“Paterson”, la gran aventura americana

En lecturas para el verano, Julián Axat escribe sobre la reciente publicación de “Paterson”, la obra cumbre del poeta Williams Carlos Williams (1883-1963), editada por Ediciones En Danza, bajo la traducción de Silvia Camerotto. Cuando reconstruir la mente de un hombre es reconstruir una ciudad, también en la versión cinematográfica de Jim Jarmusch.


Por estos días gracias a la generosidad del poeta y editor Javier Cófreces, llegó a mis manos  Paterson, obra cumbre del poeta norteamericano Williams Carlos Williams, recientemente editada por Ediciones En Danza, bajo la traducción de Silvia Camerotto.  Libro que por primera vez se traduce completo por estos pagos, y que refleja el trabajo del poeta entre 1946 y 1958.

Luego de leer el libro, me propuse ver la película de Jim Jarmusch, “Paterson” (2016), un homenaje al poeta, libro y ciudad.

Entonces, aquí va un doble de Paterson (libro y película).

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Estados Unidos, ese largo poema civil

Fue probablemente en 1925, mientras el poeta William Carlos Williams trabajaba como médico en Rutherford, Nueva Jersey, cuando se le ocurrió la siguiente idea: reconstruir la mente de un hombre sería, algo así como, reconstruir una ciudad.

Las ideas del filósofo norteamericano de origen español George Santayana (1863-1953) calaron hondo en Williams, las ciudades como organismos de la mente humana. Las ciudades como ese segundo cuerpo. Pues no hay cuerpo físico, sin cuerpo político, que -a la vez- sea expresión del (cuerpo) mental y poético (en el Libro III del Paterson, abre con cita de Santayana que expresa esta idea).

Tal era su obsesión; que en el fondo no dista mucho de las obsesiones de Walt Whitman.  Pues al igual que el viejo poeta se trata de dar con el verdadero idioma de su país; descubrir o construir una idiosincrasia que exprese la nueva voz, analice la búsqueda del hombre-ciudadano en su relación con el mundo, la naturaleza y el gobierno (“el rigor de la belleza es la búsqueda” Paterson, Libro I).

Para Whitman será su contemporáneo Abraham Lincoln quien exprese, políticamente, lo que él quiso decir a través de su poesía. Para Ezra Pound lo será Jefferson y –luego- Mussolini. Para Williams, es la figura de Alexander Hamilton, nacido tiempo atrás en Paterson, quien al igual que el poeta “… al contemplar las cataratas quedó impresionado por el show de lo que en esos tiempos era poder avasallante…” (Paterson, Libro II).

La fuerza con la que caen las cataratas de Passaic requiere de un cauce (el acueducto que en su tiempo Hamilton mandó a construir). De la misma forma, la construcción  de una gran Nación (que Hamilton aquí también mandó a construir en las páginas de El Federalista) requiere el cauce de una épica.

Una ciudad, un hombre, un poema.  O dicho de otro modo: Paterson/ Williams Carlos Williams/ una poesía que -en su lengua y tiempo- cuente la Historia, de los Estados Unidos de América.

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El médico que en verdad era un poeta

William Carlos Williams nació en 1883, en Rutherford, Nueva Jersey. Fue poeta, novelista y médico pediatra. Entre 1897 y 1899 estudió en Europa. En 1902 terminó el bachillerato en Nueva York, para ingresar luego a la carrera de medicina, en la Universidad de Pennsylvania. Desde 1910 ejerció como médico pediatra en su ciudad natal y –luego- en Paterson.

En simultáneo, desarrolló intensamente su actividad literaria. En 1909 publicó su primer libro, Poems, y en 1913, lanzó en Londres The Tempers, su segunda obra.  Entre sus principales libros de poemas figuran: Sour Grapes (1921), Spring and All (1923), An Early Martyr and Other Poems (1935), Adam & Eve & the City (1936), The Clouds (1948), The Desert Music and Other Poems (1954) y Journey to Love (1955).

Es recién a finales de la década del treinta cuando comienza la escritura del extenso poema considerado su obra cumbre: Paterson, que como dijimos, luego de su publicación por partes (Libro I en 1946, luego los otros II, III, IV) lo dejará inconcluso en 1958 (los bosquejos para el libro VI, son póstumos).


