En términos teóricos “el mercado perfecto” lo habría de lograr la concertación que sería el mecanismo necesario para darle “perfección” a un mercado que probadamente no la tiene. La concertación, “el acuerdo”,  es un método no una ideología.

Hay una segunda razón para procurar un acuerdo. Tenemos un Estado debilitado, sin aliento.

Deficitario y endeudado; con poca capacidad de generar recursos propios y de obtener financiamiento abundante. La tasa de riesgo país, el calendario de vencimiento de deudas y el nivel de la presión tributaria, definen un Estado con debilidad operativa y necesitado de revalidar autoridad. Un Estado débil requiere del “suplemento” del Acuerdo político que les brinda a las decisiones un horizonte mayor que el del imperio de la mayoría siempre ocasional.

Una tercera razón para la necesidad de un Acuerdo, es lo que podemos llamar “desorganización social”, la que se manifiesta en la continuada acción directa de las organizaciones sociales que ganan la calle como manera de exponer, a la opinión pública, la incapacidad del Estado para dar respuesta y de resolver sus problemas. Cada una de esas manifestaciones erosiona la imagen colectiva del Estado como ámbito de resolución de conflictos. El Estado débil es la otra cara de la “desorganización social” o predominio de la acción directa.

También es “acción directa” y muestra de “desorganización social”, la fuga de capitales, la práctica de los aumentos de precios preventivos, la evasión tributaria a la vista de todos de una proporción no menor del comercio de detalle que, seguramente, no es la más voluminosa, pero es tan evidente que nos remite a la debilidad del Estado limitado a cazar en el “zoológico”. Cada una de esas acciones es un desafío al poder del Estado y una demostración de que estamos haciendo poco y mal.

Una cuarta razón para procurar un Acuerdo, es la “atomización” de la política.

¿Cuál es la identidad, el compromiso, que convocan los partidos que tratan de sumar electores para acceder al control constitucional del Estado?

Hoy son fracciones de fracciones y en su interior hay una continuada tendencia a la atomización y a la diferenciación de las preguntas y las respuestas.

La lógica de la política, lo que la hace socialmente productiva, es que sus miembros se hagan similares preguntas – lo que da lugar a las prioridades – y tienen respuestas similares – lo que da lugar a la identificación de las herramientas -. Hoy y aquí, oficialismo y oposición se preguntan y responden a sí mismos, entre ellos, de manera absolutamente contradictoria.

Por eso el discurso político, el de mayor envergadura, se dedica a la aclaración que, en realidad, remite a una manera de obscurecer lo que ha resultado inconveniente a la opinión pública. Nada queda para la función pedagógica de la política que es la fundamental.

Una última razón, hay muchas más, pero entre las que destacamos, es que nos enfrentamos, en los últimos años, a la presencia y presión de lobbies híper poderosos que han crecido vertiginosamente durante el proceso democrático.

No olvidemos que si bien la Dictadura se propuso privatizar y condicionó a las empresas públicas endeudándolas, fue desde que comenzó el proceso democrático que el Estado privatizó sus empresas y desreguló gran parte de la economía.

Desde entonces los “grupos de poder” no están interpelados por la “mediación política”. Actúan de manera directa y pesan sobre todos los espacios. Es cierto que “la licuación de la deuda”, los “capitanes”, la “colonización de empresas públicas”, la obra pública, están presentes desde hace largo tiempo; pero “el traspaso del poder con las privatizaciones” fue la otra cara de la moneda de la renuncia del Estado (y la política) a fortalecer los mecanismos de objetivos y de control. Se ha constituido un nuevo escenario de condicionamiento de la política. Los obituarios enseñan un montón.

En el campo de los intereses particulares, esos grupos de poder, dominan la opinión y casi siempre la decisión. Han creado una suerte de sentido común que en el lugar de hacer prevalecer el “bien común” apuesta a los beneficios del interés privado: una doctrina del derrame “urbi et orbi”.

