Reconfiguración del mapa del poder mundial: ascenso de Asia-Pacífico y el declive de Occidente

OPINIÓN. Mientras el polo de poder que hasta la pandemia era el dominante (aunque ya no hegemónico) muestra más signos de declive relativo, China se ha convertido definitivamente en un actor global y parece estar dispuesta a asumir ese papel


El golpe de la pandemia en el escenario del poder mundial implicó el inicio de un nuevo momento geopolítico, como ya se ha señalado. Mientras el polo de poder que hasta la pandemia era el dominante (aunque ya no hegemónico) muestra más signos de declive relativo, China se ha convertido definitivamente en un actor global y parece estar dispuesta a asumir ese papel, produciéndose un salto cualitativo en la tendencia estructural de Ascenso de Asia Pacífico en el mapa del poder mundial y un declive relativo de Occidente.


Personas fallecidas por Covid-19 cada 100 mil habitantes por país. Fuente: elaboración propia en base a datos de John Hopkins University (12/10/2020)


Ello se observa en distintos indicadores económicos, sociales, tecnológicos y militares, pero también debemos analizar un elemento central que se pasa por alto o que no tiene suficiente atención. Por lejos, los países de Asia-Pacífico y China, el país más poblado del mundo con 1.400 millones de habitantes, mostraron una capacidad socio-estatal muy superior frente a la pandemia. Su capacidad para controlar la enfermedad, tener un bajísimo número de fallecidos y a su vez mantener funcionando la economía los deja en una posición muy superior frente a otras regiones del mundo y, especialmente, en relación a la situación de Estados Unidos, donde se combina una estrepitosa caída en la economía junto con un desastre sanitario.

La mirada “occidentalocéntrica”, que por momentos parece sonar autocomplaciente,  trata de explicar dicho fenómeno reduciéndolo a la falta de “libertades individuales” de las sociedades de Asia Pacífico, debido a que sus tradiciones culturales son más “autoritarias” y “estatistas”. Todo un nuevo orientalismo. El filósofo surcoreano, Byung-Chul, radicado hace 30 años en Alemania, refuerza esta visión (a lo cual contribuye su origen), cuando afirma que: “Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa.” [i] 

 

Suena a poco y a sesgada esta explicación, utilizada de izquierda a derecha”. Especialmente si la analizamos al calor de la historia occidental cargado de autoritarismos y totalitarismos, o vemos el enorme sistema de vigilancia y control existente en Estados Unidos en nombre de la seguridad nacional y manejada por las agencias de inteligencia gubernamental. O por el hecho de que la administración discrecional de datos, que se construyen captando cada aspecto de la personalidad humana a través de su comportamiento en las redes sociales, se maneja en Occidente desde monopolios corporativos privadas (GAFA) asociados al Complejo Industrial-Militar del Pentágono. Por otro lado, si observamos los profundos procesos revolucionarios de Asia Pacífico y la insubordinación de las clases populares ya sea de China o Vietnam, queda desdibujada esa idea de “obediencia” sumisa, que parece confundirse con la disciplina (que sirve tanto para obedecer como para insubordinarse).

 Por supuesto que la cultura juega su papel y resulta fundamental para entender los comportamientos colectivos. Tampoco se puede obviar la menor influencia de la tradición burguesa liberal en Asia Pacífico, tanto histórica como presente, y el menor individualismo de estas sociedades. Aunque este no sea el foco del artículo, no podemos dejar de observar como hipótesis a investigar que al parecer en las sociedades donde el ultra-individualismo neoliberal –distinto al individualismo liberal para el cual la sociedad existe— tiene menor influencia cultural y estatal, la respuesta colectiva a la pandemia ha sido más efectiva y eficaz.

Poder infraestructural    

Si miramos el cuadro con la cifra de fallecidos por país cada 100 mil habitantes, resulta muy claro que los países de Asia Pacífico como China, Japón, Corea del Sur, Vietnam y Taiwán, se destacan por bajísimo nivel en este indicador, en contraste con Occidente y con América Latina. Son países que además cuentan con una altísima densidad de población y en el caso de China se trata del país más poblado del mundo. Por otro lado, no son  los países más “ricos” medidos por su PBI per cápita y en el caso de China, según este indicador, trata de un país de “ingresos medios”, similar a Brasil. Es decir, no hay una correlación directa entre riqueza por persona y respuesta a la Pandemia. 