Es decir, a pesar de ser un atareado médico de una zona industrial muy próxima a Nueva York (se dice que ayudó a dar a luz a 3000 niños), su labor como poeta fue infatigable, de una enorme producción y de una activa participación en la vida literaria (incluidas las aventuras editoriales) que en esos años de guerra y postguerra derrochaba actividad.

Es quizás su amistad con Ezra Pound, a quien conoció en sus tiempos de estudio en Pennsylvania, quien más lo involucró en el mundo de la poesía y alentó a dedicarse de lleno a la escritura.

Fe así que a mediados de 1950 renunció a su trabajo como médico y se dedicó íntegramente a  su vocación literaria, convirtiéndose en impulsor del uso literario del habla coloquial. Su buen oído para los ritmos naturales del inglés hablado le ayudó a liberar a la poesía de la métrica que imperaba en la versificación en inglés desde el Renacimiento.

Superada la tendencia imaginista, se convertirá en un poeta de gran sencillez expresiva y de fácil comprensión, interesado en la constante experimentación y en la intimidad lírica.

No buscará los símbolos en las cosas sino más bien las propias cosas, expresa imitando la fluidez del habla. “No ideas but in things”; que puede ser traducido como: “no hay ideas, sino en las cosas”, frase que se convertirá en slogan de un método de testificar la realidad, capturar su duración. La mirada como espacio y movimiento, buscando dar cuenta de una suma de acontecimientos para conformar una historia.

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Garabateando poemas en recetas

Entonces garabateó:

“Comenzar/ por los detalles/ hacerlos generales, que irrumpa el total/ por vías imperfectas —/ Olfatea los árboles, / un perro/ entre muchos (…)  (Paterson, del Prefacio).

Como lo hizo tantas veces cuando dejaba registro de alguna imagen, esos versos trazados a las apuradas en recetas de médico, ya en su hogar por la noche, la máquina los convertía en poema.

Ese era el método Williams.

Más tarde, cuando le tocó llevar su consultorio a Paterson, ese puñado de versos tuvo título “Paterson”. No solo por el nombre e historia de esa ciudad, sino por la extraña conjunción padre e hijo (pater + son) encerrada en la misma palabra.

En su autobiografía Williams cuenta: “La primera idea centrada sobre el poema, Paterson,  sobrevino pronto: encontrar una imagen lo suficientemente amplia como para abarcar todo el mundo conocible a mi alrededor (…) pensé en otros lugares sobre el río Passaic pero al final la ciudad, Paterson, con su rica historia colonial, corriente arriba, donde las aguas están menos contaminadas, ganó (…) Las cascadas sueltan un rugido como si chocaran sobre las rocas en su base. En la imaginación ese sonido es un discurso o una voz (…)” (William Carlos Williams, La música del desierto  y otros poemas, CEAL, 1988).

Es la imagen de la cascada que da al río Passaic, debajo del viejo puente de Paterson (ilustra casi todas las tapas de edición del libro) funcionando cual imagen-síntesis en el proceso de reconstrucción de la mente de un hombre.

El entramado de la historia local, la geología, la economía, el folklore y el modo de vivir norteamericano de un pueblo, son parte de las formas que atraviesan el corpus Paterson intercalando los versos como en un collage o lógica del palimpsesto coral: prosa, crónicas, archivo periodístico, fragmentos de publicidad, cartas personales y mera anécdota de orden local (“Cualquier cosa es buen material para la poesía. Cualquier cosa. Lo he dicho una y otra vez”, Paterson, Libro V).

El extenso poema que, como las cataratas del Passaic de las que habla, arrastra a su paso de lenguaje cualquier elemento, incorporándolo a su cauce. En definitiva, una aventura épica, desmesurada, al estilo de “Walden” de Thoerau, o los “Cantos” de su admirado amigo Ezra Pound.

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La traducción de Silvia Camerotto

“… El lenguaje es la cascada hacia lo invisible más allá de las cataratas de la que es la parte visible”

(Paterson, Libro III).

