Sobre Salud y Escasez
OPINIÓN. ¿Cuál es la teoría o el modelo económico que tienen en mente quienes reclaman contra la cuarentena en defensa de la ‘economía’? se preguntan Eduardo Crespo y Ariel Dvoskin.
Por Eduardo Crespo y Ariel Dvoskin
Seguimos reflexionando sobre la conexión entre salud y economía. En esta oportunidad nos preguntamos ¿Cuál es la teoría o el modelo económico que tienen en mente quienes reclaman contra la cuarentena en defensa de la ‘economía’? ¿La salud de las personas se contrapone a la salud de la economía? La mayoría de los economistas y manuales de economía, cuando instados a definir su objeto de estudio, suelen apelar a alguna versión de la sentencia según la cual “la economía es la ciencia que estudia la forma como se asignan recursos escasos para atender necesidades ilimitadas.” Aquellos que oponen la salud a la economía, ¿imaginan que los trabajadores son recursos escasos o abundantes? Recuérdese que en teoría económica por ‘escaso’ no se entiende los bienes finales o los ingresos de las personas, sino los recursos o factores de producción, es decir, el trabajo, el capital, recursos naturales como la tierra, etc. Suele ser frecuente que en cursos de microeconomía, macroeconomía o crecimiento, se grafiquen “funciones de producción”, donde el producto final se representa como una función de dichos recursos [Y = F (K, L, T,…)]. En esta interpretación, incluso, los precios relativos de los bienes finales se interpretan como indicadores de la escasez relativa de los recursos escasos involucrados en la producción.
Ahora bien, no caben dudas de que los efectos de una cuarentena son temporarios, o de “corto plazo” como suelen decir los economistas cuando abordan estos fenómenos. Una interrupción transitoria de las actividades en principio no destruye stocks de capital en gran escala, no reduce la fertilidad del suelo, no agota yacimientos de petróleo o minerales. La muerte o enfermedad de decena de miles de trabajadores, en cambio, nos debería privar de varios años de sus trabajos. Para ilustrar la cuestión, si un trabajador muere con 40 años, además de sus efectos perversos para la familia, en media deja de trabajar hasta su retiro, aproximadamente unos 25 años. Alguno podría argumentar que la mayoría de quienes mueren son viejos y enfermos, gente que no es incluida en la “función de producción agregada”. Su muerte, deben imaginar, hasta alivia los sistemas previsional y de salud... Pero recuérdese que este efecto es apenas distributivo, no productivo. En el mejor de los casos ‘alivia' la ‘carga’ sobre los activos, pero no reduce el empleo ni la productividad de los mismos. Es más, en el caso de que los enfermos sufran secuelas permanentes, por ejemplo, a causa de una atención deficiente, luego también quedarán condenados a la pobreza o se convertirán en una carga para los activos que quedaron sanos.
Otros, quizás, tengan en mente los efectos financieros de la cuarentena: corta cadenas de pagos y genera restricciones de liquidez que pueden conducir a la insolvencia. Pero no parece que estos efectos se puedan equiparar a las consecuencias de una drástica y permanente reducción de la dotación de trabajadores. Tampoco parece un argumento consistente para una visión de la economía donde se supone la neutralidad del dinero – y las finanzas- en el largo plazo. Quienes invocan los efectos catastróficos de la cuarentena sobre la economía no son consistentes con las teorías económicas que suelen enseñar e inculcar en sus alumnos y audiencias. Casi todo lo que habitualmente sostienen supone el pleno empleo en el mercado de trabajo. Pongamos un ejemplo conocido: “la emisión monetaria genera inflación porque genera exceso de demanda en el mercado de bienes”. Excluido el pleno empleo, es imposible justificar esta posición en base a una visión ortodoxa de la economía (1).
Días atrás, defendíamos en este medio el argumento de que el dilema salud versus economía es insustentable. Pero lo hacíamos en base a un enfoque teórico donde el pleno empleo o la escasez de trabajadores no es la posición normal de la economía. Buscábamos indicar que la salud es un bien básico, en el sentido de los autores clásicos, cuya producción, caso se interrumpa o colapse, puede comprometer el funcionamiento de todo el sistema económico, incluso suponiendo la presencia de desempleo o abundancia de trabajadores. Si la muerte o enfermedad de quienes se desempeñan en sectores claves no puede subsanarse mediante su sustitución inmediata por otros empleados, ello podría ocasionar la paralización de todas o la mayor parte de las actividades económicas.
