Sacrificar el modelo para salvar el gobierno

Por: Martín Astarita

El último 28 de diciembre, para usar la jerga oficialista, pasaron cosas: el gobierno anunciaba en una conferencia de prensa un cambio en las metas de inflación, habiendo promulgado, horas antes, la reforma previsional; el dólar cotizaba a 18,78; Patricia Bullrich conformaba un comando conjunto para combatir a la ya olvidada RAM; y la Justicia ratificaba el sobreseimiento de Mitre y Magnetto en la causa Papel Prensa. Todo en el mismo día. Un mundo idílico para Cambiemos, y que seguramente, mirado a la distancia, muchos oficialistas deben añorar.

Desde ese día, la economía y la política argentina entraron en una nueva fase, en la que se destaca, ante todo, la velocidad de los acontecimientos. El peso se devaluó casi sin interrupciones, casi a la par de la caída en picada de la imagen presidencial. En esta dinámica, el gobierno tuvo una responsabilidad fundamental: sus intervenciones (abrupto cambio de metas de inflación, política errática del Banco Central, pedido de salvataje al FMI, anuncios presidenciales fallidos), agravaron la situación, transformando la inicial turbulencia cambiaria en una aguda crisis económica.  

Esta semana, con un dólar que llegó a los 40 pesos, el gobierno se vio forzado a anunciar nuevas medidas económicas y, junto con ello, dispuso un recambio ministerial. Los cambios, sin embargo, tienen distinto peso: mientras que en lo económico, Macri se mostró dispuesto a sacrificar ciertos ejes rectores de su programa inicial, la continuidad es lo que predomina en el plano político.

Odiosas, necesarias y transitorias. Las medidas económicas anunciadas (retenciones a las exportaciones, suspensión en la baja de impuestos previstos en el Pacto Fiscal) expresan tres factores concurrentes: el escaso margen financiero que tiene el gobierno en la actualidad, el creciente protagonismo que asumió el FMI en los últimos meses, y la incidencia que asumieron los gobernadores peronistas para imponer ciertas condiciones. Las medidas, en conjunto, suponen un cambio de trascendencia, más allá de su impacto económico, al ir a contramano de la filosofía liberal pregonada por Cambiemos en todos estos años: el déficit fiscal pasará a combatirse, en parte, con la imposición de nuevos tributos.

Ortodoxia política. En el plano político, por el contrario, Macri se mostró reacio a hacer grandes modificaciones. Es cierto que son muchos los ministerios eliminados (más de la mitad), pero tras la grandilocuencia del anuncio, lo que se descubre es que hay más bien continuidad: no se incorporó a ninguna figura nueva, los ministros “descendidos”, en su casi totalidad, quedan en el gobierno, y Marcos Peña, que era centro de todas las críticas, no solo permanece, sino que acrecentó su poder.

Como se verá, no resulta arbitrario este doble movimiento, entre cierta heterodoxia en el manejo económico y el aferrarse a cánones más ortodoxos en el aspecto político.

• Se dice habitualmente que en el macrismo conviven dos grandes tendencias: una de ellas, representada por Macri y Marcos Peña, aspiran a un Cambiemos puro y libre de peronismo, mientras que Vidal, Larreta, Monzó, entre otros, son más flexibles y pretenden incorporar a algunos dirigentes opositores como socios estables de gobierno. Si en esta crisis se impuso una vez más la postura purista, se debe sobre todo a que la segunda opción envejeció prematuramente. En otras palabras, ¿qué incentivos puede tener un dirigente peronista de incorporarse en estos momentos a un gobierno carente de respaldo popular y que no encuentra salida a la crisis económica?

• Por otra parte, las nuevas medidas económicas son, además de odiosas, transitorias, según el propio Macri. Es decir, se supone que son producto de circunstancias excepcionales. Cuando todo se normalice, no tendrán razón de ser. Queda expuesta así la visión gubernamental sobre las causas de la actual crisis. En efecto, para Macri existe un problema fiscal, herencia que abarca 70 años de historia argentina. Junto a ello, además, hay problemas que vienen del exterior: la guerra comercial entre China y Estados Unidos, el “sorpresivo” cambio en el humor de los inversores.

Traducción: las culpas son ajenas. No hay responsabilidad alguna, por ejemplo, en haber desregulado el mercado cambiario y de capitales, en la eliminación de impuestos a los más ricos, o en la apertura a las importaciones en un mundo que se estaba cerrando.

En definitiva, en la visión gubernamental, el modelo económico exige algunos ajustes temporales, pero no por fallas intrínsecas. Es lógico, entonces, que el elenco gubernamental se mantenga, salvo excepciones, casi invariante.  

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