Estos números reflejan, entre otras cuestiones, capacidades socio-estatales, que estarían expresando lo que algunos autores como Michael Mann denominaron el poder infraestructural del estado. Este se define como la capacidad del estado para penetrar realmente en la sociedad civil, y poner en ejecución logísticamente las decisiones. En realidad, para la perspectiva teórica que aquí sostenemos, más que la capacidad del estado para “penetrar” la sociedad civil, sería la capacidad del estado, en tanto sociedad civil más sociedad política (el Estado en sentido ampliado, no sólo como sociedad política), para poner en ejecución logísticamente las decisiones y acumular/desplegar capacidades tácticas y estratégicas. Eso implica una materialidad infraestructural que se define por la suma de activos físicos, activos humanos, organizacionales e institucionales que hacen posible el poder infraestructural.[ii]  

 

China ha demostrado con la pandemia un enrome poder infraestructural, que se observa tanto en su interior como en la política exterior. Esto se pudo aprecia en la imágenes que mostraban la construcción de un hospital en diez días, pero también en el hecho de que  cuando en el mes de marzo, con la pandemia azotando todavía su territorio, China exportó 3.860 millones de máscaras, 37,5 millones de trajes de protección, 16.000 ventiladores y 2,84 millones de kits de detección de Covid-19. Es decir, no sólo abasteció en pleno golpe a su inmensa población con las armas necesarias para hacer frente al Covid-19, sino que al mismo tiempo fue el gran abastecedor global de los productos sanitarios básicos y del 80% de los medicamentos mundiales.

Este poder infraestructural además se tradujo en un inmenso “soft-power” y capacidad para liderar la cooperación internacional. Incluso elevando dicha apuesta, Xi Jinping declaró ante la ONU que cualquier vacuna que su país desarrolle contra esa enfermedad se convertirá en un bien público global en contraste con la mayor parte de los proyectos comerciales occidentales. También afirmó que había que condonar la deuda de los países pobres y anunció un aporte de 2000 millones de dólares para combatir el coronavirus.


En una reciente entrevista, el general retirado chino Qiao Liang, autor del famoso libro Unrestricted Warfare (Guerra Irrestricta) publicado en 1999, analiza la situación en perspectiva histórico-espacial: “Lo importante no es saber cuán terrible es la epidemia sino darse cuenta de que tanto los Estados Unidos como Occidente han tenido su hora de gloria y que ahora se han enfrentado a esta epidemia mientras se encuentran en declive.”[iii]

 

El propio Zbigniew Brzezinski, uno de los principales referentes de la geopolítica y la geoestrategia de los Estados Unidos, plantea en su último libro Strategic Vision (Visión Estratégica) publicado en 2013, las importantes debilidades de su país, que ya entonces evidenciaban un importante declive y la consecuente pérdida del “liderazgo”. Allí enumera seis aspectos críticos, que podemos relacionar con el concepto de poder infraestructural del estado:

  • Una deuda insostenible y los déficits presupuestarios estructurales.
  • El sistema financiero defectuoso, que constituye una bomba de tiempo sistémica que amenaza no sólo a EEUU, sino también la economía mundial debido a su comportamiento riesgoso y de auto-engrandecimiento. Además ha producido un creciente riesgo moral que causa indignación en el país.
  • La creciente desigualdad de ingresos, que unido al estancamiento de la movilidad social es peligro a largo plazo para el consenso social y la estabilidad democrática, dos condiciones necesarias para el sostenimiento de una política exterior de Estados Unidos eficaz.
  • La decadencia de la infraestructura nacional. La Sociedad Americana de Ingenieros Civiles, en su reporte sobre la infraestructura de los Estados Unidos, ubicó en la abismal nota D. D en aviación, C- en vías férreas, D- en carreteras y D+ en energía. La infraestructura confiable es esencial para la eficiencia y el crecimiento económico y simultáneamente un símbolo del dinamismo general de la nación. El estado de la infraestructura de Estados Unidos es ahora más representativo de un poder o potencia deteriorada que de la más innovadora economía del mundo (sic!). En un mundo donde la rivalidad sistémica entre los Estados Unidos y China es probable que se intensifique, la decadente infraestructura será un símbolo y un síntoma del malestar de los Estados Unidos.
  • Un público que es muy ignorante sobre lo que sucede en el mundo, en lo cual últimamente también influye el deficiente sistema de educación pública.
  • Un sistema político crecientemente congestionado y altamente partidista (o polarizado, en una traducción menos literal pero más correcta).


