Señora de cuatro décadas, escuche

Por: Carlos Leyba


Ricardo Arjona cantó: “Con sus 40 y tantos encima/ Deja huellas por donde camina/ Que la hacen dueña de cualquier lugar”.

Martín Guzmán le leyó en el Parlamemto una carta a nuestra deuda externa, que también es una señora de cuarenta y tantos años. 

La deuda, como la señora de Arjona, ha dejado huellas dramáticas en estas cuatro décadas; y también se ha hecho dueña de los gobiernos que la han heredado y de los que la han alimentado. Todos desde 1976.

Guzmán le dijo, como anticipamos la semana pasada en esta columna, que el arreglo posible con ella era que supiera esperar hasta que tal vez, con el tiempo, todo cambie.

Dijimos entonces (y dijo Guzmán el miércoles): “La refinanciación de toda la deuda capitalizada (con alguna quita) con cuatro años de gracia y un plazo largo” para cobrar. 

Al proponer esto, Guzmán se percibe (hoy nada es lo que es, sino lo que se auto percibe) como ministro de un gobierno de transición. Porque de pagar la deuda se encargará el próximo. Clarito. Estos años serán un entretiempo.

Es cierto que cuatro años es lo mínimo para acomodar tamaña carga (estoy de acuerdo) siempre que, en ese paréntesis financiero, hagamos lo que hay que hacer (no estoy seguro de que estén dispuestos a hacerlo). 

Por ejemplo, tener claro que la utilización de la capacidad instalada no alcanza al 60% y que van dos años en ese estado; la economía está estancada hace una década y lleva cuatro décadas reptando porque crecer, ni ahí. Llevamos añares tan quietos que una brisa nos parece viento.

El despilfarro de dólares recibidos por préstamos o términos del intercambio favorables es una tradición. Todos los gobiernos desde 1976 ampararon la fuga de dólares. Todos. Para que nadie lo olvide, en la primera presidencia de CFK se fugaron 80 mil millones de dólares: excedentes nacionales que se convirtieron en moneda extranjera y se establecieron fuera del sistema. No se salvó nadie y nadie nos salvó.

Dicho esto, hay dos preguntas. Una para los acreedores: ¿Le darán al país el tiempo necesario? Otra para los que gobiernan: ¿Hará Guzmán lo que hay que hacer? 

El FMI, a pesar del destrato inferido por CFK y avalado por AF, va a dar tiempo. De eso no tengo duda y ellos no tienen remedio. 

Pero los bonistas surfean y surfearán entre el “programa” (¿?) que dicen que existe, pero no te lo digo; y las tentaciones que le trampean los buitres que están rondando estas Pampas y se los escucha graznar. ¿Cuándo graznan llueve? 

Del programa para crecer no hay señales. De la estrategia para ganar dólares, tampoco. No hay lo uno sin lo otro y viceversa. 

No confundirse, los dólares de hoy son el fruto del estancamiento; y carece de sentido imaginar que es bueno que eso continúe: es como ahorrar en alimento, hacer huelga de hambre para juntar un capital que, estando muerto, no sirve más que para el entierro. 

Es que con la estructura actual y esta política económica, si crecemos vamos camino al déficit: la restricción externa. 

Para crecer y acumular dólares hay que rediseñar la política. Los sistemas (y la economía lo es) no se corrigen, se rediseñan, que no es lo mismo.

Guzmán anunció que no habrá superávit fiscal hasta 2023. Por lo tanto, si en estos cuatro años se paga algo, lo será con dólares o pesos, provistos por emisión monetaria. Sin recesión, o sea creciendo, los dólares solo son posibles sustituyendo importaciones (bienes finales) y aumentando exportaciones (más precio por los mismos bienes, o más bienes por mejores condiciones cambiarias y tributarias). Puede haber más dólares. Y se pueden comprar emitiendo. Se pueden pagar los pesos, sin superávit y emitiendo. Es posible.

Pero es inevitable explicar y explicitar cómo llegarán los dólares y qué política de ingresos transformará la emisión en activación del aparato económico subutilizado. Todo eso forma parte de un programa que no conocemos. Que Guzmán sugiere que lo tiene.

Lo que sí sabemos es que no es posible ese escenario de pro, en el sentido de vamos con todo, con dólar planchado más retenciones y reembolsos congelados. Imposible con precios de materias primas estancados. 

