Por el derecho a disentir

Por: Carolina Atencio


En Bolivia se está perpetrando una masacre. La Defensoría del Pueblo confirmó 32 muertos desde que se desató el Golpe de Estado y las noticias que llegan desde ese país hablan de una cruenta represión, avasallamiento de toda clase de derechos y legitimación de los hechos de violencia por parte del gobierno de facto que encabeza Jeanine Áñez.

Por estos días, un audio de la antropóloga y reconocida referente feminista Rita Segato reproducido en una radio boliviana, desató una fuerte polémica en tanto cuestionó, por autocrática, la figura de Evo Morales. Este atributo hizo a Evo, en sus propias palabras, “caer por su propio peso” por “incurrir en acciones que le causaron un quiebre de la legitimidad”.

Esta línea argumental la llevó a concluir que Morales “no ha sido la víctima de un golpe sino la víctima del descrédito general”. Luego, a pesar de los intentos de tergiversar sus dichos, Rita reconoce con todas las letras la existencia de un golpe de estado en Bolivia pero uno de un nuevo tipo: originado por la pérdida de apoyo y el vacío de poder.

Propongo unas breves reflexiones al respecto y las propongo no sin contradicciones, porque como dijera Tali Goldman en su Twitter, “no hay que debatir nada, stán masacrando bolivianos en nombre de una biblia” y “hay que dejarse de joder”. Es evidente que las prioridades, en este momento, son los derechos vulnerados y ciertamente no lo son las cómodas discusiones entre aires acondicionados y smartphones.

Dicho esto, a modo casi de disculpa, en primer lugar me habilito un espacio para discutir el contenido de la opinión de Rita en sí misma. No hay dudas de que toda discusión acerca de elevar los estándares de democratización de nuestros Estados es pertinente y por demás necesaria. Quienes reclamamos el reconocimiento de los derechos de las mujeres lo hacemos todo el tiempo. Sin embargo, estos debates son inevitablemente posteriores a la discusión que está en juego por estas horas y que es acerca de la existencia en sí misma de la democracia en Bolivia. Y son posteriores por postulado lógico: sin democracia, no hay sistema a mejorar.

Por otro lado, cuestiono el enfoque y lo hago por analogía: está claro que aunque con el discurso desordenado (como ella misma reconoce en su entrevista de descargo con Alejandro Bercovich), Rita pone el foco de su análisis en las causas que, según su criterio, provocaron el golpe: el autoritarismo, la consiguiente pérdida de legitimidad y el vacío de poder. Resulta inevitable notar con cierto temor que su enfoque pueda incurrir en el riesgo de parecerse demasiado al que repudiamos en otros ámbitos; el de encontrar en la víctima razones que justifiquen o sean condición de posibilidad del accionar del victimario.

Cuando se atropellan las instituciones no hay polleras demasiado cortas ni comportamientos lo suficiente díscolos, independientemente de discusiones que se puedan dar en otros momentos, con mayor o menor grado de consenso.

La búsqueda de la diferenciación opinativa es una constante en tiempos en los que, casi, está todo dicho. El límite debe ser siempre la responsabilidad aunque esto a veces nos haga decir lo que dicen todos/as, a riesgo de perder originalidad. En Bolivia hay un golpe de estado y una presidenta autoproclamada entre biblias y militares que firma decretos que legitiman la represión y la muerte del pueblo, avalada por el imperialismo.

 No hay mucho más que decir hasta que ello no cese y mucho menos si lo que hay para decir puede, de algún modo, por contenido o ámbito en el que se dice, habilitar discursos antidemocráticos.

En otro orden de cosas, creo importante detener la reflexión en pensar en qué nos pasa con las opiniones disidentes, en especial, las de aquellas que confrontan voces autorizadas a las que se les imprime el sello de “inobjetables”. Y aquí me sumo a Rita en su crítica a los binarismos como formas de pensar la política. Segato sostiene que el enclave binario anula la capacidad de razonar. Y no puedo estar más de acuerdo.

Me niego a ubicar a Rita en el rol de inobjetable. Y lo hago en pleno ejercicio de mi derecho a disentir. Sí. Con Rita Segato. Y con la que sea. No estar de acuerdo con ella en esto no me va a ser sacar sus citas de mi tesis de maestría ni cancelarla de mis fichas bibliográficas. Sus libros son faros en la búsqueda de respuestas sobre temas fundantes de la agenda feminista y en mi formación (y la de muchas colegas que admiro) en género y derechos humanos de las mujeres.

Y puedo disentir con Rita Segato porque entender la política desde una perspectiva feminista es entenderla horizontal. Y en la horizontalidad el conocimiento se construye de manera colectiva y solidaria. No hay dueñas de la verdad. Ni Rita, ni nadie. Somos todas aportantes a un fisco de ideas conjunto. Cancelar las discusiones por apelación a la voz autorizada atrasa. Atrasa del mismo modo que atrasan los ataques violentos y sin argumentos a Rita y a otras compañeras que ejercen su derecho a disentir y dar su opinión de manera pública.

Si como feministas estamos buscando una verdadera subversión del orden patriarcal, debemos hacerlo con reglas antipatriarcales. El enemigo no está entre nosotras. Confundirlo es seguir habilitando – y alimentando – prácticas y discursos violentos contra nosotras mismas. Es permitirle a los señores dueños vitalicios de la palabra que nos tachen de “intolerantes” y “feminazis”.

En tiempos en los que los avances y los retrocesos se juegan reñidas pulseadas, la lucha nos tiene que encontrar juntas. Pero no por hibridación ni por asimilación: juntas en el pensamiento crítico y en el derecho a disentir. Juntas en el repudio a todo aquello que atente contra nuestras libertades individuales y colectivas. Hoy, juntas repudiando el golpe y alzando la whipala junto a nuestras hermanas.

Por comprensión histórica y por decisión política.

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