Poder militar e influencia en Asia Pacífico 

La situación de declive relativo de Estados Unidos y el polo de poder angloamericano, se expresa, a su vez, en el plano militar, que junto al poder financiero-monetario, parecían ser dimensiones indesafiables por cualquier rival hace menos de dos décadas. Sin embargo, las distancias se han acortado. En el ocaso de la Guerra Fría, el gasto militar chino representaba poco más del 1% mundial según cálculos del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI). Ahora el gasto militar chino ya equivale al menos al 14% del global, aproximadamente un poco más de un tercio del gasto estadounidense (38%), brecha que se achica mucho en términos reales. Y sigue creciendo en tiempos de pandemia. Li Keqiang, el primer ministro, anunció un aumento del gasto en defensa para 2021 de 6,6%. 

A lo largo de 2019, los gastos militares alcanzaron 1,9 billones de dólares en el mundo, con un incremento de 3,6 por ciento en un año, alcanzando su mayor nivel desde el final de la Guerra Fría –todo un dato del clima de época.

Según un informe de este año del Servicio de Investigación del Congreso (CRS, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos, la flota de China suma 335 barcos de guerra, mientras que la del país norteamericano es de 285. Además, en 2012 la Armada china botó su primer portaviones, el año pasado el segundo y para 2022 ya pretende tener cuatro operativos. La cuestión central que revela este informe es que la primacía naval estadounidense está en crisis en el Pacífico occidental, en cuyo centro, el Mar de China Meridional, circula el 30% del comercio mundial y se encuentra la región más dinámica de la economía global. A este dato se le agrega que la nueva capacidad misilística de Beijing en la región es difícil de equilibrar para Washington.

En esta línea, en junio se dio a conocer que China va a establecer una Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ, en inglés) en el mar de China Meridional, donde existen territorios en disputa con otros países de la región. Esto se suma al ADIZ establecido en 2013 en el Mar de China Oriental donde mantiene una disputa territorial con Japón sobre las islas Diaoyu o Senkaku.  

Beijing también consolida su posición en Hong Kong, mediante una nueva ley de seguridad nacional, territorio que se considera un punto de avanzada fundamental de occidente –colonia británica hasta 1997 cuando vuelve a manos de China, pero donde el poder angloamericano sigue teniendo gran influencia.

Por otro lado, a mediados de abril los medios chinos publicaban la decisión del gobierno de crear dos nuevos distritos como parte de la ciudad de Sansha, en la sureña isla de Hainan y parte de la avanzada geoestratégica en el Mar de China Meridional.

Frente a esta situación, en julio de 2020, Estados Unidos desplegó allí dos portaaviones y trató de reforzar la presencia en la región, aunque resultan cada vez más evidentes los límites del poder imperial estadounidense.


Hasta ahora, Washington afirmaba mantener la neutralidad en las disputas territoriales. Pero a partir del 13 de julio se alineó con Vietnam y Filipinas, mediante declaraciones públicas del Secretario de Estado, Mike Pompeo (miembro del ultraconservador Tea Party y quien ahora protagoniza una feroz escalada discursiva contra China, proponiendo una nueva Guerra Fría):“Las reclamaciones de Beijing sobre recursos en aguas no costeras a lo largo de la mayor parte del mar del Sur de China son completamente ilegales, como lo es su campaña de coerciones para controlarlos”. Y agregó: “El mundo no permitirá que Pekín trate el mar del Sur de China como su imperio marítimo”.[iv] 

 

Este alineamiento también implica el quiebre en el papel de árbitro de los Estados Unidos en la región, un indicador más del quiebre de la hegemonía.  

Lo central a analizar es que el diseño geopolítico de la hegemonía estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha existido una línea roja en Asia Pacífico que marca el límite estratégico que una coalición liderada por Estados Unidos y Japón debe mantener en la zona para evitar que China pase de ser una potencia regional a una global, lo que implicaría la pérdida de la primacía mundial de Washington. Es justamente el Mar del sur de China el punto clave de este mapa. En la actualidad, ese límite ya ha sido traspasado en términos geoestratégicos, con lo cual el solapamiento ya está en curso.

Además, tanto en el plano económico pero también en un conjunto de instituciones e iniciativas multilaterales muestran un enorme avance de Beijing en esa región. Esto se puede apreciar en las adhesiones de los países de Asia Pacífico a la iniciativa Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), la influencia del Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura (AIIB) o la integración a la Iniciativa del cinturón y la Ruta (conocida como la Nueva Ruta de la Seda), entre otras. Iniciativas que se aceleraron ante la retirada de Estados Unidos del Tratado Trans-Pacífico durante el gobierno de Donald Trump.


