Rebelión ética, compasión y cosmovisión global en tiempos de coronavirus: cuando la empatía no basta

“[...] hay ocasiones en que me pongo a imaginar lo que podría ser este mundo si todos abriésemos las bocas y no callásemos mientras [...] pero las verdades hay que repetirlas muchas veces para que no caigan, pobres de ellas, en el olvido” (Ensayo sobre la lucidez, José Saramago).



Sebastian Junger, en su lúcido opúsculo Tribu. Sobre vuelta a casa y pertenencia publicado en 2016, afirmaba: “La belleza y la tragedia del mundo moderno es que elimina muchas situaciones que exigen que la gente demuestre un compromiso con el bien colectivo. […] Por qué pondrías tu vida en riesgo – y por quién- quizá sea la pregunta más profunda que una persona pueda hacerse. La gran mayoría de personas en la sociedad moderna pueden pasar toda su vida sin tener que responder jamás a esta pregunta, lo que es a la vez una bendición y una pérdida significativa. Es una pérdida porque el haber de enfrentarse a esa pregunta ha sido, durante decenas de milenios, una de la formas que nos han definido como personas” (p. 54). Pues bien, pocos años después de publicarse estas cavilaciones, una inesperada pandemia asola y subvierte la percepción general sobre cómo son las cosas y nos da, en cierto modo (extraño, desigual pero, sobre todo, global), aquella oportunidad de definición moral que tanto inquietaba al antiguo corresponsal de guerra: la situación mundial absolutamente inédita a raíz de la expansión de la enfermedad por coronavirus, declarada pandemia por la OMS el 11 de marzo de 2020, está suponiendo de hecho un desafío sin parangón en muchos aspectos complejos relativos a la vida humana contemporánea, individual y social.

Los retos éticos que acontecen devenidos de la radical transformación de la cotidianidad global son constantes en relación con temas muy plurales, desde la gestión pública de la información (y la diseminación de bulos) a la justicia redistributiva o el conflicto generalizado de valores a la hora de ponderar qué deba primar en la deliberación de lo público y los comunes (salvar la vida o su calidad), también sobre el concepto de riesgo

Igualmente, destaca la controversia sobre las consecuencias a gran escala del cese de actividad económica por su impacto en la vida de las personas –que pudiera ser más grave que el de la propia pandemia- y la pregunta, al fin, por los límites del capitalismo. En torno a ello, muchos han reseñado desde la filosofía su agostamiento ecológico como sistema de existencia y cosmovisión humanas, engendrador incesante de nuevas inequidades necesarias para su pervivencia, y la urgencia de políticas abiertamente anticapitalistas para estos tiempos específicos.

Así, los alcances de las reflexiones holísticas de calado ético y político a tenor del coronavirus son amplios y prolijos; desde la “descolonización” de la COVID-19 mediante el retraso de los pagos de deuda externa, hasta las diferentes formas nacionales de aproximación a la pandemia o las cruciales transformaciones en comunicación y tecnología (las apps de seguimiento, por ejemplo), con las cuestiones aparejadas sobre la legitimidad de los modelos de información y construcción de confianza social, son algunas de las más notorias.

Por otro lado, proliferan los debates sobre las implicaciones eco-sociológicas del confinamiento (especialmente en colectivos más vulnerables: menores, gestantes, personas de baja renta…) o la diversidad de modelos sociopolíticos de gestión pandémica, opuestos en muchos casos y que muestran, en definitiva, las diferencias culturales y de cosmovisión que subyacen a cada contexto. Tales disputas alcanzan probablemente su estado más vivo y acuciante en los entornos sanitarios, los espacios institucionales de cuidado y sanación en general, donde suceden las situaciones más terminantes ligadas a la incertidumbre en la toma de decisiones, tanto de emergencia sanitaria como de salud pública.

La disrupción insólita que esta pandemia está suponiendo para la sociedad humana requiere, pues, de propuestas originales y valientes para el hallazgo de nuevas fórmulas que nos permitan vivir mejor, y hacerlo, además, en un planeta común, lo que no es sencillo y obliga a una revisita desde un paradigma antropocénico. En voz de Boaventura de Sousa Santos: “Sabemos que la pandemia no es ciega y tiene objetivos privilegiados, pero aun así crea una conciencia de comunión planetaria, de alguna manera democrática. La etimología del término pandemia dice exactamente eso: reunión del pueblo”. 


Chiriboga et al claman por un llamado ético internacional a raíz de la crisis y la necesidad imperiosa de un liderazgo ético global. Dirigieron una carta abierta a las Naciones Unidas al respecto, en aras de mitigar la injusta carga adicional en salud y socioeconomía de la pandemia para con las poblaciones desfavorecidas, a través de la creación de la Global Health Equity Task. Se trata en definitiva de caminar hacia un re-pensamiento de la salud desde una perspectiva internacional, no nacional; así, de superar el nacionalismo metodológico también en esto. Semejante cambio de paradigma de salud global conllevaría que los sistemas de salud fueran considerados netamente un derecho humano y no una “comodidad” (ibíd.), entre otras cosas. A su respecto Cash y Patel enfatizan el hecho original de que hayan sido los países acomodados los más afectados, en primera instancia, por el contagio, y aunque el impacto nunca sea el mismo en función del estado de bienestar previo.