Los críticos de la cuarentena, si fueran coherentes, deberían buscar apoyo teórico en enfoques que excluyen la escasez de trabajadores como tendencia. Es inaceptable que los mismos economistas que predican las enseñanzas de la escuela austríaca o los que con ínfulas hablan de la “restricción presupuestaria” como si se tratase de una ley de la gravedad de la economía, luego analicen la coyuntura como si miles de trabajadores fueran prescindibles.
¿Cuáles serían las bases teóricas para pensar el asunto sin apelar la escasez de trabajadores? Karl Marx, por ejemplo, apunta la existencia de un “ejército industrial de reserva” como un fenómeno inseparable al normal funcionamiento del capitalismo. Arthur Lewis, al menos para el mundo subdesarrollado, habla de economías con “oferta ilimitada de mano de obra”. Incluso algunos autores clásicos, como Ricardo y Malthus, solían pensar al ‘stock’ de fuerza de trabajo como una cuantía que tendía a ajustar mediante flujos que respondían a los precios de mercado. Mientras que para los enfoques marginalistas, como el austríaco o los del ‘equilibrio general’ de raigambre walrasiana, la interacción entre la dotación (oferta) y la demanda de trabajadores determina los salarios, para los autores clásicos que avizoraron una relación entre salarios y dotación disponible de trabajadores, eran los primeros los que determinaban la segunda. Cuando los salarios de mercado superaban (no alcanzaban a cubrir) la ‘subsistencia’, el número de trabajadores crecía (decrecía). De la misma forma, algunos modelos de inspiración clásica contemporáneos consideran que los flujos migratorios y los ajustes de la población económicamente activa (PEA) son elásticos a las diferencias salariales y oportunidades de empleo, lo que provoca un ajuste de la oferta (o dotación) de trabajadores a la demanda por los mismos. Para esta concepción, toda vez que haya demanda por trabajadores para salarios socialmente aceptables, éstos tenderán a aparecer para cubrir las vacantes. Obviamente, si partimos de la premisa de que la coherencia lógica es un objetivo irrenunciable, adoptar estos enfoques implica renunciar a varias conclusiones. Sería inconsistente, por ejemplo, defenderlos y simultáneamente argumentar que la emisión monetaria siempre genera inflación por excesos de demanda (2); o, defender la existencia de una “restricción presupuestaria” agregada como si se tratase de una ley de naturaleza física.
Igualmente, la mayoría de quienes hoy imaginan que miles de trabajadores son irrelevantes para la economía, son los mismos que imagina que en el largo plazo el crecimiento económico se explica apenas por condiciones de oferta. En los modelos estándar que se enseñan en la mayoría de las Universidades, como en Solow (1956), el crecimiento se interpreta mediante elaboradas funciones de producción [Y = F(K, L)] que incluyen al trabajo como factor escaso. Otra vez, para quien defiende estos planteos, ¿la muerte de miles de trabajadores no debería reducir el crecimiento? Otras versiones, en cambio, como Romer (1986), hacen desaparecer al trabajo de la función de producción (el modelo AK), camuflado como ‘capital humano’, rendimientos crecientes, ‘conocimiento’, etc. Pero aunque las palabras engañen, las matemáticas no deberían dar lugar a dudas. Estos modelos son variantes del conocido trabajo de Von Neumann (1938 en alemán, en inglés 1946), donde las dotaciones trabajo son endógenas como en la visión de los economistas clásicos. Es decir, en estos modelos el ‘factor’ trabajo no es escaso (3), aunque bien puedan existir restricciones de oferta, caso existan bienes básicos, como apuntamos arriba. El verdadero dilema es el que impone la coherencia. O los economistas ortodoxos corrigen sus planteos teóricos habituales o reconocen que el dilema salud versus economía es indefendible. ¿Es demasiado exigir coherencia entre economistas? ¿Hay que resignarse a artefactos ideológicos de ocasión al servicio de disputas políticas coyunturales?
Notas:
1. Explicaciones más sofisticadas de la inflación en este caso, apelan a canales de transmisión ‘heterodoxos’, del tipo cambiario-financiero, mucho más compatibles con excesos de oferta (en lugar de demanda) en los mercados de bienes.
2. Los cuellos de botella sectoriales son una posibilidad, pero su discusión escapa los objetivos de esta nota.
3. Para más detalles ver los capítulos II y IV de esta selección, ver Aquí.
Sobre los autores:
Eduardo Crespo es Profesor de la UFRJ (Brasil) y la UNM (Argentina).
Ariel Dvoskin es Investigador del CONICET/ IDAES-UNSAM (Argentina).
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