China además acelera los acueros e iniciativas en posiciones clave como Pakistán, Birmania y Sri Lanka. A lo cual se sumó, en plena pandemia, un histórico acuerdo por 25 años con Irán. Con todo ello, avanzó fuertemente su presencia en el océano Índico.  El acuerdo con Irán es un compromiso a largo plazo de inversiones chinas en infraestructura para modernizar la industria del país persa, que obviamente abarca a  los hidrocarburos, cuyas exportaciones se encuentran bloqueadas por Estados Unidos. Ello  obviamente desafía y en parte desarticula ese instrumento de feroz guerra económica que despliega Washington sobre Teherán. También incluye acuerdos en materia militar y para el desarrollo de carreteras, telecomunicaciones y puertos –entre los que se encuentran el estratégico punto de Chabahar, del cual se había hecho cargo la India a fines de 2018 y ahora queda desplazada. Esto ubica a Irán como un punto nodal de la Iniciativa del Cinturón. En este sentido, en el caso de la infraestructura ferroviaria el acuerdo pone el foco en la línea Teherán-Mashhad que conectará con Afganistán y el puerto seco de Khorgos, en Kazajistán, completando el recorrido del “Tren de la Ruta de la Seda” [v] y consolidando la primacía en Asia central de China, junto a Rusia. 

China suma cada día influencia en el tablero Euroasiático, el centro de la geopolítica mundial y la Pandemia ha acelerado eso. 


Los límites del poder estadounidense   


Los límites del poder de Estados Unidos también se ven crecientemente desafiados por otras potencias, como quedó de manifiesto en diversos acontecimientos en plena pandemia. Como señalan David E. Sanger, Eric Schmitt and Edward Wong [vi], los rivales de Estados Unidos están poniendo a prueba los límites de su poder en una situación de debilidad relativa y, agregamos aquí, una situación de profunda fractura entre globalistas, americanistas y nacionalistas que polariza el sistema político, y se agudiza a medida de que se incrementa las contradicciones al interior de sus clases dominantes (como se desarrolla en otros artículos).

Uno de los ejemplos que se mencionan para analizar ese límite es el vuelo de aviones de combate rusos muy próximos a aviones de la marina estadounidense sobre el mar Mediterráneo, mientras las fuerzas espaciales realizaban una prueba de misiles anti satélite, con el aparente propósito de enviar el mensaje de que Moscú podría cegar los satélites espías de Estados Unidos y suspender la operación de los sistemas de posicionamiento global y otros sistemas de comunicación. También se observó que aviones de combate rusos interceptaron dos bombarderos Air Force B-1B que realizaban una misión de entrenamiento de gran distancia sobre el mar Negro y que  al menos en tres ocasiones durante los meses de abril y mayo, aviones de combate rusos han interceptado aeronaves de vigilancia P-8 de la marina sobre el Mediterráneo. Esto se suma a la importante y exitosa intervención rusa en Siria para que no caiga el gobierno de Bashar al-Ásad como pretendían las fuerzas occidentales y aliados. Por otro lado, se ve una mayor intervención de Rusia en Libia en detrimento de los intereses estadounidense y de otras potencias aliadas.

Tampoco es casualidad que, como retorno a dicho accionar, ex repúblicas soviéticas que forman parte de la zona de influencia cercana de Moscú, se encuentren con fuertes tensiones político-estratégicas (Bielorrusia, Armenia-Azerbaiyán, Kirguistán). Allí, más allá de problemas internos, también se juegan estas pujas entre potencias en el marco de una guerra mundial híbrida y fragmentada.

Otro ejemplo de los desafíos y los límites del poder estadounidense  sería el accionar de Irán asediando buques estadounidenses en el Golfo Pérsico y acelerando gradualmente la producción de combustible nuclear frente a la ruptura de los acuerdos por parte de Washington. O también el envío de barcos con combustible a Venezuela en un abierto desafío al bloqueo decidido por Trump al país de suramericano.

Mirando la región, podemos señalar que el triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia también expresa un límite a dicho poder. No alcanzó el apoyo y la colaboración de Estados Unidos con el golpe duro o al viejo estilo, encabezado políticamente por Jeanine Áñez, que incluyó masacres a las protestas contra el golpe, persecuciones a opositores, lapidaciones públicas y represión generalizada, pero así y todo no logró imponerse. Constituye un hecho de gran magnitud en el escenario regional la derrota de la alianza entre la oligarquía boliviana (en particular la cruceña), Estados Unidos, el gobierno de Brasil y las grandes corporaciones estadounidenses y redes financieras transnacionales de origen angloamericano para recuperar el control de los recursos naturales y el control geopolítico de dicho país clave, ubicado en el corazón del continente.