El poder de estos grupos económicos “vis a vis” las definiciones vinculadas a sus intereses particulares es de tal entidad que, a lo largo de estos últimos años, han erosionado hasta la capacidad Estatal y de la Política ya no de realizar sino de siquiera definir el Bien Común.

La ausencia programática de la definición del Bien Común tiene que ver con el peso “técnico” de los lobby.

Para responder a todas esas debilidades de realización del Bien Común (Estado, política) y sortear las fortalezas vigorosas de los intereses particulares (lobby, acción directa) la primera acción necesaria es fortalecer al Estado y a toda la política. La segunda es la tramitación explicita y transparente – en el marco del Bien Común – de todos los intereses particulares. Para ello “el Acuerdo” es una condición necesaria.  

Todas esas razones nos señalan que no hay alternativa política a lo que podemos llamar un Acuerdo multidimensional. Un Acuerdo para fijar objetivos, instrumentos, asignación de recursos, y contener a todos sus participantes.

El Acuerdo, la concertación, es una instancia democrática superadora que permite incorporar las voces más débiles y transparentar las fuerzas más ocultas.

Más allá de la estanflación y los desequilibrios estructurales de largo plazo, la Argentina está sitiada en su realización por el peso moral de la pobreza y por el peso moral del excedente que se fuga. Las urgencias obligan a acciones concertadas

El Acuerdo debe ser un escenario de clarificación del diagnóstico y de la ordenación de las prioridades y de los métodos.

Desde el punto de vista de lo inmediato el problema central es salir de la estanflación y sacar la cabeza de la guillotina de la deuda externa. Ambas cuestiones son intransitables sin acuerdos.

Caminar hacia la estabilización de precios y poner en marcha la capacidad ociosa, nos va a brindar un piso firme para empezar a resolver dos desequilibrios fundamentales y urgentes: el fiscal y el de la deuda externa

Afortunadamente hay propuestas. Elementos para tener la esperanza de contenidos. La UIA y el PJ han publicado documentos programáticos. La campaña de Mauricio Macri lista medidas programáticas que propone a futuro. Alberto Fernández ha propuesto un programa Contra el Hambre que, sin duda, es el primer desafío moral que debe enfrentar el país en su conjunto.

Todas estas propuestas suponen diagnósticos, prioridades e instrumentos que para ser “soluciones” necesitan ser puestos en marcha con la convicción, por parte de los ejecutores, que no tropezarán con rechazos significativos en el transcurso de la realización; y que cada una de las medidas responde a un acuerdo de realización con un amplio horizonte temporal. Un Acuerdo revela profundidad y horizonte temporal.

En el mismo sentido positivo que implica la elaboración de propuestas, se encuentra un encaminamiento hacia la resolución de algunas divisiones sindicales y, repito, la reiterada mención al “acuerdo” de los principales candidatos

Es importante tener en cuenta que los acuerdos de corto plazo sean por un año o dos, son insuficientes en un país que ha perdido el rumbo económico. Necesitamos mucho más: acuerdo de horizonte.

La Argentina, podemos discutir el “desde cuando”, pero sin duda extravió un rumbo de crecimiento y ese extravío la sumió en esta decadencia contagiosa.

No nos vamos a poner de acuerdo en desde cuándo; pero sí en que somos una sociedad en pendiente negativa que tiene que detener la caída para poder empezar a remontar la cuesta.

¿Cuáles son las cuestas a remontar para no seguir acumulando fracasos? Muchas. Pero veamos algunas, en forma desordenada.

Hay una cuesta empinada, la demográfica y el desbalance territorial del país vacío que concentra las sociedades más ricas, ciudades de alto nivel de ingreso, en pedacitos del territorio en cuya periferia se concentra la mayor pobreza de los niños. O sea la pobreza con que nace el futuro.

No hay desarrollo posible sin reordenamiento territorial que es mucho más que la mejora en la coparticipación tributaria. Se trata de la participación en el crecimiento. No hay desarrollo sin participación territorial en el crecimiento. Para eso hay que pensar el crecimiento desde el interior profundo. El “pensar situado” es una condición esencial para cualquier Acuerdo que brinde elementos para la transformación.