La buena noticia (no se hizo nada en los pies porque cayó de cabeza) es que el ancla cambiaria, la calma tarifaria y la economía estancada, bajaron la inflación a  2,3% -con aumentos de los alimentos-, pero los que “bajan” la velocidad de los precios ¿son buenos instrumentos o salvavidas de plomo?

La pregunta del millón es ¿qué programa económico es el que despeja esa bruma? Guzmán lo tiene. Pero no lo dice. Hay desempañador. Pero no lo ponemos en funcionamiento; y sin ver –por más que haya desempañador– vamos a chocar. Un programa, un desempañador, ya gritan en el habitáculo que compartimos.

Este es el tercer gobierno en democracia (Alfonsín, Kirchner) que quiere terminar con la deuda. Muy bien. Pero terminar con ella no es ni pagarla ni defautearla. Es atacar y terminar con las causas que la hacen un mal recurrente. Ni sombras, ni antes ni ahora. 

De las causas ni siquiera hablamos. No hablamos de qué es la “economía para la deuda” que muchos colegas la promueven sin saberlo. Esto es lo más preocupa. 

Otros tres presidentes amaron la deuda y se entregaron a ella con fervor por creerla “la solución”. O por la molicie que es uno de los pecados capitales de la política. Fueron Menem, de la Rúa y Macri. Los tres azotes de la democracia: aumentaron la desigualdad estrepitosamente. Es obvio que los otros nada hicieron para reducirla. Pero tampoco se dedicaron a aumentarla como sí lo hicieron los enamorados de la deuda.

El primer ministro de Alfonsín, Bernardo Grispun, un gran tipo, amenazó con una moratoria de la deuda externa. Alfonsín no lo apoyó. Y entonces el diputado Antonio Cafiero propuso la moratoria en un discurso emblemático en el que está el fundamento de parar (moratoria) para cambiar la dirección. Parar sí. Pero cambiar la dirección. Sin ese cambio no había ni hay ni habrá salida. 

Carlos Menem –que le pidió dólares a los cerealistas para vivir los primeros meses y que congeló los depósitos bancarios con el Plan Bonex– terminó abrazado a los banqueros internacionales e inauguró (Domingo Cavallo) la era de los “bonistas” que dieron a luz a los “buitres”. 

Menem instaló el jolgorio financiero. Año tras año, en cuatro años, entraron10 mil millones de dólares que así como llegaron se fueron. Sobrevino el default. 

Después dejamos de generar nueva deuda externa, nos premiaron los términos del intercambio, la deuda vieja no desapareció, se consiguió una quita importante y se mantuvo el apetito de los buitres. Se generaron nuevos pasivos: la compra de la mitad de YPF pagando carísimo y la ridícula negociación con el Club de Paris pagando carísimo. Todo lo pagamos caro. 

Apostilla: con Gustavo Caraballo le llevamos a Néstor Kirchner el texto de renuncia de la Argentina al CIADI (2003). Nunca lo firmó. Pasaron 17 años. Todo lo pagamos caro.

Llegaron otra vez los entusiastas de la deuda, los chicos de Macri que, según sus declaraciones de verano, no le hicieron caso y se endeudaron inutilmente, corto y caro, con los privados y espantosamente con el FMI. ¿Ud. le cree? 

Ahora la señora deuda, al cumplir 45 años, nos tiene empantandos en la huella profunda de la estanflación y poniendo en claro que, como dice Arjona, es la dueña de la situación. 

El discurso de Martín informa que buscará la espera de pagos hasta 2023. 

Nada nos dice acerca de cómo hará para que el ciclo de la deuda se interrumpa. 

Es decir, uno puede decir “esperame que te voy a pagar”, pero tiene que decir qué va a hacer para no necesitar más de vivir de la deuda. Es decir qué va ha hacer para superar la restricción externa. Silencio. 

Todo lo que prevee Guzmán es superávit fiscal en 2023: que sería la condición necesaria para pagar sin emisión y sin préstamos.

Claro que igual para pagar hacen falta dólares y no solo pesos del superávit. ¿Cuándo y cómo espera Guzmán el superávit externo? Nada dijo.

Además Guzmán dijo: “Tendrán que perder los bonistas”. 