Así, deviene incontrovertible que las consecuencias de la pandemia de COVID-19 en la totalidad del planeta suponen numerosos frentes abiertos, desde la filosofía a la concepción de la salud (y, seguramente, en una probable alianza de ambos campos para su crecimiento), y que las preocupaciones abarcan plurales ámbitos humanos. Todo ello adquiere una relevancia específica y singular para el caso de los derechos reproductivos y la salud materno-primal; los efectos indirectos de la pandemia en la mortalidad materno-infantil a nivel global están resultando dramáticos, deviniendo radical, pues, su centralidad en la agenda pública: Fore afirmó recientemente que la crisis actual incrementa la vulnerabilidad a la violencia de mujeres y menores. La insistencia en que los derechos reproductivos en tiempos de pandemia no son un lujo, cobra su rostro aún más grave cuando hablamos de salvar vidas, que es en lo que se traduce esta preocupación por la salud materno-infantil para el caso sobre todo de los países empobrecidos, y a raíz de lo cual se extreman las recomendaciones de que los programas nacionales incrementen el cuidado en las intervenciones para madres y criaturas. 

Patricia Gea narra, por ejemplo, cómo han sido las redes de apoyo de mujeres (grupos de madres y matronas), a través de la virtualidad, las que han servido para paliar, en los meses más opacos de confinamiento, la soledad y el aislamiento de tantas madres recientes que, de otro modo, se habrían tenido que iniciar con una aún mayor vulnerabilidad en tal faceta fenomenológica, tan radical para el ser humano, de los primeros pasos en la maternidad y la crianza.

También, pues, la crisis pandémica nos invita a reconsiderar la vulnerabilidad como condición humana desde la antropología, los derechos humanos, la filosofía y tantos otros campos; una fragilidad que nos conduce a su vez al concepto impuro de la compasión, ya que, como señala Galeala empatía no basta: “En última instancia, esto exige compasión como la fuerza que anima detrás de nuestro pensamiento sobre la salud y nuestro pensamiento sobre cómo informamos las decisiones que tomamos para contener una amenaza novedosa como la COVID-19. La compasión se extiende más allá de la empatía”. Otros autores reclaman, más aún, una política sostenible de la vida, comprensiones que amplíen, en lugar de reducir, nuestra capacidad para entender la vida en su condición política, frente a esa prevalencia de lo físico sobre lo político que, denuncia Horton, ha sucedido al calor de la pandemia.

Los ejemplos de altruismo espontáneo durante la pandemia son legión, desde aquellos movimientos virtuales de madres hasta los cartelitos de soporte vecinal para hacer la compra en los portales de los pisos, y como si el distanciamiento físico por confinamiento incitara a otro tipo de acercamiento, emocional, moral. Tamaña multitud de formas de ayuda mutual se está abordando a modo de respuestas anarquistas en la actual crisis pandémica: frente a la irracionalidad, la negligencia o el caos generalizado que pueblan esta experiencia social desde sus inicios, florecen también, no con menos intensidad y fulgor, el apoyo mutuo, la solidaridad y la organización autogestionada, a través de las cuales la gente toma el relevo sobre la base de redes informales y movimientos civiles, como precisan Jun y Lance. Viejas palabras de viejos anarquistas fundacionales, como las del antiguo príncipe ruso Kropotkin, parecen relucir ahora con una vigencia rediviva: “Pero la sociedad, en la humanidad, de ningún modo se ha creado sobre el amor ni tampoco sobre la simpatía. Se ha creado sobre la conciencia -aunque sea instintiva- de la solidaridad humana y de la dependencia recíproca de los hombres. Se ha creado sobre […] los sentimientos de justicia o de equidad, que obligan al individuo a considerar los derechos de los otros como iguales a sus propios derechos”.

Si hay algo general, sobrevolando entre tantas reflexiones diversas, es que todas tienen que ver con la vulnerabilidad como condición humana básica en relación con la interdependencia de los seres (frente al sueño de la independencia del individuo, el cogito cartesiano y sus legados), y con el valor del cuidado y la reproducción de la vida; a la base de todo ello, la necesidad de ética global.

Ética rebelde.

En un contexto pandémico -en cualquiera en realidad-, el altruismo, la compasión más allá de la empatía, la ayuda mutua, son rebelión.



A las comadritas que han ofrecido traerme la compra


Agradecimientos

Gracias al colectivo ESPACyOS (“Ética salubrista para la Acción, el Cuidado y la Observación Social”) por ser magma creativo para estos pensamientos alentados en confinamiento, y que forman parte de un proyecto de investigación y publicación más amplio sobre ética y pandemia, en conjunto con esta red.

Gracias, sobre todo, a la gente normal y corriente que se echa una mano.


Sobre la autora: 

Ester Massó Guijarro es profesora de filosofía moral en la Universidad de Granada (España). Colectivos ESPACyOS & FiloLab & PETRA & CNT-AITGranada.

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