Otra cuesta empinada es la distribución de la fuerza de trabajo, en blanco, en negro y en planes y en changas, asignada de hecho en tareas “del tercer sector”.

Una Argentina que produce poco y nada de bienes transables, lo que nos convierte en un país de consumidores de bienes que no produce los suficientes y, en consecuencia, parte de lo que consume lo debe porque se lo importa. Hoy hay 5,2 empleos registrados en servicios por uno registrado en la producción de bienes transables.

Ese es el otro lado de la falta de inversión, de la falta de dinámica de la productividad y de una pésima distribución primaria: el Estado debe transferir cada vez más recursos para que la sociedad no estalle; y cada vez, en el tiempo, la tasa de inversión corre por detrás del crecimiento de la población, drama que la fuga de capitales multiplica.

Los últimos gobiernos se solazan de multiplicar los pagos de transferencia sin comprender que gobernar, en este mundo, es crear trabajo. Trabajo productivo.

Así como el Estado está generando una oferta bajísima de bienes públicos, una faceta de la crisis de productividad de la democracia; también la economía privada esta generando una oferta bajísima de bienes transables y la consecuencia es una estructura desequilibrada de una fuerza de trabajo asignada de manera desproporcional al sector servicios, muchos de ellos en sectores de bajísima productividad; y una bajísima asignación de fuerza de trabajo a los sectores productores de bienes transables y de alta productividad. La consecuencia es el desequilibrio externo y el desequilibrio social. Ambos tienen como común denominador la baja productividad en la que estamos sumidos y la falta de inversión creadora de trabajo

La fuga identifica otra cuesta. Parte de la riqueza que aquí se produce, se va por la alcantarilla financiera. Algunos pagando impuestos, otros evadiéndolos. La riqueza se escapa. Y torna en un gas tóxico que en algún momento va a estallar.

Para algunos son 300 mil millones de dólares: equivaldría a todo lo que el Estado debe. Para algunos economistas ortodoxos están en el orden de los 400 mil millones de dólares.

Las razones del que fuga son individuales. Las consecuencias de la fuga son colectivas.

Pero la razón es una: somos un Estado sin moneda. Un Estado sin moneda es un Estado débil.  

Reconstruir el Estado es tornarlo capaz de ofrecer los bienes públicos que hoy no ofrece. Esa reconstrucción que no será completa sin reconstruir la moneda. Esta reconstrucción, como todas las cuestas que hay que remontar, no es “un solo objetivo” sino parte de un objetivo múltiple.

La esencia del Acuerdo es la multidimensionalidad de las políticas.

No es posible acordar lo necesario sin una visión compartida de largo plazo de nuestro desarrollo.

Esa visión es el principal Bien Público que el Estado hace décadas que no provee.

Recrear el órgano de planeamiento del desarrollo (CONADE - INPE) – la inteligencia estratégica del Estado – es la condición necesaria para tener el mapa de las cuestas que hay que escalar. El Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) tuvo su momento culminante en 1963 cuando se convocó a profesionales y técnicos de todas las disciplinas que cruzan las actividades públicas para pensar prioridades en función de la idea de “desarrollo” que es mucho más que el “crecimiento”.

Con los mismos equipos profesionales que elaboraron Planes desde entonces, en 1973 CONADE se transformó en INPE (el Instituto de Planificación Económica) que le agregó, a la riqueza conceptual del CONADE, el concepto de participación regional, sectorial y social de todo el país, en la elaboración de prioridades.

No fue una ruptura sino una profundización del método procurando pensar el país desde el interior profundo.

De 1963 a 1973 – en el período de planeamiento y pensamiento sistémico y de largo plazo – la Argentina creció en su PBI por habitante al mismo ritmo que los países desarrollados. No fue una casualidad.

Un elemento básico del Acuerdo debe ser recrear esos órganos de pensamiento estratégico para el desarrollo.

Los mapas estratégicos porque sin ellos desbarrancarse será inevitable.



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