Con el FMI lo tiene conversado. Dio señales de “buena conducta” (más impuestos y congelaciones previsionales) apenas llegó; y por eso el FMI viene sin “ofenderse” a pesar de haber sido acusado. 

Creo que con el FMI está todo convenido… hasta los enojos. 

Otra suerte es la de los bonistas a los que les dijo “esperen” y “van a sufrir”. Ya dijimos que rondan los buitres por estos pagos. 

Cuántas voluntades de “sufrimiento” (¿quita de capital o intereses?) juntará Guzman y cuántas renuentes y urgidas, se entregarán a los buitres del default y a la justicia americana. No lo sabemos.

Nada nuevo bajo el sol. Esta tijera es la que hemos visto sonar muchas veces. ¿Qué y cuándo puede cortar? 

El final feliz de 2002, apalancado por la expansión China y el boom de las materias primas, está lejano. No fue magia. Fue el viento de cola. Y ahora puede soplar de bolina. Dios no lo permita. 

El final de 2020 va a estar condicionado por las consecuencias desaceleradoras del coronavirus que arrastrarán a la baja a los precios de algunos productos que empezaban a crecer. 

En ese contexto, Guzmán aspira a una negociación exitosa: hasta 2023 no habrá más ajuste fiscal ni pagos que requieran superávit. 

Es una buena noticia (si tiene calculado los costos) porque acelerar el superávit obligaría a mantener la economía en declive y la crisis social en ascenso. No es un escenario transitable.  

Guzmán no quiere el default. Sin soja (o viento de cola), el default es poco expansivo y, además, crítico, socialmente hablando. No es el mejor escenario posible o elegible. 

La espera propuesta por Guzmán equivale a default con buenas maneras. Pero ¿cómo sería expansivo un default sin viento de cola? ¿O cómo será expansiva una espera sin ese viento? ¿Cómo propone Guzmán hacer crecer la economía?

Considerarlo sensatamente, es decir, opinar obliga a conocer el plan de contigencia y ese, como el plan A, no ha sido informado. Pero dicen que lo tienen. Pero que no lo van a contar. ¿Por qué? No lo sabemos. Y el único que puede develar el misterio es el Gobierno. Solo tenemos que esperar.

Guzmán invitó a proponer, en una casilla de mail, programas para el tema de la renegociación de la deuda. Eso ya lo resolvió.

Pero de lo que no hay señales es de cómo terminar con el problema de la deuda. Es decir, cómo atacar las causas. Vale comentarlo.   

Para ello hay dos objetivos básicos, centrales. Lograr una economía productiva excedentaria en dólares; y lograr un Estado financiable y compatible con esa economía productiva.  

Mejorar el Estado no requiere de plata. Pero la genera. Solo es necesario decidirse a hacerlo. 

Propongo un Acuerdo Gubernamental inspirado en el Plan de 1973, el que elogió CFK cuando presentó su libro y elogio a Fernández. 

Un Acuerdo de la Nación, provincias, municipios (áreas ejecutivas, legislativas y judiciales), organismos autárquicos y empresas estatales, para congelar los cargos y contrataciones públicas,  de modo que las renuncias, jubilaciones, etc., no se cubran con nuevos empleados. 

Los trabajos prioritarios se cubrirán a partir de un “pool” de reentrenamiento del personal público para cubrir áreas prioritarias, apelando al personal existente reentrenado. 

Algunas provincias en 20 años han multiplicado su personal hasta 4 veces. 

En cuatro años podemos tener un nivel de empleo público razonable. 

El actual es tan imposible de pagar como lo es la deuda. Tengámoslo claro. Este Estado es infinanciable con recursos genuinos.

¿Qué nos rinde en términos de productividad económica o productividad de la democracia? La respuesta se la dejó a usted. 

Ese Acuerdo tiene que comprender la revisión de las jubilaciones por incapacidad, para excluir a los que no están incapacitados. Develar las mutilaciones de una guerra que no existió. Un acto de saneamiento moral.

También hay que acordar trabar, poner trabas, para que no sigan cobrando jubilaciones quienes previamente no aportaron porque no habían trabajado porque dispusieron, a lo largo de su vida, de medios que les permitían no hacerlo. Ni en negro ni pobres. ¿Está claro? 