Por otro lado, si observamos otro foco central de disputa, al menos por ahora tampoco fueron exitosos los intentos de intervención en Venezuela y la política de “cambio de régimen” ensayada por Washington y aliados, que de avanzar llevaría a que en el continente suramericano se desarrolle una situación con parecidos a la de Siria. Aunque en este caso las sanciones y el bloqueo económico han sido muy efectivos para contribuir en la destrucción de la economía del país caribeño.     

La Pandemia ha acelerado los tiempos de la transición en el mapa del poder mundial y el declive relativo de Estados Unidos. La situación deviene progresivamente de una crisis de hegemonía hacia el desorden mundial o el caos sistémico. La conducción nacionalista-americanista que asumió con Donald Trump agudizó dicho proceso. La guerra comercial no está siendo efectiva para frenar a Beijing y los intentos por imponer una nueva guerra fría como dispositivo geoestratégico tiene menor eficacia en el mundo actual, profundamente interconectado y con China deviniendo en un núcleo central de la economía mundial (en términos productivos, tecnológicos, comerciales y financieros);  con sus conglomerados estatales conquistando el mercado mundial y proponiendo otra mundialización. No son los 70’ y China claramente no representa el mismo desafío que la Unión Soviética. Se trata de un desafío mucho mayor, dentro de  proceso de transformación mundial cualitativamente muy profunda.  

Un triunfo de Joe Biden [vii] podría traer de nuevo a cuadros de las fuerzas globalistas al gobierno y probablemente intenten retomar la agenda de política exterior abandonada con el fin del mandato de Barack Obama (Tratado Trans-Pacífico y Tratado Trans-Atlántico, intentos por fortalecer instituciones multilaterales del norte global y establecer las reglas de juego del siglo XXI, expansión de la OTAN, retomar acuerdo con Irán para alejar al país persa de China, etc.[ viii]). Pero por el momento la fractura y el empantanamiento continuarán, a la vez que seguirá creciendo el malestar de las clases populares estadounidenses y el sentimiento anti-establishment, en un capitalismo hiper-financiarizado y salvaje que horadó el “sueño americano”. Ello deja menos margen de acción para sacrificar derechos y bienestar en nombre de la política exterior. 

  

 



[i] Byung-Chul Han, “La emergencia viral y el mundo de mañana”, El País, 22 de marzo de 2020.

[ii] Sobre este y otros conceptos de Michael Mann y su utilización para análisis del desarrollo recomiendo la lectura de Eduardo Crespo y Marcelo Muñiz “Una aproximación a las condiciones globales del Desarrollo Económico”, en Revista Estado y Políticas Públicas, Nº 8. Mayo-Septiembre 2017. También es trabajado por Juan Cruz Margueliche y Solange Castañeda en el artículo “La Nueva Ruta de la Seda en América Latina. ¿Infraestructura articulada o poder infraestructural?” IX Encuentro del CERPI y la VII Jornada del CENSUD “Argentina y América Latina, en un mundo de extremos”, La Plata, septiembre de 2019.  

[iii] “Quién marca el ritmo”, entrevista con el General Qiao Liang de Zijing (publicación original en la revista Bauhinia de Hong Kong), traducción de François Soulard, 22 de mayo de 2020. Disponible en: http://dangdai.com.ar/2020/05/22/quien-marca-el-ritmo/

[iv] Macarena Vidal Liy, “Peligro de incendio en aguas asiáticas”, El País, 25 de julio de 2020.  

[v] Javier Vadell y Luciano Zaccara , “El histórico acuerdo China-Irán en el tablero geopolítico asiático”, en Perfil, 18 de agosto de 2020.  

[vi] “As Virus Toll Preoccupies U.S., Rivals Test Limits of American Power”, The New York Times, 3 de junio de 2020.  

[vii] Sobre las elecciones en Estados Unidos recomiendo leer, entre otros trabajos, el artículo de Leandro Morgenfeld “Elecciones 2020: el declive de Estados Unidos”, en El País Digital, 29 de agosto de 2020.   

[viii] Esto se desarrolla en profundidad en el trabajo “Los tratados comerciales y las luchas globales en la era Trump”, Realidad Económica N° 313. 

 


 


 

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