Existe toda una tradición de traducciones al castellano de Williams Carlos Williams que podemos encontrar en Ernesto Cardenal, Coronel Urtecho, Octavio Paz, Roger Santiváñez, etc.  En nuestro país encontramos traducciones más viejas de Alberto Girri, Marcelo Covian, Jorge Perednik (CEAL, 1988). O las más recientes de Edgardo Dobry, Sergio Raimondi y Matías Moscardi (quizás surgidas de la necesidad de objetivismo en la década de los 90´).

La traducción de Silvia Camerotto es la primera que se enfrenta a todo el corpus del Paterson.  Y nace de un acto de generosidad frente al lector. Dice la traductora en el prólogo: “… ¿Por qué traducir el Paterson? No hubo un cálculo. Leí el libro y comencé a traducir. Entendí que otros debían leerlo. Que no hacerlo era sinónimo de perdida. Traducir es siempre una ofrenda. Una muestra de gratitud…”. 

Nacida en Lomas de Zamora en 1959, Camerotto también es poeta y docente de la UBA. Se enfrentó a una tarea ciclópea que llevó a cabo en forma pausada y puntillosa (algunos partes fueron siendo publicadas en el blog: campodemaniobras.blogspot.com), logrando –en ese proceso– hacer sentir al lector aquello que Williams llama el lenguaje como cascada hacia lo invisible.

Toda traducción es ante todo una forma. Y las dificultades de traducir esta etapa de la escritura de Williams, tienen que ver con asimilar la innovación formal de versificación, que es también parte del plan del Paterson: el verso escalonado o pie variable, que utilizó por primera vez en “The Descent” y llevó –más tarde– a sus últimas consecuencias en su obra cumbre.

El resultado: una cuidada traducción que expone –en nuestra lengua– ese vaivén entre lo histórico y lo autorreferencial del poeta-testigo.

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El legado Paterson: “ver con los ojos de los ángeles”

La muerte de Williams ocurre el 3 de marzo de 1963, en Rutherford; tiempo antes de morir escribió:

“… Estamos ciegos y vivimos nuestras ciegas vidas en total oscuridad. Los poetas están malditos, pero no están ciegos; ven con los ojos de los ángeles…”. Del prólogo de Howl (“Aullido”):

 Allen Ginsberg nació en Paterson en 1926. Ese dato no es casual para Williams en su decisión de prologar el poema que se convertirá en insignia del movimiento juvenil posguerra.

Dos poetas, a quienes los une el nombre de un pueblo. Dos poetas que se pasan la antorcha de mano en mano y dejan pruebas de esa sucesión. Porque Allen Ginsberg es, en cierta forma, también Paterson (en el Libro IV, Williams decide incorporar la transcripción de las cartas que le envía AG. y en las que éste le confiesa ser su seguidor, sus andanzas en el retorno al pueblo que lo vio nacer, y sus avances poéticos. La transcripción incluye la última carta en la que Ginsberg le agradece el prólogo de “Howl”: “su prólogo es original y compasivo y usted ha llegado al meollo de lo sucedido…”).

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“Ver con los ojos de los ángeles” es un legado. Frase que también persigue todo el tiempo al cineasta Jim Jarmusch (Ohio, 1953), como lo persigue el fantasma de Williams, hasta que logra llevarla al cine en 2016.

De la misma forma, Jarmusch intenta ver con los ojos de los ángeles; por eso su versión (libre) de Paterson no solo es homenaje al gran poeta, sino una ingeniosa apuesta que ensambla voces, la imagen-tiempo de aquellos objetos que quedan de una ciudad que es –a la vez– las miles de ciudades de un pueblo en decadencia.

¿Qué resto queda de aquel Paterson?

El “Carlos Williams Carlos”, el invertido de un nombre y apellido (capicúa) que hace sonreír, solo una vez, al solemne actor Adam Driver. Y lo vemos sentarse luego de un día agitado en su papel de conductor de autobús (lógicamente Driver no podía ser médico…), a componer poemas contemplando las cataratas de Passaic.

Para acceder y ver completa la imperdible “Paterson” de Jim Jarmusch, se puede clickear aquí.

 

Sobe el autor: Julián Axat es escritor y abogado.

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