Se trata de producir un gesto de solidaridad social sin afectar derechos adquiridos. 

Una resolución de ANSES puede requerir, a todos los beneficiarios de esa ley,  la declaración jurada patrimonial y de ingresos del grupo familiar, así como de sus actuales condiciones de vida. 

Quien no presente personalmente, poniendo la cara en la oficina pública, su declaración, verá suspendido el pago hasta que lo hagan. Miles no se van a presentar.

En esa situación de solvencia económica hay cientos de miles de beneficiarios que no podrán acreditar necesidad de recibir ese apoyo de la sociedad. 

Si sumamos la dinámica de ese freno de gastos generaríamos un saneamiento fiscal y moral antes de 2023. 

Congelación del empleo público, cancelación de beneficios mal otorgados y suspensión solidaria del beneficio previsional a personas que no trabajaron porque no lo necesitaban, son actos de salud pública. Nuestro Estado consume el 40% del PBI y es de bajísima productividad. 

Sumamos transferencias para el desempleo encubierto, discapacitados que no lo son, ricos que no han trabajado. Todo eso más las vacantes que genera el ciclo de la vida suman, seguramente, más del 1% del PBI y en crecimiento. 

Son decisiones sin costo político, es racionalidad ante la desidia del despilfarro. 

Si se tomara la decisión de este Acuerdo, al terminar 2020, el Estado será mejor. 

Ese Acuerdo, además, debe procurar el incremento de los ingresos sin aumentar la carga tributaria de los que hoy pagan. ¿Cómo? 

La evasión cotidiana, chiquita, es el punto olvidado. Empecemos por todas las puntas. Hay una que es imposible que no tenga éxito. Me refiero al comercio minorista. Si está en blanco implica comercio mayorista en blanco y proveedores en blanco. En negro multiplica la evasión hacia arriba. 

Ese Acuerdo Gubernamental debe comprometer a  todos los municipios a fiscalizar la correcta tributación de los comercios de sus áreas. Sí. Verdulería, carnicería, kiosko, bar, lo que fuera, tienen que “facturar” sus ventas. 

Obligar a la venta con tarjeta –por ejemplo la tarjeta alimentaria– y asociarlas a descuentos y premios al consumidor. 

Y donde no sea posible, obligar a un cálculo presunto de ventas y rentabilidad. 

Fuertes campañas de concientización. Intendentes y consumidores garantes de sostener la salud fiscal. Municipio que no cumple, municipio que no cobra. No se trata solo de descentralizar los gastos, sino de descentralizar la lucha contra la evasión.

Una de las causas de la deuda es la escasa salud fiscal, el abultamiento inútil del Estado y la debilidad para terminar con la evasión de los mejores impuestos, lo que obliga a los peores impuestos como, por ejemplo, el impuesto al cheque. 

Pero no es esa, la fiscal, la causa madre de la deuda externa. La central es la incapacidad de la estructura productiva para hacer del país uno de productores capaz de tener alta productividad exportadora. 

¿Cómo se logra esa productividad? 

Primero, incentivos a la inversión reproductiva. Segundo, abordar una infraestructura eficientizadora, terminar con el peso muerte del transporte carretero y retornar al FFCC y a las vías navegables, reconstruir las industrias que tuvimos hace un siglo. Es bastante más fácil de lo que se cree.

Estas apresuradas propuestas y consideraciones obvias son apenas una invitación a hablar de cosas  terrenales. 

Cosas concretas que no cuestan plata. Que no son proyectos de envergadura, que también los hay o hay que alentarlos. 

Estas son “cositas” indispensables para tener un Estado menos pesado, mejor alimentado, menos deficitario económica, social y moralmente. 

Hablar de estos temas básicos, cotidianos, pequeños es sacar a la política del torneo de abstracciones, de distracciones exóticas, como legislar acerca del lenguaje inclusivo –mientras sordomudos, ciegos, y otros sufrientes siguen siendo redondamente excluidos-  y recuperar la idea de la política como responsabilidad y no como un cargo público. 

Todo eso es absoluta responsabilidad de la señora de 40 y tantos años, que es la manifestación del vicio en un país que abandonó la vocación del desarrollo y el compromiso por la igualdad y la fraternidad y que, sin darnos cuenta, redujo a la democracia a un sistema electoral. 

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