Todas las Olga, Olga

OPINIÓN. Este año, para algunes poetas resulta, también, muy especial porque es el centenario de Olga Orozco y nada mejor que celebrar su vida y su poesía descubriendo su obra.

Sin duda, 2020 será recordado como el año de la pandemia. Todo lo que trajo, lo bueno y lo malo, los cambios en lo cotidiano, los cumpleaños y los aniversarios que no pudimos festejar del modo en que solíamos hacerlo… Este año, para algunes poetas resulta, también, muy especial porque es el centenario de Olga Orozco y nada mejor que celebrar su vida y su poesía descubriendo su obra.

Olga Orozco nació en Toay, La Pampa, el 17 de marzo de 1920, con el “Sol en Piscis”, como indica desde el título de uno de sus poemas más hermosos. Como periodista colaboró en distintos medios. En la revista Paula se encargó del correo sentimental. Fue astróloga y tarotista. Empezó a publicar poesía en 1946, con Desde lejos, y no dejó de hacerlo hasta su muerte, en 1999. Lo metafísico, la muerte, Dios, la palabra y el silencio, los rostros y las máscaras, el cuerpo… todo eso habita la obra de Olga. Versos exquisitos como: “Solamente los muertos conocen el reverso de las piedras. / Solamente las piedras conocen el reverso de los muertos. / Lo sé”, o “Mis días en los otros ya no son más que una semilla seca, / un hilo roto, la irremediable momia del olvido”, o “Yo esperaba el dictado del silencio”. 

En “Con esta boca, en este mundo”, afirma: “Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía. / Hemos ganado. Hemos perdido, / porque ¿cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?”. En “Feria del hombre” escribe: “Despierto en cada sueño con el sueño de Alguien que sueña el mundo. / Es la víspera de Dios. Está uniendo en nosotros sus pedazos”.  

Nos da retazos de sí misma en “Anotaciones para una biografía”: “Mi peste pertinaz es la palabra. Me punza, me retuerce, me inflama, me desangra, me aniquila. Es inútil que intente fijarla como a un insecto aleteante en el papel. ¡Ay, el papel! «blanca mujer que lee el pensamiento» sin acertar jamás”.

Olga, la poeta de versos largos. La exquisita. La periodista. La religiosa. La del profundo humor. La de la mirada penetrante. La de la voz grave y profunda. La que bucea en lo oculto y en el porvenir. La bruja blanca. Olga, la enamorada. La maestra… La mujer. La que nunca sintió la necesidad de ser madre. La feminista. La que dijo en una entrevista con Antonio Requeni y Gloria Alcorta que el aborto le parecía “más que lícito cuando se trata de algo casual o cuando el niño que va a nacer no llega por amor”.

Olga, la que escribió en versos a una mujer tomando sopa. La que celebró en un poemario a Berenice, la gata que la acompañó durante décadas. Olga, la que en Museo Salvaje retrató cada una de las partes de su cuerpo. “Este cuerpo tan denso con que clausuro todas las salidas, / este saco de sombras cosido a mis dos alas”. “Una mano, dos manos. Nada más. Todavía me duelen las manos que me faltan”. “Me adhiero por mi boca a las posibles venas del planeta”. “El sexo, sí, / más bien una medida: / la mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor”.

Este verano, cuando todavía no había azotado la epidemia y podíamos juntarnos a hacer poesía con niñes, decidí trabajar con los poemas de Museo Salvaje. Ya lo había hecho en otras oportunidades cuando me habían pedido trabajar con poesía y cuerpo. En general, no se piensa en la obra de Olga en torno a ese tema… Una tarde un niño llegó a mi taller preguntando dónde se hacían los tatuajes… Yo no sabía, pero, en cambio, le pregunté si quería escribir. Dijo que no lo hacía desde que habían terminado las clases, pero que sí. Le conté quién era Olga y le leí uno de esos poemas, después le pedí que escribiera su parte preferida del cuerpo y por qué. Cuando me entregó la hoja leí: “La parte que más me gusta de mi cuerpo son las manos porque sin ellas no podría haber escrito esto”. 

Todavía se me pone la piel de gallina cuando lo cuento porque, como bien supo Olga, “la poesía sirve para indagar en lo desconocido, para acompañar al otro, también en lo desconocido. […] Sirve para mirar juntos en el fondo del abismo y ayuda a no dormirse sobre el costado más cómodo”.


Sobre la autora: Flor Codagnone es periodista, poeta y traductora. Se dedica a la divulgación de poesía.

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